‘La uruguaya’. Fuiste mía un verano

Más de 1.960 productores. Trabas burocráticas. Un ‘casting’ multitudinario. Así se cocinó la adaptación al cine de la novela de Pedro Mairal.

Fotograma de la película 'La uruguaya', dirigida por Ana García Blaya y basada en la novela de Pedro Mairal. ORSAI
Fotograma de la película 'La uruguaya', dirigida por Ana García Blaya y basada en la novela de Pedro Mairal. ORSAI

Sebastián “Papelito” Fernández es un futbolista uruguayo que juega en el club Danubio de su país, pero que pasó por Banfield de Argentina, Málaga y Rayo Vallecano de España. Rápido y goleador, abrazó la efímera gloria planetaria cuando en mayo de 2011 marcó el 1-0 con el que su equipo, el Málaga, se puso en ventaja ante el Barça de Guardiola. Luego el Málaga perdió, claro, pero eso es otra historia. Pasó el tiempo. De vuelta en Montevideo, el año pasado Fernández se enteró que el escritor argentino Hernán Casciari (Mercedes, 1971), fundador de esa fabulosa máquina de sueños llamada Orsai, convocaba a productores-socios para financiar colectivamente la filmación de la película La uruguaya, basada en la novela de Pedro Mairal. Así como otras veces había fundado una revista o abierto un bar con la indispensable colaboración de sus lectores —o potenciales clientes—, esta vez el hacedor mercedino tenía la extravagante idea de hacer un film únicamente financiado por sus fans y seguidores. O sea, por una larga constelación de microcapitalistas amateurs y desconocidos. Una vez comercializado, si todo marchaba bien (y así fue), cada productor recibiría un porcentaje de las ganancias acorde a su contribución. Para Orsai no quedaba nada. O sí, quedaba esto: la satisfacción de hacer arte en las estribaciones del sistema, un do it yourself en versión siglo XXI.

Enterado del proyecto, Papelito Fernández cliqueó en el link del mensaje recibido y no lo pensó demasiado: se decidió a aportar 1.000 dólares. Tal vez apurado, tal vez desatento, el futbolista no leyó la letra chica del mensaje. En caso de aceptar contribuir, decía la convocatoria, cada socio debía transferir, en concepto de reserva, sólo el 5% de lo que pensaba aportar en total. Por ese motivo, Papelito, que es uno de los 1.961 socios que tiene La uruguaya —que se estrena este 8 de noviembre en el Festival de Mar del Plata—, terminó invirtiendo 20.000 dólares. No fue el único que acercó esa cifra. Otros ocho microproductores, de distintas partes del mundo (Italia, Argentina, Uruguay, etc.), aportaron la misma cantidad.

Pero no terminan allí las peripecias de Fernández, el goleador. En un momento de la preproducción, y cuando la logística se empezaba a mudar a Montevideo, que es donde transcurre la novela y donde se filmó la película, Casciari y su gente se vieron obligados a abrir una cuenta corriente en Uruguay, para así transferir el dinero recaudado y poder contar con el dinero allí. Pero lo que parecía sencillo no fue tal, porque la aparición de distintos escollos burocráticos demoró el permiso bancario, lo que retrasó el armado de la estructura administrativa. Una vez más, Casciari apeló a sus encantos. Preguntó en sus redes y dentro de la extensa comunidad de lectores y amigos si alguien podía acercar alguna ayuda o idea al respecto. Entonces apareció otra vez Papelito: le escribió a Hernán diciéndole que les prestaba su caja de ahorro montevideana para que los socios volcaran sus aportes en esa cuenta. Para entonces ya habían juntado más de 150.000 dólares (en total el film costó 600.000). Acostumbrado a apostar, y pese a que no conocía personalmente a Fernández, Casciari aceptó y se arriesgó a que ese aportante sin rostro, del que aún no conocía su oficio, albergara en su cuenta el patrimonio de la aventura. Para Fernández también fue un riesgo, porque debió pasarle la clave de su home banking a Casciari y sus socios. Por suerte para los involucrados, todo salió bien.

