Sobrevivir bajo láminas de zinc

Costa Rica es conocida como la Suiza centroamericana, el país de la “pura vida”. Pero otra realidad se esconde en los suburbios de su capital, San José.

Casas en el barrio de Pueblo Nuevo, en San José, Costa Rica. LUIS BRUZÓN DELGADO
Casas en el barrio de Pueblo Nuevo, en San José, Costa Rica. LUIS BRUZÓN DELGADO

Una calle alargada hacia el oeste en la capital de Costa Rica. Tráfico incesante, incluso en tiempos de pandemia. El paisaje urbano cambia paulatinamente. En pocos metros, quedan atrás las lujosas casas y edificios del barrio de Rohrmoser, sede de varias embajadas. Nos hemos adentrado en el corazón del distrito de Pavas.

Los barrios hacinados se suceden en esta parte de San José. El paisaje lo forman casas bajas de tejados con láminas de zinc oxidadas y amasijos de cables enredados en lo alto de los postes. Una vía de tren cruza la calle, marcando una frontera hacia una realidad muy distinta a la que idílicamente ofrece el país de la “pura vida”. Una realidad que se extiende densamente por otros sectores del Gran Área Metropolitana, la cual une la capital con otras ciudades como Alajuela y Heredia. Una Costa Rica en la que proliferan problemas comunes a otros países de Centroamérica. Son esas lacras atávicas de los bolsones de pobreza que eufemísticamente algunos llaman “poblaciones en situación de riesgo social”.

Kathya Salazar tiene 46 años. Nos recibe en la entrada de una calle angosta, cercana a la línea del tren, que se abre paso entre montones de basura y un arroyo de aguas negras en las que un perro busca algún resto de comida. Es la puerta del barrio de Pueblo Nuevo, una pequeña pieza en el rompecabezas que forman los asentamientos urbanos del distrito de Pavas.

Meter el coche en ese pequeño laberinto de callejuelas es arriesgado. Circular se hace difícil, sobre todo si viene otro vehículo en sentido contrario. Casi todas las viviendas están enrejadas, con alambres de púas en lo alto de las vallas que las separan unas de otras. Nuestro avance se cruza con el paso de un vendedor ambulante de frutas y la mirada de algún transeúnte que sugiere displicencia hacia el visitante. Pero ir junto a Kathya infunde seguridad. Ella es conocida y respetada. Si bien ha sido y sigue siendo víctima de los problemas que agobian a Pueblo Nuevo, se ha convertido en lideresa de la comunidad.

Desde la ventanilla del vehículo se aprecia el ambiente sórdido en el abigarrado conjunto de cemento y zinc. Grupos de jóvenes se arremolinan en círculos en los que prolifera el tráfico de drogas. Otros están sentados en la calle, esperando el momento de conseguir su dosis clandestina para subsistir un día más. Kathia habla del sufrimiento que le supone ver día a día a estos jóvenes sin futuro. Su propio hijo, Bryan, está preso en la cárcel de La Reforma a unos 20 kilómetros de allí. Cumple una condena por tráfico de drogas. Además, tiene un juicio pendiente por protagonizar una refriega con armas en una redada policial. Bryan tiene 29 años y fue fruto de una violación cometida por el primo de Kathya, cuando ésta era una adolescente.

Kathia Salazar, en las vías de tren que cruzan el barrio de Pueblo Nuevo de San José. LUIS BRUZÓN
Kathya Salazar, en las vías de tren que cruzan el barrio de Pueblo Nuevo de San José, Costa Rica. LUIS BRUZÓN

Las mujeres, las más vulnerables

El abuso sexual que sufren las mujeres es uno de los tantos problemas que convierten a Pueblo Nuevo en un barrio hostil. Un lugar en el que ni el entorno doméstico ofrece respiro, ya que el hacinamiento es norma en las viviendas del barrio, que pueden alojar hasta a 20 personas.

