Mariana Enríquez pasea entre tumbas

La escritora argentina más terrorífica habla sobre su relación con la muerte, los fantasmas domésticos y los mitos lovecraftianos.

La escritora argentina Mariana Enríquez. ANAGRAMA/NORA LEZANO
La escritora argentina Mariana Enríquez. ANAGRAMA/NORA LEZANO

Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) cuenta con la escasa piedad que uno otorgaría siempre a los escritores de terror: esa misma carencia que no titubea con una sarta de golpes secos y directos al estómago.

Su obra aterrizó en Europa hace cinco años de la mano de la editorial Anagrama y, desde entonces, como la hiedra en un muro, no cesa de expandir su peculiar oscuridad por el continente. No solo eso: sus libros demuestran que el terror, como género, no tiene por qué estar exento de las realidades latinoamericanas. Nuestra parte de noche, Premio Herralde de Novela 2019, es una crónica acerca del terror sobrenatural y cotidiano, pero en su esencia también es una obra acerca de lo que significa ser argentino.

Enríquez se presenta aún hoy como un espectro omnipresente, situándose también en el campo de la docencia y en el del periodismo —es la subeditora del suplemento Radar del diario Página/12—. Ahora acaba de publicar una edición ampliada de Alguien camina sobre tu tumba: libro que originalmente se publicó en Argentina en 2014 y que es una suerte de diario en el que la autora mezcla su fascinación por los cementerios con el terror, el humor negro y la evolución, casi paso a paso, de su propia vida.

- Alguien camina sobre tu tumba es casi una crónica periodística de tus paseos por 24 cementerios de todo el mundo. ¿Tu relación con la muerte es más particular que la de quienes no se sienten atraídos por el terror?

- No, no creo que sea más particular en lo estrictamente cotidiano. La muerte me da el mismo miedo que le da a todo el mundo. Lo que ocurre es que vivimos en una cultura que tiene una distancia muy importante con la muerte en términos de naturaleza humana. Con la pandemia esto se ha vuelto muy evidente para mí, como si se hiciera presente la idea de que la gente no se muere. ¿No tenías la sensación de que era extraño que se muriera tanta gente?

- Cierta sensación de irrealidad, sí...

- Incluso hubo ideas muy fantasiosas. En todos lados hubo ese discurso de lo terrible que es no poder despedirse. Yo no me despedí de mi papá sin la pandemia presente: se murió de un infarto en plena noche, me llamaron por teléfono y lo enterramos. Uno de mis mejores amigos se accidentó en un auto y tampoco me despedí. La idea romántica de despedir al muerto y decirse los adioses es extraña. Pero bueno, creo que también pertenezco a esa cultura y que no tengo una relación diferente a los demás con la muerte. Lo que sí que tengo es una preferencia estética —en un sentido gótico, punk— y narrativa que hace que me gusten los cementerios y cierto tipo de historias relacionadas con ellos. Lo que pasa es que esas crónicas [de Alguien camina sobre tu tumba] no estaban escritas. Al principio eran solo notas que tomaba en cuadernos hasta que hubo una crónica bisagra, que fue cuando una amiga mía, Marta, encontró los restos de su mamá y los enterró. Ahí me di cuenta, por la historia de mi generación y las anteriores, las que todavía vivimos durante la dictadura, de que había una relación muy clara entre la posibilidad de tener una tumba y no tenerla y cómo eso te da una especie de tranquilidad, que hace del cementerio no un lugar de terror, sino un lugar tranquilizador. Pero en un sentido político, no personal. Me refiero a que lo normal es tener una tumba, no una fosa común.

- La dictadura es una sombra presente en gran parte de tu obra.

- Sí, a veces incluso más de lo que me gustaría. El otro día hablaba sobre eso con una amiga y escritora chilena, Lina Meruane, que vivió más años que yo en dictadura porque en Chile ésta fue más larga. Y estuvimos hablando de que periódicamente, en nuestras carreras, ambas decíamos: bueno, se acabó, no vamos a escribir más sobre la dictadura. ¡Y con frecuencia lo logramos! Por ejemplo, yo tengo una novela como Éste es el mar, que no tiene nada acerca de la dictadura; y ella tiene un ensayo muy interesante que se llama Contra los hijos, que habla de las mujeres que deciden no ser madres. Pero después pasa un tiempo y caemos otra vez. Tiene un poco la dinámica del trauma: algo que tratas de evitar y que después te vuelve a hacer sentir la necesidad de volver a ponerlo en palabras, porque si no lo haces se vuelve un poco más inquietante. Y luego está la idea de lo espectral en la dictadura, como la falta de cuerpos y la creación de fantasmas y todo eso… es casi una especie de interpretación literal del terror como género. Incluso la cuestión del trauma: el fantasma como trauma, como aparición que siempre hace y reclama lo mismo, que es la justicia o la verdad. Y eso es reloco, porque el eslogan de los derechos humanos de la Argentina es “verdad y justicia”. Una cosa tiene que ver con la otra. Mis años de formación como lectora coinciden con la dictadura y con mi infancia. Para mí es una época impregnada del miedo, sobre todo del de los mayores. Cuando ya tenía entre 10 u 11 años, tras el final de la dictadura, empieza a surgir algo parecido al destape en España, pero más en relación con las costumbres.

