Fue un hallazgo de película y ha dado mucho de qué hablar. La localización de un cuadro saqueado por los nazis y perdido durante ocho décadas ha devuelto a la opinión pública el debate sobre las obras de arte a las que se les perdió la pista durante la Segunda Guerra Mundial y que podrían encontrarse en Sudamérica.
El lienzo Retrato de una dama, del pintor italiano Giuseppe Ghislandi (1655-1743), estuvo en paradero desconocido desde 1940 hasta septiembre de 2025, cuando unos periodistas holandeses lo descubrieron colgado en el salón de la hija de un jerarca nazi en Argentina.
Lo más curioso es cómo se dio el descubrimiento. Todo comenzó cuando reporteros del diario Algemeen Dagblad buscaban información sobre Friedrich Kadgien, un operador económico clave del Tercer Reich, calificado como una “serpiente” por los investigadores aliados y considerado como la mano derecha de Hermann Göring, segunda autoridad del Gobierno alemán de la época.
Los investigadores tenían solo algunas certezas. Sabían que Kadgien, señalado como un “mago de las finanzas”, muy hábil a la hora de canalizar dinero de cualquier fuente a las arcas de Adolf Hitler, transformando en efectivo los bienes expropiados a los judíos, había huido primero a Suiza tras finalizar la guerra. No fue perseguido con prioridad debido a que sus delitos no eran de sangre.
Después, saben también que permaneció unos años en Brasil, llegando a comprar grandes terrenos en Mato Grosso y que finalmente se estableció en Argentina, en las afueras de Buenos Aires, donde se volvió a casar con una alemana. Tuvo dos hijas y murió en 1978, cuando Patricia, la protagonista contemporánea de la historia, tenía 13 años, después de enviudar por segunda vez.
Sospechaban, por documentos, que Kadgien tenía en su posesión la obra. Retrato de una dama fue propiedad antes de julio de 1940 del neerlandés Jacques Goudstikker, un marchante de arte judío que murió al caerse en un barco cuando intentaba escapar de Europa. Los nazis se hicieron con su colección de más de 1.000 obras de arte, probablemente mediante una venta forzada por un precio irrisorio, una táctica de saqueo utilizada con recurrencia en el Tercer Reich. Después de finalizar la guerra, sus sucesores, establecidos en Estados Unidos, se lanzaron a recuperar las pinturas.
Los periodistas holandeses habían tenido durante años el nombre de Kadgien apuntado en su libreta y se habían intentado poner en contacto con sus hijas, pero esta vez decidieron escudriñar y dieron con un anuncio de compraventa de un inmueble en Mar del Plata, una localidad costera situada a 400 kilómetros de Buenos Aires, que pertenece a la familia.
Mirando las imágenes de la propiedad, sucedió lo impensable: allí, en una de las imágenes, apareció la pintura perdida. Estaba colgada sobre un sillón verde en una salita decorada con otros muebles de estilo desfasado.
La sorpresa fue máxima y, al publicar el artículo, se activaron las autoridades argentinas. Los agentes de policía llegaron al domicilio, pero no encontraron a nadie allí. Tampoco el Retrato de una dama, que había sido cambiado por un tapiz.
Se inició entonces una carrera contrarreloj para hallar tanto a Patricia Kadgien como a la obra, que concluyó diez días después, cuando su abogado entregó el cuadro. La hija del jerarca nazi fue detenida junto a su marido por tres días y ahora afronta cargos por obstrucción a la Justicia, encubrimiento y robo en contexto de genocidio. Serán los jueces argentinos quienes decidan si es culpable, de acuerdo probablemente no solo con las leyes locales sino también con la jurisprudencia internacional.
El refugio americano del nazismo
El hallazgo ha resonado en un país donde, de tanto en tanto, se encuentran pruebas de la comunidad nazi que se estableció en el país tras la Segunda Guerra Mundial. En mayo se encontraron en los archivos de la Corte Suprema unas cajas con decenas de documentos de identificación del Tercer Reich, por ejemplo, y en 2017 las autoridades se incautaron de unas setenta piezas como bustos y estatuillas nazis escondidas tras un muro de un coleccionista, que piensan podrían haber pertenecido a un jerarca.
No es casualidad. Al país llegaron al menos 35 criminales de guerra nazis dentro de un compendio de 180 nombres recogidos en una lista elaborada por una comisión especial. Entre ellos se encontraban el temido médico Josef Mengele, autor de experimentos con prisioneros en campos de concentración, y Adolf Eichmann, uno de los principales administradores del Holocausto.
Al menos 600.000 obras de arte fueron saqueadas por el Tercer Reich, y la presencia de nazis en Sudamérica hace pensar a los investigadores que podrían haber muchas más obras de arte perdidas o escondidas en los países donde se establecieron, especialmente también en Brasil y en Colombia.
Su búsqueda, eso sí, no es fácil. “El trabajo no debería hacerse solo por periodistas”, subraya Cyril Rosman, periodista holandés del Algemeen Dagblad a cargo de la investigación.
“La pintura estaba en una lista de obras perdidas durante 80 años. Esa lista menciona a Friedrich Kadgien como el último dueño conocido. Es de conocimiento público, por más de diez años, que Kadgien vivió en Argentina. ¿Por qué ningún gobierno preguntó sobre la familia Kadgien en los últimos diez años?”, se pregunta en declaraciones a COOLT.
