La historia imposible de la izquierda en Colombia

Las fuerzas progresistas nunca han gobernado el país, pero ahora acarician el poder de la mano de Gustavo Petro. ¿Qué ha cambiado?

Seguidores de Gustavo Petro, el candidato presidencial de la izquierda en Colombia, en Soacha, el 15 de mayo de 2022. EFE/MAURICIO DUEÑAS
Seguidores de Gustavo Petro, el candidato presidencial de la izquierda en Colombia, en Soacha, el 15 de mayo de 2022. EFE/MAURICIO DUEÑAS

Centro de Bogotá. 9 de abril de 1948. Pasada la una de la tarde, el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán sale del hotel Continental, pero no consigue avanzar mucho. En la puerta le esperan uno o más pistoleros. Acaban con su vida de tres balazos, uno en la nuca y dos en el torso.

El asesinato desata unas brutales protestas callejeras en la capital de Colombia que duran tres días y le cuestan la vida a entre 500 y 3.000 personas. Los hechos son conocidos como el “Bogotazo”.

Gaitán había destacado en la política de la época con un discurso en defensa de los desfavorecidos, fervientemente nacionalista y, sobre todo, profundamente antiestablishment.

“Nos sentimos muy orgullosos de esta vieja raza indígena, y odiamos a estas oligarquías que nos ignoran, y detestamos a esa gente que odia al pueblo y cree que a la raza colombiana se le pueden volver las espaldas, y que el país puede jugar con los dados de su actividad sobre la túnica de nuestro patriotismo”, dijo apenas dos años antes de su muerte.

El caudillo del Partido Liberal —que en aquella época estaba dividido en facciones, aunque tendía más a la socialdemocracia— tenía serias posibilidades de ser elegido presidente en las elecciones de 1950. Sus seguidores estaban convirtiéndose en legión.

El magnicidio marcó profundamente el siglo XX colombiano. Y sus consecuencias resuenan todavía en la política del país cafetero en un momento en que la izquierda antioligárquica, liderada ahora por Gustavo Petro, tiene serias posibilidades de ganar la presidencia por primera vez en la historia. Su triunfo en las elecciones del 19 de junio supondría un hito para el izquierdismo, después de haber sido proscrito durante décadas.

Mitin de Jorge Eliécer Gaitán, el referente de la izquierda en Colombia en los años cuarenta. LUIS ALBERTO GAITÁN
Mitin de Jorge Eliécer Gaitán, el referente de la izquierda en Colombia en los años cuarenta. LUIS ALBERTO GAITÁN

La marginación de la izquierda

Más allá de victorias aisladas en alcaldías y gobernaciones, en la segunda mitad del siglo XX, la izquierda política colombiana nunca tuvo un peso significativo ante el dominio del centro y la derecha en el país, guiado históricamente por las castas andinas. Según una investigación del colectivo Actuemos, en 200 años, los colombianos han sido gobernados por tan solo 40 familias. Además, 80 de los 118 presidentes han sido originarios de la región andina. El último presidente procedente de la amplia costa del Caribe fue Rafael Núñez, en 1886.

Los orígenes de ese predominio de las fuerzas centristas y derechistas se sitúan tras el asesinato de Gaitán. Al magnicidio le siguieron 10 años de violencia entre grupos armados conservadores y liberales, que dejaron más de 170.000 civiles asesinados. La solución de las élites fue crear, en 1958, el Frente Nacional, que supondría una alternancia en el poder hasta 1974 entre el Partido Conservador y el Partido Liberal, en ocasiones con la presencia de ministros en gabinetes opuestos. El pacto puso freno a la violencia, pero generó la marginalización de todo movimiento ajeno a las dos tendencias mayoritarias. Así, la izquierda quedó fuera del panorama político nacional.