Vivir en una sociedad con una gran violencia institucional te cambia mucho la cabeza

- Como una liberación, ¿no?

- Sí, y en el mismo sentido, sobre todo en las ciudades grandes. Pero también se destapó todo lo que había ocurrido durante la dictadura. Tenías revistas, informes de derechos humanos, programas de televisión… que te explicaban con todo lujo de detalles lo que había pasado. ¡Y era horrible! Al final, vivir en una sociedad con una gran violencia institucional también te cambia mucho la cabeza, normalizas cosas que, en el fondo, no son tan normales. Yo leía esto y luego leía Cumbres Borrascosas, a Poe, veía las películas de Spielberg… y todo eso se fue volviendo una especie de magma entre lo sentimental y la formación cultural que se convirtió en una parte muy importante.

- Alguien camina sobre tu tumba va desde tu juventud hasta la actualidad e incluye gran cantidad de apuntes sociales y personales. ¿Es, en cierto modo, un retrato de tu vida?

- Estos textos son lo más parecido que tengo a un diario. Tienen que ver con una evolución personal en el mismo sentido en que lo tiene una escritura autobiográfica. Lo que pasa es que no me gusta escribir de forma pura un texto autobiográfico, nunca me pareció muy atractivo. Alguna vez lo hice por necesidad, como las columnas para los diarios, por ejemplo. Igual el lector las lee y piensa que son muy sinceras, ¡pero no tanto! Muchas veces invento cosas.

- ¿Siempre hay cierta ficción?

- Claro, pero es que además no las hice con la intención de contar algo, sino con la intención de que era lo que pedían y yo necesitaba plata. ¡Es una transacción como cualquier otra! Y no es por pudor, es que lo autobiográfico me resulta algo poco interesante. Prefiero mezclarlo con la ficción o con el tema que me excede. No me interesa tanto hablar sobre mi vida en sí sola, sino en todo caso de mi vida dentro de algo más.

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- Se suele señalar que para escribir terror hay que transformar las percepciones de la vida diaria en pesadillas. ¿Es así como planteas tu escritura?

- Cuando escribes terror tienes que ejercitar una manera de mirar y de elegir lo que vas a ver y sobre lo que vas a escribir con esa mirada. Hay muchísima gente que no ve instantáneamente lo siniestro de la situación. Yo sí: un poco por entrenamiento y otro poco por gusto.

- Como Shirley Jackson y su obsesión por lo cotidiano como fuente de horrores, ¿no?

- Sí, la gran mayoría de lo que ella escribe, incluso lo que no es terror, ocurre dentro de una casa. Y es ahí donde mejor funciona lo siniestro, porque la casa es tu refugio de alguna manera, y cuando éste se contamina y comienza a ser amenazante, es casi la última frontera. Por eso, en este momento literario, los monstruos de los grandes relatos clásicos del terror ya no te funcionan tanto. Los fantasmas sí, porque son algo completamente cotidiano: están en tu casa, en tu cuadra… muy cerca de tu vida. Esas cuestiones de cómo mirar y ver, de cómo retorcer las imágenes que ves en la calle, las interpreto como subir el volumen de la realidad. Muchas veces el terror es una forma de ir un poco más lejos, incluso en cuanto a la corrección. El otro día estaba reviendo El príncipe de las tinieblas, de John Carpenter. Hay un momento donde los primeros posesos son homeless, gente que vive en la calle. En esa época se podía hacer eso y también se podían hacer películas como El exorcista, con una chica que se masturba con un crucifijo, algo que ahora tampoco se podría hacer. O quizás se podría hacer, pero no sería la película más popular de todos los tiempos y sería un enorme escándalo.

El terror es una forma de ir un poco más lejos, incluso en cuanto a la corrección

- ¿Consideras, entonces, que predomina cierta corrección política?

