Ni frailes ni conquistadores: emigrantes españoles en Estados Unidos

Un legado de álbumes familiares y frágiles recuerdos mantiene vivo un episodio histórico desconocido y a punto de desaparecer.

Un grupo de emigrantes españoles en Nueva York, en 1939. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES
Un grupo de emigrantes españoles en Nueva York, en 1939. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

Era junio de 2019, en pleno viaje de trabajo, y escaneaba un viejo álbum familiar en una casa modesta de un barrio residencial de San Luis, Misuri, cuando me topé por sorpresa con mi difunto abuelo Luis. “¡¡¡Ostras!!! No puede ser”, me dije sin saber asimilar aquel encuentro a bocajarro. Mi abuelo lleva muerto décadas, pero ahí posaba de brazos cruzados, lozano y firme como yo jamás le había visto, junto a vecinos del pueblo asturiano donde vivió hasta el final de sus días.

La fotografía desde la que me miraba traía una leyenda escrita sobre el retrato de grupo. “Gasolín: los amigos de Piedras Blancas te saludan afectuosamente. 31 de agosto de 1960”. Aquella foto que yo sujetaba en las manos había viajado miles de kilómetros para encontrase con emigrantes españoles afincados al borde del río Misisipí hace 100 años. Sus palabras colocaban a cada cual en su sitio.

La foto hallada por Luis Argeo en Misuri de su abuelo Luis. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES
La foto hallada por Luis Argeo en Misuri de su abuelo Luis. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

¿Cuánto sé yo de mi abuelo Luis?

Sé que de joven había emigrado a Cuba, que allí no lo vio claro y retornó a casa igual que se había ido. En mi familia nunca dieron detalles concretos de esa peripecia. Sé que en su tierra, Asturias, le esperaba una guerra años después. Tampoco se habló mucho de este otro lance. ¿Estuvo en comunicación con otros parientes y amigos emigrados a Estados Unidos? La fotografía viajera me hace pensar que sí, que mantuvo el contacto que la época y el correo postal le permitían desde aquella España en blanco y negro.

Mi abuelo no era especialmente hablador. En Misuri tampoco supieron aclararme quién había enviado la fotografía. Los pormenores se habían desvanecido, como la propia presencia de aquella considerable emigración. ¿Puede una vieja fotografía abarcar la historia de un éxodo casi desconocido? Esta es la gran pregunta que, en aquel viaje, cuando tropecé con mi abuelo tan lejos de casa, no atiné a formular.

En los últimos 10 años he escaneado miles de fotografías junto con mi socio, el hispanista James D. Fernández, peinando de costa a costa los hogares estadounidenses donde aún quedan vestigios de una ignorada emigración española. En una década de entrevistas y encuentros con descendientes y familiares de aquellos expatriados, conociendo sus imágenes y anécdotas, sus recuerdos y archivos domésticos, hemos conseguido aproximarnos a un suceso histórico que el implacable paso del tiempo borra y deforma, sin que la memoria más lúcida ni la imagen más nítida logren contener su deterioro. Hemos hecho preguntas que llegan 100 años tarde y se quedan sin respuesta. Y hemos escuchado respuestas sin preguntas que se van creando o inventando para tapar los silencios con los que cualquier familia convive en su hogar.

El español Ángel Nieto, originario de Salmoral, vestido de torero en Sunnyvale, California. CORTESÍA ÁNGEL NIETO
El español Ángel Nieto, originario de Salmoral, vestido de torero en Sunnyvale, California. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

En los relatos de emigración caben el orgullo y la vergüenza, el miedo y la valentía, el triunfo y el fracaso, la esperanza y la desconfianza, el recuerdo y el olvido.

La verdad y la mentira.

Y todo lo que se forma entre medias.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, decenas de miles de españoles encontraron acomodo alrededor de los muelles de Nueva York, las fábricas tabaqueras de Tampa, las factorías metalúrgicas del cinturón industrial del Medio Oeste, las canteras de granito de Vermont, los campos de cultivo de California y otros muchos rincones desperdigados por los Estados Unidos de América. Dejaron sus aldeas y ciudades buscando mejorar sus vidas, y en cierto modo lo lograron. Sus hazañas, sus provechos, siguen sin caber en los libros de texto o en las clases del colegio. Cuando se cruza la historia de Estados Unidos con la de España, seguimos escuchando y conmemorando la presencia de frailes que consagraron misiones en California y conquistadores que fundaron ciudades en Florida, sin prestar atención a esta conexión social y cultural más próxima en el tiempo, más cercana a la realidad contemporánea, más empática. Cuando hoy un joven español en paro agarra la maleta para emprender viaje en busca de trabajo, ¿se verá́ mejor reflejado ante las vidas de Gasolín o de Pedro Menéndez de Avilés, el adelantado de la Florida?