Ese ostracismo generó un profundo descontento y desembocó en la fundación, en 1964, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las dos guerrillas que marcarían la segunda mitad de siglo en Colombia. De fondo, el sempiterno conflicto por la tierra en un país con una brutal concentración de las zonas cultivables en pocas manos.

En 1970 se añadió al cóctel el M-19, un grupo armado eminentemente urbano —a diferencia de las FARC— en el que militó Gustavo Petro y que fue fundado después de las irregularidades registradas en las elecciones de 1970, en las que fue derrotado Gustavo Rojas Pinilla, opositor al Frente Nacional y al turnismo.

La izquierda política estuvo en los márgenes hasta mediados de los ochenta, cuando apareció la Unión Patriótica (UP), creada por el Partido Comunista y movimientos sociales de distintas tendencias dentro del fallido proceso de paz con las FARC y el resto de grupos insurgentes promovido por el entonces presidente Belisario Betancur (1982-1986).

La UP consiguió convertirse en una alternativa al bipartidismo, registrando buenos resultados en las legislativas y presidenciales de la época. Pero no duró. Pronto comenzó un genocidio de los miembros del partido. La violencia contra la UP dejó al menos 4.153 muertos entre 1984 y 2002, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. La mayoría fueron asesinados en los primeros años de vida del partido, incluido el candidato a la presidencia, Jaime Pardo Leal, tiroteado en 1987.

Marcha de simpatizantes de la Unión Patriótica, referente de la izquierda en Colombia. ARCHIVO
Simpatizantes de la Unión Patriótica de Colombia, en los años ochenta. ARCHIVO

“Las posibilidades electorales de la izquierda se limitaron considerablemente por la represión violenta de sus movimientos, como es el caso de la UP, cuyos militantes fueron masacrados sistemáticamente por milicias armadas, muchas veces con complicidades en el Estado”, explica a COOLT el politólogo Yan Basset, analista de la Universidad del Rosario.

En 1989 fue asesinado Luis Carlos Galán, candidato del Partido Liberal, que se había aproximado a la socialdemocracia cuando lideraba la carrera para convertirse en presidente. Por aquel entonces el M-19 se había desmovilizado e iba a participar en los comicios. Un año después, en 1990, fue ametrallado el candidato presidencial de esa formación, Carlos Pizarro. También el sustituto de Pardo Leal en la UP, Bernardo Jaramillo, resultó muerto tras ser tiroteado por un sicario. Lo que olía a izquierda era eliminado, o abandonado en el ostracismo.

La UP consiguió, en cualquier caso, una buena representación en las elecciones constituyentes y tuvo gran influencia en la redacción de la Carta Magna de Colombia de 1991, que atomizó el sistema político. Sin embargo, la primera persona que consiguió romper el bipartidismo, al menos a nivel presidencial, fue el derechista Álvaro Uribe, que llegaría al poder en 2002.

La izquierda, en cualquier caso, continuaba con escasa representación en el legislativo y sin opciones de llegar a la presidencia. Comenzó a remontar en 2003, cuando el sindicalista Luis Eduardo Garzón ganó por sorpresa la alcaldía de Bogotá, convertida desde entonces en un importante foco progresista.

El avance se confirmó en 2006, con la emergencia del Polo Democrático Alternativo. Este partido fundado un año antes registró buenos resultados en las legislativas y también en las presidenciales, donde Carlos Gaviria obtuvo por primera vez el segundo puesto para la izquierda con un 20% de los votos. En esas elecciones arrasó Uribe, con el 62% de los sufragios. El líder de la derecha era entonces una apisonadora electoral, aunque, al mismo tiempo, quizás propició el crecimiento del progresismo como reacción a su popularidad.

El Polo Democrático se descompuso en la década pasada, pero de él emergió el liderazgo de Gustavo Petro, que ganó las elecciones a la alcaldía de Bogotá en 2014. Su victoria en la capital colombiana fue el germen del actual movimiento progresista, que ya exhibió músculo en las presidenciales de 2018, cuando Petro, pese a caer derrotado ante el derechista Iván Duque, se convirtió en el candidato izquierdista más votado hasta la fecha, con 8 millones de sufragios.

