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Hernán Casciari, el creador de juguetes imposibles

El escritor y editor argentino ha convertido Orsai en un ejemplo de producción colaborativa: “Cuando generas una comunidad fervorosa, sale magia”.

Buenos Aires
El escritor y editor argentino Hernán Casciari. GASPAR KUNIS

De Hernán Casciari sabemos que en 1998 ganó el Premio Rulfo de Radio France Internacionale; que viajó a París a buscar las divisas prometidas, en el aeropuerto conoció a una catalana y, “encajetado”, se quedó a vivir 15 años en Barcelona. También sabemos que en 2003 fue uno de los primeros escritores en publicar textos inéditos en internet, y en 2005 la emisora alemana Deutsche Welle eligió su Weblog de una mujer gorda como el mejor blog del mundo. También que nació y se crió y se curtió en Mercedes, un pueblo de la provincia de Buenos Aires, y, en “su rolliza infancia”, era el pibe que arruinaba las fotos. También que el actor Antonio Gasalla se disfrazó muchísimas noches de su madre en un teatro de la avenida Corrientes y eso le permitió juntar un capital que excedió los dedos de una mano (quizás de dos). También que en 2008, en simultáneo a las vísperas de estrenar paternidad con Nina, pateó el tablero editorial y renunció a publicar en grandes medios y grupos mainstream. También que creó —junto a su amigo Christián “Chiri” Basilis— la editorial y revista Orsai, que mutó en comunidad y en otros proyectos imposibles. También que en 2015 le dio un paro cardíaco en Montevideo, se separó y decidió volver a vivir a Buenos Aires donde tuvo otro amor y otra hija, Pipa.

Todo lo sabemos porque Casciari lo contó en posteos, cuentos, libros, crónicas y entrevistas; en la tele, la radio, en teatros, solo o acompañado por familiares o músicos o dibujantes. Cada punto de giro de su vida, o de la vida que eligió inventar, fue convertida por él en una historia, narrada en textos o paratextos.

La coda de la pandemia lo encuentra viviendo en San Antonio de Areco, un pueblo de Buenos Aires a 108 kilómetros de la Capital. Sentado en una silla gamer, acerca la cara a la camarita que lo enfoca en primer plano. Tiene la apariencia de estar recién despierto, con los pelos negros despeinados y los ojos brillosos, como si se hubiese secado rápido las pestañas luego de tirarse agua para despabilarse. Por la pantalla del Zoom parece un animal gigante, entronizado en el centro de una jaula con las puertas abiertas.

Ante la primera pregunta, Casciari, el escritor, “el editor insignia” de su generación, como lo nombró el cronista Alejandro Seselovsky, sin mostrar las garras ni agarrar el guante, dice:

 - Si vas a centrar la entrevista como lector o como escritor, va a ser más bien poquito lo que tengo para decir. La verdad es que no leo nada, no tengo lectura. Y tampoco estoy escribiendo.

- Quieto no estás. Todo el tiempo llegan novedades tuyas.

- A mí se me ocurren ideas. A esta altura ya no hago más que eso. Programar proyectos es mi pasión. Si vos me preguntás por qué no lees, es porque estoy programando todo el día. Me parece mucho más nutritivo para acceder a grandes, enormes cantidades de personas de la comunidad, hacer eso que ponerme a escribir un cuento. Si me pongo a escribir un cuento se cae todo eso. Me estoy divirtiendo mucho generando proyectos un poco más ambiciosos.

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En estos días, miles de usuarios de Facebook recibieron la siguiente notificación: “Una página que te gusta, Editorial Orsai, cambió su nombre por Comunidad Orsai”. El cambio de nombre no es una coquetería ni un recurso legal para esquivar al fisco. Es una especie de declaración de principios elaborados sobre la marcha, un sinceramiento y reconocimiento del juguete creado; en otras palabras, un intento de dejar de llamar al todo por una sola de sus partes. 

El contador que aparece en la cima del sitio de la comunidad Orsai, al día de la fecha, 18 de julio de 2022, cuenta 27.701 socios y socias. Sin embargo, desde su creación, en 2003, cuando era inmensurable proyectar su crecimiento, más de 125.000 personas de todo el mundo pasaron a registrar su nombre y territorio en su base de datos.