La valentía de los campesinos y obreros como aquel Gasolín, que cruzaron el océano porque no encontraban mejor rumbo para sus vidas, lleva implícitas las sombras de una época, un país, un gobierno que fueron incapaces de revertir esa situación desesperada. Para un mal político, la emigración de su gente incomoda tanto como la inmigración en su territorio. Las palabras impresas así lo revelan:

“Nada detiene la constante huida de españoles a otras tierras: ni las duras condiciones del trabajo, ni los terribles desengaños de millares de desgraciados. La injusticia y la miseria que aquí padecen aterran más que todas las negruras que fuera les aguardan”.

El Correo (Madrid), 8 de enero de 1914

Espoleados por la falta de oportunidades, asturianos, vascos, andaluces, cántabros, extremeños, salmantinos embarcaron en busca de dignidad y oportunidades laborales hacia lugares remotos sin saber siquiera a donde se dirigían. Cualquier sitio era mejor opción que quedarse en casa. En el caso hawaiano, quizá el más asombroso de cuantos conforman esta diáspora: muchos nunca habían probado el azúcar, mucho menos cortado la caña que allí se convertiría en su exótica pesadilla. Pero la oferta bien valía el intento. Cerca de 8.000 españoles fueron los que, finalmente, embarcaron hacia Hawái entre 1907 y 1913.

Cartel difundido en España después de 1907 para reclutar a familias con destino a Hawái. ARCHIVOEMIGRANTES INVISIBLES
Cartel difundido en España después de 1907 para reclutar a familias con destino a Hawái. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

Estadísticas, artículos y fotografías incompletas 

Esta historia no solo sobrevive en las cada vez menos fotografías referenciadas de aquellos emigrantes. Leyendo números de una arcaica tabla de estadísticas, repasando el cómputo mensual de la emigración española de 1917, se puede descubrir que en un mes corto como febrero la cifra de movimientos transoceánicos colocaba a Cuba como destino estrella (4.794 personas embarcaban hacia allá en dicho mes, 2.096 lo hacían desde La Coruña), distanciándose del segundo país receptor, Argentina (906 emigrantes, 274 embarcados en Cádiz) y dejando que Estados Unidos se situara en tercera posición (876 individuos, de los que 177 zarparon desde Valencia). México era el siguiente destino con una cifra mensual de 89 emigrantes. Brasil, Uruguay y Panamá apenas llegaban al centenar sumando sus emigrantes.

Estas cifras aisladas expresan un dato relevante: en 1917 había muchos hombres y mujeres arrimándose a los puertos más cercanos a sus casas para embarcar en el vapor que antes zarpara hacia el destino que el azar dispusiera. Quizá por eso mi abuelo en vez de ir a Estados Unidos, como hicieran antes que él dos hermanos mayores, embarcó hacia Cuba.

Las estadísticas, como los recortes de periódico, aportan conocimiento, pero también generan sesgo y confusión. Las estadísticas no señalan que el zamorano que acabó instalado en San Francisco tuvo que aprender a pronunciar, con cierto esfuerzo y un marcado acento anglo, el nombre de una ciudad fundada siglos antes por misioneros españoles... San-fran-sis-cou.

Gabriela Jiménez, Teresa Hernández, María y María Antonia Jiménez, en Mountain View o San Leandro, California, hacia 1920. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES
Gabriela Jiménez, Teresa Hernández, María y María Antonia Jiménez, en Mountain View o San Leandro, California, hacia 1920. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

“... La colonia española trabaja y trabaja duro. Hay albañiles y carpinteros, y encofradores, pintores, braceros y sirvientas. Antes del incendio, San Francisco era sólo un nombre para la mayoría de los trabajadores de España. No había más que unos pocos cientos de españoles aquí. Ahora hay 3.000, algunos dicen 5.000, de Galicia, de Cataluña, de Andalucía, de Gibraltar y de Navarra. Los maravillosos reportes de salarios —sin información sobre el coste de la vida— fueron muy bien recibidos por obreros cuyas pagas más altas estaban entre $1 y $1.50 por día. Así que vinieron”.

