Si de casualidad yo decía que no había visto la película completa, la otra persona me contestaba con una exclamación perpleja. “Pero ¡¿cómo?!”. “¡No te creo!”. “¿De verdad?”
Habana Blues para mí era como esos libros muy famosos de los que te llega el eco, fragmentos, hasta que sientes que ya lo has leído. Me sé las canciones, porque casi se volvieron himnos; me sé algunos parlamentos y escenas, de tantas veces que nos hemos reído con ellos.
En verdad, estuve evitando verla; porque, claro, también sabía que hablaba sobre emigración, sueños truncos, los rigores de la supervivencia, sobre el alma nacional partida… Y a mí me duele mucho de ese lado. Por eso había esquivado Habana Blues, igual que esquivaría un piñazo.
Sin embargo, el otro jueves me expuse al impacto por voluntad propia. La proyección era en una azotea del Vedado, al caer la noche. Entre tanta gente a lo mejor ni lloro, pensé.

La convocatoria iba por cuenta de El Parqueo, un proyecto independiente que pone cine al aire libre de forma gratuita. “Lleva una silla y un amigo”, es su lema; y harta muchachada les hizo caso, porque la azotea estaba llena como una guagua. Varias veces dije: “ahora sí no cabe más nadie”, pero seguían y seguían llegando.
Ruy (Alberto Yoel García) y Tito (Roberto San Martín) aparecen cantándole a turistas en la playa, luego vendiendo cualquier cosa. Los protagonistas son dos músicos jóvenes que persiguen el sueño de grabar y echar adelante su banda fuera de Cuba. En esas, conocen a dos productores españoles y la quimera comienza a parecer acaso tangible.
La obra de Benito Zambrano, estrenada en 2005, muestra La Habana de los bicitaxis y sus conductores flacos de pedalear, la que se paraliza cuando llueve; la de la arquitectura hermosa en su destrucción, donde “la luchita” y el “buscarse los frijoles” marcan el compás de los días. Lo canta Ruy, con la voz de X Alfonso:
“Mami, no es fácil reír en la ciudad de los bravos.
La vida está un poco dura aquí, no es nada extraño.
Me voy buscando mi suerte, buscando el pan con mis manos.
Falta el dinero, mi negra, el rocanrol está muy caro”.

Por otra parte —siguiendo las acostumbradas desproporciones de esta isla—, todo lo que falta de estabilidad económica y condiciones materiales sobra en talento musical. El filme presenta músicos reales defendiendo temas propios: Free Hole Negro, Kelvis Ochoa, Telmary, Sexto Sentido, Escape, Kumar… Hay rock y guaracha, hip-hop y trova. No en balde ganaron el premio Goya de ese año a la mejor música original.
El tráfico de la calle Línea a ratos ahogaba el sonido, aunque eso no impedía que las personas se rieran y comentaran los diálogos. Detrás de mí, un muchacho aseguraba que había visto 20 veces la película.
Su vigencia se confirma en lo mal que ha envejecido la realidad. Por ejemplo, demasiados nos hemos sentido como el personaje de Caridad (Yailene Sierra), la esposa de Ruy, mordiendo la frustración: “No hay manera: no te dejan levantar cabeza”. Dicen que alguna vez en el cine, justo después de esa línea, la gente hacía bulla y chiflaba, en señal de afirmación.
Cuando suena el tema homónimo del filme, los presentes cantamos en un susurro:
“Hoy miro a través de ti
las calles de mi Habana.
Tu tristeza y tu dolor
reflejan sus fachadas.
Es tu alma en soledad la voz,
la voz de esta nación cansada”.
La cámara continúa recorriendo avenidas: pasa por Malecón, por 23, y en la esquina de L, en el céntrico cine Yara, se ven paseantes y bombillos encendidos. “Mira, cuando el Yara tenía las luces completas”, señala alguien. Termina la canción, y aplaudimos.
A estas alturas ya uno debería ser inmune a las despedidas. La repetición como anticuerpo, o como anestesia, para la próxima vez que alguien querido te avise que se va del país. Pero así no funciona.
Por eso la escena en que Caridad anuncia que se marcha para los Estados Unidos evoca las múltiples veces que hemos vivido lo mismo; con la diferencia de que, si uno se fuera mañana, tendría muchos menos amigos a quienes decirles adiós.
Mentalmente subrayo otras frases que bien pudiesen haber sido dichas ahora, como si no hubieran pasado 20 años. “Nada de paciencia, compañera —le contesta Tito a Marta (Marta Calvó)—, que la vida es corta, y este país es de los mejores del mundo para perder el tiempo”. “Yo necesito salir de esta isla cuanto antes, ya no aguanto más”, reclama uno de los músicos.

Hace poco, un colega que visitaba Cuba por primera vez me preguntó si esa sensación de asfixia era real. Habana Blues es la respuesta hecha cine.
La separación de Tito y su abuela Luz María (Zenia Mirabal) deviene presagio: un número considerable de personas ancianas hoy se enfrentan a la soledad y la falta de cuidados, a causa de la emigración de los más jóvenes de la familia. Otra crisis dentro de la crisis.
Cuando Roly Berrío rasga la guitarra y empieza Arenas de soledad —posiblemente el tema más emblemático de la película—, una especie de inquietud generalizada indica el momento climático. En sus conciertos X Alfonso interpreta esa canción y cunde la euforia: el gentío salta y se desgañita, las manos alzadas se balancean.
Pero esa noche permanecimos sentados. Se abrieron las compuertas: cantamos y lloramos; de nuevo sobrevinieron los aplausos. El poder sanador de la lágrima colectiva se manifestaba.
Algunos piensan que el sentido del humor es lo que nos ha salvado del colapso y de la locura. Yo creo que han sido las conexiones humanas y la música.
Durante un breve silencio escuché a varios soplarse la nariz. Dos muchachas al lado mío se secaron la cara. Otras dos, delante, se quedaron sentadas al terminar la proyección, juntas en un abrazo.
Los pensamientos caen por su propio peso: ¿Cuántas de estas personas se habrán ido dentro de unos meses, o en un año? ¿Cuántos quizás persisten inventándose maneras de quedarse, excusas, cuando todo, o casi todo, les dice que aquí no, que aquí no es?
De hecho, la mitad de los integrantes de El Parqueo ha emigrado. Llevan meses en gestiones para transformar su iniciativa en un proyecto de desarrollo local, una de las formas jurídicas del sector privado. Para cuando concluya el trámite, puede que ninguno esté ya aquí.
Al día siguiente, el regusto de las emociones aún no se desvanecía. “No es solo cine", escribió alguien en Instagram. "Es Cuba proyectada en el pecho. Habana Blues no se ve, se vive”.
La música nos salva; las redes humanas nos salvan. Existe un poder sanador en la lágrima colectiva.