Guerrillas y disputas internas

Uno de los mayores frenos a la izquierda había sido la vinculación de los movimientos sociales y políticos a las guerrillas, evidentes en algunos casos, forzados por sus detractores en otros.

Las noticias de secuestros, masacres y asesinatos selectivos, y la confrontación con las fuerzas militares durante 60 años de guerra minaron la confianza de parte de la población en las fuerzas progresistas en un país marcado por la violencia.

“La izquierda, incluso en el postconflicto, tiene todavía el estigma de ser asociada con la violencia armada en las mentes de muchos”, dice el politólogo Yan Basset.

La toma del Palacio de Justicia en 1985, llevada a cabo por el M-19 y que causó la muerte a 43 civiles tras la irrupción del Ejército en el recinto; masacres como la de Bojayá, perpetrada por las FARC en 2002, que dejó entre 74 y 119 muertos; la violenta ocupación de Mitú o el secuestro de la excandidata presidencial Íngrid Betancourt, entre otros actos de toma masiva de rehenes, provocaron el rechazo de la población colombiana y, de cierta forma, la exclusión de los políticos y formaciones que se negaban a condenar tajantemente esos actos.

Ser de izquierda era sinónimo de terrorista, de guerrillero. No en vano, desde los cincuenta, una parte importante de la izquierda había apoyado la vía militar. Una situación que comenzó a cambiar a finales del siglo XX.

“Nosotros estamos convencidos de que han cambiado muchas cosas en Colombia. De que se ha abierto el espacio y la convicción de la inmensa mayoría de los colombianos, de que la única alternativa y la única salida es la política”, había dicho el asesinado Jaramillo ya en 1989, poco antes de ser tiroteado.

Pintada de las FARC en Saravena, en el noreste de Colombia, el 17 de febrero de 2022. EFE/MAURICIO DUEÑAS
Pintada de las FARC en Saravena, en el noreste de Colombia, el pasado 17 de febrero. EFE/MAURICIO DUEÑAS

Pero la vinculación con la acción armada no es la única razón del ostracismo de la izquierda. “Las guerrillas antisistema como amenaza explican, parcialmente, la ausencia de una izquierda con posibilidades de triunfar electoralmente. Creo que la hipótesis tiene algo de verdad y que se puede constatar, en tanto hay una incidencia del conflicto armado sobre lo que pasa en el sistema político, pero no es una línea causal determinante”, expone Andrés Dávila, politólogo de la Universidad Javeriana.

“Históricamente, antes de la aparición de las guerrillas y del relativo cierre del sistema con el Frente Nacional, la izquierda nunca tuvo un peso electoral significativo. Lo novedoso son desempeños recientes, pero claramente entre malas gestiones y la reacción de las élites, no quedan legitimados. Sin embargo, en la polarización, Petro se ha vuelto una opción interesante”, añade el analista.

La izquierda, en efecto, se enfrentó a graves problemas hace una década. Su principal emblema entonces era la alcaldía de Bogotá. Otro progresista, Samuel Moreno, había relevado al sindicalista Garzón al mando de la capital en 2008. Abandonó el puesto tres años después entre fuertes acusaciones de corrupción y mal manejo de fondos públicos, dejando tocado al progresismo.

El espectro ideológico también se vio afectado durante décadas por la atomización de fuerzas políticas y las disputas internas.

“La izquierda sufrió de un fraccionalismo extremo. Nunca logró organizarse en un partido fuerte. Esa fragmentación es algo que la izquierda comparte con otras fuerzas políticas del país, pero que en su caso se agrava por dos factores. En primer lugar, porque la política desde la izquierda conlleva una buena dosis de conflictos ideológicos y doctrinales que se prestan mucho a la división, y por otra parte, porque el progresismo no ha tenido una experiencia de Gobierno que le sirva de referencia y elemento cohesionador”, dice el analista Yan Basset.