La comunidad Orsai nació a la par de la masificación del acceso a internet. En 2003, desde Barcelona, Casciari escribía cuentos que él sospechaba que leía solamente su familia. No sabía cómo funcionaba el tema de los blogs ni imaginaba su potencial alcance. En sus palabras: “No sabía que al escribir una historia se indexaba en el home de blogger.com. Yo pensaba que escribía una historia medio privada, y ese link se lo mandaba a mi papá y a Chiri. No sabía que otros lo podían ver. Esa sensación de comunidad que se fue armando para mí fue medio confusa. Cuando vi que había dos hondureños, un madrileño y un argentino, dije ah, me están leyendo, me voy a poner más las pilas”.

- ¿Pensabas en semejante crecimiento?

- Es imposible que sea estratégico. Mira, si yo te dijera: en los albores de internet visioné que esto iba a estar cimentado por comunidades o nichos culturales, ¿cómo iba a saber eso? Me parece que a todos los que estuvimos en internet desde el principio nos tocó ser pioneros de algo. Estuvo el que se tiró un pedo por primera vez en vivo e inventó el pedoblog, y el primero que subió una receta de cocina e inventó un blog de cocina. A mí me tocó con la literatura. Porque no estaban los escritores de esa época metidos ahí.

Desde 2003 hasta 2009 Casciari nunca pidió nada. Alimentó a la comunidad con su método creativo de periodicidad y constancia. Los lunes y miércoles, a la misma hora, daba un cuento gratis. Y si algún lector se quería quedar a charlar sobre lo que había leído, Casciari estaba atento y dispuesto para seguir la conversación en la ristra de comentarios.

En ese período, como si fuesen reclutadores de grandes ligas, diarios masivos de Argentina y España lo convocan para firmar columnas en sus páginas. Lo mismo hace el grupo editorial Random House Mondadori. Un amor de verano y de invierno que terminó cuando una de las partes dijo basta. A finales de 2009, principios de 2010, Casciari renunció a seguir publicando en el diario La Nación de Argentina y en El País de España. También, ya que estaba en tren de renunciar, como dice en ‘Renuncio’, uno de sus textos más leídos o clikeados al menos, le dice adiós a Random House Mondadori.

Parafraseando a Eliot, Casciari cerró una puerta para abrir otra. “Cuando renuncié a todos los medios pedí plata por primera vez a la comunidad”, dice. Y, como si estuviera hablándole a toda la comunidad, agrega: “Quieren hacer una revista, tienen que poner tanta plata. Una revista sin publicidad, es cara, pero lo vamos a hacer muy bien. Y ahí fue como en dos meses me dieron 500.000 dólares. Y dije ‘epa, señor, cómo le va’”.

La revista Orsai, sumando las dos temporadas, tuvo 24 números. Por sus páginas pasaron Nick Hornby, Junot Díaz, Mariana Enriquez, Juan Sklar, Aurora Venturini, Juan Forn, entre muchos otras y otras. La mayoría de los números están agotados y, como se propusieron en un comienzo en el decálogo de la revista imposible, no los fueron reimprimiendo. Sin embargo, los ejemplares siguen dando vueltas en la nube virtual que hizo posible su materialidad.

- La revista fue una especie de piedra fundacional de la comunidad, el primer proyecto imposible.

- Después de la revista me di cuenta que cualquier idea trasnochada, si estaba bien contada, que tuviera más o menos unos cimientos sólidos, se podía concretar porque la gente iba a querer participar. Si yo digo algo y seduce más o menos a la gente de la comunidad, ese algo ocurre. Hay mucha gente dispuesta a que ocurra.

- ¿Tenés alguna hipótesis de por qué tantos desconocidos apuestan a participar?

- Porque es divertido, es confiable, rápidamente los participantes se dan cuenta que esa es nuestra intención. Porque las cosas están ocurriendo de modo muy automático en la industria. No hay una entonación artesanal en las cosas que ocurren. Tampoco en los libros. Cuando un autor viene dice, ah, es otra cosa. Pasan cosas que a mi me hubiera gustado que me pasasen cuando estaba en la industria, y me fui corriendo porque no pasaban. Los invitamos a pensar las tapas, el diseño, la circulación. Y además pagamos bien.

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Hernán Casciari, creador de Orsai. GASPAR KUNIS

Casciari suele referirse a sus proyectos como juguetes. A finales de 2020, le empezó a dar forma al proyecto Orsai Audiovisual. Al igual que con la revista y la editorial, para lanzarlo y preparar la producción del primer largometraje se apoyaron en los socios de la comunidad. En total vendieron 6.000 bonos con un valor de 100 dólares cada uno. De este modo, los integrantes de la comunidad que aportaron se convertían en socios productores. La promesa no fue solo hacerlos partícipes de futuras ganancias, sino también hacerlos parte de algunas decisiones estéticas, como la elección del casting o de la distribución de la película.