“Sí, lo más raro de todo es que todo salió bien. Es un proyecto angelado”, le dice Casciari a COOLT desde su casa en San Antonio de Areco, un suburbio ubicado a 100 kilómetros de la capital de Buenos Aires. “Es un proyecto disruptivo, hecho por caminitos sin precedentes”, agrega. Con su entusiasmo característico, Casciari cuenta que lo más desgastante no fue no “saber” y lanzarse a la pileta del cine, ni tampoco juntar el dinero o armar el casting. Lo más complejo fue sortear las trabas del sistema, poder conciliar que gente de todos lados del mundo pudiese transferir capital a una sola cuenta, y que ese dinero, además, esté utilizable con cierta rapidez. “Fue muy complicado todo lo que tiene que ver con las divisas, que eran distintas. También con la inflación. Había un sobre desafío, además de la película: lograr que el dinero mantuviera su valor, que saliera lo mismo un año después. Hubo que explicar mucho. Explicarle a la AFIP [organismo de recaudación tributaria de Argentina] que no lavábamos dinero. Es raro cómo hay que explicar tanto cuando querés hacer algo noble. No lo entendían”.

Tráiler de la película 'La uruguaya', dirigida por Ana García Blaya. YOUTUBE

- ¿Cómo surgió la idea de hacer la película?

- Leí la novela en su momento y mientras lo hacía todo el tiempo me decía a mí mismo: esto hay que filmarlo. La novela tenía un montón de escenas que merecían ser filmadas. Finalmente, después de hablarlo mucho con mi socio y amigo Chiri [Christian Basilis] y con el mismo Pedro, nos decidimos a lanzar la idea de hacerlo con la comunidad.

- ¿Cómo se decidieron a hacerlo con Ana García Blaya, la directora escogida?

- Nosotros lo único que teníamos en claro era que tenía que ser una directora, una mujer. Incluso Pedro nos había dicho: “La verdad que lo mejor es que la dirija una directora. Si no va a haber demasiado olor a huevo”. Tuvimos la intención de que fuera Claudia Llosa, la directora de La teta asustada. Pero no se pudo. Hasta que un día me llama Chiri y me dice. “Estoy viendo una película hermosa. Mirala, la directora es una chica”. Se trataba de Las buenas intenciones, de Ana. La vi y me encantó. A mí ella me sonaba de algún lado. Puse su nombre en mi Gmail y apareció un diálogo que tuve con ella unos años antes. Ella había venido a uno de los talleres que dábamos en Orsai hace 10 años. Y habíamos publicado un texto suyo en un número de la revista.

- Entonces la llamaron…

- La llamó Chiri. “Ana, tenemos una propuesta”. Ella estaba en la playa con el libro de Mairal al lado, porque su pareja lo estaba leyendo en ese momento. Ya está, dijimos. Ella se puso la comunidad al hombro. Dirigió todo con una sensibilidad alucinante.

* * * *

“No solo eso, cuando sonó el teléfono yo justo estaba con mi hermana y mi cuñado hablando de esta nueva locura de Orsai de hacer una película en plena pandemia juntando dólares de la gente”, le dice Ana García Blaya (Buenos Aires, 1979) a COOLT mientras toma un café sentada en una plaza de Coughlan, sosegado y pintoresco barrio de la ciudad de Buenos Aires. Tras las buenas reseñas de su ópera prima, Ana estaba barajando qué caminos seguir. En ese momento sonó su celular y todo cambió. Ella era integrante de la comunidad Orsai y había leído La uruguaya, de manera que se sintió adentro del proyecto de inmediato. No solo eso: se involucró también su pareja, Joaquín, que había trabajado como productor con ella, y entre ambos armaron el equipo. Claro que no fue fácil: el plan era hermoso y romántico —una película verdaderamente colectiva— pero eso implicaba que todos los que habían aportado capital tuviesen capacidad de voto. Ana tuvo temor de que esos 1.961 socios se transformaran también en 1.961 protocineastas, con todo lo que eso implica. Pero no. Todo fluyó, todo anduvo bárbaro.