- En general creo que hay cierta corrección, sí. Se nota mucho cuando ves productos culturales del pasado. Cuando vuelvo a ver los productos con los que me formé es como si después me tuviese que sentir sucia. Y creo que en esto hay una diferencia importante en lo que surge después como producto generacional. Volviendo a la película de Carpenter, no es que le tengamos miedo a la gente que vive en la calle como le tienes miedo a un fantasma. A lo que le tienes miedo es a caer ahí, que alguien que conozcas caiga ahí, a tener un problema mental que te haga caer en ese estado, miedo a la desigualdad social que condicionan esas cosas… es una figura muy provocativa poner el mal ahí. Sobre todo porque, además, ellos se vengan. Además, el lugar donde transcurre todo es un área muy empobrecida y, claro, es como jugar con un miedo que seguramente tendría toda esa gente de clase media que iba a trabajar a esa clase de zonas. Creo que ver esas cosas en la realidad y atreverse a decirlas requiere un gran entrenamiento de mirada. Lo que ocurre es que este entrenamiento tiene que ver con productos culturales que uno ya consumió. Mira cómo se muestra el mal en Twin Peaks, por ejemplo. La mirada en lo real y la mirada en la lectura se relacionan muchísimo.

- Hablando de simbolismos, a veces parece que en tu obra asocias la sexualidad a la muerte y la violencia. ¿Es algo intencional?

- Probablemente, sí. Hay algo que tiene que ver con ciertos personajes que vienen un poco del gótico y del terror. Más allá de otras connotaciones que pueda tener, creo que su sentido más claro tiene que ver con el vampirismo, con la sangre. Se trata de esa idea de languidez, de una sensualidad totalmente ambigua sexualmente. Creo que eso también aparece en Alguien camina sobre tu tumba, donde es muy difícil advertir el género de las danzas macabras. Creo que pasa por ahí, por esa idea de la cercanía de la sensualidad con la muerte, por Eros y Thanatos.

- Los fantasmas como trauma, Eros y Thanatos... ¿Hay cierta influencia del psicoanálisis en tu obra?

- Posiblemente, pero no de una manera consciente: no soy lectora del psicoanálisis ni de Freud, pero soy argentina. Es como un lenguaje compartido, todo el mundo habla en esos términos. Hay un montón de nociones que tienes incorporadas y que no sabes bien de dónde surgen y que, en realidad, las adquieres por el lugar en el que vives y la gente con la que hablas. Incluso también por psicoanalizarse desde que son muy chicos, ¡la mayoría de los argentinos se psicoanalizan desde —yo también— que son muy chicos! 

- De hecho, tus obras están muy marcadas por el hecho de ser latinoamericana. Incluyen muchas referencias al entorno cercano, algo que también denota la influencia de un referente del género como Stephen King.

- Soy muy fan de Stephen King y, claro, soy latinoamericana. Creo que hay un problema en la literatura de género de terror latinoamericana, que es que no hay una tradición. Argentina, por ejemplo, tiene una enorme tradición de género fantástico, como ocurre con Borges o Cortázar. Pero toda la literatura en español es, sobre todo, realista, a diferencia de la literatura anglosajona, donde las tradiciones están más mezcladas. En todas partes los géneros son un poco menores…

En la literatura en español, el género de terror es el que menor respeto tiene

- ¿En cuanto a respeto?

- Sí, pero creo que en Occidente, en la literatura en español, el género de terror es el que menor respeto tiene. Ahora se les pasó un poco, pero durante mucho tiempo me preguntaban si iba a escribir otra cosa, que por qué no escribía otra cosa, que cuándo iba a dejar de escribir terror. ¿Cuándo se le pregunta a un escritor realista si va a escribir ciencia ficción? Y la literatura argentina, como digo, tiene mucho fantástico, pero poco terror. Sin embargo, Stephen King siempre me resultó un escritor muy cercano porque hace algo en su literatura que a mí me interesa mucho, que es trabajar con el realismo para, posteriormente, enrarecerlo. Ahora termina con esos finales largos y locos, bastante malos, de acuerdo. Pero siempre tuvo esa estructura de terminar con un final descontrolado. Cuando le leí me di cuenta de esa operación era muy útil para hacer terror en América Latina. Empiezas con una situación de realismo completamente reconocible en todos los países y después terminas retorciéndolo hacia el terror. Yo creo que tiene mucho que ver en que, aunque él sea estadounidense, sigue siendo parte de América como tal.

- Entonces, ¿hay un hilo conductor entre Estados Unidos y Latinoamérica?

