Laura Fernández, inventora de mundos

La autora de ‘La señora Potter no es exactamente Santa Claus’ es el último fenómeno de la literatura española. Y alguien “que lee más de lo que vive”.

La escritora española Laura Fernández, autora de 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus'. NOEMÍ ELIAS
La escritora española Laura Fernández, autora de 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus'. NOEMÍ ELIAS

En diciembre de 2021, Mariana Enríquez elaboró un decálogo, caprichoso como todo ranking, con lo mejor de sus consumos culturales de aquel año. Cómoda integrante del Olimpo literario universal, la Enríquez situó al documental de la Velvet Underground en la cumbre de sus elecciones, muy cerca de Blue Banisters, el octavo disco de Lana Del Rey, y de la figura de Caleb Landry Jones, “el mejor actor del mundo”. Nada extraño hasta allí. Pero lo que seguía sí era desconocido. Para ella la novela del año había sido La señora Potter no es exactamente Santa Claus, de Laura Fernández (Terrassa, 1981), publicada apenas un mes antes, el 4 de noviembre, en España.

Escribió Enríquez:

“Esta novela es un prodigio. En todo sentido. En su lenguaje juguetón y excéntrico, en su trama deliciosa y delirante que mezcla escritores, detectives, una madre que se va, una chica que ama sin esperanza, un negocio de souvenirs que su dueño quiere cerrar porque necesita otra vida, un pueblo donde jamás deja de nevar, frío como el infierno. De eso va La señora Potter: de todas las vidas que podríamos tener y no tendremos, porque solo se nos concede una. Qué cosa más injusta. La novela tiene 600 páginas y ojalá alguien se atreva a publicarla en Argentina porque es una delicia alegre con el corazón lleno de melancolía.”

Nueve meses más tarde, “alguien” no solo se atrevió a publicar la novela (Random House), sino que Laura Fernández llegó a Buenos Aires invitada para participar del Filba. Aquí aprovechó también para presentar La señora Potter…, evento que tuvo lugar en una librería del barrio de Palermo. La anfitriona y moderadora no fue otra que Enríquez, claro, que volvió a elogiar la magia de su prosa y la calidez de su persona.

En el medio de aquella lectura inmediata de Enríquez y de esta llegada triunfal a la Argentina, pasaron no pocas cosas. Entre ellas, que Fernández ganó en España el premio El Ojo Critico de Narrativa 2021, galardón que le fue otorgado en mayo de este año. Integrante del jurado, la escritora Najat el Hachmi la definió como “el Tarantino de la literatura española”, apelativo que a Laura no le disgustó en absoluto. Suelta, locuaz y, parafraseando a su amado John Fante, “llena de vida”, Laura suele repetir una frase que la define y que encapsula buena parte de su aventura vital: “Soy alguien que lee más de lo que vive”. Esa insaciable inquietud temprana alimentó la matriz de su literatura, la de alguien que atravesó los años noventa encerrada en su cuarto suburbano leyendo y consumiendo libros y cultura pop a tarascones, alguien para quien las obras de Stephen King, de Thomas Pynchon, de David Foster Wallace o las series como Twin Peaks o el mismo cine de Tarantino fueron los yacimientos de los que extrajo y armó el arco iris con el que se inventó un mundo. Alguien para quien lo terrenal era un espacio ingrávido y casi irrelevante porque lo que valía, lo que la despegaba de la puerilidad cotidiana, era la posibilidad de pergeñar mundos sutiles, extravagantes, sostenidos en un imaginario propio.

