Llueve en Buenos Aires. Poco, pero lo suficiente como para que sea mínimo el número de vendedores ambulantes frente al Movistar Arena. Algunos ofrecen camisetas con la bandera cubana de un lado y, del otro, la frase en cursiva: “Ojalá las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan”. Hay incluso vendedores más osados —o con productos impermeables— que, dentro de cajas abiertas, ofrecen pegatinas con la cara de Silvio Rodríguez o unicornios azules. En el bar de la esquina suena Sueño con serpientes.
Con serpientes de mar / Con cierto mar, ay, de serpientes, sueño yo.
En el menú de la noche se ofrecen «chorisilvio» o «vacío Rodríguez», y para quienes no tengan ningún interés en canciones de protesta, lo habitual: hamburguesas, pizza y tragos.
Sí, señoras y señores: Silvio Rodríguez ha regresado a Buenos Aires después de casi una década sin pisar la Argentina. Es 11 de octubre, el primero de los tres conciertos que dará el mítico trovador cubano en la tierra de Messi, Maradona y, ahora, Milei.
Podrían haber más vendedores, pienso. Podrían ser muchos más. Quizás, si se tratara de un concierto de Iron Maiden, habría al menos un vendedor por cada persona con entrada.
En mi cabeza empiezo a hacer ecuaciones matemáticas innecesarias: el porcentaje de vendedores ambulantes versus la cantidad de asistentes, las entradas agotadas en tiempo récord, los carteles improvisados de parejas ofreciendo comprar boletos a sobreprecio. Pero no. El destino —y Silvio— me dieron una patada en la cara: 15 mil asientos, todos ocupados. Trova-adictos, fanáticos de la mayor de las Antillas, banderas cubanas y palestinas colgando de las gradas.
Puedo decir que hubo música incluso antes de que Silvio tocara la primera nota.
“Alta coimera, Karina es alta coimera”, coreaba el público al ritmo de Guantanamera, con acento porteño.
“Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta votó a Milei.” Nadie se quedó sentado, lo puedo garantizar: miré. Si alguien en la sala votó al anarcocapitalista —porque los seres humanos son, ante todo, complejos y contradictorios—, la presión colectiva no le habría permitido quedarse inmóvil. Demasiado evidente.
Cada cinco minutos, una nueva canción de hinchada contra Milei, los yanquis, los ingleses; y alguno que otro pedía la liberación de Cristina Fernández de Kirchner, prometiendo el regreso de las fuerzas peronistas al poder.
Silvio ha regresado a una Argentina diferente. A días de unas elecciones legislativas, que tendrían la participación más baja desde el retorno a la democracia. Un país donde triunfa La Libertad Avanza. Una Argentina donde el consumo masivo no logra recuperarse y el endeudamiento familiar alcanza niveles récord. Han pasado siete años desde que Silvio pisó suelo argentino. Y ahora, su público porteño le pide que cante.
Pero, ¿a quién le canta Silvio?
…
Silvio Rodríguez Domínguez nació en 1946 en San Antonio de los Baños, actual provincia de Artemisa. Su padre era un campesino agrícola y su madre llegó a cantar en emisoras radiales. Silvio creció en una familia amante de la literatura, donde se devoraba lo mismo poesía que tomos de teoría marxista.
En la adolescencia intentó amigarse con el piano. No funcionó: le parecía un instrumento demasiado difícil. Se inscribió en el conservatorio de La Habana, pero se aburrió. Estudió pintura, trabajó haciendo historietas y también como periodista en diarios.
Fue durante el servicio militar obligatorio donde aprendió a tocar la guitarra de forma empírica, gracias a otro recluta que había llevado consigo el instrumento a cuestas. La guitarra se convirtió en su compañera. Después del ejército, selló su vínculo definitivo con la música: un giro que cambiaría su vida y la del entonces incipiente movimiento de la Nueva Trova Cubana, junto con otros grandes como Pablo Milanés. Con Pablo terminaría peleado hasta el final de la vida de este, supuestamente por diferencias ideológicas, porque Silvio siempre fue fidelista.
“Continuar esto sin Fidel no es fácil, no es fácil. Pero es que tiene que ser así, tiene que ser así”, declaró en una entrevista a la revista Rolling Stone en octubre de este año.
Asimismo, desde los inicios de su carrera, sostuvo un fuerte vínculo con la Argentina. Ya en los años setenta, durante las dictaduras de Juan Carlos Onganía y el llamado Proceso de Reorganización Nacional, las canciones de Silvio se escuchaban de forma clandestina en el país. El país lo abrazó como símbolo de libertad y esperanza en medio de un contexto que llevaría a la desaparición de al menos 30 mil personas. Silvio representaba lo posible dentro de lo imposible. La luz.
