Viaje al día a día de los venezolanos

Melba Escobar explica en ‘Cuando éramos felices y no lo sabíamos’ cómo se vive en un país “donde todo puede desaparecer de un momento a otro”.

La vida cotidiana de los venezolanos es el eje del libro ‘Cuando éramos felices y no lo sabíamos’, de la periodista Melba Escobar. EFE/MIGUEL GUTIÉRREZ
La vida cotidiana de los venezolanos es el eje del libro ‘Cuando éramos felices y no lo sabíamos’, de la periodista Melba Escobar. EFE/MIGUEL GUTIÉRREZ

No se puede viajar a la agonía de un país vecino sin que se le remuevan a uno los propios dolores. Por eso, la escritora y periodista Melba Escobar (Cali, 1976) se ha entregado toda ella a cada uno de los cuatro viajes que entre 2019 y 2020 hizo de Colombia a Venezuela para entender qué pasa cuando la vida sigue, a pesar de todo, y las personas se resignan a vivirla en medio de los escombros.

Como un poema hermoso y doloroso a partes iguales, Cuando éramos felices y no lo sabíamos —publicado en 2020 por Seix Barral en Colombia y editado ahora en España por Ariel— se construye como una aproximación personal de la autora al día a día de los venezolanos, a los efectos del Estado en la vida cotidiana. Cuando ya se han escrito kilómetros de tinta sobre la crisis de un país que un día fue próspero y rico, cuando el mundo entero parece haberse olvidado de Venezuela, Escobar encuentra la originalidad en medio de la sobreabundancia. Porque su relato tiene que ver con la difícil pero poderosa experiencia de sentir con los otros, de permitirles contar su historia. Ricos o pobres, del régimen o adversos, emigrados a Colombia o resilientes en Venezuela. Todas las voces cuentan cuando se trata de entender un drama.

- ¿De dónde te nace la necesidad de escribir este relato no político de Venezuela?

- Hay escenas, situaciones cotidianas que uno vive en Bogotá bastante duras, donde el drama humano que percibes de los migrantes es tan fuerte, hay tanta necesidad y urgencia… Y esto me chocaba un poco, contrastado con las cosas que veía en las noticias. En Colombia, en la pelea con la izquierda, siempre ha sido muy utilizada la figura de Chávez como para decir: “lo peor que nos puede pasar es convertirnos en Venezuela”. Eso lo usó también Trump en su momento; bueno, lo ha usado la derecha en todas partes. De alguna forma, sentía que se utilizaba mucho Venezuela como comodín político, como una figura que le resultaba útil a la propaganda de otros partidos, pero yo decía: “es que no entiendo realmente qué es lo que pasó”.  Y qué es lo que pasó explicado por la gente, no por los políticos, no por nadie que esté en campaña ni por los poderosos. Fue así que decidí un día hacer las maletas y empezar a viajar con mis preguntas para ver qué me decía la gente en la calle.

- No es una crónica periodística, tampoco un análisis sociológico, y ni siquiera un relato de viajes. ¿Cómo defines tu personalísima propuesta?

- Es un libro híbrido porque, no sé si te pasa, pero a veces uno tiene tantas cosas revueltas en la cabeza… Y más en estos tiempos que vivimos, en los que siempre está pasando algo, que parece que estamos al borde del colapso constante en el mundo. Como cuento en el libro, mi mamá estaba en la fase terminal de un cáncer; muere entre el tercer y el cuarto viaje a Venezuela. Ella es quien más me anima a seguir viajando, siempre estamos como con esa carrera de que quiere alcanzar a leer el libro antes de morir. No alcanza a hacerlo, pero sí que me anima a continuar en este proyecto. Entonces, es un libro muy sentimental, porque me lleva lejos de casa, de mis hijos pequeños, de mi madre enferma. Justamente, creo que esa emocionalidad me motiva también a conectarme con el dolor ajeno. Cuando uno está sufriendo, le resulta mucho más fácil entender el sufrimiento de los otros: desde ese estado de duelo, porque yo estaba haciendo un duelo, quizá por mi madre. Me parece que muchos venezolanos han hecho un duelo por su país o están todavía haciéndolo. Por un país que fue y dejó de ser tal como lo conocieron. Todo esto se empieza a mezclar en el libro. 

La periodista y escritora colombiana Melba Escobar, autora de 'Cuando éramos felices y no lo sabíamos'. CARLOS DUQUE
La periodista y escritora colombiana Melba Escobar, autora de 'Cuando éramos felices y no lo sabíamos'. CARLOS DUQUE

- En el libro están la colombiana, la periodista, la esposa, la madre y la hija. Todas tus facetas se sienten, se pronuncian y van construyendo esa historia conmovedora. ¿Esperabas que fuera así o se fue dando de manera inesperada y natural a medida que escribías?

- Más lo segundo. Yo soy novelista también y, cuando he escrito novela, casi siempre hay un plan, un proyecto, una escaleta: tienes una idea de personajes, de giros. Aquí no había nada planeado, fue como aventarme al vacío. Y, en ese sentido, es un libro mucho más emocional y exploratorio. Realmente, no me estaba planteando ni siquiera hacia dónde iba ni qué rumbo iba a tomar, pero justamente esa naturalidad está presente en la narrativa, que creo que es bastante vital.