Pero, durante toda esa peripecia hacia la Champions League de la literatura, hubo que surfear las olas de lo que se impuso como real —la vida con sus demandas—, y esa subsistencia diaria la hizo ocupando otro microengranaje de la industria cultural, el periodismo, oficio que ejerce desde hace más de una década. Pero no cualquier periodismo, sino uno que le permite completar el ciclo de vampirización intelectual: especializada en cultura, trabaja en el diario El País, donde entrevista a autores de habla hispana e inglesa, en su mayoría consagrados, a quienes escruta, husmea, fagocita, captura sus métodos. Allí también escribe columnas sobre series y artistas, también sobre feminismo. Todo ese combustible se va sedimentando, mientras circula por los circuitos de su sensibilidad, para luego poner en funcionamiento una fabulosa maquinaria de imaginación, una cabalgata creativa que produce una desbordante cantidad de imágenes y de personajes y que, conforme avanza, va afianzando y vigorizando su andar. En esa trepidante marcha serpentean estilos y nombres, argot propio y ráfagas ingentes de humor y audacia, atributos que ya habían sido expuestos con calidad en su anterior novela, Connerland (Random House, 2017). Unos meses antes de la salida de aquel libro, exactamente el 31 de octubre de 2016, Laura se había sentado por primera vez en su silla para zambullirse en las aguas de La señora Potter…. Parpadeaba en su memoria una breve estadía ocurrida a comienzos de década en un pueblo noruego del que, se decía, era oriundo Santa Claus. También una postal nevada que se mandó a sí misma desde allí, que luego recibiría en casa. Ese es el germen de su novela. Cinco años después emergía de esas profundidades con un artefacto descomunal, abigarrado y lisérgico, una especie de ejemplar único, como aquellas criaturas del reino vegetal que florecen de tanto en tanto en algún húmedo bosque tropical, milagros de la geometría que nos dejan perplejos por su forma y sensualidad, similares a algunos, pero distintos a todos.

Unos días más tarde de su presentación en Palermo, y luego de disfrutar de la primavera porteña, la autora dialogó con COOLT sobre sus influencias literarias, el proceso de escritura, el fenómeno de ventas y de crítica en el que se volvió La señora… en su país y del apasionante destino que se le ha abierto tras su éxito.

- En la presentación de tu libro, Mariana Enríquez dijo que no había necesidad de encasillarlo, que era ni más ni menos que una novela. Tanto esa calificación como luego su lectura dejan en claro que la novela, efectivamente, es una especie de catedral de la libertad en la que parece ingresar todo aquello que integró tu formación cultural. ¿Es así?

- Totalmente. Es una catedral que me construyo a mí misma todo el tiempo, y en este libro lo hago especialmente. Yo tengo mucha influencia de los escritores posmodernos norteamericanos que ya hacían eso. A ellos los habían mandado a todo tipo de guerras: la de Corea, la Segunda Guerra Mundial, etc. Y habían vuelto pensando en que todo lo que les vendían era absolutamente ridículo. Entonces la ruptura con lo hegemónico para ellos vino por ahí, y en mi caso, de la necesidad de la vía de escape. Tengo la sensación de que soy una pequeña urraca lectora que va recolectando momentos y personajes y lo único que hace de imaginación es conectarlos y ampliarlos, y llevarnos a un terreno en el que me siento cómoda, en el que me puedo instalar. Al final del libro puse un epílogo muy cortito en el que decía que las novelas son como animales salvajes, como conejos en chisteras. Te llaman a la puerta, y al final el que entras eres tú.

- También decís que pueden destruirte…

- Claro. Yo tengo la sensación de que he entrado a ese mundo, y yo veo que ese mundo me gusta todo el rato. En La señora Potter… casi cada página contiene lo que he hecho ese día. Un ejemplo que me acuerdo: cuando a Anne Benson y a su marido les pasa el asunto de la diligencia y demás, y tienen que caminar con maletas, es como que toda su ficción se rompe y todo acaba —que de eso va la novela en el fondo: de cómo la realidad intenta destruir todo el tiempo la ficción que llevamos dentro y hacernos más infelices—. Yo vi ese día de casualidad un capítulo de la serie Dickison, una serie libérrima, una serie punk. En esa serie, Dickinson y su amante, por alguna razón extraña, en un momento sostienen un penacho indio, y aquel día lo integré a la novela. Se me cruzó en la vida. El otro día una lectora me dijo que leyendo un libro de Carson McCullers se había cruzado con el nombre de Stumpy MacPhail. Yo ni lo recordaba, pero es un personaje de una novela de McCullers. Lo mío es como jugar con muñecos.