Su primera visita oficial ocurrió en 1984, tras el regreso de la democracia, con una serie de conciertos en el estadio Obras de Buenos Aires junto con Pablo Milanés. Las siete funciones iniciales terminaron siendo catorce, con invitados como Víctor Heredia, el Cuarteto Zupay, Antonio Tarragó Ros, César Isella, Piero y León Gieco. Aquella serie se convirtió en un testimonio discográfico, repartido en dos volúmenes, presentado simplemente como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez en vivo en Argentina. Incluso el Canal 7 —por entonces llamado Argentina Televisora Color (ATC)— emitió un programa especial que transmitió completo uno de los conciertos e incluyó entrevistas a los protagonistas.
Le siguieron otras giras y presentaciones en teatros y estadios de distintas ciudades. El Luna Park parecía ser su escenario predilecto —allí presentó como telonero a un joven Santiago Feliú, promesa de la “nueva nueva trova cubana”, en su primer concierto fuera de Cuba—. En 2005 cantó en Mar del Plata, durante la III Cumbre de los Pueblos de América. En 2015 ofreció un recital multitudinario en la plaza Martí de Villa Lugano. Tres años después, actuó en Villa Domínico, en otro show gratuito que convocó a unas 100.000 personas.
Silvio mantuvo vínculos con importantes figuras del progresismo argentino. En 1984 conoció a Mercedes Sosa durante el festival Siete Días con el Pueblo, celebrado en República Dominicana. Silvio la calificó como “oro sustancial”, “tesoro” y “patrimonio” de la canción latinoamericana. Ella, por su parte, incorporó La maza a su repertorio.
En 2004, al cumplirse un año de la asunción del entonces presidente Néstor Kirchner, realizó un show gratuito en la Plaza de Mayo, espacio emblemático para las organizaciones de derechos humanos. Ahora, en 2025, hizo una parada en el departamento donde la expresidenta Cristina Fernández cumple prisión domiciliaria.
Así, el músico autodidacta consolidó una audiencia muy fiel en la nación sudamericana. Un amor que pasaría de generación en generación, por lo menos en casas con tintes progresistas.
Era evidente que, cuando Silvio anunció su esperada gira latinoamericana, Argentina iba a estar en la lista. Cinco décadas de trayectoria artística condensadas en una decena de presentaciones en Chile, Argentina, Uruguay, Perú y Colombia. Además, la oportunidad de mostrar ante un público no necesariamente antillano su álbum más reciente, Quería saber, lanzado en junio de 2024.
“Estamos muy entusiasmados con la idea. Espero que ustedes también”, declaró en sus redes sociales.
El entusiasmo se notó rápido: entradas agotadas en cuestión de horas —desde las más caras hasta las más baratas— para los tres conciertos del 11, 12 y 21 de octubre. “¿A saber cuándo vuelve?”, escuché decir a más de uno que tarjeteó con los ojos cerrados.
…
A las 9:30 de la noche se apagan las luces en el Movistar Arena. El silencio dura apenas unos segundos, interrumpido por varios “¡Viva Cuba Libre!” que surgieron desde distintos sectores del público; “¡Te amamos, Silvio!” y un inesperado “¡Viva Fidel!” del hombre sentado detrás mío. Acto seguido, entran en escena, uno por uno, los músicos de la banda, entre ellos su esposa Niurka González en la flauta y su hija Malva en el piano.
La entrada final fue la de un Silvio Rodríguez de 78 años, quien en cuestión de minutos comenzó a cantar:
Hoy me propongo fundar un partido de sueños, talleres donde reparar alas de colibríes / Se admiten tarados, enfermos, gordos sin amor, tullidos, enanos, vampiros y días sin sol.
El cantautor inicia con la búsqueda de un mundo presuntamente utópico para aquellos defenestrados por la sociedad: un “partido” que reúne más allá de las diferencias. Ala de colibrí para la cura. Le sigue Sueño con serpientes, del disco Días y flores (1975), donde narra una pesadilla sobre la infinita capacidad del poder para asimilar y devorar cualquier propuesta renovadora.
“Hace muchos años que no pasaba por aquí. Gracias por estar con nosotros”, nos dice a nosotros, su audiencia.
Canta Virgen del Occidente, La bondad y su reverso, Pequeña serenata diurna, Quién fuera, Casiopea, Eva, Te amaré y Viene la cosa, inspirada en la realidad antillana.
