Ideas

‘Hippies’ por unos días

El movimiento ‘hippie’ echó raíces medio siglo atrás en San Marcos Sierras, en el interior de Argentina. ¿Cuánto de esa cultura ha sobrevivido?

Daniel Domínguez, propietario del Museo Hippie de San Marcos Sierras, en Argentina. ÓSCAR BERMEO

Hacer cumbre en el Cerro de la Cruz se vive de distintas maneras. En la cima más alta que rodea a San Marcos Sierras, en la Argentina interior, una pareja de adultos entrados en edad alista el mate sobre una banca. Mirando hacia el pueblo, buscan descanso después de media hora de ascenso. A pocos metros, unos niños trepan la cruz blanca que afirma la etimología religiosa que nombra al lugar. Ensayan gritos al viento, esperando el eco. Atrás de ellos, como dando la espalda al barullo, una chica, sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, medita.   

Desde ahí, cien metros arriba de la superficie, puede verse todo el valle. Se identifica la amplia piscina del camping municipal, la calle principal Libertad, el río, la plaza Cacique Tulián, una antena que se instaló la década pasada para dar conectividad; pero el manto verde predomina. Pese al paso del tiempo, la naturaleza aún es la protagonista.

“Tratamos de mantener el ritmo distinto al de una ciudad”, señala Julieta Mijoevich, quien se radicó hace siete años en San Marcos, junto con Álvaro Balangero y sus dos hijas. Durante una década, la pareja visitó con asiduidad este paraje ubicado en las sierras cordobesas. Hasta que comprendieron que podían ser residentes. Dejaron Santa Fe y trasladaron sus sueños al norte de la provincia de Córdoba. Con sus tiempos laxos, San Marcos era el lugar donde podrían expandir sus horizontes.

Un sendero de tierra cubierto de árboles que se conectan desde ambos lados, da la sensación a los paseantes de estar sumergiéndose en un conducto verde hacia una dimensión desconocida. Entre estos ‘túneles vegetales’, como les llaman los locales, asoma la biblioteca que montaron Julieta y Álvaro bajo el nombre Siempre es Hoy (alusión directa a un disco solista de Gustavo Cerati, explican). Rodeado de vegetación, el establecimiento llama la atención con sus techos curvos, portones amarillos y hongos de cerámica en la entrada.

Una mujer y una niña pasean por uno de los senderos o 'túneles vegetales' de San Marcos Sierras. Ó.B.

En los estantes se mezclan libros de artes plásticas, pedagogía, textos infantiles, novelas, ensayos. La oferta es variada. A primera vista no hay una referencia bibliográfica explícita del hippismo, corriente cultural asociada a los pobladores de esta localidad.

Haber cambiado el asfalto por caminos de tierra, los bocinazos por el canto de las aves, no hace que la pareja se considere hippie. Con su autoexilio simplemente buscaban un mejor horizonte de vida. “Coincidimos en el respeto y cuidado a la naturaleza, la alimentación saludable y algo de la música, pero no nos sentimos dentro de la corriente hippie ni estéticamente ni ideológicamente”, dice Álvaro.

Símbolos y costumbres 

Uno de los responsables de reforzar esa identificación hippie en el imaginario popular es Daniel Domínguez, alias Peluca. Aparece en el umbral de su casa tras oír el ruido de una campana que se pega con la rama de un árbol, una especie de gong sanmarquino.

Hace más de dos décadas abrió ahí el que autodenomina el primer Museo Hippie del mundo. La sala de exposición fue construida en forma de hongo, en sintonía con las moradas de los primeros hippies que Peluca vio cuando llegó en 1977. Tras conocer en un artículo de la revista El Expreso Imaginario la existencia de un lugar donde la gente hacía vida comunitaria y se curaba con las plantas nativas, dejó Hurlingham, en la provincia de Buenos Aires, y partió hacia San Marcos, una comarca a tres horas de Córdoba capital. “Sobre todo, no había intervención militar”, dice Peluca, dando contexto a esos años de dura represión.

Unos años atrás se habían puesto las piedras fundacionales. En 1967, cuando el fenómeno hippie materializaba su alcance global, Pipo Lernoud (uno de los fundadores de El Expreso Imaginario), Mario Rabey y Hernán Pujó convocaron a la primera reunión del emergente movimiento contracultural en la plaza San Martín de Buenos Aires. Ese mismo año, Lernoud convencería a los próceres del rock local Tanguito y Miguel Abuelo para radicarse en las sierras cordobesas con el fin de conectar con la naturaleza. Encontraron un terreno próximo al río donde podían realizar labores agrícolas. Así empezaría el lazo histórico de estos parajes con el hippismo

Un grupo de mochileros conversa en la plaza Cacique Tulián de San Marcos Sierras. Ó.B.

