Nuevos aires en la cancha del barrio

En las plazas de Montevideo ahora se juega distinto. La inmigración caribeña ha traído nuevos usos y costumbres.

Partido de baloncesto en la plaza de Líber Seregni, en Montevideo. MUNICIPIO B
Partido de baloncesto en la plaza de Líber Seregni, en Montevideo. MUNICIPIO B

En el barrio Cordón Norte, en el centro de Montevideo, hay una plaza grande, y en el corazón de esa plaza hay una cancha de usos múltiples. Patinaje, artes marciales, danzas coreográficas, gimnasia aeróbica para adultos mayores, pero sobre todo fútbol y básquet, las únicas actividades promovidas desde la propia estructura de la cancha: los arcos, los aros, las líneas y pinturas reglamentarias.

Cuando me mudé de Buenos Aires a Montevideo, hace unos quince años, me llamó la atención la importancia que le daban los montevideanos al básquet. Te pueden preguntar de qué equipos sos en básquet, algo que nunca había escuchado en Buenos Aires. Aún así, el fútbol es el deporte rey, y eso, lógicamente, se ve reflejado en el uso de una cancha pública. Si me hubieran preguntado hace unos cinco años por los porcentajes de uso entre estos dos deportes hubiera dicho: 75% fútbol y 25% básquetbol. Si me preguntaran lo mismo hoy, diría los mismos números pero al revés. La estadística no está chequeada, pero voy a hacer algunas aclaraciones para ganar un poco de credibilidad.

Como es costumbre en estas canchas, el aro está ubicado justo encima del arco, por lo que los dos deportes no pueden suceder al mismo tiempo. A lo sumo puede jugarse a uno en cada extremo de la cancha, pero en esos casos se tiene que tomar como prioritario el básquet, ya que su versión “callejera” por excelencia se juega en un solo aro, mientras que los futbolistas con un solo arco quedan limitados a juegos un poco infantiles. Además, hay un aro/arco que está mejor iluminado que el otro, y está más cerca del sector de las gradas, donde la gente se junta a mirar y a fumar, y a tomar mate o vino en caja o cerveza. Es decir, hay un aro/arco de primera, un lugar donde uno juega sabiéndose observado, expuesto a la gloria o el escarnio vecinal. Lo mismo sucede con el horario: hay un claro prime time, de tardecita, a la salida del trabajo, que tiene que ser tenido en cuenta a la hora de decir qué deporte es el que está ganando la pulseada. Por último, cabe aclarar que esta inversión en la preponderancia de un deporte sobre el otro no obedece a una orden municipal. No hay una figura de autoridad que decide qué deporte se juega a cada hora. Los cambios y resoluciones se rigen por las variables propias de una plaza: presencia, imposición, mayoría, historia, costumbres, pelea, entretenimiento, consenso.      

La población uruguaya (3,5 millones de habitantes) ha sido prácticamente la misma durante los últimos treinta años. Nacen y mueren más o menos la misma cantidad de personas por año, y en principio esto parece razonable; hay simetría, hay un equilibrio entre el debe y el haber. Sin embargo, el caso uruguayo es una excepción dentro de la región.

Según el Observatorio Demográfico, la población en Latinoamérica se ha duplicado de 1975 a 2016. Hay diversos estudios que analizan este complejo fenómeno, por lo que no me voy a meter con eso ahora, pero sí puedo decir que el “estancamiento poblacional”, ya desde su misma terminología, suele tener mala reputación. “Uruguay es un país de viejos”, se dice. “Uruguay tiene estándares europeos de natalidad”, se dice. “Uruguay es un país en vías de extinción”, dijo José Mujica mientras era presidente. Hay consenso sobre la necesidad de “repoblar al paisito”, y en este sentido las leyes migratorias tienden a facilitar la llegada de los inmigrantes de manera regular. En 2018, Laura Thompson, la directora de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), aseguró que la política uruguaya sobre este asunto es “moderna, abierta, casi ejemplar”.

En los últimos años, Uruguay viene recibiendo cada vez más inmigrantes. El Gobierno aprobó más de 60.000 residencias en los últimos cinco años. Estos son los datos de la Dirección de Identidad Civil sobre las cédulas emitidas a extranjeros en 2019: 5.611 venezolanos, 3.510 cubanos, 809 colombianos, 604 peruanos y 494 dominicanos. Otra migración que no está incluida es la que proviene de Argentina, pero las características entre una corriente y la otra son tan disímiles que cuesta meterlas en la misma bolsa. La palabra “inmigrante” está cargada de connotaciones, y ninguna de ellas se acerca a la situación de los argentinos residentes en Uruguay. La gran mayoría son de clase media o alta que vinieron por “una elección de vida”. Las culturas, además, son tan parecidas que casi no se siente el salto. Incluso ahora, mientras escribo esto, me cuesta recordar que yo también soy un inmigrante. De todas formas, no hay argentinos en la cancha multiuso de mi plaza, y eso es lo que importa en esta crónica.