Portada del libro 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus', de Laura Fernández. RANDOM HOUSE

- Una de tus grandes influencias literarias es John Fante, y mientras leía la novela no podía dejar de notar esa influencia, o la influencia del realismo sucio. Kimberly Clark Weymouth, la ciudad en la que transcurre el libro, es una ciudad con poca historia, y la novela en sí es una novela que merodea el tema del desarraigo.

- Sí, de acuerdo. Kimberly Clark Weymouth en el fondo es una ciudad abandonada a la que se la ha impuesto un relato que no va con ella, y que quiera escapar. La idea de los relatos impuestos sobre uno mismo de los que hay que escapar todo el tiempo. Todo el tiempo todos los personajes están en esa lucha. La lucha en contra de lo que se supone que es un destino determinado. En Fante lo que encuentro es la idea del desarraigo y la necesidad de la automitificación: Arturo Bandini [alter ego de Fante] es un personaje clave en mi vida. Yo siempre me he sentido Arturo Bandini, porque es un personaje que no tiene nada detrás suyo y nada delante, pero que cree en sí mismo de una forma sobrehumana. Aunque lo que hace es ridículo, él cree que es importantísimo, y en esa creencia está su vida. Nada puede contra esa ficción que lleva adentro de que él es un gran escritor. De igual modo el idioma de la novela, es un idioma ficticio: nadie habla ese español, pero ese es mi idioma porque ese es el idioma en el que leí. A mí no me interesaba la literatura española porque era una literatura hiperburguesa cuando yo era niña. Yo nací en los ochenta y todo era hiperinocente, como de bonanza. La ficción americana que me llegaba tanto por televisión como por las películas o la literatura de esos autores es algo con lo que empaticé desde el principio y que para mí era más real que la literatura española. Para mí, Denver era mucho más hermano que Madrid o Barcelona.

La idea del inmigrante como una especie de marciano siempre me pareció interesante. Y me siento así, como una especie de marciano en una tierra que no terminas de comprender y en la que sin embargo has nacido porque tus padres te han llevado ahí, y esa una tierra que a lo mejor te acepta, pero a lo mejor no. Y en todo caso, si tienes herramientas, como era mi caso, lo que haces es evadirte. Luego lo que tengo de Fante es que su literatura está plagada de pasión, es una literatura viva. Hay una necesidad de que el libro sea más importante que la vida misma. Y él transmite al lector una pasión increíble.

- Bueno, casi todos los personajes de La señora Potter… son muy pasionales, son sanguíneos, y, equivocados o no, parecen meterse de lleno en lo que persiguen.

- Seguro. Los personajes tienen ese doble matiz que tiene Bandini: en el mundo real son una cosa, pero por dentro son algo totalmente distinto y superior. En la vida pueden ser ridículos, pero en su cabeza son apasionantes todo el rato. Yo quiero pensar que todos vivimos así, y en especial los que escribimos, porque necesitamos escapar de aquí adentro [se señala la cabeza]. Todos estamos hechos de ficciones y te colocas una distinta en función de con quién estás. Creo que parte de cómo la novela fue recibida tiene que ver con la identificación que ha habido de parte del lector de que realmente somos una sala llena de gente: todos somos tantas cosas todo el rato y sin parar que es necesario que la literatura lo muestre.

- Un poco lo que le pasa a uno de los grandes protagonistas del libro (Stumpy MacPhail) que pugna por ser legitimado por su madre, y finalmente, aquello que hacía a escondidas (la construcción de una ciudad sumergida), de lo que nadie se ha enterado nunca, es lo que le permite la trascendencia.

