La prosa presa

La dictadura argentina sometió a los presos políticos al aislamiento. Pero internos como Fernando Reati lograron enviar cartas al exterior de forma clandestina.

La prosa presa. ELENA CANTÓN/FOTOS: KARSTEN WINEGEAR Y PEDRO FIGUERAS
La prosa presa. ELENA CANTÓN/FOTOS: KARSTEN WINEGEAR Y PEDRO FIGUERAS

Unidad Penitenciaria 1 (UP1) de Córdoba, Argentina. Año 1976. Comienzo de la dictadura militar de Videla.

Por orden del comandante del III Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, los presos políticos de esa institución carcelaria (y de otras repartidas por el territorio) están sometidos a la incomunicación total. Una medida que se prolongará tres años.

Los internos no pueden recibir visitas —a excepción de una hora en Navidad—, ni información de sus causas penales. Tampoco saber nada sobre sus familias, cartearse, ni acceder a medios de comunicación convencionales como revistas, televisión o radio.

Fernando “Peti” Reati es un preso político del pabellón 9 de la UP1 que pelea contra esa situación de aislamiento. Esta vez confía en el silencio que tanto odia. Su oído entrenado descansa en ese cómplice inesperado y terrible. No le queda otra. Aprovecha la oscuridad de la noche para, con una habilidad casi artesanal, despegar muy lentamente el aluminio de una cajetilla de cigarrillos con el fin de utilizar el papel, que se va a transformar en una carta.

Aturdido de tanto veneno de mutismo, escribe en ese papel casi transparente. Tiene miedo y tiene culpa. ¿Hasta dónde puede llegar la carta? ¿Serán amigos o enemigos los ojos que lean?

Fernando recuerda que no hace mucho, otro interno llamado René Moukarzel había aparecido estacado desnudo en el patio de la enfermería, congelado de frío en una durísima noche de invierno, por mandar una carta y pedir un sobre de sal.

Pero Fernando no se detiene: empieza a contar. Y cuenta todo. Con detalles, con pausas, con denuncias. “El mundo tiene que saber lo que pasa en la UP1”, escribe, sin esperar que realmente esa aseveración llegue al mundo. Y eso lo vuelve aún más valiente.

Fernando comparte celda con su hermano Eugenio, encarcelado, como él por pertenecer a la militancia estudiantil. Son dos de los muchos internos de la UP1, que, en la madrugada, encuentran diferentes maneras de romper las mordazas del silencio, escribiendo en telas, papel higiénico, envolturas de cigarrillos y cualquier otro material a su alcance.

El destinatario de las cartas de los hermanos Reati es su hermano mayor Gustavo, que está en libertad y luego mandará las misivas a Madrid, donde se encuentran sus padres exiliados.

Años después, la mamá les contará a sus hijos que, en la noche, el padre trascribía las cartas en máquina de escribir. Algo que posibilitó su posterior publicación.

Foto policial de Fernando Reati después de ser arrestado. CORTESÍA
Foto policial de Fernando Reati después de ser arrestado. CORTESÍA

“Contar y no contar”

“Jamás pensamos que estas cartas podían trascender. La idea era solo el aquí y el ahora. En ese momento solo podíamos pensar en sobrevivir y en resolver lo inmediato; pedir medicinas, jabón, alimentos y saber cómo estaba la familia. ¿Cómo vamos a pensar en otra cosa, si no sabíamos si nos iban a matar al otro día?”, cuenta a COOLT Fernando, quien ha recopilado una sesentena de aquellos textos escritos en la clandestinidad en el libro Filosofía de la incomunicación (Eduvim, 2021).

El antiguo preso político —que actualmente es profesor emérito de la Georgia State University especializado en literatura argentina, memoria y derechos humanos— recuerda ese difícil equilibrio entre “contar y no contar”. No solo para no preocupar a la familia con detalles dolorosos, sino porque sabía que si las cartas eran interceptadas corrían peligro tanto el emisor como el receptor.

De igual modo, hoy se reconoce “más valiente de lo que creía” a la hora de denunciar. “Yo salí con la idea de que era muy cobarde. Tenía mucho miedo de lo que me podía pasar a mi o a mi familia. Y, cuando releo las cartas, me encuentro con una cantidad enorme de denuncias, contra los militares, contra el personal de guardia, contra los médicos y contra la policía”.

Cuando se le pregunta el por qué arriesgar su vida y la de los suyos con las cartas, Fernando responde: “Hay una necesidad humana universal que es la comunicación. Y que va más allá de la necesidad lógica de sobrevivir”.

Un impulso que nace también de la necesidad de poetizar experiencias: “Las primeras cartas eran para pedir lo más básico: alimento, jabón y ropa; pero a medida que los mecanismos de comunicación se fueron perfeccionando, nos empezamos a encontrar escribiendo desde otro lado. Apareció una mirada más literaria. Algunos empezaron a escribir poesía, cuentos, relatos, filosofía”.

Las cartas tomaron así otro vuelo más interesante. “Descubrimos que en la naturaleza humana también hay una necesidad de hacer narrativa de lo que te pasa”, resume.

“La Paloma” de la libertad

El sistema de comunicación utilizado por Fernando Reati y sus compañeros de prisión era conocido con el nombre de “La Paloma”.