Por ahora los voy a llamar “caribeños” por una cuestión de practicidad. Lo primero que llama la atención de los caribeños que juegan al básquet en la plaza es el volumen de sus manifestaciones: festejos, burlas, discusiones reglamentarias, la música en los altoparlantes, todo tiene un nivel de decibles muy por encima de los estándares uruguayos. Me gusta escuchar su forma de hablar y tratar de deducir de qué país viene cada uno. Lo puedo hacer, incluso, echado en la cama de mi habitación, porque hay un grupo que se junta cada tanto en la vereda frente a mi casa. Y a la vez es un juego con sucesivas ramificaciones, porque dentro de cada país el habla puede ir variando según la región, la edad, la clase social. No es lo misma la sierra o el mar, me dijo un peruano hace poco. Los cubanos son los más fáciles de distinguir. Con el resto me cuesta, como a ellos les debe costar diferenciar a un argentino de un uruguayo. Algo que pude notar, sobre todo en estos tiempos tan estáticos, es que escucharlos me produce una agradable sensación de viaje. Suena un poco egoísta e insensible, sobre todo si se tiene en cuenta que las migraciones suelen provenir de la desgracia, pero no deja de ser una especie de bienvenida.

Hace una semana, cuando se me ocurrió escribir sobre esto, decidí entrevistar a los basquetbolistas caribeños de la plaza. Llegué a hacer una lista de preguntas, algunas formales, otras pensadas para tratar de distinguir las diferencias deportivas entre locales y extranjeros; diferencias en la técnica, actitud, salto, nivel atlético, estilo, matices reglamentarios, distintas formas tolerar la derrota, de resolver conflictos, de elegir a los compañeros. Desde aquel día fui a la plaza con actitud de periodista, pero algo de lo más extraño sucedió: no volví a ver a ningún basquetbolista caribeño. Probé en distintos días y horarios, incluso probé en una placita que queda a unas pocas cuadras, y nada, no encontré ni un solo caribeño picando una pelota. Quizá dejaron por el calor, quizá se volvieron para las fiestas, quizá cambiaron de barrio o de deporte, quizá se pelearon con la barrita de futbolistas que antes dominaba la cancha, quizá me ven cara de policía migratoria y se esconden cuando aparezco. Cualquiera de estás hipótesis me resulta insatisfactoria o estúpida.

* * * * 

El año pasado estuve en Lima y varias personas (muchos taxistas) adjudicaban el aumento en los robos a la reciente migración venezolana. En Buenos Aires, muchas personas (muchos taxistas) dicen lo mismo sobre la migración peruana. Esto no se los dije a los limeños, pero me puso a pensar en este gran mapa de acusaciones; un esquema piramidal, dinámico, alterado constantemente por vaivenes políticos, económicos y sociales. Un mismo país puede ser al mismo tiempo acusado y acusador. Es posible que en algunos lugares de España se acuse a inmigrantes argentinos (quizá no de robo callejero sino de una variante más pretensiosa), y así sucesivamente.

 Este tipo de acusaciones, sin embargo, no se da con la migración caribeña en Uruguay. Por el contrario, sus servicios son muy valorados por los empleadores uruguayos. El pasado noviembre se denunció por “discriminación inversa” un clasificado que ofrecía trabajo “solo para extranjeros”. Los venezolanos tienen muy buen nivel cultural y trato con el cliente, se dice. Me tocó un Uber cubano que era ingeniero civil, se dice. En la Cámara de Comercio coinciden en que los trabajadores uruguayos están perdiendo terreno con los extranjeros en relación a las “habilidades blandas”, tales como puntualidad, ánimo de servicio, amabilidad o presentación. También es cierto, aunque la Cámara de Comercio difícilmente lo diga, que los empleadores muchas veces prefieren trabajadores que no estén en condiciones de decir no, y esa es la situación de la mayoría de los inmigrantes.

Hace un tiempo tenía un peluquero onettiano. Apenas uno entraba en su local (que también era su casa) se podía percibir esa atmósfera oscura y melancólica, fascinante también, porque yo siempre volvía, e incluso pensé en regalarle un felpudo que dijera “Bienvenido, Bob” para que pusiera en la puerta de entrada. Era eficiente en el corte, atendía con el televisor prendido en History Channel, casi no hablaba, y te cepillaba la pelusa del cuello casi con desprecio. Hace un tiempo cerró su negocio. Una víctima más del auge de las barberías con pizarras escritas con tiza y música electrónica.