- No hay un protagonista único en la novela, para romper con el modelo que dicta que debe haber un solo protagonista en las novelas, pero sí, la historia de Stumpy es arquetípica, es perfecta: él está queriendo ser reconocido en un oficio que no le gustaba, o sea a él le gustaba construir la ciudad no vender pisos en esa ciudad. Yo creo que en el fondo tiene una relación, y ahora me estoy dando cuenta, con la propia idea de la escritura: hay muchos escritores que quieren ser escritores pero no lo son realmente, no lo acaban de ser. Al final ser escritor es ir más adentro de ti y acabar de construir esa ciudad entera. No es fingir que vendes una casa. Hay que partir de cero y construir esa ciudad entera. Él estaba construyendo una obra maestra escondida del resto y además lo hacía para él. Su madre le había hecho creer que era tan pequeño que solo podía encajar en una ciudad a escala, en miniatura.

* * * *

En los agradecimientos de La señora Potter no es exactamente Santa Claus, Fernández asegura que las novelas son como diminutos y “no domesticados” conejos de chistera “que acaban llamando insistentemente a algún tipo de puerta hasta que no tienes otro remedio que abrirles y ¿qué? ¿Dejarles entrar? Oh, no, el que entra eres tú. Porque las historias no llaman desde fuera, llaman desde dentro. Te llaman para que entres y desaparezcas. A veces, durante mucho tiempo. En este caso, durante demasiado tiempo”.

A razón de una página por día, la escritora catalana fatigó cinco largas temporadas para terminar su obra. En todo ese tiempo el ida y vuelta con su editor, Albert Puigdueta, fue permanente. Escribir una novela de largo aliento, especialmente una como esta en la que el argumento es coral, en la que son varios los protagonistas que van y vienen, y en la que se manejan, por momentos, apabullantes niveles de neurosis y de una hilaridad casi ridícula, puede resultar una experiencia tan maravillosa como devastadora.

Cinco años: Fernández es cinturón negro en tenacidad. Una escultora paciente que trabaja la piedra sabiendo que dentro suyo se esconde la pieza que busca. Cinco años batallando contra la unánime angustia de las tardes quietas, esas horas silenciosas en las que aquello que se vislumbra está lejos de ser, en las que la intuición, ese fuego interno cuya llama siempre está en piloto, es lo único que nos empuja en la niebla. 

Editor de Random House, Puigdueta fue quien le dio contención a Fernández, asegurándole —tal vez engañándola— que ya estaba, que ya la tenía, que ese pez gordo y escurridizo no se escaparía de su red. “Siempre hemos confiado en la literatura de Laura Fernández —le dice Puigdueta a COOLT—, que es tremendamente original y única, pero aunque su público era muy fiel también era más acotado, y muchos la calificaban (de forma equivocada) como una autora de ciencia ficción, lo cual reducía su alcance, porque no era del todo eso y en realidad era mucho más que eso, porque Laura es inclasificable. No nos esperábamos que el libro fuera la bomba que ha sido, pero sabíamos que teníamos entre manos su novela más sólida. Creo que parte de la clave del éxito ha sido que, después de la pandemia, la gente ha buscado evadirse y alejarse al máximo de la realidad con libros de ficción pura. También está habiendo un creciente interés del lector español por lecturas que apelen por un lenguaje y un estilo arriesgado, que sorprenda y que sea completamente original. Y lo que hace Laura es único, sorprendente y con esta novela se ha superado. Enseguida vimos que autores, periodistas y sobre todo los libreros se enamoraron del libro…. Y a partir de allí empezaron los reconocimientos y la locura. Desde que publicamos Connerland siempre ha habido un intenso trabajo de edición con la autora, desde el borrador original al resultado final. Con Connerland pasamos de un manuscrito de 700 páginas a un libro de 400 páginas. Con La Señora Potter no fue necesaria tanta poda, porque las tramas y los personajes estaban mucho más pensados y armados desde el principio y todo encajaba bastante. Después de unas cuantas conversaciones y encuentros, solo hizo falta desbrozar, simplificar el estilo de algunas partes, y eliminar algún personaje. Fue un proceso intenso, pero tremendamente satisfactorio. Editar a Laura es de lo más divertido de mi trabajo. Una vez realizado el trabajo de edición, no hace falta corregirla: Laura entrega un texto prácticamente impecable, sin apenas una errata. Creo que el éxito de Laura es que tiene el don de abducir al lector con unos personajes e historias de los que te enamoras con un estilo que te lleva a una experiencia lectora que difícilmente puedas comparar con ninguna otra que hayas tenido”.

