El gigante se reveló. Y por un segundo, el mundo entero pudo ver lo que significa realmente habitar el costado sur de aquel coloso. Una bandera y un disparo fueron las marcas distintivas del inicio de un sexenio que en México se vive desde la expectativa y, en muchos casos, la incertidumbre. La bandera tricolor ondea entre el fuego, sobre un automóvil eléctrico maquilado en las fábricas de quien es uno de los impulsores financieros más relevantes del republicano Donald Trump, y el disparo dispersor impactó estratégicamente en una zona poco visible a una periodista que narraba aquel levantamiento de un pueblo que lleva años luchando por su derecho a una vida mejor.
“Les informo que es absolutamente falso”, comentó la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, en relación a las declaraciones de Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional en Estados Unidos, en las que hizo referencia a una supuesta incitación a las protestas violentas ocurridas en San Diego.
Mientras las autoridades mexicanas buscaban contener el escándalo diplomático, al sur del río Bravo se multiplicaban las expresiones de solidaridad. En redes sociales, en plazas públicas y en las universidades, se alzaban voces que veían en los hechos de California no solo un reflejo del hartazgo en Estados Unidos, sino una resonancia profunda de las luchas propias: la precariedad del trabajo migrante, la violencia sistemática contra periodistas, la indiferencia de los gobiernos frente a los reclamos populares. La imagen de la periodista herida comenzó a circular acompañada de frases como “nos duele allá porque también es aquí”.
La narrativa oficial intentó matizar el vínculo entre la protesta y la política exterior. Voceros federales evitaron usar términos como “represión” o “intervención”, apostando por una postura diplomática medida, casi tibia, ante una administración estadounidense cada vez más radicalizada. Sin embargo, en el seno de los movimientos sociales mexicanos en el extranjero crecía una incomodidad evidente.
En ese contexto, la bandera tricolor ya no ondeaba solo como emblema nacionalista, sino como símbolo de pertenencia transfronteriza. No era una provocación ni una apropiación cultural; era un grito desde la memoria. En cada marcha, en cada mural improvisado, se trazaba una genealogía del desplazamiento, del desarraigo y de la resistencia. La frontera, lejos de dividir, comenzaba a narrarse como un espacio común de lucha compartida. Y México, a pesar de su prudencia institucional, se veía cada vez más interpelado por esa otra política: la de las calles, los migrantes y la dignidad.

No kings, una protesta antimperialista
El 14 de junio de 2025, Día de la Bandera en Estados Unidos y cumpleaños del expresidente Donald Trump, miles de personas se congregaron en diversas ciudades del país para participar en las protestas bajo el lema "No Kings". Este movimiento nacional busca rechazar el autoritarismo y la militarización de la democracia promovida por la administración Trump. Las manifestaciones comenzaron en Los Ángeles el 6 de junio, se extendieron rápidamente a otras ciudades como San Diego, Houston y Austin, reflejando una creciente resistencia en comunidades latinas y progresistas, todo a través de las redes sociales.
En Los Ángeles, las protestas fueron desencadenadas por una serie de redadas migratorias realizadas por ICE en el Distrito de la Moda, un mayorista de ropa y una sucursal de The Home Depot. Estas acciones resultaron en más de 100 detenciones y provocaron enfrentamientos entre manifestantes y agentes federales. La respuesta del gobierno federal fue el despliegue de la Guardia Nacional de California, sin el consentimiento del gobernador Gavin Newsom, lo que generó una batalla legal sobre la constitucionalidad de esta intervención. Según el Los Angeles Times, el fiscal interino de los Estados Unidos para el Distrito Central de California, Bill Essayli, informó que 44 personas fueron "arrestadas administrativamente" y otra por obstrucción, incluyendo al presidente del Sindicato Internacional de Empleados de Servicios, David Huerta, quien fue arrestado por bloquear un vehículo. Aquel conflicto derivó en la notificación de toque de queda para sus habitantes.

En Houston, la protesta del 13 de junio frente al Centro de Procesamiento de CoreCivic fue organizada por FIEL, la principal organización de derechos de los inmigrantes en la ciudad. Los manifestantes denunciaron las tácticas de ICE, que incluían arrestos de personas fuera de la corte de inmigración tras la desestimación de sus casos. La protesta, que reunió a entre 400 y 600 personas, exigió la liberación de detenidos como Margarita Ávila, una abuela detenida en circunstancias controvertidas. La abogada de inmigración Bianca Santorini criticó las tácticas de ICE, señalando que los agentes iban de civil y no ofrecían explicaciones durante los arrestos, lo que socavaba el debido proceso.
En Austin, Texas, las protestas fueron parte de una serie de movilizaciones en 50 estados organizadas por el movimiento 50-501. Los manifestantes se reunieron frente al Capitolio estatal para expresar su oposición a las políticas de Trump y a la contratación de Elon Musk para liderar el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. En Dallas, decenas de personas se congregaron frente al Ayuntamiento en una protesta organizada por el mismo movimiento, exigiendo el rechazo al Proyecto 2025 y defendiendo la democracia.

Estas manifestaciones no solo fueron una respuesta a las políticas migratorias de Trump, sino también una reafirmación de la identidad y dignidad de las comunidades latinas en Estados Unidos. La bandera mexicana, que ondeó en muchas de estas protestas, se convirtió en un símbolo de resistencia y unidad. En Ontario, California, más de 200 personas marcharon en apoyo de la comunidad inmigrante del Inland Empire, coreando "No nos vamos" y "Sí, se puede". La Inland Coalition for Immigrant Justice, organizadora de la marcha, denunció que la retórica de la administración Trump buscaba sembrar el miedo y la desconfianza entre la comunidad inmigrante.
La respuesta mexicana
Tras los hechos ocurridos en California, las repercusiones en México no se hicieron esperar. La tensión diplomática alcanzó su punto álgido cuando la presidenta Claudia Sheinbaum convocó a los miembros de su partido, Morena, a mantener una postura pacífica y evitar confrontaciones con Estados Unidos. En este contexto, la presidenta subrayó la necesidad de alejarse de la política en redes sociales y mantener el contacto con la ciudadanía. Esta llamada a la prudencia se produjo en medio de un creciente malestar entre los movimientos sociales mexicanos, que exigían una respuesta más contundente ante la violencia contra los mexicanos en el extranjero.

En respuesta a estas políticas, miles de migrantes optaron por permanecer en México, buscando regularizar su situación y establecerse en el país. La saturación de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) en Tapachula reflejó este fenómeno, con más de 20,000 migrantes solicitando refugio. Ante la falta de respuestas claras y la incertidumbre generada por las políticas estadounidenses, muchos migrantes decidieron formar caravanas para exigir asilo en México, reflejando su deseo de encontrar un lugar seguro y digno para vivir.
En este escenario, la frontera dejó de ser solo una línea divisoria entre dos naciones para convertirse en un espacio de resistencia y solidaridad. Las protestas en México, con banderas tricolores ondeando en plazas y universidades, simbolizaban una lucha compartida por la dignidad y los derechos de los migrantes. La narrativa oficial mexicana, que evitaba confrontaciones directas, contrastaba con la creciente presión desde las calles, donde se exigía una postura más firme y comprometida en defensa de los connacionales y de los migrantes que buscaban en México una nueva oportunidad.