Alguien actúa sobre tu tumba

Los cuentos de Mariana Enríquez cobran vida en el cementerio a través de ‘Nada de carne sobre nosotras’, una obra teatral que dialoga con los muertos.

La actriz Susana Pampin, en la obra 'Nada de carne sobre tu tumba', en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. VALERIA SESTUA
La actriz Susana Pampin, en la obra 'Nada de carne sobre tu tumba', en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. VALERIA SESTUA

Una mujer vestida con un tapado rojo chillón, sube despacio y con firmeza los escalones de la entrada del cementerio de la Chacarita, en el corazón del corazón de Buenos Aires, Argentina. Avanza entre medio de dos columnas dóricas, bajo la mirada de arcilla y cemento de una representación de Dios, custodiado por cuatro ángeles que, según la simbología cristiana, bajan al mundo de los vivos para llevarles misericordia y en busca de los muertos.

Sobre el pecho, la mujer apoya un cuaderno de tapas negras y duras. A su paso, el murmullo de las visitas disminuye: una brisa de aire caliente que al moverse apaga las voces encendidas. Se detiene en uno de los lados. A su derecha, simulando piezas en un tablero de ajedrez, se paran un chico con maquillaje delineado en los ojos y una mujer de rulos con una chaqueta de color azul Klein. A su costado izquierdo, también de pie, rectos, un chico alto con un tapado grisáceo y una chica de pelo negro que abraza un ramo de flores blancas. Enfrente suyo se arma una medialuna de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, extranjeros y locales, que los miran con curiosidad. La mujer del tapado rojo avanza un paso hacia el frente, abre el cuaderno de tapas negras y lee:

“Gracias por haber venido. Nada de carne sobre nosotras es un trabajo en continuo proceso donde ponemos a prueba, cada vez, la convivencia de algunos textos de Mariana Enríquez con el cementerio que visitamos. Este espacio, el cementerio de la Chacarita, será hoy el sostén de nuestra experiencia. Nuestros cuerpos estarán inmersos en este lugar junto a otros que están o estuvieron aquí. Es con delicadeza que pretendemos convivir con esos cuerpos y su memoria. El cementerio está abierto y en funcionamiento. Muchas personas vienen aquí a despedir o visitar los restos de sus seres queridos (...). El recorrido será sigiloso, en silencio. Está prohibido sacar fotos o filmar. Por favor apaguemos los celulares y estemos atentas a no alterar el funcionamiento del lugar. Por acá…”.

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La mujer del tapado rojo es la actriz y dramaturga Analia Couceyro. La rodean los actores Ariel Farace y Lisandro Outeda y las actrices Susana Pampin y Rocío Domínguez. Durante las siguientes dos horas van a encabezar la procesión que zigzagueará entre mausoleos y tumbas subterráneas, por pasillos oscuros y pasarelas brillantes de sol, que subirá y bajará escaleras con barandas oxidadas. Un total de 30 personas los seguirá. Solo detendrán la marcha cuando se les indique. Con reverencia, se sentarán en bancos o en el suelo agrietado por raíces silvestres, para verlos interpretar cuentos íntimos y terroríficos de la escritora Mariana Enríquez. Historias autónomas unas de otras, interpretadas por una sola actriz o un solo actor que, en diferentes estaciones del recorrido, en rincones y recovecos del cementerio, como ánimas o médiums, contarán “hechos marcados por el recuerdo de alguien que murió, alguien que desapareció o, al contrario, por alguna aparición”, como dice, vía WhatsApp, Couceyro, la creadora de este proyecto site specific concebido para ser realizado en cementerios.

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La actriz y dramaturga Analía Couceyro, en la obra teatral 'Nada de carne sobre tu tumba', en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. VALERIA SESTUA
La actriz y dramaturga Analía Couceyro, en un momento de la obra representada en la Chacarita. VALERIA SESTUA

—¿Qué buscás? —le pregunta un trabajador del cementerio, un hombre bajo con un bolso colgado del hombro, a una chica con el pelo castaño, suelto hasta la cintura, que va y viene por la calle principal rodeada de paraísos.

