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#Seguimos: un movimiento de solidaridad recorre Cuba

Con la pandemia, una parte de la sociedad cubana se organizó para distribuir medicamentos y comida. Ahora, estas redes de ayuda aspiran a tener continuidad.

La pandemia ha activado la solidaridad ciudadana en Cuba, con movimientos como #Seguimos. ELENA CANTÓN/FOTO CORTESÍA VIVIANA GONZÁLEZ

El viaje estuvo cargado. Convulso. En varios puntos de la carretera encontraron patrullas policiales pidiendo vía para transportar balones de oxígeno. También camiones cisterna, hasta helicópteros. “Fue impresionante esa parte. Cuando llegamos a Santiago estábamos mal, emocionalmente”, recuerda Laura Bustillo.

A principios del pasado mes de julio, cuando sonaban las alarmas por la crítica situación de la covid-19 en la ciudad de Matanzas, Cuba, ella y un grupo de amigos comenzaron a organizarse para recoger y distribuir donativos de medicamentos, mascarillas, artículos de aseo, insumos médicos…

En medio de la crisis sanitaria que había atravesado el país, la idea de llevar ayuda de mano en mano pronto cuajó en lo que Laura define como una iniciativa cívica. La llamaron Solo el amor

Mientras la situación empeoraba en otros territorios de la isla, la solidaridad, bajo el lema #Seguimos, también se fue extendiendo. Por eso, en este viaje —mediando agosto— Laura y sus compañeros llegaron hasta la región de Oriente. Allí a donde van, cuentan con colaboradores locales, viejos y nuevos conocidos que entregan las donaciones a los más necesitados. “En cada provincia hay personas, como nosotros, que quieren ayudar; y entonces, básicamente, lo que estamos haciendo es conectándonos”, explica Samantha Olazábal, otra de las impulsoras de Solo el amor.

Así como este proyecto, docenas de voluntarios han juntado fuerzas dentro y fuera de la isla para socorrer a sus paisanos en el peor momento de la pandemia. Cuando todo lo demás falla, las redes humanas salvan.

Voluntarias clasificando medicamentos para su distribución, en el Ludi Teatro de La Habana. FACEBOOK SOLO EL AMOR

Venga la esperanza

Le dijeron que un grupo en La Habana estaba coordinando ayudas hacia Matanzas, y hacía falta alguien que pudiera recibirlas y crear un sistema de distribución. Pedro Franco, director de la compañía teatral El Portazo, respondió que sí.

Llamó al equipo de producción y a los actores, les comentó la idea y, tal como esperaba, también accedieron. Aprovechando su ubicación en el centro de Matanzas, la sede de la compañía en el Café Teatro Biscuit se convirtió en el núcleo de operaciones. El 9 de julio, a las diez de la noche, llegó el primer carro, utilizando el correspondiente permiso de tránsito para franquear el toque de queda impuesto por las autoridades para combatir la covid-19.

“Esa noche clasificamos todos los medicamentos —cuenta Pedro—, y al otro día por la mañana empezamos a trabajar sobre un censo que Solo el amor nos había facilitado, intentando de alguna manera solventar las necesidades de esas personas que se habían comunicado con ellos, o que en los grupos online expresaban su urgencia”.

La gente fue acercándose a medida que se enteraba de la iniciativa. Y los teléfonos de los voluntarios se hicieron públicos: llegaron a tener siete números habilitados y gestionaron más de 800 casos durante un mes. Alcanzaron incluso los centros de aislamiento y los municipios de Calimete, Colón, Limonar y Jovellanos.

La labor requiere empeño, tanto como un eficaz sentido de la justicia. Cuando aumentó la demanda establecieron prioridades, atendiendo primero a los pacientes de coronavirus, ancianos y niños; y se asesoraron con doctores para identificar a los más vulnerables y cuadros urgentes, según enfermedades asociadas, lugar de residencia, y si estaban en el hospital o en ingreso domiciliario. Los datos quedaban registrados, para de ninguna forma contribuir al tráfico de medicamentos, subraya Pedro.