“En Cuba, hablar de la realidad cotidiana y política se le suele llamar ‘la cosa’. Entonces, un peluquero de La Habana Vieja, podrido de escuchar hablar de la situación política, puso un cartel en la puerta: ‘Prohibido hablar de la cosa’”, contó Rodríguez.
Silvio se disculpa: dice estar acatarrado. “Nunca he tenido una voz del otro mundo, pero hoy estoy particularmente afectado”, aclara, aunque sigue.
Su hija coloca sobre los hombros del trovador una kufiya palestina. La tela negra y blanca lo arropa mientras recita el poema Halt! del escritor cubano Luis Rogelio Nogueras: Desde las colinas de Judea hasta los campos de concentración del III Reich. Pienso en ustedes y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno.
“¡Viva Palestina libre!”, dice. Un preludio para La era está pariendo un corazón.
Hubo espacio para rendir homenaje a su amigo y ex presidente uruguayo Pepe Mujica, cuya viuda terminaría visitando en Montevideo, próxima parada en su gira. A Mujica le escribió la canción Más porvenir, a raíz de una invitación de León Gieco. También rindió tributo a quienes lo acompañaron en el movimiento de la Nueva Trova, con versiones de Te perdono (Noel Nicola, 1946-2005), Créeme (Vicente Feliú, 1947-2021) y Yolanda (Pablo Milanés, 1943-2022). A Ernesto “El Che” Guevara le dedicó Tonada del albedrío.
El interludio de la noche vino de la mano de Jorge Bocanegra, poeta, dramaturgo y ensayista argentino, a quien Silvio le cedió el escenario. Bocanegra leyó cuatro poemas escritos en la década de los ochenta: Exilio, Los milongueros, Cuchara y ¿Será posible el sur?, este último dedicado a los trabajadores del Hospital Pediátrico Prof. Dr. Juan P. Garrahan, quienes llevan casi dos años enfrentando los recortes de Milei.
“¿Será posible tanta bala perdida en el corazón del pueblo?” se preguntó el poeta, como si la historia fuera cíclica.
Hubo más: Te amaré, Canción del elegido, Quién fuera, Ángel para un final, El necio, Historia de las sillas y Rabo de nube.
Son casi las 11 de la noche en Buenos Aires. Se prenden las luces y Silvio ya no está. No regresó, ni siquiera cuando comenzó a sonar el coro de “¡otra, otra!”. No hubo otra. Tampoco hubo unicornios azules. Silvio se ha retirado del escenario, y siento que ha dejado huérfano nuevamente a un público que buscaba en él o en sus letras —casi lo mismo— un futuro de esperanza e ilusión, en una Argentina que pocos parecen entender. Porque si algo hizo Silvio fue cantar sobre un mundo que no llegó o aún no ha llegado. Sembrar la promesa de un porvenir pendiente.
…
Aquella noche lluviosa de octubre bonaerense, Silvio me hizo llorar. Invoqué en mi mente el cancionero de páginas amarillas y carcomidas de él, que llevé en mi maleta cuando salí de Cuba y terminé regalando a un amor argentino.
Me evocó a una isla de la que ya no formo parte. Volví a oler el café recién colado de mi abuelo, escuché nuevamente la sinfonía del barrio —una mezcla disonante entre vendedores ambulantes y reggaetón—, sentí en mis muslos el agua fría y salada del malecón mientras leía; volví a escuchar la risa de amigos dispersos por la migración y el exilio. Volví a casa.
Silvio estuvo presente en mi infancia, en el tocadiscos de mi padre, un devoto al oficialismo; en mi adolescencia rebelde, aun cuando su música no me resultaba atractiva; y durante mi etapa universitaria de “trova-adicta”, donde intenté encontrar sentido al complejo contexto cubano en alguna de sus letras. Un mensaje oculto que me permitiera desarmar la armazón del estalinismo tropical. Nunca asistí a uno de sus conciertos de barrios, porque siempre pensé que podría ir al siguiente.
Como tantos de mi generación, nacida e incubada en el llamado Periodo Especial, mi relación con Silvio es compleja.
Aquel 27 de noviembre de 2020 (27N), durante la sentada histórica frente al Ministerio de Cultura de Cuba, se plantaron 300 teatristas, cineastas, artistas plásticos, periodistas y jóvenes de otros sectores, ante la violenta detención de integrantes del Movimiento San Isidro. Pero los presentes también cargaban otras demandas, como la finalización del Decreto 349 de censura al arte y, sobre todo, una apertura de diálogo con las autoridades. Frente al edificio en El Vedado habanero se entonaron letras de canciones de Santiago Feliu e incluso del mismísimo Silvio, antes de ser dispersados con gas por fuerzas militares.
