La fiebre del tesoro enterrado

Cazadores de 'plata yvyguy' en Paraguay siguen las huellas de un país marcado por la Guerra de la Triple Alianza. La frontera entre mito y realidad emerge en cada excavación.

La tierra roja de Paraguay, donde mito y memoria conviven con la búsqueda de la 'plata yvyguy'. MINISTERIO DE TURISMO
La tierra roja de Paraguay, donde mito y memoria conviven con la búsqueda de la 'plata yvyguy'. MINISTERIO DE TURISMO

Las guerras en Latinoamérica no suelen tener mucha visibilidad, mucho menos aquellas que marcaron, como gustan decir algunos historiadores, con “sangre” la historia y el presente de nuestro continente. Hubo guerras, muchas guerras: la del Chaco, la del Pacífico, la guerra por las fronteras. Y tal vez la más cruenta de todas: la Guerra de la Triple Alianza, cuya finalización ocurrió hace más de 150 años.

Resumir, en los caracteres de un artículo periodístico, una guerra tan compleja como la que llevaron adelante Uruguay, Argentina y Brasil —apoyados por Inglaterra— para derrocar al dictador paraguayo Francisco Solano López, sería arbitrario. Los historiadores que dedicaron su vida a entender los bemoles de ese conflicto, que movilizó legiones de soldados, reclutó gauchos perezosos y permitió que presidentes, desde sus carpas de combate, tuvieran tiempo para traducir versos de la Divina Comedia, suelen coincidir en los motivos económicos de la Gran Guerra: frente al inminente desarrollo industrial del Paraguay y ante el imperio marítimo e industrial británico, tres naciones se unieron para destruir el futuro económico de un país.

Según el historiador argentino Felipe Pigna: “Hasta 1865, el gobierno paraguayo, bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, construyó astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y líneas telegráficas. La mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía además una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. El Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa, porque le bastaban sus recursos”.

Después de 1870, con el triunfo de la Triple Alianza sobre Paraguay, el pueblo paraguayo sufrió las penurias históricas de una guerra sangrienta cuyas secuelas persisten hasta hoy en el imaginario popular. La memoria de un pasado glorioso, de una clase alta pudiente y fastuosa, fue tomando ribetes fantásticos y sincréticos con la cultura guaraní como una teoría del iceberg derretido: la pobreza que hay sobre la superficie no es otra cosa que la contracara en oro que oculta bajo su tierra de color rojo.

Prisioneros paraguayos al inicio de la Guerra de la Triple Alianza, alrededor de 1865, custodiados por soldados brasileño. BATE & CIA / CC
Prisioneros paraguayos al inicio de la Guerra de la Triple Alianza, alrededor de 1865, custodiados por soldados brasileños. BATE & CIA / CC

El historiador paraguayo Claudio Velázquez Llano escribió un artículo titulado ¿Mito o realidad?, en el que retrata la historia de Elisa Lynch. Exiliada en París en 1874, Lynch informó a las autoridades sobre supuestos tesoros: piñas de oro, diamantes, cuadros y muebles de ébano que, en apariencia, habrían pertenecido al mismísimo Francisco Solano López, muerto en combate a los 42 años a orillas del arroyo Aquidabán Nigüi.

—El tema de la plata yvyguy, como se dice en guaraní, el mito de la “plata de entierro”, es una especie de metáfora que une distintos aspectos de la historia y de la espiritualidad guaraní: guaraní paraguaya, guaraní mestiza, pero también guaraní indígena —dice Mario Castells.

Escritor nacido en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, Castells viene de una familia de origen paraguayo. Autor de libros importantes como Rafael Barrett: el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (junto a Carlos Castells, 2010), Fiscal de sangre (2011), El mosto y la queresa (2012) y Diario de un albañil (2021), entre otros, su literatura habita un margen: entre la lengua guaraní y la rioplatense. El mundo que invoca Castells en sus cuentos, novelas y poesía es el del migrante paraguayo, cuya afluencia se incrementó durante la dictadura de Alfredo Stroessner, que se perpetuó en el poder durante 35 años, hasta el 3 de febrero de 1989.

Plata yvyguy significa en guaraní “tesoro enterrado”. Castells explica cómo el imaginario cultural paraguayo se acrecentó con esa ilusión de los supuestos tesoros enterrados en las inmediaciones de las ciudades. Mientras las tropas de la Triple Alianza avanzaban sobre el territorio paraguayo, las clases altas se veían obligadas a desplazarse hacia las estaciones de tren, a las riberas de los ríos. Y, para aligerar la carga, debían desprenderse de sus pertenencias; quien se desplaza, viaja con lo que tiene. Así nació la idea de que habían enterrado cuadros, piñas de oro macizo, literalmente cofres llenos de oro, con la esperanza de recuperarlos cuando Paraguay volviera a ser un país próspero.

—Muchas de esas personas después morían en la guerra, por hambre, por enfermedad, por lo que fuera… y se dice, en la vernácula, que quedaban como atados a sus tesoros, a sus pertenencias enterradas. Entonces, después de la guerra, se armó, y hasta hoy sigue, una especie de fiebre de cacería de tesoros.

Un buscador con un detector, equipos que se alquilan y con los que se organizan excavaciones en busca de la plata yvyguy.
Un buscador con un detector, tecnología que se alquila y con los que se organizan excavaciones en busca de la 'plata yvyguy'.

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Sobre la calle Dr. Francisco Frizolla, en pleno centro de Asunción, capital de Paraguay, hay un local a la calle llamado, sin eufemismos, Detector de Tesoros. En su interior se venden todo tipo de equipamientos: reguladores digitales, localizadores a distancia y hasta bateas especiales para lavar pepitas de oro. Las imágenes en su sitio web combinan dos imaginarios distintos: el de los tesoros locales y el de una fantasía de aventuras, como sacadas de una revista especializada.