Más que ofrecer cosas, se trata de lidiar con el dolor de los otros. “Uno desde su individualidad tiene muchísimos mecanismos de defensa, cuando está aislado en su casa —señala—. Pero cuando uno ya empieza a entenderlo todo, a tener una visión más panorámica de lo que está sucediendo en una ciudad en crisis… bueno, se te aprieta el pecho”.

Por un lado, la desesperanza, al ver que la realidad se podía endurecer hasta un punto trágico. Por otro, el consuelo de saber que detrás de cada caja y cada bolsa hay individuos tratando de auxiliar a desconocidos. “Es una montaña rusa de emociones”, confiesa Pedro.

Medicamentos distribuidos de mano en mano por voluntarios de 'Solo el amor'. SAMANTHA OLAZÁBAL

Anabel Ramírez, una de las fundadoras de Garaje Blanco, en la ciudad de Holguín, al este de la isla, resume la experiencia en términos similares: “un cachumbambé emocional”; entre el placer de ayudar, y conocer a seres que te hacen confiar en la bondad, y, sin embargo, presentir que el esfuerzo no es suficiente, o la responsabilidad de elegir a quién entregar un medicamento.

Ella misma recogió en casa lo que pudiera donar, y sus hijos colorearon dibujos con mensajes de ánimo para los niños hospitalizados. Lanzó un flyer a las redes sociales donde ponía su dirección, y en menos de cinco días se armó un equipo con tareas repartidas.

En La Habana se unió después un grupo de holguineros, y no han parado. Uno de ellos es Manuel Alejandro González: “Creo que es sobre todo un deber. Ante el sufrimiento ajeno no se puede estar quieto”.

“Hemos sentido cansancio —dice Anabel— pero también la seguridad de que debemos continuar. En los primeros 10 días se ayudó a más de 300 personas, de una forma u otra, y eso nos dejó ver que, aunque parezca poco, también puede lograr un impacto positivo”.

De cualquier color

El Centro Martin Luther King y la Iglesia Presbiteriana de La Habana estaban colectando donativos. Adriana Ricardo sabía que una de sus mejores amigas colaboraba allí, y le escribió: “Mira, sinceramente no tengo nada para donar, pero están mis piernas y está la bicicleta, y además sé que no voy a ser la única”.

A través del grupo Bici Solidaria, en Telegram y otras plataformas, la comunidad de ciclistas se movilizó para transportar los paquetes de quienes no tenían facilidad de ir hasta los puntos de recogida. Si bien resulta una acción sencilla, implica cierta coordinación y logística: por ejemplo, no todos disponen de parrillas o alforjas para cargar volúmenes grandes.

“Inclusive también entraron (al grupo) choferes de autos y dijeron: no tengo bicicleta, tengo un carro, y puedo hacer traslados si se necesita algo mayor. Y yo creo que eso está bien, porque al final lo que queríamos era resolver una situación puntual”, afirma Adriana.

Ciclistas cargando suministros en La Habana para llevarlos a Matanzas, el pasado agosto. FACEBOOK SOLO EL AMOR

El listado de iniciativas confirma la diversidad de buenas voluntades: los aportes han confluido desde todos lados, en colectivo, a título personal y por parte de varias instituciones.

Tal capacidad autogestiva florecía en enero de 2019, cuando un tornado devastó tres municipios habaneros. Apenas un mes antes había arrancado el internet por datos móviles y, a golpe de WhatsApp y Facebook, ya la acción ciudadana sacaba músculo para echar una mano a los damnificados. “Al final, las redes son para lo que uno las utilice, y si nos están funcionando para unir personas y para colaborar, pues perfecto”, apunta Samantha Olazábal.

De hecho, teniendo en cuenta su experiencia en aquel momento, Laura Bustillo descubrió la utilidad de realizar un censo, mediante amigos de amigos en cada lugar, a fin de conocer directamente las necesidades.