“Debe haber una búsqueda más metódica e internacionalmente coordinada para las obras de arte que aún están en paradero desconocido”, cree Rosman. Esa coordinación no se ha producido en América Latina, donde no se sabe cuántas obras habrá en salones como el de Patricia Kadgien o cogiendo polvo en los almacenes de museos y galerías.
La búsqueda que nunca se coordinó
Sí ha habido algunas iniciativas. En 1944 se firmó la declaración de Washington. Fueron signatarios 44 países, entre ellos Brasil y Argentina. Acordaron principios éticos para buscar y devolver el arte robado durante el Tercer Reich, pero ese acuerdo no desató una búsqueda cabal de los cuadros y esculturas.
En territorio europeo sí han sido elaborados registros de las obras perdidas, se han creado comisiones de investigación y financiado equipos de búsqueda, pero en América Latina no se ha dado esa coordinación. Quienes se han lanzado a encontrar las obras lo hacen generalmente solos.
Eso, aun habiendo indicios claros de que hay obras perdidas, porque un informe de Connectas, un grupo de periodistas de investigación de las Américas, ya apuntaba a finales del siglo XX que Brasil y Argentina fueron receptores de obras sin registro claro de procedencia y apuntaban a sospechosos y escurridizos marchantes de arte, señalando además que los contrabandistas en la región tienen menos escrúpulos que en Europa y Asia.
“No hay un número específico, pero sí se sabe que tiene que haber obras robadas en Brasil y Argentina, porque en la época de la guerra los dos países tuvieron regímenes que empatizaban con el fascismo, y solo se alejan hasta los años finales de la guerra”, asegura Héctor Feliciano, un periodista puertorriqueño experto en obras de arte saqueadas por el Tercer Reich. Escribió el libro El museo desaparecido: La conspiración nazi para robar obras maestras del arte europeo (Destino, 2004).
“Lo que ocurría en el caso de Argentina es que ellos triangulaban el comercio. Es decir, traían cuadros, objetos, productos de Alemania e Italia, y también de la Europa ocupada, los llevaban al puerto de Buenos Aires, los bajaban del barco y, a la semana o a las dos semanas, los ponían en un bote a Nueva York y declaraban que venían de Buenos Aires, cuando en realidad venían de Europa”, detalla a Coolt el periodista, relatando el proceso de blanqueo de las obras, muchas de las cuales acabaron en Estados Unidos.
En esa triangulación también habrían podido colaborar diferentes galerías con vocación internacional en Argentina, creen algunos investigadores. El país rioplatense era en aquel entonces el lugar de América Latina con mayor comercio de arte y el entorno era ideal, porque los Gobiernos hacían, como poco, la vista gorda, aunque se cree que pudo haber incluso complacencia. En la mayoría de las ocasiones la motivación habría sido estrictamente económica.
El tráfico silencioso del arte
Todo se habría hecho con complicidad o al menos con el silencio de parte del mercado internacional del arte, sobre todo a la llegada de las obras a Estados Unidos.
“A mí, por ejemplo, algo que me intriga mucho es en qué condiciones llega el cuadro a Argentina. Kadgien estuvo un tiempo en otros países antes de llegar a tierra argentina y yo no lo veo cargando un cuadro. Entonces es interesante saber cómo lo transporta, cuál es el mecanismo. Eso va relatando la ruta, y una vez que conoces los nombres de las personas que manejan esas rutas pues ya tienes indicios”, considera Feliciano.
El trasiego habría continuado años después del conflicto. “No solo sucedió durante la guerra, después existen también casos de algunos que traen objetos robados, porque en toda Alemania el mercado estaba repleto y también muchas de las tropas habían ocupado Francia y Bélgica, donde hay también gran cantidad de obras. Así que realmente hay un montón de elementos que indican que sí tiene que haber obras ocultas”, cree el periodista.
Feliciano está convencido de que las obras que se encuentren tienen que ser traspasadas a sus poseedores originales. “Hay algo que se desconoce y es que el saqueo cultural durante la Segunda Guerra Mundial es un crimen contra la humanidad y fue declarado en los juicios de Núremberg como un crimen contra la humanidad. Nada más que por eso, es muy natural que se reclame y se restituya”, apunta, destacando la necesidad de reparación.
“Está el caso de obras que fueron robadas a una persona o familia específica, y esas personas padecieron porque les robaron algo que podía ser importante a nivel de disfrute o a nivel económico, y yo creo que estas obras fueron robadas a individuos y deben ser restituidas a individuos. Si ellos quieren hacer con ellas lo que sea luego, como entregarlo a un museo o lo que sea, pero yo sí pienso que deben ser restituidas aunque sea simbólicamente. Es importante reparar la historia, lo mismo en la Segunda Guerra Mundial que en las destrucciones que hay ahora en Gaza, con el colonialismo, etc. Es normal y natural”, añade Feliciano.
También el periodista neerlandés Rosman piensa de forma similar. “Es importante encontrar las obras porque hay que hacer justicia, incluso después de 80 años. Esas obras de arte fueron saqueadas durante la guerra y tienen que ser devueltas a su dueño original. Puede aliviar el dolor que sufren todavía los familiares de las víctimas del régimen nazi”, subraya.
Ambos coinciden también en reclamar que se emprenda en América Latina un trabajo metódico para encontrar obras de arte perdidas. Sería un ejercicio de relevancia cultural y memoria histórica de un conflicto que mantiene heridas abiertas ocho décadas después.