Daiquiris, pesca, fiestas y libros: Hemingway en Cuba

El escritor estadounidense mantuvo una estrecha relación con la isla. Lugares como La Vigía y El Floridita fueron su refugio.

Ernest Hemingway (en el centro), con Roberto Herrera, Byra Whittlesey, su hijo Jack, Spencer Tracy  y su esposa Mary Welsh, en El Floridita de La Habana, hacia 1955. ARCHIVO
Ernest Hemingway (en el centro), con Roberto Herrera, Byra Whittlesey, su hijo Jack, Spencer Tracy y su esposa Mary Welsh, en El Floridita de La Habana, hacia 1955. ARCHIVO

La vida de Ernest Hemingway estuvo muy ligada a su presencia en Cuba. Sin embargo, el escritor nunca se implicó en los cambios políticos y sociales que le tocaron vivir. Ni en tiempos de dictaduras, como las de Gerardo Machado o Fulgencio Batista, como tampoco en la revolución liderada por Fidel Castro. Hemingway vivía y escribía en su finca La Vigía, pescaba en aguas del Golfo y bebía daiquiris en El Floridita. Entre sus amistades en la isla no figuraban ni escritores ni intelectuales cubanos, aunque sí pescadores, boxeadores, vecinos del pueblo de San Francisco de Paula o estrellas de cine que le visitaban desde Hollywood. Era un hombre aventurero, que siempre iba a su aire, y sus vivencias cubanas tampoco le cambiaron. Pero La Habana fue su lugar de trabajo, diversión, aventuras y escarceos mujeriegos durante más de dos décadas, y donde se inspiró para algunas de sus obras.

Mi interés por Ernest Miller Hemingway (Oak Park, Chicago, 1899 - Ketchum, Idaho, 1961) lo despertó sobre todo su trayectoria periodística. Fue su oficio el que le llevó hasta las más altas cotas de la literatura —ganó el Nobel en 1954—, a través de sus experiencias como cronista y corresponsal de diarios norteamericanos, sobre todo en la Europa de entreguerras. Y, en especial, sus crónicas durante la guerra civil española publicadas en varios diarios asociados a la North American Newspaper Alliance (NANA) y, más tarde, en la revista Esquire. Cuatro décadas de centenares de reportajes, de cuya lectura en la selección publicada por William White en la editorial Touchtone, By-Linepodemos extraer un principio: para escribir buenas historias hay que vivirlas. Pisar el terreno y tener el don hemingwayano de resumirlo en una crónica o extenderlo hasta un libro. Compré By-Line en una de mis visitas a la casa-museo de Hemingway en Cayo Hueso, Florida, regalo del padre de su primera esposa, donde el escritor vivió unos años y desde donde descubrió Cuba, país en el que acabaría residiendo durante más de 20 años, con varios intervalos, casi hasta su trágico sucidio con su escopeta de caza, a los 62 años de edad.

“Hemingway llegó a La Habana por vez primera en 1928 procedente de Europa, en una escala hacia Estados Unidos. Volvió después con su amigo Joe Rusell, propietario del bar Sloppy Joe’s, en Cayo Hueso, en una de sus excursiones de pesca de la aguja”, me explicó Ciro Bianchi Ross, autor, entre otros libros, de Tras los pasos de Hemingway en La Habana. Descubrir el encanto de la capital cubana fue un flechazo para el periodista estadounidense. Aunque, en realidad, el amor a primera vista lo tuvo al conocer a la joven Jane Mason, esposa del director de la línea aérea Pan American en La Habana. La ciudad era entonces un bullicio de diversión y alegría para quienes podían permitírselo. Eran tiempos de La Ley Seca en EE UU y las excursiones de pesca en el yate de Joe Russell regresaban a Cayo Hueso, solo a 90 millas de La Habana, con peces espada, y también ron de contrabando.

Joe Russell y Ernest Hemingway, posando con un marlín, en La Habana, en 1932. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM
Joe Russell y Ernest Hemingway, posando con un marlín, en La Habana, en 1932. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM

A primeros de 1930, Hemingway decidió pasar temporadas en el Hotel Ambos Mundos, en la calle Obispo, cercano al puerto y al meollo de La Habana Vieja. Allí vive, escribe y disfruta de las vistas desde el quinto piso, en la habitación 511, que aún hoy puede visitarse. Fue en una de sus noches alegres en el Cabaret Sans Souci cuando el periodista y escritor conoció a Mayito Menocal, el playboy adinerado hijo de uno de los generales de la Independencia de Cuba. Con él realizó múltiples escapadas a la zona casi selvática de Romano, aventuras de pesca y batidas de caza —acompañado por Jane Mason—.

En esta época, Hemingway —que era corresponsal del diario canadiense Toronto Daily Star en la capital francesa, la cual sería escenario del libro París era una fiesta (1964)— ya era un escritor conocido. Su novela Fiesta (1926), con trama de amores, aventuras y toreros ambientada en los Sanfermines de Pamplona, había sido un éxito. Pero, fue sobre todo Adiós a las armas (1929), basada en su participación en la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancias, la que le lanzó a la fama.

La Habana se convirtió en su base de operaciones, con breves estancias en el Hotel Sevilla, y más largas en el Hotel Ambos Mundos, antes de alquilar la finca La Vigía, a 12 kilómetros del centro de la capital cubana, que el escritor acabaría comprando con los beneficios de llevar al cine Adiós a las armas.

“Es cuando recibe los honorarios de su adaptación al cine cuando decide hacer construir su yate El Pilar y comprar La Vigía, que debe su nombre al hecho de haber sido un fuerte español, por estar situado en una loma con esplendidas vistas”, dice el biógrafo Ciro Bianchi.