Los presos sometidos al régimen de aislamiento escribían sus cartas en pequeños trozos de papel en el mejor de los casos. Si no, recurrían a cualquier otro material que se prestara a plasmar unas líneas. Si alguien conseguía un bolígrafo, lo compartía con toda la celda. Si no, una opción habitual era una mina de lápiz incrustada en las uñas. 

Carta escrita por Eugenio Reati en papel higiénico. CORTESÍA
Carta escrita por Eugenio Reati en papel higiénico. CORTESÍA

Reati y sus compañeros ocultaban sus cartas en pequeños envoltorios (“caramelos”, en la jerga carcelaria) que luego enviaban al pabellón de presos comunes. Lo hacían a través de sogas fabricadas con hilos de toalla trenzados, ganchos y contrapesos que atravesaban el patio en la noche. “Tuvimos suerte con la arquitectura de la cárcel, porque los pabellones estábamos enfrentados en diagonal, y eso posibilitaba la comunicación”, recuerda Reati.

Después, los presos comunes entregaban las misivas a sus mujeres durante las visitas higiénicas. Estas lo escondían en sus cuerpos hasta salir de prisión, y luego  buscaban a los destinatarios finales.

“Cuando escribías las cartas, confiabas en un montón de seres anónimos; si llegaban a las manos incorrectas, nuestras vidas corrían riesgo”, dice Reati.

De hecho, una vez, su hermano mayor fue detenido e interrogado por tráfico de cartas junto a otros familiares de presos. Fue uno de los momentos más angustiantes vividos en la UP1. “Nos asustamos mucho y pensamos lo peor”, recuerda Fernando, que todavía hoy arrastra sentimiento de culpa por ese episodio. “Él era biólogo, apolítico, casado con una mujer de una familia conservadora de Córdoba, que siempre se opuso a nuestra actividad militante”.

Viajar en cartas

El camino de las cartas no era unidireccional: también había misivas que ingresaban al penal desde el exterior. Como las de los padres de los hermanos Reati, enviadas desde Madrid, que suponían un soplo de libertad para los internos de la UP1.

“Las cartas de mis padres desde España eran muy populares. Ellos nos contaban de sus viajes y los lugares que recorrían, y nosotros las leíamos en voz alta. Se transformaron en una manera de viajar para todos”, dice Fernando. “Después, nos enteramos de que la pasaron horrible como exiliados políticos, llenos de miedo y angustia, pero ellos lo disimularon”.

Con sus relatos, los padres de los hermanos Reati llenaron de imágenes y paisajes lejanos las celdas de la cárcel: “Imaginábamos lo que podría ser la vida fuera de esas paredes. Era un momento de mucha alegría compartida”.

El trabajo de recopilación

En 2003, Fernando pudo recuperar las cartas que había escrito desde la cárcel. “Nosotros dábamos por sentado que se destruían. Ni nos imaginábamos que había copias. Cuando mis padres volvieron de España se las trajeron con ellos”, explica.

Fernando recibió de su madre una carpeta forrada. En cada hoja había un folio, donde estaba la carta original prolijamente doblada y una copia a máquina hecha desde el exilio. “Yo jamás las pude releer. Tal como me las entregaron, las llevé a la Biblioteca Nacional para donarlas”.

Pero por su camino se cruzó Paula Simón, investigadora de la Universidad Nacional de Cuyo, quien le pidió ver las cartas antes de que las donara. Ella le hizo ver que el material tenía valor histórico. Ahí comenzó una labor de investigación conjunta que terminó con la recuperación de más de medio centenar de escritos de 36 autores distintos, recopilados en el libro Filosofía de la incomunicación.

Un trabajo que Fernando percibe como un triunfo: “Que el libro se publique es una evidencia de que la sociedad argentina tiene sed de saber qué pasó. Ahí es cuando uno ve que no pudieron silenciar nuestras voces”.

Fernando Reati (derecha), en una visita a la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba. CORTESÍA
Fernando Reati (derecha), en una visita a la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba. CORTESÍA

Pese a que reconoce que su generación “fue vencida” en su momento por la dictadura, Reati cree que las cartas recopiladas demuestran que “hay una parte del espíritu humano que siempre sobrevive a todo”. Esos textos no solo sobrevivieron gracias a él y sus compañeros de prisión, sino también a una cadena de personas que, sin conocerse, estaban dispuestas a arriesgarse por vivir en un mundo mejor.

Fernando ilustra esa última idea con una anécdota:

“Una vez mi papá fue al Correo Central de Madrid, a llevar un telegrama para el ministro del Interior de Argentina, el general Albano Harguindeguy, pidiendo información de nuestra situación. Cuando el empleado de Correos leyó el texto del telegrama, dijo: ‘Señor, esto nosotros no lo vamos cobrar, lo vamos a mandar libre de cargo’. Ese empleado seguro ya murió, pero no sabe cuánto nos ayudó. Para mí esa anécdota es el símbolo de todos los que ayudaron en este camino. Decenas de personas arriesgaban la vida por otros, a los que no conocían, solo porque era necesario hacerlo. Siempre agradezco a la cantidad de seres anónimos que ayudaron de una forma u otra”.

Periodista. Ha colaborado en medios como Vice, Noisey, Página 12, Infobae Rock.com.

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