“El único problema que tuvimos fue que el guion se demoró. Y para empezar a presupuestar y preproducir siempre es necesario el guion, para saber lo que necesitás. Igual se hizo en tiempo récord. Porque en enero de 2021 no teníamos guion y en septiembre ya estábamos filmando. Un guion a veces lleva años. Yo participaba en su armado, con otros guionistas, y con Pedro [Mairal], que también aportaba, claro. Hasta aportó un tema musical hecho por él”.

- ¿Cómo fue lidiar con tanta gente, que hubiera tantos no entorpeció la dinámica del trabajo?

- Hernán nos dio la plata, no nos pidió explicaciones, nos dio toda la libertad del mundo, pero nos pidió que le comunicáramos a él, y al resto de los coproductores, todas las novedades y las decisiones. Y así fue. A veces teníamos Zooms con 500 personas. En la reunión de arte, de locaciones, de todo.

- ¿Pero hablaban todos?

- No, no, sino hubiera sido imposible. Si hacer una película te detona, imagínate explicar todo el tiempo las razones de por qué hacés cada cosa. Pero la comunidad fue superbuena onda, ayudó mucho más de lo que entorpeció. En realidad, entorpeció entre comillas, porque lo que sucedió fue que hubo que explicarle esa dinámica de comunicar decisiones al equipo que yo convoqué, que no conocían la comunidad Orsai y demás. Pero solo eso.

- Tuvieron que explicar cosas elementales a la comunidad.

- Claro. Ellos preguntaban cosas como “¿por qué hay cuatro personas detrás de una cámara?”. Entonces les explicábamos: está el foquista, está el segundo de cámara, está el que baja la data a la compu, etc. Hernán [Casciari] también preguntaba mucho. Incluso hasta quería que el casting fuese por Instagram. Le tuvimos que explicar que el casting era una instancia superíntima, que había actores que si sabían que los estaban viendo por una red social no iban a sentirse cómodos. Y lo entendió. Al final subimos un pequeño video donde cada actor decía “estoy participando del casting, etc, etc”. Y algo más: como el casting era abierto, los representantes de los actores famosos nos preguntaban, “¿por qué cualquiera puede participar de este casting?”. Y les decíamos que porque sí, porque queríamos que fuese así. Y ellos nos decían “pero los actores famosos quieren participar”. “OK”, les decíamos, “que hagan el videito y participen”.

La cineasta argentina Ana García Blaya, directora de 'La uruguaya'. CORTESÍA
Ana García Blaya, directora de 'La uruguaya'. CORTESÍA

* * * *

¿De qué va La uruguaya? Ambientada en Montevideo, la novela —y la película— cuenta el viaje relámpago del escritor Lucas Pereyra, lejano alter ego del autor, Pedro Mairal, a Montevideo para cobrar un adelanto (15.000 dólares) por dos libros que deberá escribir. Agobiado por las deudas, por la edad (crisis de los 40) y el implacable deterioro de su fuerza creativa, Lucas también se siente distanciado de su pareja, Cata. En Uruguay se reencuentra con un efímero y picante affaire de algún verano no muy lejano (Magalí Guerra Zabala, unos 15 años más joven), y ambos pasan el día fatigando, como dos flâneurs, las calles montevideanas. Charlan, ríen, beben y fuman, siempre rodeados de un impreciso hálito de tensión sexual entre ellos. Sobre el final, un giro inesperado tuerce el destino de la trama y cambia el color, y la densidad, de toda la obra.

El film de García Blaya respeta ese esqueleto, por supuesto, pero presenta un puñado de diferencias que, a la vez que le dan una personalidad propia, le agregan una mirada adicional, más rica, más femenina a la historia. “En realidad, la película es una respuesta cinematográfica al libro. Ese fue nuestro juego”, explica Casciari. 

Uno de los grandes desafíos a los que se enfrentó la directora fue el de encontrar una pareja de actores que estuviera a la altura de Lucas y Magalí, personajes absolutos de la historia, cuya química en las páginas de la novela es innegable. El casting fue largo.