Una nueva agenda política

El panorama ha mutado en los últimos años. Uno de los mayores polos de cambio fue el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en 2016. La izquierda se posicionó frontal y masivamente a favor de la paz, algo que en un principio fue visto por parte de la derecha como un intento de mirar hacia otro lado con respecto a los crímenes de la guerrilla, pero que ha alejado al progresismo de posiciones como las del Ejército de Liberación Nacional (ELN), ahora la mayor guerrilla de Colombia, y que continúa en armas.

Las FARC, en cualquier caso, eran el mayor grupo insurgente de Colombia, y su salida del panorama nacional ha cambiado definitivamente la agenda política.

La corrupción y la pobreza son ahora los principales problemas del país para los colombianos. Eso ha permitido a la izquierda posicionar otros temas como la reforma rural —uno de los mayores desafíos del Gobierno, previsto en el acuerdo de paz, pero nunca ejecutado—, la reforma pensional, un nuevo sistema tributario, la creación de un sistema público de salud y la mejora de la educación.

El pacto de paz ha generado también un mayor apoyo de los jóvenes a la izquierda, que no han crecido viendo las imágenes más duras del conflicto armado.

Las grandes protestas antigubernamentales de 2019 y 2021, impensables anteriormente, muestran que la sociedad está cambiando de mano de la juventud. Miles de personas salieron a las calles, posicionando también una agenda alternativa, con temas como la precariedad juvenil, el feminismo y los derechos de los pueblos indígenas que antes no estaban en boca de todos.

Policías detienen a una manifestante en una protesta en recuerdo del estallido social de 2021, en la Universidad Nacional de Bogotá, Colombia, el 28 de abril de 2022. EFE/MAURICIO DUEÑAS
Protesta universitaria en recuerdo del estallido social de 2021, en Bogotá, el pasado 28 de abril. EFE/MAURICIO DUEÑAS

Las protestas callejeras —que dejaron al menos 86 muertos y miles de heridos y detenidos, la mayoría en barrios humildes— han acercado la política a un sector de la población que antes vivía de espaldas a la actualidad nacional.

En Colombia existe la sensación general de que faltan cambios profundos en educación, agricultura, justicia e igualdad. El 39,3% de los ciudadanos vive en situación de pobreza monetaria, aunque el país ha experimentado en un lento pero constante crecimiento desde la segunda mitad del siglo XX. No ha llegado a todos. Colombia es uno de los países más desiguales del mundo.

El debate sobre el conflicto ha pasado a un segundo plano, aunque la violencia en las zonas rojas rurales continúa desatada contra los líderes sociales y comunitarios. Más de 1.300 han sido asesinados desde la firma del pacto de paz, según la organización Indepaz.

Cambio del mapa político

Ha cambiado también el equilibrio de fuerzas. En 2018, la derecha uribista era muy fuerte tras haber defendido el ‘No’ en el plebiscito sobre el acuerdo de paz celebrado dos años antes, opción que resultó ganadora en las urnas, aunque finalmente el pacto fue aprobado y refrendado, con escasos cambios, por el Congreso.

Ahora el uribismo está de capa caída. Perdió la mitad de sus representantes y senadores en el Congreso en las legislativas de marzo. Ni siquiera ha presentado candidato propio. Las protestas de 2019 y 2021 afectaron directamente a la línea de flotación del Gobierno. Uribe se ha visto envuelto en líos judiciales con respecto a sobornos a testigos para evadir a la magistratura y Duque es visto, incluso en la derecha, como un presidente que deja una escasa herencia. Abandonará el Gobierno con más de un 70% de desaprobación.

A una derecha debilitada se le suma la unidad de la izquierda, que ahora ha logrado aglutinarse en torno al Pacto Histórico de Petro, superando las antiguas divisiones, que sí podrían llegar a surgir después de los comicios, gane o pierda el candidato progresista.