El peluquero onettiano quizá era un poco radical, pero ese es un poco el estereotipo del vendedor montevideano. En el otro extremo, la cajera dominicana de la panadería me llama “cariño” o “mi vida”, y no es que me lo diga especialmente a mí, es su forma de relacionarse con el mundo. ¿Hay un choque de estilos a la hora de tratar con el cliente? ¿Hay empleados onettianos y empleados macondianos? Las dos escuelas, claramente, tienen sus pros y sus contras. “En el Caribe, se vive como se escribe”, dice una canción de Aute, pero creo que lo dice por Hemingway, y no creo que se refiera al azúcar de su prosa.

Por fin volví a ver a los basquetbolistas caribeños en la plaza, anoche, mientras paseaba al perro. Primero los escuché, a lo lejos, un barullo infernal. La disputa, al parecer, era por una falta técnica sobre la que no lograban ponerse de acuerdo. Me senté en las gradas junto con los que estaban esperando para jugar. Había caribeños y también uruguayos. No tenía el teléfono ni un anotador pero uno de los que anda siempre en la plaza me saludó y me dio pie para una entrevista casual. Les pregunté, rubro por rubro, por las diferencias entre lo basquetbolistas uruguayos y los caribeños. Aproveché la rotación de los equipos para preguntarles por separado y que pudieran hablar con mayor libertad. Esta es la información que pude recolectar.

Los tres caribeños con los que hablo son dominicanos, de Azua, un pueblito a dos horas de la Capital. En Dominicana nacen con un bate bajo el brazo, el que no le da para el béisbol se va para el básquet. Allá también juegan tres contra tres, pero no se puede salir del área. Según los dominicanos, su juego es más agresivo, rápido, atlético, caliente, espontáneo. Nos gusta ir más hacia el aro, dicen. Acá son más tácticos, dicen. Uno de ellos (alto, negro, de trencitas a lo Alan Iverson) me muestra una volcada. Es la primera que veo en esta plaza. Se llama Kevin, tiene veintidós años y dice que se quiere jugar en la liga montevideana. Según los uruguayos, los dominicanos (aunque a veces también hay venezolanos y cubanos) son más rápidos, gritones, individualistas, atléticos, desordenados, mejores penetrando hacia el aro que tirando de afuera. Cuando ganan se agrandan y tiran magia, pero cuando pierden se putean entre ellos, dicen. Vos los escuchas gritar y parece que se van a matar a piñas, pero para ellos es normal, después no pasa nada. Igual, los dos mejores jugadores de la plaza son uruguayos, aclara uno. Cada plaza tiene sus reglas, y ellos tuvieron que aprender a jugar con las reglas de acá. Son divertidos, le dan color a la plaza, concuerdan.

Los dominicanos dicen que no tuvieron problema para adaptarse, tanto en la cancha de básquet como en la vida social. Les pregunté por qué no habían venido a jugar los últimos días. Mucho trabajo estos días, me dicen. Mucho laburo, me dice uno y sonríe, orgulloso de haber aprendido la jerga local. Queda gracioso cómo lo dice: pronuncia la ch como nosotros la y, y omite por completo la b de laburo. Los tres trabajan haciendo repartos, uno para una farmacia y los otros dos para Pedidos Ya. Tenía pensado preguntarles por qué se habían venido, pero fui postergando la pregunta y al final me pareció que no tenía mucho sentido.

Al principio nos cobraban muchas faltas porque nuestro juego es más agresivo, dice uno. Uno de los uruguayos (para ese momento ya estaban todos afuera, escuchando) no está de acuerdo con esta afirmación. Les cobrábamos muchas faltas porque hacían muchas faltas, dice. El que había hecho la volcada, le roba la pelota a un uruguayo que la estaba picando, la vuelve a volcar y se queda colgando del aro. De afuera le dedican un coro de gritos burlones. Volvé acá, Kevin, que en tu vida te van a hacer otra entrevista, le dicen. Los dominicanos también se ríen. Esa volcada hay que hacerla en el partido, le dicen. Siempre la hago, dice Kevin. Y agrega: ¡Cuando quiera, le muestro! Todos gritan y ríen. Los equipos vuelven a la cancha. Comienzan a jugar. 

Escritor y editor. Autor de los libros de cuentos Variaciones de Koch (2011) y Nueve formas de caer (2018) y de las novelas Rugby (2010) y ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic? (2015), ganadora del Premio Clarín. Su última obra es ¡Canten, putos! Historia incompleta de los cantitos de cancha (2020), que recoge crónicas publicadas en medios como Anfibia y Brando.

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