—Hay gente que incluso empezaba a dedicarse exclusivamente a eso, ¿no? A buscar todo el tiempo, a hacer pozos donde fuera, porque había ciertas señales que indicaban que podía haber un tesoro acá, otro allá. Todo muy vinculado a lo espiritual, a la cultura espiritual del paraguayo —dice Castells.

En 2017, un cazador de oro a tiempo completo llamado Juan Alberto Díaz consiguió una ordenanza municipal en la ciudad de Capiatá para hacer un pozo de más de veinte metros de profundidad en la plaza central del pueblo. Díaz se sumaba así a una fiebre que en los últimos años no ha dejado de escalar: oficiales de alto rango del ejército, alcaldes, el hermano de un presidente, arquitectos, médicos y empleados por igual, guiados por clarividentes y rabdomantes, han planeado expediciones y barrido sitios con detectores de metales.

Díaz ya lo había intentado antes: en 2013, convenció al entonces alcalde de Capiatá para realizar otra excavación en pleno centro. Contrataron excavadoras y trabajaron durante tres meses con fondos estatales. Díaz aseguraba que, en ese punto exacto, debajo de la tierra roja y el calor fulgurante de ese rincón paraguayo, había más de 13 toneladas de oro en forma de lingotes.

Otro caso, que también recorrió los medios de todo el país, ocurrió en 2006: un juez de la Corte Suprema y un general del ejército fueron convencidos por un dentista que aseguraba tener un mapa con la ubicación de un tesoro oculto en el centro de Asunción. El entonces alcalde de la ciudad, Enrique Riera, les otorgó el permiso municipal con una condición: lo que encontraran debía ser donado a la ciudad.

En 2014, tres hombres murieron en una excavación que superó la profundidad permitida: terminaron sepultados bajo un alud de tierra.

Hay también buscadores personales, como Osvaldo Moreno, un jubilado de sesenta años que se compró su propio equipo de detectores y trabaja para familias que lo contratan. Explora jardines, viaja a las afueras de las ciudades y pasa tiempo con hombres y mujeres que esperan encontrar un tesoro que los saque de la miseria.

—A veces encontramos cosas —dice Moreno, por teléfono—. Alguna pepita, un cofre, cartas. Muchas cosas que quedaron con la guerra. Hay muchos objetos ahí, enterrados. La gente ni se imagina la cantidad de oro que hay bajo nuestra ciudad. Porque nuestra ciudad fue próspera, la mejor de todo el Cono Sur.

Excavación en Capiatá en 2013, liderada por Juan Alberto Díaz, quien aseguraba la existencia de toneladas de 'plata yvyguy' bajo tierra.
Excavación en Capiatá, liderada por Juan Alberto Díaz, quien aseguraba la existencia de toneladas de 'plata yvyguy' bajo tierra.

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Ana Rosa Lluis O’Hara insiste en marcar una diferencia. No es lo mismo el oro guaraní que la plata yvyguy; son dos cosas completamente distintas. Arquitecta y urbanista, trabajó durante muchos años en la Oficina de Patrimonio. Ejerció su puesto en una época crítica: todo el mundo estaba desenterrando tesoros, haciendo pozos en las inmediaciones, falsificando permisos para llevar adelante excavaciones.

—Este tema mueve mucho a la población, le interesa a la población. Porque, ¿quién no querría encontrar en su terreno un cofre lleno de joyas, verdad? Pero Paraguay está lleno de leyendas y de fantasías. El 80% de lo que te digan sobre Paraguay es fantasía.

Arriesga una cifra: solo el 2% de la población paraguaya es muy rica. Son familias vinculadas al poder, dueñas de la mayoría de la tierra, que la destinan a la industria agroganadera y al boom de la soja. En los últimos años, el desmonte ha avanzado y la quema del monte autóctono ha dejado al país con cada vez menos territorio salvaje. Las poblaciones indígenas se desplazan hacia las ciudades, acrecentando los sincretismos fabulosos: historias míticas y leyendas guaraníes y de otras etnias se mezclan en ese 98% restante de la población que vive en condiciones de pobreza.

Muchos optan por migrar a Buenos Aires, adonde viajan hombres que trabajan en la construcción y mujeres que ocupan puestos como empleadas domésticas, enfermeras o cuidadoras en residencias de adultos mayores.

Lluis O’Hara recuerda que, durante su paso por el Ministerio de Patrimonio, muchas familias donaron parte de sus bienes. Pero también que las búsquedas de tesoros o de objetos del pasado están íntimamente ligadas al tráfico de piezas patrimoniales. Según cuenta, los puntos más codiciados por los saqueadores son las antiguas estaciones de tren.

—En aquellos años, la gente se trasladaba en tren. Entonces, se cree que, antes de bajar, hacían un pozo cerca de la estación y enterraban sus pertenencias. Las estaciones son víctimas frecuentes de este tipo de saqueos —dice Lluis O’Hara.

Solía recibir llamados de vecinos que alertaban: “Arquitecta, entramos a la estación y encontramos un pozo”.

—Las joyas son patrimonio porque pertenecieron a personas. No son recursos de la tierra. No salieron de una mina ni de una capa geológica: el pasado es patrimonio. Saquear el pasado es lo peor que podemos hacer en el presente. Porque es una forma de repetirlo.

Cineasta, periodista y escritor. Ha dirigido los documentales, Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2014, Premio Argentores) y El volcán adorado (2018). Es autor del libro de cuentos Bailando con los osos (2013) y del ensayo Una isla artificial: crónicas sobre japoneses en la Argentina (2019). Su último libro, coescrito con Damián Huergo, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), premiado por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina.

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