Orsai Audiovisual estrenará este 2022 La uruguaya, su primera película, y una miniserie llamada Canelones. También vienen realizando el documental Sola en el paraíso.

- ¿Por qué eligieron el libro La uruguaya de Pedro Mairal para dar el puntapié de Orsai Audiovisual?

- No quería que el proyecto audiovisual arrancara con un texto mío. El proyecto de cine lo teníamos preparado desde hace mucho tiempo y no sabíamos con qué arrancar. Hasta que un día Pedro [Mairal] nos entregó el manuscrito de La uruguaya para que lo leyéramos, antes de que saliera de imprenta. La leyó primero Chiri y me dijo, es esto boludo, es lo que estamos buscando. Chiri hizo todo. Yo estuve al principio y al final. Busqué la guita para empezar y después busqué que me den mucha más para poder devolverla. Participé de la financiación y de la comunicación. Pero Chiri fue el que trabajó con la directora, el guion, el corte final, y cuidó que la estética Orsai no se pierda.

- ¿Cómo definirías la estética Orsai?

- Tiene que tener alguna novedad, no tiene que venir a hacer lo mismo que se está haciendo. Lo más divertido es cuando vemos que nadie lo está haciendo mejor; decimos: qué lindo, qué terreno más hermoso, es un lote, hay que desmalezar, ahí los arquitectos llegan y hacen lo que quieren.

- Difícil encontrar esa novedad en un arte tan experimental como el cine.

- Adentro del cine hay un montón de gente haciéndolo bien. Con La uruguaya dijimos: ¿qué vamos a hacer, más de lo mismo?, ¿va a ser otra película de Netflix que ves siete minutos, te aburrís pero seguís? Pensamos: ¿dónde está lo que no se hizo? Y lo que no se hizo hoy en cine es que el cine lo haga una editorial. Dijimos: vamos a tomar esta novela, escrita por un varón, heterosexual, de 45 años, que se coge a una pendejita de 25 años, en Montevideo, mientras va a buscar unos dólares por el cepo. Es muy machirula la novela. Entonces, como editorial, dijimos: vamos a darle este material a un grupo de cineastas feministas, una directora feminista radical (Ana García Blaya), una asistente de dirección feminista, que en el grupo de guionistas haya muchas chicas jóvenes, y que le respondan a Pedro con la película. El leitmotiv final va a ser una respuesta cinematográfica a una pregunta literaria. Ese juguete yo no lo vi nunca. Que un grupo de mujeres le respondan a una novela machirula. Y no solo le responden, sino que hacen magia.

Casciari habla sin pausa, alimentándose con sus propias palabras, entusiasmado. Solo lo interrumpe su hija Pipa, de 5 años, que aparece por un costado de la pantalla de la computadora y se le cuelga de un brazo. Casciari se desprende del brazo con suavidad y le dice: “Ya estoy, andá un segundo que enseguida voy”. Pipa sale por una puerta que da a una franja de pasto que parece no tener fin. Cuando sale del plano, Casciari continúa:

- El libro, la novela, es la voz de un marido contándole a su mujer una infidelidad. La película es la voz de la esposa hablándole a la amante. Esa es la magia. Toda la película es Cata, la esposa, diciéndole: mirá, a mí también me hacía esos chistes. Se puso panzón, se le puso la pija para un costado, y necesitó una mina como vos, con las tetitas lindas. Y toda la película ocurre igual que como la cuenta Pedro, pero la mirada de la peli es feminista. Y el protagonista, que en la novela es un langa, en la película es un boludo. Esto todavía no lo dijimos, lo tenemos guardado para promocionar el estreno.

- ¿Lo puedo incluir en la nota?

- Incluí lo que quieras, me chupa un huevo.

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El último juguete de Casciari se llama Orsai Educación. El desencadenante o la motivación o la provocación, queda a su criterio lector, surgió cuando desde el Ministerio de Educación de la provincia de San Juan suspendieron a un profesor de literatura por leer el cuento ‘Canelones’ de Casciari. Según los padres de los alumnos, contenía “malas palabras”, “escenas pornográficas” y “lenguaje indebido”. Al conocer la situación, Casciari se puso en contacto con el docente y con las autoridades para interceder e ir contando la historia en su blog. La respuesta de los docentes de la comunidad (“los más valiosos e inteligentes”, dice) es que todos tenían problemas similares: un grupo de familias que se quejaban por el contenido de las materias, obstáculos económicos, de organización, etc. Y, sobre todo, subrayaban que estaban solos, muy aislados.