En su casa, Kathya convive con una docena de familiares, dos de los cuales necesitan atención especial por discapacidad. Un estrecho pasillo con ropa tendida a los lados conduce a una especie de sala que se convierte en dormitorio por la noche, con colchones en el suelo para varios niños y adultos. En otras pequeñas dependencias sin ventilación se han instalado camas a modo de literas. La minúscula cocina no cuenta con ventana al exterior ni sistema de extracción de humos. Los enchufes están desprendidos de la pared. Un peligro para que se produzca algún cortocircuito. “Por eso hay tantos incendios y si se quema una casa, se queman las demás. El barrio es como una caja de fósforos”, dice  Kathia.

El confinamiento por la covid-19 en esas condiciones de sobrepoblación ha sido un infierno. Y la mayoría ni siquiera se ha planteado la reclusión. “Aquí se vive día a día”, dice Kathya, quien no encuentra la respuesta a cómo conseguir el sustento encerrado en casa. “En Pueblo Nuevo y los barrios de Pavas es imposible”. Aquí llegan muchos inmigrantes nicaragüenses que se alojan en cuarterías (inmuebles con habitaciones que alquilan a bajo costo), pero solo llegan a dormir. Durante el día, trabajan en lo que pueden para sobrevivir y enviar dinero a sus familias.

El círculo vicioso de la pobreza

Las difíciles condiciones de habitabilidad de Pueblo Nuevo propiciaron que los contagios por coronavirus crecieran rápidamente. Y la cobertura de salud para sus pobladores es insuficiente, porque muchas personas, por la falta de trabajo, no pueden pagar ni siquiera el seguro voluntario que les permita acceder a la atención básica.

El círculo vicioso se reproduce como las cucharachas que pululan por el barrio y que se cuelan por las mismas rendijas por las que el agua hace estragos cuando llegan los aguaceros en la época lluviosa: las inundaciones son frecuentes y las correntadas arrastran la basura, esparciéndola por toda la comunidad. El camión recolector de los residuos no puede acceder a todos los rincones, por lo angosto de las calles y la baja altura de los cables.

Un perro bebe de un arroyo en el barrio de Pueblo Nuevo. LUIS BRUZÓN
Un perro en un arroyo en el barrio de Pueblo Nuevo. LUIS BRUZÓN

El resto de servicios estatales, en sus diferentes niveles de Gobierno, nacional o municipal, tampoco llega de forma eficaz a asentamientos como Pueblo Nuevo. Ni siquiera la policía tiene control sobre un territorio dominado por las pandillas juveniles. “Cuando llegan, solo vienen a hacer redadas”, dice Kathia.

Las pandillas aquí no alcanzan el grado de control territorial de otros países de la región, en los que las maras han establecido un auténtico régimen de terror. Pero no cualquiera puede entrar en barrios como Pueblo Nuevo. “Y si eres parte de la comunidad, te expones al cobro de un monto, en función de la actividad que realices”, dice Kathya. Es una extorsión que limita mucho los pocos ingresos de la mayoría de estas personas. Le ocurrió a su actual pareja, un “pirata” o taxista sin licencia, quien, debido a las extorsiones, tuvo que renunciar a su trabajo y ahora se gana la vida vendiendo queso y otros alimentos.

El trabajo informal y la falta de empleo llevan a muchos a cometer actos ilícitos para acceder a servicios básicos. Es habitual conectarse de forma ilegal a la señal de la luz eléctrica o a internet para que los más pequeños puedan seguir las clases de forma virtual. La otra opción es pedir préstamos a personas de por allí, muchos de los cuales se han organizado en mafias que exigen a cambio intereses imposibles de pagar. Aún así, los incautos caen en la trampa. Buena parte de estas historias acaba en asesinato.