La escritora Laura Fernández, autora de 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus'. NOEMÍ ELIAS
Laura Fernández. NOEMÍ ELIAS

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- Volviendo a Fante, hasta que Charles Bukowski no lo descubrió casi de casualidad en los años ochenta, nadie se había enterado que era un novelista notable, y no solo un guionista de clase B de Hollywood. El mismo destino que algunos de los personajes de la novela.

- Sí, y se lamentó en la cama del hospital —ya comido por la diabetes— no haberse dedicado de lleno a la literatura, pero lo otro es lo que le aseguraba dinero, y se suponía que era bueno. Se quedó en la superficie. Tuve la suerte de conocer a su hijo y me contó que él era muy fanático de Knut Hamsun —yo también— y firmaba todos sus libros de la biblioteca como “Knut Hamsun”. Bueno, de hecho, Pregúntale al polvo es una reescritura de Hambre, la novela favorita de Hamsun. Fante siempre estaba reinterpretándose para intentar desactivar la decepción de no hacer lo que quería.

- Yendo a eso de que parece una novela traducida, me interesa trascender ese concepto. Creo que es una novela en la que el lector de habla hispana nunca tropieza con un concepto o una frase que pudiera resultarle extraña. Es decir, tanto un lector en la Patagonia como otro en Galicia o Cozumel entienden por completo su lenguaje, algo que parece una verdad de perogrullo, pero que sabemos que no lo es. De hecho, recién en la página 511 aparece la palabra “ajo” en la acepción que creo que solo en España se utiliza como ejemplo de situación o tema, pero ni antes ni después de eso, y estamos hablando de una novela de 600 páginas exactas, sucede.

- Bueno, la verdad que no es algo consciente. Yo he escrito así desde siempre. La manera de estar dentro es que el lenguaje sea completamente de traducción. Muy tomado desde distintas lenguas. La clave es que hubo una época hasta a comienzos de la década del 10 en la que las traducciones era superneutras. Se buscaban soluciones inocentes, como lo de “piece of cake” como “pan comido”. El valor está en los traductores que crearon una lengua en la que yo pude comunicarme.

- Como la frase “Por todos los dioses tecleantes”…

- Jaja. Exacto. Es nuestro español también. Expandido o minimizado. La verdad que a lo que más aspiro es a ser planetaria. A no pertenecer a nada que te puede encerrar. Si te fijas en el libro no hay dinero, no hay edad, tú te puedes imaginar que cuando vuelve la madre de Bill ya es mayor, pero tampoco me la imaginaba con 30 años más. A mí me parece que el lenguaje de la ficción es inocente, ocurrente, igualitario. Un código secreto con el que desactivas muchas cosas.

- Otra cosa que llama la atención es que es una novela plagada de preguntas. Es decir, se hacen preguntas todo el tiempo, que emergen de forma arborescente, y eso de algún modo determina el espíritu de la obra, convirtiéndola en una novela que avanza hacia lo desconocido.

- Sí, es la idea de que todo está abierto, y de que eso que se ha dado por supuesto tiene una salida o tal vez tiene otra. La pregunta siempre es una salida. El capítulo 30, que es donde se explica la historia de la madre, ese capítulo estaba escrito por completo en preguntas. Eran más de 25 páginas de preguntas. Hay muchas que se quedaron. Pero era un capítulo que no había aseveración en el inicio. Luego me di cuenta de que había un escritor posmoderno, Gilbert Sorrentino, que tiene algunos cuentos donde todo es pregunta. La pregunta está siempre flotando. La sensación es que se puede salir volando en cualquier momento. Ese capítulo era demasiado. Era abrir, abrir y abrir. Me iba a explotar la cabeza. Quizá en el futuro lo pueda hacer. Joy Williams tiene un libro muy weird donde la protagonista, la madre, dice algo así como: “podría echar a andar ahora y no echaría nada de menos”. Y me pareció cuando la leí que, yo como madre de dos hijos, tenía razón. Que es cruel, pero que lo podrías llegar a sentir. Y eso está en la novela, por eso en ese capítulo hay una idea de que si tienes tu propia máquina del tiempo, no hay nada que no puedas hacer o mundo que tengas que echar de menos.