“¿Cómo van a estar aislados, pensaba, en un momento tremendamente social desde lo tecnológico? No entendía bien el porqué, y el motivo era porque no había nadie que los nucleara. Ni un estamento estatal o privado que los nucleara”. Casciari hizo cuentas y averiguaciones y vio que no eran tantos los docentes de literatura de Argentina. Calculó 7.000. Abrió una convocatoria en la comunidad y empezó a sumarlos. “Pronto accedemos a todos. Cuando generas una comunidad fervorosa sobre cualquier cosa, sale magia. Así que lo que vamos a hacer es magia. Una vez que vos tenés a todos los profesores de narrativa del país, indirectamente tenés a todos los alumnos. O sea que tenés a todas las personas que van a leer en el futuro. Y los tenés para contarles cuentos buenos. No hay más que eso, es sencillo”, dice como se hubiese propuesto juntar a diez amigos para jugar al fútbol y no a 7.000 docentes para leer y escribir literatura en miles de aulas.

- ¿En qué etapa del proyecto están?

- Antes que nada estamos intentando hacer un mapa. Luego un diagnóstico: en qué situación están los docentes, sus mayores problemáticas. Nosotros pensamos que son los padres puritanos, pero capaz que es otra cosa. Nosotros no queremos ponderar como si tuviéramos respuestas. Vamos a tomarnos un tiempo, escuchar, pensar, vamos a empezar a generar entretenimiento. Porque yo entiendo que debe ser entretenido sobre todo; no debe ser una cosa formal, de manual. Mucho streaming, mucho concurso, mucha ludopatía vamos a hacer; eso también es Orsai: sacarle a todas las cosas la formalidad.

El proyecto general es ambicioso. Lo primero que va a pasar, en agosto, es la Primera Olimpiada Nacional de Ideas Cinematográficas para estudiantes de Secundaria. Una competencia donde cada profesor puede formar hasta dos grupos de alumnos de entre 5 y 10 integrantes de la misma aula. El docente va a ser una especie de director técnico. Se les va a dar una serie de consignas, donde desde agosto hasta diciembre van a tener que realizar el guion de un corto. Durante ese tiempo van a tener que pasar tres etapas: desarrollo, escaleta y guion; cada fase va a ser presentada a la comunidad Orsai para que vote con fichas que son dinero. La recaudación va a quedar incautada hasta el final. Los seis cortos más votados van a ser parte de un largometraje, “tipo Relatos salvajes”, que será producido también por la comunidad. Y todo el dinero juntado, va a ir a las escuelas más carenciadas que hayan participado.

“Es un juego que intenta que el profesor tenga herramientas. Durante todo ese proceso va a haber tutorias, abiertas también para los alumnos, con gente de cine que explique cómo es un desarrollo, un punto de giro, una trama. Ya conseguimos el contacto de Almodóvar para que esté. Es un poco más ambicioso que un foro, vamos a hacer cosas”, dice Casciari con una sonrisa pícara.

- ¿Por qué considerás importante que los pibes tengan ese encuentro con la literatura?

- Todo lo que hago tiene que ver con contar historias mejor. Vuelvo al inicio. ¿Qué tienen en común todos los proyectos de Orsai? Queremos contar historias y que estén buenas. Y en la escuela es donde se aprende.

- ¿Qué otros puntos en común observas entre los diferentes proyectos?

- Con la revista, todos hablaban con los anunciantes, nadie con el lector. En el cine, los que generaban la película hablaban con los que ponían plata, no con el espectador. Vamos a la educación. Estaban los profesores cagándose a patadas con el sistema educativo, los padres puritanos, y nadie hablaba con el alumno. Nosotros lo que estamos haciendo siempre es eliminar a este elemento. ¿Quién es este elemento? El que rompe los huevos. Siempre es lo mismo, nunca jamás dejé de hacer eso. Solamente que lo empecé a hacer con una de mis pasiones más intensas de esa época, que era lo literario y lo periodístico. Después cambié por el cine, y ahora estoy con esto porque tengo hijas y lo veo. Lo cierto es que me apasiono por una cosa, busco al que rompe los huevos y lo elimino. Parecen cosas distintas, pero es lo mismo.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.