A la escena acudieron figuras de la cultura cubana como el cineasta Fernando Pérez y el actor Jorge Perrugoría, para mediar entre las partes. Silvio no estuvo. Lo busqué entre las fotos. Creo que nos hubiera hecho falta.
Al 27N le siguieron las protestas masivas del 11 de julio (11J), que atravesaron la isla de punta a punta y culminaron con la detención de cerca de 1.500 personas, de las cuales al menos 543 aún permanecen bajo alguna medida penal por delitos de «sedición», «desórdenes públicos» o «atentado». Al menos 60 menores de edad fueron procesados.
Días después, el dramaturgo Yunior García —una de las figuras principales del movimiento 27N y uno de los detenidos del 11J— le escribió una Carta abierta al propietario de un unicornio perdido e invitó a Silvio a dialogar.
“Yo no te pido que renuncies a ninguna de tus convicciones. Eso sería absurdo de mi parte”, dijo García.
“Tú eres —con todas tus contradicciones— una pieza imborrable en este rompecabezas donde nacimos y que seguimos llamando Patria. Pero mis amigos y yo —con nuestras contradicciones— también estamos en esa imagen de Cuba que no acaba de armarse (...) Si todavía me queda, después del 11 de julio, una mínima esperanza de diálogo, quiero que sea contigo. No te imagino pateando a un joven socialista de 22 años en una estación de policía ni apoyando las condenas de aquellos a los que has regalado tantos conciertos en sus barrios.”
Yunior y Silvio se reunieron en los estudios Ojalá. El encuentro duró 70 minutos y concluyó con el compromiso de que el cantautor abogaría por “la liberación de todos los presos que participaron en las protestas”; asimismo, coincidieron en un proyecto —“en su momento se hará público”— que podría servir como inicio de un debate verdaderamente plural, inclusivo, cívico, respetuoso y amplio. Ala de colibrí.
Desconozco qué sucedió con ese “proyecto”. Yunior García salió de la isla rumbo a España en noviembre de 2021 y Silvio volvió a cantar en Cuba a finales de septiembre de 2025 en la escalinata de la Universidad de La Habana.
De espaldas a la calle San Lázaro y mirando directamente a los brazos del Alma Mater, el concierto marcó el inicio de su gira por América Latina y fue dedicado a los universitarios cubanos que, a inicios de junio, protestaron de manera inédita contra los tarifazos gubernamentales en los precios de internet. “Actitudes muy positivas”, escribió Silvio en sus redes sociales.
Dicen que Díaz-Canel, actual presidente de Cuba, se le vio llegar por un lateral.
“Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria. Los hombres han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la libertad, como viven en el goce del aire y de la luz. Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”, citó Silvio a José Martí desde la tarima.
…
A veces pienso entender a Silvio con total claridad. Quiero que sea para mí —migrante cubana, hija del Periodo Especial— el mismo faro de luz y promesa que es para los miles de argentinos con quienes compartí la sala del Movistar Arena. Por eso me pregunto: ¿a quién le cantará? ¿Estoy incluida en esa muestra demográfica?
Sospecho que, a lo largo de los años, Silvio nos ha hablado en clave, pero nunca he podido confirmar mi teoría. Tampoco le he podido preguntar, aunque me encantaría. Capaz pasó por su propio proceso de desromantización de un proyecto político en crisis. Evoco la entrevista que dio a la revista Rolling Stone: “Las revoluciones no son perfectas, son necesarias”, declaró. Me acuerdo incluso de cuando dijo preocuparse de que la Revolución —o lo que usa su nombre— acabe siendo contrarrevolucionaria, tras los despidos en la revista oficialista Alma Mater. Me viene a la mente la canción Partirme en dos. Pero no sé.
Pero la realidad es que me confundes, Silvio, y no importa. Te perdono, Silvio.
Te perdono que hayas envejecido y aburguesado. Te perdono la demora en criticar lo evidente. Te perdono la prórroga en sentarte a escuchar a la juventud de tu país. Te perdono el amor ridículo a un proyecto traicionado, porque yo también amo así el proyecto de mundo al que le he puesto mi vida. Te perdono porque eres mi madre recogiendo escuálidas papas en el campo. Mi padre dando clases en las montañas. Te perdono aunque estoy segura de que, si nos sentamos a tomar café sin azúcar, terminaríamos discutiendo. Te perdono que quizás me llames revisionista histórica. Te perdono tus conflictos con Pablo —y eso es decir mucho, porque hay cosas que a Pablo nunca le perdonaré—. Te perdono las metáforas rebuscadas, el tono solemne.
Te perdono, Silvio, porque cuando te escucho, algo de Cuba sigue respirando dentro de mí.