En temporadas altas —los meses de vacaciones de verano e invierno— la principal ocupación de Peluca es el museo. Los artículos exhibidos nos hablan de una mirada elástica del concepto hippie. Los libros de los escritores beat Jack Kerouac y Allen Ginsberg, pioneros del movimiento, están acompañados por el documento del nombramiento docente de Eva Perón, una máquina de escribir Remington de 1930, un monedero de Grecia de inicios del siglo XX, discos de Beatles, Rolling Stones y la precursora del rock argentino Gabriela Parodi, afiches, cascos de soldado, guitarras y cuadros de artistas locales, entre otras piezas.

También hay un pequeño espacio para exhibir pipas y hojas de coca, insumos que Domínguez considera que ayudan a expandir la conciencia y los sentimientos. “La cocaína no tiene nada que ver con la movida hippie porque te cierra la cabeza y el corazón”, dice.

En otros momentos del año, Domínguez pone el foco en la agricultura. Los vecinos en la zona trabajan la tierra desde tiempos remotos. Quizás inspirados, más que en los hippies, en los hábitos de los comechingones, los habitantes originarios de la región, que aún tienen presencia activa. Muchos lugareños cultivan y cosechan pequeñas huertas para el autoconsumo. Algunos logran convertirse en pequeños y medianos productores de miel orgánica, café y mermeladas, aunque hoy el principal flujo de ingresos proviene de afuera. “San Marcos es el pueblo que más prensa hippie tiene en Argentina, pero se transformó en una villa turística”, anota Peluca.

Bañistas se refrescan en el río que atraviesa San Marcos Sierras. Ó.B.

Nuevos entornos

El impacto de la actividad turística es evidente. Decenas de letreros de hospedajes, restaurantes y comercios rodean las pocas cuadras que conforman el casco céntrico del pueblo. Hay opciones para todos los bolsillos. Lodges, cabañas, cuartos, campings, carpas. La variedad de oferta responde a la variedad de demanda.

Fredy Cafure, un excampeón nacional de tiro con arco, regenta un hospedaje próximo al río. Recuerda que algunas décadas atrás podía practicar en el amplio jardín trasero. El escenario actual no lo permite. La afluencia y el movimiento de personas aumentó, y estar lanzando flechas en el campo puede ser una actividad riesgosa. Tuvo que cambiar los planes. En buena parte del terreno verde ahora crecen paltas que varios de sus huéspedes se llevan como souvenirs.

A San Marcos los visitantes llegan en forma de grupos de jóvenes con guitarras de palo, parejas, familias con niños, jubilados, extranjeros intrépidos, mochileros solitarios, artistas callejeros. Algunos llegan en casas rodantes. Como la familia viajera que bajo el slogan Soñar, Oír, Vivir recorre desde hace cuatro años diversos rincones del país en una casilla. La última temporada hicieron base en este pueblo, ofreciendo artesanías en las ferias. Mientras la madre ensaya una base percutiva golpeando un hang —instrumento de metal en forma de platillo volador—, el padre y la hija juegan a la espera de algún comprador. Algunos los señalan como unos verdaderos hippies. Como a aquellos que no se dejan ver. Los más viejos dicen que todavía existen personas haciendo vida comunitaria real camuflados en el bosque, lejos de los ojos de los turistas.

Familia viajera con su casa rodante en San Marcos Sierras. Ó.B.

En las motorhome también llegan excursionistas como Rubén y Marcela, oficinistas públicos del sur santafesino cercanos a la jubilación. Aprovechan sus vacaciones montando su casa móvil en un camping. Agradecen que aquí pueden hacer retumbar su parlante con cumbias de Los Palmeras. “En un camping de Cosquín [otra localidad de las sierras cordobesas] nos pidieron que lo apagagáramos”, cuentan.

El ruido de estos primeros meses del año dista mucho de la postal costumbrista que dejó Pájaro loco de Lucas Demare, la primera película rodada en San Marcos. En clave de comedia, este filme de 1971 cuenta la historia de un recóndito pueblo revolucionado por la posible instalación de un casino. En sus imágenes, cierta silvestría que ya no está nos marca lo que era una comunidad que rozaba los 400 habitantes.

Tres décadas después, en 2010, llegó una segunda representación cinematográfica: Pájaros volando, una desopilante comedia de ciencia ficción dirigida por Néstor Montalbano en la que la alusión a la cultura hippie es explícita. En la cinta, una comunidad hippie busca contacto extraterrestre. La producción suma así la impronta de Capilla del Monte, localidad vecina que forjó su identidad en los avistamientos y experiencias sobrenaturales.

Estos imaginarios se reproducen en las propagandas turísticas de cada localidad y en los discursos mediáticos con regular insistencia. Puede que los visitantes lleguen a las sierras cordobesas buscando alguna de estas postales. O quizás no. Puede que sólo busquen una interrupción relajante a su rutina citadina. Aún sin pretensiones contraculturales, la conexión sanmarquina inicia mojando los pies en el río. De eso se trata. Sentirse hippie por algunos días.

Periodista. Corresponsal de El Comercio en Argentina. Colaborador de medios como Mongabay Soho. Codirector del documental Prueba de fondo (2018).