- Sí, sí, hay algo ahí. La literatura norteamericana tiene una influencia enorme en América Latina. Por supuesto, como en todos lados, por una especie de colonización cultural. La tradición de novela negra argentina se da a partir de Raymond Chandler, Dashiel Hammett y todos los escritores los años cuarenta. ¡Y es una tradición súper fuerte! Cuando vos ves la Semana Negra de Gijón, por ejemplo, la mitad de los autores son argentinos. 

* * * *

El universo de Enríquez funciona como una intrincada muñeca rusa: capa a capa se desvelan, como por sorpresa, sus inquietudes, temores y placeres. Tanto es así que su novela más reconocida, Nuestra parte de noche —cuyo título responde a un verso de Emily Dickinson—, puede calificarse como una suerte de obra total. En ella tiene lugar el mejunje de la cultura popular que ha formado a la escritora, pero también los elementos dispares de los distintos subgéneros de terror: hay fantasmas, sectas ocultistas y niños con dones especiales. Todo ello, enmarcado dentro de un paisaje costumbrista y casi pop. Algo similar ocurre con Los peligros de fumar en la cama, libro de relatos que muestra algunas de las obsesiones de Enríquez, como es el caso de la dictadura. Lo que une a todas estas pequeñas piezas es su condición latinoamericana. No hay temor en mostrar de forma cruda, casi sanguinolenta, la realidad de un continente convulso en que se esconde, tras las sombras, lo fantástico. Mariana no tiene miedo en hacer frente, no obstante, a un viejo axioma: el ser con mayor capacidad de maldad es, en última instancia, el ser humano.

La escritora argentina Mariana Enríquez. ANAGRAMA/FLORENCIA COSIN
La escritora argentina Mariana Enríquez. ANAGRAMA/FLORENCIA COSIN

- El escritor francés Michel Houellebecq dice en su ensayo sobre H.P. Lovecraft que “los escritores de literatura fantástica, por regla general, son un poco reaccionarios por la sencilla razón de que son profesionalmente conscientes del Mal”. ¿Es así?

- Yo no sé si estaría en desacuerdo, lo que pasa es que es diferente leer el género desde Europa que desde un lugar subalterno. Entonces, es posible que esa conciencia del mal sea en algunos casos reaccionaria cuando estás en una posición dominante, pero el subalterno pone al de la posición dominante en la posición del mal. Creo que es una lectura muy eurocéntrica. Y si solo pudieras leer desde ahí, por ejemplo, no tendrías la impresionante cantidad de cine y literatura de terror de autores negros norteamericanos de los últimos años, que toman el racismo y hacen terror con eso cuando, en realidad, no hay una literatura muy clara en ese sentido salvo, por ejemplo, Beloved de Toni Morrison, que es una gran novela de fantasmas y me da un miedo impresionante. El otro día vi Them, y es una cosa tan brutal, tan insana, que habría resultado imposible que no hubiera sido hecha por alguien negro. No lo digo por corrección política: hay un trabajo con el trauma que es imposible de hacer si no es desde adentro.

- ¿Se puede extraer todo elemento de la realidad social, económica y política en un libro puramente fantástico?

- Se puede, lo que pasa es que no sé cuánta potencia tiene más allá del experimento o del juego. He leído libros así que me han gustado, los he disfrutado, pero en general creo que el género se ha vuelto cada vez más adecuado para hablar de ciertas realidades sin alegorías, pero desde otro lenguaje. Creo que a partir de lo que King hace con eso en la década de 1970 cambia completamente el terror. Se empieza a usar un lenguaje para hablar de ciertas cosas que le estaban vedadas. King es un tipo muy sencillo: un hombre mata a sus hijas y éstas aparecen, como en El resplandor. Es como una leyenda urbana. Toma elementos mucho más reales y, a la vez, menos sofisticados. Y esto, sin embargo, da más miedo porque es algo mucho más cercano. Si uno lee a Lovecraft puedes sentir un miedo vertiginoso, existencial, pero es muy difícil que te haga prender la luz. 

La mitología local es una ausencia general bastante importante en el fantástico latinoamericano.

- Los mitos juegan un papel importante en tu obra. En Nuestra parte de noche, aparece la Oscuridad, una idea lovecraftiana. Y en Alguien camina sobre tu tumba combinas mitología y cultura pop al hablar de Richey Edwards, el guitarrista de Manic Street Preachers desaparecido. 