La chica lo mira sorprendida, como si le hubiera hablado un fantasma. En la demora en responder se intuye que le cuesta asociar una obra de teatro al contexto de tumbas, lápidas y deudos.

—Un grupo de gente —dice tanteando y uniendo sílabas en la oscuridad—. No sé de dónde salen. Es para hacer un recorrido.

El hombre mosquea.

—Seguro te llevan a ver la tumba de Gardel —dice, y avanza sin disimular el disgusto.

Un viernes a la tarde, con el sol hinchado de primavera, en el cementerio de la Chacarita es habitual encontrarse con trabajadores del predio, familiares y amigos de deudos, estudiantes de fotografía y turistas que van a ver las tumbas de Alfonsina Storni, Paul Groussac, Ada Falcón, Gustavo Cerati, Ricardo Piglia y Severino Di Giovanni, entre tantas otras figuras públicas de Argentina.

Fundado en 1871 como consecuencia de la epidemia de la fiebre amarilla que castigó a Buenos Aires, el cementerio de la Chacarita —ubicado en el barrio que le da nombre—, se convirtió en el más grande de la ciudad, con un total de 95 hectáreas. Diseñado por Ítala Fulvia Villa, una de las primeras arquitectas del país, tiene una estética brutalista donde prevalecen los materiales de construcción desnudos: hormigón y ladrillo sin pintar, con formas geométricas angulares y una paleta de colores monocromática.

En tal locación, sobre un cuadrado de cemento, el actor Ariel Farace le pone voz y cuerpo y volumen al cuento ‘El desentierro de la angelita’, incluido en el libro Los peligros de fumar en la cama. Es la primera estación de Nada de carne sobre nosotras. Al igual que en los otros cuentos transformados en monólogos, las voces de los vivos se mezclan con las de los muertos. Farace, en un aletear de pájaros o de cuervos, pasa de ser una niña suburbana a una abuela santiagueña, de un cuerpo vivo a un puñado de huesos.

Cuando termina su texto, Farace, de pie, estira su brazo señalando hacia el sur. La chica con las flores blancas abrazadas, con un gesto que recuerda a “la dama del tronco” de Twin Peaks, es la primera en seguir la indicación. Detrás de ella, por una pendiente oscura, la procesión la sigue con una fe autómata. 

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No es la primera vez que Couceyro trabaja con materiales literarios en espacios no convencionales. “Me parece que está bueno sacar a la literatura del libro y sacar al teatro del espacio teatral”, dice.

Junto a Alejandro Tantanian, adaptó la novela El rastro de la escritora mexicana Margo Glantz. También en el Museo de Bellas Artes de Argentina, realizó un recorrido performático basado en el libro El nervio óptico de la escritora y crítica de arte María Gainza. Cuenta Couceyro que la propuesta de adaptar textos de Enríquez en un cementerio la propusieron Lisandro y Rocío. Tomaron las locaciones del libro de crónicas Alguien camina sobre tu tumba y las mezclaron con los personajes e historias de los libros de cuentos de Enríquez.

La idea surgió en 2020 y la fueron desarrollando de a gotas durante la pandemia. Primero arrancaron con un working progress para el FIBA, con nueve espectadores para respetar el protocolo de agrupamiento del cementerio. Cuando la pandemia pasó a su etapa hard, lo siguieron haciendo solo para cuatro personas —lo permitido—con la intención de seguir habitando el espacio, tanto en invierno como en verano.

“Al principio de todo teníamos muchas dudas morales, si se quiere. Hubo todo un trabajo de entender desde dónde hacerlo”, dice Couceyro. “Hice todo un trabajo de edición de los textos para sacar las partes más truculentas. Enfoqué más en las pérdidas y en las desapariciones que en los detalles escabrosos. Por otro lado, hubo muchas charlas y trabajo para que actores y actrices encarnemos esos textos desde un lugar muy humilde. Hay algo de la modestia en lo que hacemos en relación con el espacio. El espacio es el protagonista y tenemos que ser muy permeables para adaptarnos a lo que el espacio nos esté pidiendo ese día”.