Se presentaron más de 700 personas, de las cuales se seleccionaron 60 en primera instancia y luego 40, 20 mujeres y 20 varones. Una vez que quedaron esos 40, García Blaya armó las parejas posibles. Esas 20 parejas posibles fueron las votadas por la larga comunidad de productores. Para alivio de la directora, los elegidos fueron Sebastián Arzeno y Fiorella Bottaioli, sus preferidos. “Fue lo que más nerviosa me puso”, confiesa. “El día de la votación lo viví como si fuera la final de un Mundial. Porque pensaba para mí: ¿qué hago si no votan a los que yo quiero? Yo no lo manifesté, pero sí, eran mis preferidos. No solo porque me gustaban, sino también porque no eran famosos. Yo necesitaba gente con la que pudiese sentirme un par, porque era apenas mi segundo largometraje. Si hubiesen sido famosos, el diseño de producción hubiese sido muy distinto. Y probablemente no me hubiese sentido tan cómoda”.

Sebastián Arzeno y Fiorella Bottaiolli encarnan a la pareja protagonista de 'La uruguaya'. ORSAI
Sebastián Arzeno y Fiorella Bottaiolli encarnan a la pareja protagonista de 'La uruguaya'. ORSAI

Otro pequeño hito de la película es la presencia de Gustavo Garzón, prestigioso actor argentino, que interpreta a Enzo, paternal amigo de Lucas, el atribulado protagonista. Su papel es corto pero encantador. Y su participación, casi un milagro: se había cruzado con Casciari en una radio porteña y le dijo que contaran con él para lo que fuese. Enterada de esto, García Blaya pensó de inmediato en él para ponerse en la piel de Enzo. Claro que no había fondos para costearle viaje y estadía hasta Montevideo. El destino quiso que Garzón tuviera que trasladarse a Uruguay para encarar otro proyecto —financiado por Amazon—, justo durante las tres semanas que el equipo de La uruguaya estuvo rodando allí. Una tarde Garzón se presentó en el set y grabó su parte. “La rompió”, dice la directora, con una sonrisa ancha como el Río de la Plata. La escena se filmó en la casa del verdadero Enzo (de nombre Elvio), o sea, del amigo uruguayo de Mairal que inspiró al personaje de la novela.

El rol de Cata, la pareja de Lucas, que se queda en Buenos Aires al cuidado del hijo de ambos, recayó en la también experimentada Jazmín Stuart, que había actuado en la ópera prima de García Blaya. Su papel en ambas películas es casi calcado: una mujer urbana enfrentada a los múltiples desafíos de la modernidad: trabajar, ser madre y lidiar con un marido (o exmarido) poco confiable laboralmente, que no termina de crecer.

Luego, los extras, algo que se resolvió muy fácil. “Actuaron muchos de los productores. Que estaban tan contentos con participar que había que decirles que no sonrieran tanto”, completa la directora.

* * * *

Su inclusión en la programación oficial del histórico Festival de Cine de Mar del Plata determinó que un buen número de grandes jugadores de la industria se interesaran en La uruguaya. A los pocos días de que se oficializara su participación, Casciari y su comunidad cerraron la venta de la película a una plataforma premium, iniciativa que asegura su distribución en América Latina (no así en España, donde será comercializada aparte). Es otra de las tantas curiosidades de esta aventura tan sui generis como impredecible. Pero hay otras. “Para los viajes se hace un sorteo interno entre los socios productores. Con el número de la quiniela de esta noche, por ejemplo, se sabrá el nombre del socio que acompañará a la película al Festival de Mar del Plata. Y así se hará con cada uno de los festivales a los que vaya la película. Viva donde viva el productor, se le pagará el viaje hasta el lugar donde sea presentada La uruguaya”, cuenta el escritor con una sonrisa. Locuaz y expansivo, siempre en estado de ebullición creativa, Casciari termina la charla con una confesión que a esta altura puede trasladarse a su vida: “No sabíamos que todo esto iba a ser tan divertido”.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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