Margen para la esperanza

Por eso, la comunidad, a pesar de los enormes problemas que la afligen, está organizada. Y Kathya es una figura esencial, no solo por el trabajo que realiza, sino por la motivación y espíritu positivo que imprime. La palabra “esperanza” es frecuente en su vocabulario. El apoyo a otras mujeres es una de sus tareas. La mayoría son madres solteras, con hijos a su cargo, que a menudo no reciben ninguna pensión por parte del padre, ni cualquier otra ayuda económica. Algunas se dedican a labores domésticas en casas más adineradas; otras, a ventas informales; otras a la prostitución… Kathya recibe a todas ellas para atender sus necesidades y ver de qué manera pueden encontrar caminos para una vida mejor. Las más afortunadas han logrado arrancar algún emprendimiento, de cocina o de costura, por ejemplo.

El sueño de una vida mejor en Pueblo Nuevo no sería posible sin el apoyo de la organización para la que Kathya trabaja. Es Fundamentes, una ONG costarricense que trata de “escribir una nueva historia en los habitantes de estos barrios”, como señala su director ejecutivo, Carlos Umaña.

En Pueblo Nuevo, Fundamentes cuenta con un centro de atención para la niñez y la adolescencia llamado Casa Saint-Exupéry. Ahí la ONG desarrolla dinámicas pedagógicas y talleres de prevención para menores en situación de vulnerablidad social en torno a tres ejes: educativo, creativo y clínico.

Taller infantil en la Casa Saint-Exupéry de la ONG Fundamentes, en Barrio Nuevo. LUIS BRUZÓN
Taller infantil en la Casa Saint-Exupéry de la ONG Fundamentes, en el barrio de Pueblo Nuevo. LUIS BRUZÓN

Bajo la mascarilla de tela se adivina la sonrisa de una niña de ojos negros, que muestra el dibujo que ha esbozado con lápices de colores. Mientras, sus compañeros trabajan en robótica o reciben nociones de cocina y alimentación saludable, en el marco de una metodología de intervención pedagógica llamada EscuchARTE. La escucha y la creatividad se unen para que esos niños y niñas, hijos de personas en situación de pobreza o, incluso, de privación de libertad, puedan hablar sobre lo que les duele. “El solo hecho de que puedan pasar del dolor a la palabra, ya es un logro”, dice Adriana Solera, la psicóloga y directora del centro.

Kathya trabaja para Fundamentes acondicionando la Casa Saint-Exupéry y preparando la comida para quienes reciben atención. “Para mí esto es mucho más que un trabajo. Amo poder ayudar para que los jóvenes no lleguen a donde está mi hijo. No podemos salvar a todos, pero aquí echamos una mano para que sientan que alguien está cerca”, dice . “Esta es la mejor expresión de que un cambio es posible. Siempre hay una luz en el camino a pesar de las necesidades que tenemos. No agotamos esa luz y por eso trabajamos, por un mundo mejor”

Kathya deja caer unas lágrimas; las escorrentías de aguas negras siguen fluyendo junto a las vías del tren. Sobrevivir es la meta diaria en el asentamiento. Y sobreponerse a la angustia de tanta necesidad, una quimera que reflejan los grafitis extendidos en el muro que acompaña la vía del tren. En ninguno de ellos aparece el lema “pura vida”, pero en sus mensajes se intuye la esperanza de un pueblo nuevo, capaz de reconstruir su historia. Junto a los restos de una bicicleta abandonada y oxidada, se puede leer: “A cada final, invéntale un principio”.

Kathia Salazar, en la Casa Saint-Exupéry, centro de la ONG Fundamentes en Pueblo Nuevo. LUIS BRUZÓN
Kathya Salazar, en la Casa Saint-Exupéry, centro de la ONG Fundamentes en el barrio de Pueblo Nuevo. LUIS BRUZÓN

 

Periodista y realizador audiovisual, con especialidad en etnografía y desarrollo. Ha trabajado en medios como la Agencia EFE y en instituciones de cooperación internacional. Autor de diversos libros y documentales sobre la realidad social y cultural de Centroamérica.

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