- También es una novela de escritores. En ese sentido tu trabajo es entrevistar a escritores supongo que te ayuda. Leí hace poco una buena entrevista a, justamente, Joy Williams.

- Sí, a ella, que está loca. Jaja. Me pasa que cuando entrevisto escritores los veo como por dentro. Y para mí es muy interesante poder observar la doble vida que significa ser escritor y ser un civil. Me comunico básicamente con escritores, ese es mi trabajo, y es un aprendizaje constante, porque me dan herramientas, yo les pregunto cómo escriben y, por ejemplo, la idea de llevar un diario de novela me la dio Sarah Walters porque un día la entrevisté y me lo contó y pensé que buena idea y desde entonces lo hago yo también. Son maestros, y no solo por leerlos. Luego, como lo conozco muy bien, veo de qué manera yo podría ser distinta. En “La señora Potter…” existen todos los tipos de escritores que yo puedo llegar a ser. Con toda la cosa cómica, de estirar hasta el absurdo algunos sentimientos. Yo he sentido que mi ciudad no me quiere como debería, por ejemplo. Puedo reírme de eso, pero sentirlo. O esa relación de batalla con la escritura que tiene otro de los personajes, que lleva su escritura a todos lados, pero de manera autodestructiva. Poder escribir trozos de las novelas que ellos mismos escriben: eso me encanta.

- Son como mamushkas. Es como la matriz la novela.

- Las cabezas de los escritores tienen, además de la infinidad de personajes que son ellos cada día, los que crean. Es convivir con una civilización. 

- ¿Qué se viene ahora?

- El año que viene se viene un libro de cuentos, porque yo he sido una escritora de cuentos durante mucho tiempo, pero nadie había querido publicarlos. El año próximo salen todos a la vez, son más de 20. Los cuentos que hago están ambientados en otros planetas, planetas totalmente inventados. Planetas absurdos y delirantes. Y ya estoy escribiendo la siguiente novela, que va a ser más larga. Y va a haber más gente: llevo 40 páginas y ya hay muchísima gente. El centro de todo es un viaje hacia una isla que parpadea, o sea, que a veces está en un sitio y a veces no está, de un grupo de escritores de libros de viajes, porque van a participar del primer concurso de escritores de libros de viajes.

- Bueno, la idea de la competencia está muy presente en tu narrativa.

- Sí, eso y la idea del yo. Los libros de viajes son una ficción máxima, porque el viaje lo haces tú, y para ti Barcelona es una ciudad distinta de la que lo es para mí. Y si nos vamos a Casablanca juntos tu tendrás una Casablanca y yo otra, y también va a tener que ver esa percepción con el momento en el que la escribes, porque uno puede estar pasando por una ruptura amorosa o lo que fuera.

- Me recuerda a ese largo texto de Foster Wallace, cuando lo envían a un crucero. Me imagino a ese editor que lo envió reflexionado, algún tiempo después, “pensar que envié a un suicida, un genio, pero suicida al fin, a escribir sobre cruceros…”.

- Ja, ja, ja. Claro, exacto. Un crucero de abuelos, gente encerrada. Ese artículo es espectacular. Lo cierto es que el barco en el que van en mi próxima novela es un barco explorador convertido en crucero, con lo cual habrá situaciones de equívocos, etc. Tengo tantas ganas de escribirlo, ya está ahí.

- ¿Escuché bien? ¿Más larga y más personajes?

Y Laura dice sí, con la cabeza y la voz, y dibuja una sonrisa grande y luminosa como una luna de verano.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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