- El libro recoge y se ordena en cuatro viajes de Colombia a Venezuela para retratar el día a día de los venezolanos. Aunque cada viaje posea sus propias aristas, ¿cuánto han tenido en su conjunto de iniciáticos?

- En el último viaje, hay momentos de muchísima angustia, como del absurdo, de un país donde no hay Estado, donde es un poco la anarquía: no puedes cambiar dinero, no puedes ir de un lugar a otro… Está lleno de dificultades. De pronto, uno se siente atrapado en una dimensión desconocida. Sí que hubo muchos sacudones vitales, la sensación de cómo todo puede desaparecer de un momento a otro, lo que consideramos que siempre va a estar allí. Creo que por eso Gabriela Wiener se refiere, cuando habla de mi libro, a que vengo del futuro, porque en el último viaje ya se empezaba a hablar de la pandemia. Yo sentía que esta gente ya estaba viviendo una nueva normalidad en Venezuela hacía mucho tiempo. Cuando no hay agua, no hay alimentos, no hay medicamentos… ¿Qué pasa en esas circunstancias? Y descubrir, además, que los seres humanos estamos hechos para seguir adelante, a pesar de todo. Hay un apego a la vida tremendamente poderoso que, a veces, cuando estamos muy cómodos, incluso olvidamos darle el valor que tiene. En los momentos de crisis es cuando más nos aferramos a la vida y todo eso fue una lección muy importante también para entender que no todo al final es política. Los lazos afectivos y colectivos que se pueden crear al margen de la política también son fundamentales en una sociedad.

- El libro se va construyendo de manera coral con las voces de los venezolanos. De todo tipo, clase social y tendencia política. ¿Este caleidoscopio de personajes era necesario para crear la radiografía correcta?

- Creo que sí, porque vivimos en sociedades muy polarizadas, en las que cada vez es más difícil hablar de política sin acabar en insulto. El caso de Venezuela y Colombia es muy evidente: las tensiones en política y lo que ha significado para Colombia tener ya más de dos millones de migrantes venezolanos. Todo esto hacía sentir que era importante recuperar otra forma de entendernos al margen del plano político.

Portada del libro 'Cuando éramos felices y no lo sabíamos', de Melba Escobar. ARIEL

- ¿Recuerdas un escenario, personaje o momento que te impactara especialmente?

- Me acuerdo mucho del camarero del Hotel Maruma en Maracaibo, un hotel que se construyó con todos los lujos y los excesos de lo que, en otra época, se llamó “la Venezuela saudita”, cuando las riquezas eran absolutamente desproporcionadas, lo que, claro, llevó un poco al chavismo. Sin duda, había habido un despilfarro, una corrupción y un Gobierno insensible antes del chavismo y, por supuesto, estaba la necesidad de un cambio. Uno llega a este hotel: todo mármol, todo lujos, lámparas de Baccarat, 400 habitaciones… Y yo fui la única huésped durante cinco noches. Y estaba este señor, que era el camarero, el recepcionista, el cocinero, el botones; hacía todo, siempre con una sonrisa de oreja a oreja, lo más afectuoso y gentil, con su uniforme hecho trizas, con sus zapatos gastados… Sentías que era el camarero del Titanic, que se iba a hundir el barco, pero que lo más digno que podía tener él era mantenerse fiel a su trabajo, a la idea de que estaba dando lo mejor que podía dar hasta el final. Eso me parecía tremendamente conmovedor.

- En el libro recuperas la casi extinta función social del periodista. Son los propios venezolanos quienes, de manera espontánea, van contando la realidad… ¿Lo disfrutaste?

- Mucho, porque, además, creo que la gente está con muchísimos deseos de contar qué les pasó a ellos en particular. Son tantas historias impresionantes de gente que estudió una carrera en la universidad, que tuvo un trabajo, etc., y que de pronto está durmiendo en la calle en Cúcuta, una ciudad fronteriza con Colombia. Hay muchas historias muy valiosas y la mirada de afuera me parece que es una mirada muy rica. Este libro jamás lo podría escribir sobre Colombia, porque de alguna manera se necesita una distancia para mantener la sangre fría a la hora de escuchar ciertos relatos. Hay cosas que uno no podría tolerar si se le dicen de su propio país, pero, al tener la distancia suficiente para escuchar sin sentirte que te están abriendo tus propias heridas, puedes tener esa neutralidad. En ese sentido, es muy importante que miremos a los vecinos y hablemos de lo que pasa al lado, porque traemos una mirada más fresca y distinta.

- Casi cinco millones de venezolanos lo han abandonado todo. Ya no son “migrantes económicos, como dices, sino “refugiados”, por su condición de expulsados a la fuerza de su propio país. “A veces pienso que Venezuela es el tráiler de la película del continente” es una frase que aparece en tu libro. ¿Es la de Venezuela una realidad premonitora para Colombia y muchos otros países?