Y sí, entonces y ahora, en una sociedad poco habituada a las convocatorias desde abajo siempre hay quien observa tras lentes de sospecha. “Nos hemos encontrado con puertas cerradas también… porque no todo ha sido tan fácil”, reconoce Laura. “Nos hemos topado con mucho burocratismo, con gente que no entiende lo que estamos haciendo ni por qué lo hacemos; gente que vive todavía con la preocupación de que toda iniciativa social es mala”.

La tensión subsiguiente a las protestas del 11 de julio crispó acaso los ánimos. No obstante, sí recibieron apoyo del Gobierno de la ciudad de Matanzas, la Dirección Provincial de Cultura, el Consejo Nacional de Artes Escénicas, la Asociación Hermanos Saiz en Santiago de Cuba y otras instancias oficiales. “Tuvimos al principio un poco de hostilidad, pero bueno, después hubo una comprensión, y la constancia demostró que nuestra intención era noble”, agrega Pedro Franco.

Claro que todo no está perdido

El proyecto Yo vengo a ofrecer mi corazón surgió a partir de un post de la periodista Yuliet Pérez Calaña, y hoy cuenta con voluntarios en Ciego de Ávila, Santiago y Guantánamo. Desde esta última ciudad, Viviana González explica que los medicamentos recibidos se ponen a disposición de los doctores que forman parte del grupo, y ellos determinan cómo emplearlos.

Dice que no pensaron tener tanto alcance. Habla de humanismo, de desinterés… “Son valores que creías perdidos, ante tanta carencia que hay… pero no”. Viviana no conoce a Massiel Rubio, aunque sabe que ella ha movido cielo y tierra coordinando los envíos desde Madrid —los cuales a su vez llegan mediante Solo el amor—. Hace poco, además, llevó a cabo una campaña de recaudación para traer seis metros cúbicos de insumos médicos, que fueron distribuidos directamente a hospitales.

Cubanos en diferentes países impulsan asimismo las ruedas de este engranaje. Otro ejemplo de peso: el 19 de julio entró en vigor la eliminación de aranceles aduaneros y límites de cantidad a las importaciones de medicinas, aseo y alimentos como equipaje acompañado. El 2 de agosto, 15 días después, habían arribado 112 toneladas de esos productos por el aeropuerto José Martí de La Habana.

Repetimos: 112 toneladas de comida, medicamentos y aseo, en dos semanas. Para ponerlo en perspectiva, un avión de carga ruso con donaciones (han aterrizado cuatro) transporta aproximadamente 40 toneladas.

 

Sandra Cárdenas tampoco conoce a Klaudia Eileen Lazo. Una prestó su apartamento en el barrio del Vedado de La Habana como lugar de recogida donde guardar los artículos que luego recibirá la otra, en Ciego de Ávila, en el centro de la isla. Ambas se incluyen en las iniciativas coordinadas por la emprendedora Thais Liset Hernández.

A cada paso los voluntarios se exponen a contagiarse. “Tomamos todas las precauciones que podemos —comenta Laura—, pero ahora mismo hay tantos casos diarios que lo mismo te enfermas en una cola del pollo que en un transporte público”.

Después del recorrido hasta la región de Oriente pretenden reestructurar el funcionamiento, porque estos meses han erosionado su salud mental, sus trabajos, sus vidas. Pero aquí no acaba la historia. “Queremos hacer una articulación, un proyecto que se dedique a asistencia social”, afirma.

Desearían volverse autosustentables, y si ya no hubiera covid, sumarían manos para atender a pacientes seropositivos, campañas de esterilización para animales callejeros, o cualquier necesidad que haya. “Nosotros no tenemos pensado parar esto”.

Periodista. Colaboradora de medios como Con/texto Magazine y AMPM. Coautora del libro Contar el rap. Narraciones y testimonios (2017).