San Francisco Sunday Call, 20 de octubre de 1907

Artículo del 'Albuquerque Journal' de 1920 sobre la inmigración española. ARCHIVOEMIGRANTES INVISIBLES
Artículo del 'Albuquerque Journal' de 1920 sobre la inmigración española. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

“Este retrato, sacado en la Isla Ellis, muestra un tipo de inmigrante español, de los que acaban de llegar en nuestros barcos a Nueva York, unos 1.390 para trabajar en las granjas agrícolas del suroeste. Los agentes de inmigración dicen que estos españoles son de alta calidad y que casi todos parecen tener bastante dinero. Estos inmigrantes de clase alta podrían representar la solución ante la escasez de mano de obra en nuestro campo, si su número crece adecuadamente”.

Albuquerque Journal, 5 de noviembre de 1920

Como en las estadísticas, en cada recorte de prensa encontrado también caben sesgos y matices tendenciosos. Tantos como mitos, prejuicios, desinformación y reinvenciones de cuanto ocurría en aquellos barcos cargados de inmigrantes, ante esos agentes de la Isla de Ellis, en esas plantaciones desatendidas. Hay tantas interpretaciones como gente moviéndose por el mundo en busca de un lugar donde vivir con decencia.

La quimera made in USA nos ha socorrido al conformar el imaginario del emigrante arquetípico del siglo XX en Estados Unidos. Películas como la saga de El Padrino y libros como los que escribió John Steinbeck resuenan dentro de algunas estampas protagonizadas por inmigrantes españoles con la misma fuerza que en aquellas tomadas para la posteridad por Walker Evans o Dorothea Lange. Por eso nos resultan familiares. Los recuerdos de sus descendientes también están influenciados por el mito del sueño americano, el cowboy solitario, el hombre hecho a sí mismo, el Dios Bendiga a América.

Jugadores del equipo de béisbol del Centro Asturiano de Tampa, Florida. CORTESÍA CENTRO ASTURIANO DE TAMPA
Jugadores del equipo de béisbol del Centro Asturiano de Tampa, Florida. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

“Mi madre siempre quiso ser americana, estaba muy orgullosa de haber venido a este país”, comentaba una mujer en Ohio sin advertir que su madre tardó cuatro décadas en solicitar una nueva nacionalidad. Lo hizo justo cuando acabó la guerra civil en España (1939). Esa y otras explicaciones construyen infinidad de cándidos recuerdos moldeados por lo que uno mismo quiere leer en los recortes de periódico, interpretar con aquella película, extraer de esta novela. Memoria y evidencias conducidas por corrientes de opinión. Por la ideología, las estadísticas, los algoritmos.

La fragilidad de los recuerdos que escuchamos y grabamos ya no nos molesta en esta investigación. Al contrario. Los vuelve más humanos.

La primera vez que leí el recorte del Albuquerque Journal de 1920 sobre los inmigrantes llegados a Nueva York imaginé a un español admirando la Estatua de la Libertad igual que el niño Vito Corleone, o metido en un pasaje de Las uvas de la ira. Años después, puedo entrever el racismo, el clasismo que esconden a veces las palabras, y me llevan a pensar en el muro de Trump y las oleadas imparables de hondureños y salvadoreños marchando hacia el norte. Y me atrevo a desmontar ciertas ficciones escuchadas en casas de nietos de aquellos emigrantes españoles: “mi padre vino solo”, “mis abuelos no eran como estos de ahora que vienen sin papeles y viven de forma ilegal”. Las estadísticas, las noticias, las fotos y los documentos familiares no se ajustan a esos recuerdos, esos mitos, esas asimilaciones.

Prudencio de Pereda (1912-1973) fue hijo de emigrantes nacido y criado entre españoles de Nueva York. Sus relatos y novelas le brindaron una reputada vida de escritor, aunque hoy haya caído en el pozo del olvido. En su novela más autobiográfica, Molinos de viento en Brooklyn, dejó apuntadas magníficas reflexiones.

“Cuando era joven, pensaba que la nacionalidad determinaba el trabajo desempeñado por cada persona. Nosotros éramos españoles, y mi padre, mi abuelo y mis tíos estaban todos en el negocio del tabaco. Había una regla definida sobre esto, creía yo. Una ley”.

Hemos sabido que los patronos estadounidenses reclutaban a trabajadores —andaluces para las plantaciones de caña en Hawái; vascos, navarros, aragoneses para cuidar ovejas en los estados que cubren el Lejano Oeste: Idaho, Montana, Nevada— enviando agentes a los lugares de origen. Pero el efecto llamada entre emigrantes también agrupó a compatriotas de diferentes regiones españolas a través de redes más informales. Se instalaban allí donde los primeros familiares o vecinos habían caído por mediación de una industria o sector económico. Quizá salían de la fábrica y conseguían abrir una zapatería, o un bar para sus compatriotas.