Los cinco monólogos que componen las cinco estaciones del viaje, son variaciones de cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego y del mencionado Los peligros de fumar en la cama. Todos están escritos en primera persona y, además, tienen la particularidad de contener diálogos, que se cruzan y mezclan. Tal desafío posibilita a los actores y actrices una mutación repentina, como si fueran poseídos por otras voces que los contorsionan, exorcizan, deforman, hasta devorarlos y poseerlos en su plenitud.                                               

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Entre medio de la procesión está la escritora Maríana Enríquez. Es la segunda vez que se suma como espectadora. En esta ocasión, acompaña a la escritora española Laura Fernandez, invitada en la última edición del FILBA. Tiene anteojos negros de marco redondo y un pañuelo violeta cubriendole el cuello. Hablando bajito, casi murmurando para no alterar el silencio de la procesión, dice: “La obra me encanta. Funciona súper como site specific, el espacio es absolutamente demencial y las actuaciones de ellos son muy, muy buenas”.

La obra de Enríquez va desbordando sus libros y su figura. Además de haber sido traducida a más de 20 idiomas, está abierta y marcada en escritorios de realizadores y guionistas que se sacan los pelos para llevarla al cine o convertirla en series. Sin embargo, la experiencia de verla ampliarse a menos de un metro de sus ojos, la conmueve y satisface. Con una sonrisa blanca, que corta y equilibra su vestimenta negra desde los borcegos hasta la campera, agrega:

“Es raro, pero al mismo tiempo siento que los actores se apropiaron completamente de los textos y ya no siento que me pertenezcan, es como si los hubiese escrito otro. Me dan risa y todo, trato de no reírme por si me reconoce alguien y parezco una loca. Pero en general la sensación es intensa, placentera y divertida”.

Luego, apura el paso y vuelve a unirse a la procesión.

La obra teatral 'Nada de carne sobre tu tumba', en el cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. VALERIA SESTUA
El cementerio se convierte en el escenario de la obra teatral 'Nada de carne sobre tu tumba'. VALERIA SESTUA

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Al finalizar la última estación, la procesión debe subir una escalera ancha que desemboca en un playón del cementerio. Cuando los espectadores pisan el primer escalón, los actores y actrices les obsequian un clavel blanco. Luego, con la flor en la mano vuelven a armar un semicírculo frente al quinteto de actrices y actores. Susana Pampin, la mujer de rulos, saca una libreta pequeña de un bolsillo del saco azul Klein. Sentada sobre un bloque de cemento que funciona de banco, anuncia que va a leer unos versos de ‘Visitando el cementerio’ de la poeta estadounidense Mary Oliver.

Con las piernas cruzadas, dice:

“Cuando pienso en la muerte pienso / en una ciudad bastante / luminosa, donde cada año hay / más rostros conocidos // pero ninguno de ellos / puede verme / aunque lo deseo / y cuando hablan entre sí, // cosa que hacen / en voz muy baja, / su lenguaje es imposible / —puedo reconocer el tono // pero no entiendo ni una palabra— / y cuando abro los ojos / ahí está la tierra misteriosa, los árboles altísimos. / Las lápidas”.

Al terminar de leer, ninguno de los espectadores aplaude. La obra terminó, pero nadie rompe el silencio. Un grupo de chicas ensaya gestos y mímicas a modo de agradecimiento. Los actores y actrices no sonríen ni se abrazan, como suelen hacer cuando se baja el telón. Continúan de pie, rígidos como momias, uno al lado del otro. De repente, en simultáneo, estiran el brazo y las manos formando un quinteto de flechas. Apuntan hacia la puerta de salida y de entrada al cementerio. Como si fuese el último acto, la procesión que empieza a desgajarse sigue la indicación.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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