También ha cambiado el papel del centro. En 2018, a pesar de que algunos de los principales líderes centristas apoyaron a Petro en el balotaje, buena parte de los votantes temió votar por el izquierdista y apostó por Uribe. La situación ahora es otra. Uno de los principales partidos de centro, el Verde, ha llegado incluso a escindirse de cara a estos comicios. Parte apoya al centrista Sergio Fajardo —hundido en las encuestas como mezcla de la polarización y una pésima campaña— y otra defiende a Petro.

Gustavo Petro, el candidato de la izquierda a la presidencia de Colombia, en el cierre de campaña del Pacto Histórico en la plaza de Bolívar de Bogotá, el 22 de mayo de 2022. EFE/CARLOS ORTEGA
Gustavo Petro, en el cierre de campaña electoral del Pacto Histórico, en Bogotá, el pasado 22 de mayo. EFE/CARLOS ORTEGA

Otro freno a la izquierda en 2018 fue la crisis política, social y económica de Venezuela. Más de 1,7 millones de ciudadanos del país vecino viven hoy en Colombia, tras escapar de la hiperinflación, la represión y la violencia. La derecha, con el expresidente Uribe como voz más prominente, hizo campaña contra Petro argumentando que el castrochavismo era un peligro para el país y que podía transformar a Colombia en una Venezuela. Esa carta parece haber quedado obsoleta. La crisis venezolana ya no llena titulares. Colombia es un país con una sólida sociedad civil y elementos de control. Muchos de los rostros más reconocidos no apoyaron a Petro en 2018. Ahora se repite un axioma: el miedo a que gane Petro está siendo superado, en varios sectores, por el miedo a que no gane, y todo siga igual.

El centrista liberal Alejandro Gaviria, candidato frustrado a la presidencia, exministro de Salud de Juan Manuel Santos y rector de la prestigiosa Universidad de Los Andes —de donde ha salido buena parte del alto funcionariado colombiano—, resumía la situación en un artículo en el Financial Times la semana previa a las elecciones: “Estamos durmiendo en lo alto de un volcán. Hay mucha insatisfacción. Podría ser mejor una explosión controlada con Petro que tratar de taponar el volcán. El país demanda cambio”.

Y, en efecto, el 60% del país, según encuestas recientes, demanda un cambio, aunque no necesariamente tendría que llegar por la vía de Petro: el populista Rodolfo Hernández, que el 29 de mayo venció por sorpresa a la candidatura del oficialista Fico Gutiérrez en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, puede aglutinar los apoyos del establishment, formado por el uribismo, conservadores y liberales.

A pesar de la existencia de múltiples grupos armados, narcotráfico y cárteles de la droga, y la ausencia del Estado en muchas regiones, situaciones que han generado un clima de violencia histórico mucho mayor al del resto de países sudamericanos, Colombia es, a la vez uno de los más antiguos y estables sistemas políticos de América Latina. No ha vivido las dictaduras que sí se han visto en el resto de sus vecinos, ni ha atravesado momentos de grave crisis económica o hiperinflación.

La institucionalidad, aunque debilitada, es mayor que en otros países vecinos. Los elementos de control y contrapoder son amplios. Petro, de hecho, no tendría el control del Parlamento, teniendo que pactar las políticas con quienes hoy en día son opositores. Esos factores provocan también que parte de quienes desconfían del líder izquierdista, aunque compartan sus ideas, estén hoy en día más inclinados a votarle en un país que vive su peor etapa de violencia en los últimos seis años y donde el narcotráfico continúa marcando la vida en amplias zonas rurales.

Periodista. Colaborador de medios como El Mundo, El Comercio, Diario las Américas, Global Post, La Tercera, El Confidencial, La Voz de Galicia, Euronews, Telecinco, Cuatro y Antena 3.

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