Mostrador de la tienda de puros Las Musas en Brooklyn, Nueva York. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES
Mostrador de la tienda de puros Las Musas en Brooklyn, Nueva York. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

En cualquier caso, en 10 años hemos comprobado que las instituciones culturales de las regiones de salida se han aproximado al estudio de la emigración atendiendo más al lugar de procedencia —gallegos estudiando a gallegos emigrados, vascos estudiando a vascos emigrados— que a su lugar de destino. Y como lugar de destino no me refiero a Nueva York, La Habana o Buenos Aires. Me refiero a su patria de destino, que no era otra más que la que señala Prudencio en su novela: su patria era el trabajo. El trabajo de fundidor, estibador, pastor o tabaquero, el trabajo que permitiera criar a un hijo que a su vez escribiría novelas, tendría millones de lectores y trabajaría codo con codo con Ernest Hemingway. Ese guiño a la clase trabajadora de un país en construcción es el que habitualmente —como la guerra civil española— se queda fuera de los planes de estudio en España, más cuando también hay una historia imperial sobre el mismo terreno. La emigración, como mucho, se ve noticiable. Se ve espectacular para la ficción. Propicia para una serie de televisión a la carta. Una aventura, según proclaman ciertas voces de la política.

Otro de los silencios que ha marcado el legado inmigrante español en Estados Unidos tiene que ver con el posicionamiento político de sus protagonistas.

Si en casa de mis abuelos asturianos se habló poco de la guerra —nunca con niños delante—, en los hogares estadounidenses se dejó de hablar tras el funesto desenlace. Con la sublevación militar y durante los años de guerra en España, los emigrantes españoles se posicionaron mayoritariamente a favor de la República. En ella veían una ventana de aire fresco para regresar algún día a casa. Desde julio de 1936, se organizaron bailes y giras campestres para convertirlas en atractivas formas de recaudar fondos y apoyos.

Representación del Coro Juvenil del Comité Antifascista de Canton, Ohio, hacia 1937. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES
Representación del Coro Juvenil del Comité Antifascista de Canton, Ohio, hacia 1937. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

Los álbumes familiares escaneados en Estados Unidos están repletos de huellas de dicha movilización política, aunque los descendientes muchas veces desconozcan el trasfondo histórico de esas imágenes. “No, no. Mi abuela nunca se interesó por la política. Ese puño levantado de la foto sería un saludo a la cámara, o una broma”. En parte, es normal la distorsión. Aquel entusiasmo republicano entre españoles deseosos de ver a su país mejorado y aún sosteniendo el sueño de retornar se convertiría en un problema en poco tiempo, cuando les tocara quedarse definitivamente en EE UU y se vieran en la obligación de vivir los oscuros años del macartismo: lo que era en su origen antifascismo se iría tildando de comunismo, por eso hubo quienes descartaron o mutilaron fotos y documentos, ocultaron su activismo político, sobre todo delante de sus hijos.

El silencio, el tiempo y la memoria combinan mal en los planes de cualquier investigador que maneja archivos familiares con cierto retraso. Los descendientes ya no saben español y no pueden leer las cartas que enviaban desde España aquellos parientes a sus padres o abuelos. A las fotos les faltan datos. Los viejos álbumes acumulan polvo y ocupan espacio en el trastero que ya pide una limpieza. “¿Queréis llevaros este sobre de fotografías? Yo no sé quiénes son las personas retratadas”. La frase también se la escuché a una mujer de San Luis, Misuri, durante aquel último viaje de rastreo. En ese otro hogar no me topé con mi abuelo, aunque, a qué negarlo, todas aquellas caras escondidas en el sobre me miraron con extraña familiaridad.

Andrés Sánchez, originario de Bergondo, La Coruña, en un entierro en Nueva York, hacia 1940. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES
Andrés Sánchez, originario de Bergondo, La Coruña, en un entierro en Nueva York, hacia 1940. ARCHIVO EMIGRANTES INVISIBLES

Las investigaciones que refleja este artículo son la base de la exposición Emigrantes invisibles: españoles en EE UU (1868-1945), que del 18 de noviembre de 2021 al 6 de febrero de 2022 se puede visitar en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón (España).

Periodista y cineasta. Ha dirigido los documentales AsturianUS (2006) y Corsino, por Cole Kivlin (2010). En 2020 comisarió junto con James D. Fernández la exposición Emigrantes invisibles: españoles en EE UU (1868-1945), organizada por la Fundación Consejo España-EE UU. Autor de la novela La Plaza. Confesiones de un bar musical (2022).

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