- Sí, en Nuestra parte de noche hay un aire lovecraftiano con esta cuestión del Dios imposible de interpretar y sus adeptos, que son como malos… medio confundidos, porque yo siempre vi los mitos lovecraftianos desde una perspectiva complicada porque son malísimos esos dioses. ¿Qué es lo que esperas que te den, no? ¿Por qué sos devoto de esto? Pero sí, está esa idea de lo poshumano en la novela, esa posibilidad de que el Dios les deje vivir para siempre mediante la ocupación de cuerpos. Sin embargo, creo que los mitos que tomé tienen que ver sobre todo con el ocultismo, su lenguaje y la mitología del rock, que está un poco relacionado: juventud, devoción… hay un paralelismo. Y también creo que bebo bastante de la mitología local porque es una ausencia general bastante importante en el fantástico latinoamericano.

- ¿Como San La Muerte, por ejemplo?

- ¡Entre otros! Aún hoy, si uno va a esa zona que roza el límite de Argentina con Paraguay y con Brasil, el lugar continúa siendo muy denso en ese sentido. Uno va a un cementerio y está lleno de gallinas muertas en rituales. Vas al templo de San La Muerte y ves cómo acuden cien mil personas. No es una devoción perdida de una pequeña parroquia. Está muy relacionado con la cuestión indígena, y es muy raro que eso haya sido ignorado. Solo puedo pensar que fue así porque se le consideraba fuera de la literatura, fuera de la civilización. En Chile pasa más o menos lo mismo, sobre todo con los mapuche y en algunas islas en particular, principalmente en Chiloé. Hay una especie de desprecio.

- ¿Desprecio hacia todo lo indígena?

- Creo que sí, América Latina tiene un racismo dirigido claramente hacia lo indígena y hacia la gente de rasgos indígenas. Me llama mucho la atención que todo esto empiece a aparecer en escritoras de mi generación y de generaciones más jóvenes, como Mónica Ojeda. Yo la uso mucho porque es una mitología cercana a mi familia, pero creo que lo que hay que buscar es la relación personal que el escritor tiene con eso para poder rescatarla.

América Latina tiene un racismo dirigido claramente hacia lo indígena

- Respecto al ocultismo, ¿crees que el actual éxito del horóscopo entre las generaciones jóvenes es una puerta de entrada a éste?

- Me gusta mucho el ocultismo, me parece estéticamente y literariamente algo súper interesante. Yo solo tiro tarot, pero antes cuando era chica jugaba a la ouija, ¡lo que pasa es que sin drogas es aburrido! Pero el horóscopo es bastante popular sobre todo entre las chicas, ¿no? Es como si hubiera un reivindicación de eso como el saber sobre las mujeres. Lo cierto es que no sé nada sobre eso y, la verdad, tampoco me interesa. Esa nueva cuestión de las chicas y la brujería e incluso la reivindicación en ese sentido, tampoco me resulta interesante. Personalmente me quedo con la mitología más oscura. Ahí hay un punto que… no digo que me moleste, pero que me parece que cae en una reivindicación vacía: ahora que nosotras podemos hacerlo, lo hacemos. ¡Pero hacerlo ahora no tiene ningún tipo de consecuencia! ¿A quién le importa que vos leas las estrellas?

- Hablando de géneros: hablas de un rechazo a esa especie de literatura de lo íntimo en asociación a lo puramente femenino. 

- Lo que me pasa es que en general no creo que se tengan que imponer, ni siquiera desde tu colectivo, el colectivo feminista del que me siento parte, temas y reivindicaciones específicas. El solo hecho de que la mujer tome la palabra y escriba… ¡ya está!

Que porque seas mujer solo puedas escribir sobre la familia es una cosa que yo no la puedo entender

- ¿Escribir es directamente lo empoderante?

- Por supuesto. Yo no tengo que escribir sobre algo en concreto. Hay una cuestión muy clara: toda la vida interna, la cotidianidad, la intimidad de las mujeres… está muy subregistrada en la historia de la literatura. Pero yo no creo que por eso tengas que realizar una literatura que sea una especie de misión de salvataje. Yo pongo por delante lo que mejor sabes hacer. Si vos sos Natalia Ginzburg y querés hacer un rescate de eso pues, por supuesto, adelante, ¡porque eres un genio! Ahora bien, que porque seas mujer solo puedas escribir sobre la familia es una cosa que yo no la puedo entender. Hacerte visible es el gesto necesario, el contenido me parece irrelevante: cada una de las mujeres puede escribir lo que quiera.

Periodista. Colabora en Ethic Magazine y Ruta 66 y ha escrito para medios como Vice, ICON y El Espectador, entre otros.

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