- Pues sí. Lo tremendo es que ya decir socialismo, derecha o izquierda tiene un vacío de contenido muy grande, porque lo que vemos claramente en Venezuela es que no es ningún socialismo: es el capitalismo más salvaje en manos de unas mafias que han empobrecido al pueblo. Todo lo contrario de la promesa que se hacía en un comienzo. Pero lo mismo vemos con los abusos de gobiernos totalitarios que puede representar un Bolsonaro. Sea la derecha o la izquierda, vemos que estos populismos ensalzados por las redes sociales, por la frustración, por las desigualdades tan salvajes que vivimos en América Latina, llevan a que la gente cada vez más vote con el hígado, con el corazón, y no con la cabeza. Esto nos lleva a optar por promesas que suenan fantásticas, pero que son muchas veces inviables y que van a llevar a los países por un camino bastante negativo.

- ¿Es muy diferente la Venezuela que imaginabas de la que encontraste?

- Sí. Yo crecí, como cuento en el libro, con un complejo de inferioridad respecto a mi vecino rico. Venezuela siempre fue el país próspero en paz, con un ingreso per cápita similar al de Estados Unidos: el coloso del Sur. Tenían una cantidad de estudiantes con doctorados de las mejores universidades del mundo, los mejores museos de arte, la mejor producción de libros... En fin, una riqueza cultural y social, porque es un país hecho de migrantes, luego hay una enorme diversidad cultural. Y de pronto, todo esto se esfumó, desaparece. Y claro, ves que todavía quedan restos de todo esto, en la arquitectura, en la gente tremendamente educada... Pero también ves todo lo que ya no está y que se perdió. Sin haber hecho los viajes, nunca hubiera podido imaginar realmente la complejidad y la diversidad de lo que podía haberme encontrado.

Venezolanos cruzan la frontera con Colombia. EFE/MARIO CAICEDO
Venezolanos cruzan la frontera con Colombia. EFE/MARIO CAICEDO

- ¿Ha cambiado tu sentimiento por el país vecino?

- Siento una cierta compasión, no solo por Venezuela, también por Colombia. Es interesante esa relación de ida y vuelta, cómo ellos antes nos despreciaban. En los años ochenta y noventa, los colombianos fuimos migrantes económicos mayoritarios en Venezuela. Como me decía mi vecina en Bogotá, que lo cuenta en el libro: “Para nosotros, los colombianos eran los que venían a sacarnos la basura”. Y, de repente, en ocho años, todo esto cambia y estás viendo que hay venezolanos escarbando en la basura en tu casa, en tu barrio. Sientes entonces que mucho de este tema de las identidades culturales en los países, sin duda, está muy relacionado con el ingreso per cápita. Se vuelve así una metáfora que se podría leer en cualquier parte del mundo, de hasta dónde construimos unas identidades individuales, pero que también tenemos unas identidades como naciones que son mucho más frágiles de lo que esperamos.

- “¿Se puede ser feliz sin saberlo? ¿Estaré viviendo los años más felices de mi vida sin ser consciente de ello?”, te preguntas hacia el final del libro. El título se transforma en la pregunta íntima de quien escribe…

- Un verdadero viaje implica una transformación para quien lo hace. Sin duda, a mí me hizo preguntarme muchas veces, porque lo que muchos echaban de menos era quizá no haber disfrutado más cuando estaba al alcance de la mano haberlo hecho. Y sí, tenemos que valorar más lo que hay y las sociedades que tenemos, en donde hay conflictos, como en todas partes, pero te das cuenta de que la gente tiene mucho más que en muchos otros países y la libertad, además, de elegir qué hacer con su tiempo libre, qué comer, qué estudiar, todas esas cosas que se han perdido en Venezuela.

- Mi pregunta final aglutina tus propias preguntas del principio: ¿qué sucede cuando se vive en un prolongado estado de emergencia? ¿Qué pasa cuando la vida sigue, a pesar de todo, y las personas se resignan a vivirla en medio de los escombros?

- Sucede que ese es el drama que vive ahora Venezuela. Por eso también creo que es relevante que este libro aparezca en España, ahora y no en otro momento, porque, como dice Susana Raffalli, que es una experta en el hambre en el mundo y en conflictos, existe algo llamado el “índice de olvido”, que es cuando la tragedia prolongada de un país deja de ser noticia. Ella teme que Venezuela ya esté ahí, en ese punto en que anda un poco saturada, ya no es noticia. Además, ha habido todo esto de la dolarización, que ha hecho que una gente que vive bien viva ahora mejor. El mundo se va olvidando de los venezolanos y muchos están ahí porque están atrapados, porque no han podido viajar, no tienen el dinero o las facilidades. Muchos le han encontrado un sentido también a quedarse, están trabajando por los demás, haciendo esfuerzos por ayudar en lo que se puede. Pero es tremendo que tu país se te tenga que volver casi una misión en la vida. Ellos no eligieron libremente volverse mártires de una nación, sino que se vieron forzados a esto. Y eso me parece bastante cruel. Esa sensación de que cargas con un país como si fuera una cruz.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como Cinemanía, La Vanguardia, Viajes National Geographic y El Confidencial

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