Visité por primera vez La Vigía a mediados de 1990, cuando todavía debías esquivar gatos en su escalinata. Paseando por su interior y casi palpando su librería, pude contemplar la tarima donde escribía manualmente de pie, la mesa del despacho con la máquina de escribir Corona, la cabeza disecada de un león o una copia de La masía, el cuadro que el periodista le compró a Joan Miró en París, transportado desde su estudio a su casa en el techo de un taxi parisino y que actualmente es propiedad del National Gallery of Art, en Washington, tras su donación por parte de Mary Hemingway en 1987. 

Hemingway, comiendo con varios amigos en El Vigía, su casa de Cuba. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM
Hemingway, comiendo con amigos en La Vigía, su casa de Cuba. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM

Regresé en otras dos ocasiones a La Vigía, 20 años después, para realizar el documental Constante y El Floridita de Hemingway. Fue de la mano de Ciro Bianchi. Entonces ya no era posible deambular por su interior. Una avalancha de turistas se dedicaba a fotografiar la finca, el jardín, el torreón anexo donde dicen que escribía (aunque al parecer los destinaba a otros menesteres), la piscina ahora vacía (donde se bañaba Ava Gardner desnuda) y el varado yate Pilar, con el que tantas aventuras de pesca y amoríos protagonizó Hemingway y que, según Bianchi, tomó su nombre de la Virgen del Pilar, ya que el periodista se convirtió al catolicismo.

“Aquí no entra nadie que no sea invitado”, recordó Bianchi al citar el ambiente que se vivió en La Vigía de Hemingway. “Él recibía a artistas de Hollywood, pelotaris, toreros, boxeadores, pero a escritores no. No le gustaban…”, citó Bianchi. Fruto de su pasión por el boxeo, Hemingway entabló amistad en París con el púgil Kid Tunero, a quien definió como “el atleta más completo” que ha dado Cuba. “Si aún quedan caballeros en la Tierra, Tunero es uno de ellos. Recto, lacónico, sencillo; es simple y puro como el pan, como el oro”, escribió Hemingway, según cita Xavier Montanyà en su libro Kid Tunero. El caballero del ring. El boxeador cubano —que desarrolló parte de su carrera en Barcelona, donde, tras hacerse famoso como el hombre de un solo golpe, murió en 1992—  pasó largas temporadas en La Vigía, sobre todo cuando Hemingway viajaba por Europa o África.

Eran tiempos en que Hemingway había vuelto de su misión como corresponsal en la guerra civil española. Fue en esa contienda cuando se enamoró de su tercera esposa, la periodista Martha Gellhorn, y donde ambientó la novela Por quién doblan las campanas (1940) y rodó un documental que se visionó en la Casa Blanca, bajo la presidencia de Theodore Roosevelt. El escritor había tomado parte en alguna batalla el lado de los republicanos españoles, a quienes intentó ayudar, sin conseguirlo, enviado ambulancias desde Estados Unidos. Fue, quizás, por esa actitud militante que el FBI, bajo el mando de Edgar Hoover, tenía bajo su lupa las actividades de Hemingway en La Habana.

Entre los muros de La Vigía, se montaron fiestas, juergas e, incluso, dicen que conspiraciones contra las tramas de cubanos, alemanes e italianos que durante la Segunda Guerra Mundial veían con simpatías la ofensiva de Hitler en Europa, según relató el escritor cubano Enrique Cirules en su libro Hemingway, ese desconocido.

Hemingway, escribiendo en su estudio de El Vigía, en Cuba. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM
Hemingway, escribiendo en su estudio de La Vigía, en Cuba. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM

Hemingway tuvo escarceos con el poder político cubano cuando el presidente Ramón Grau San Martín mando un pelotón militar a La Vigía con el fin de detenerlo. Le requisaron armas de caza. Él no se encontraba ahí, al haber sido alertado por su médico y amigo, el doctor José Luís Herrera Sotolongo, que se exilió a Cuba en 1941 después de ser comandante cirujano del ejército republicano en la guerra civil española .

En La Vigía, Hemingway creó la denominada Crook Factory (Fábrica de Maleantes), integrando a un variopinto grupo de personajes que se inquietaban por la deriva autoritaria del Gobierno cubano. Y, sobre todo, por las eventuales relaciones de los dirigientes de la isla con la Alemania nazi, cuyos submarinos operaban en aguas del Golfo, torpedeando navíos estadounidenses. Fue cuando Hemingway, a bordo de su yate Pilar, realizó incursiones en los Cayos, en especial en la zona de manglares y recodos de Camagüey, con la esperanza de cazar algún submarino, o tripulantes que salieran a la superficie en busca de agua fresca o alimentos. Algo que nunca logró, pero que inspiró su novela póstuma Islas en el Golfo (1970). Unas largas ausencias que, además, contribuyeron a que su tercera esposa, Gellhorn, abandonase La Vigía.

Hemingway, a bordo del yate 'Pilar'. KEYS LIBRARIES/IDA WOODWARD BARRON COLLECTION
Hemingway, a bordo del yate 'Pilar'. KEYS LIBRARIES/IDA WOODWARD BARRON COLLECTION

Eran tiempos, además, en los que La Habana era el epicentro de la expansión del crimen organizado en la isla caribeña. Los casinos, prostíbulos y trafico de drogas crecieron después del cónclave de las familias de la mafia estadounidense celebrado en 1946 en el Hotel Nacional, frente el Malecón. Dejaron al astuto Meyer Landsky, el hombre de confianza de Lucky Luciano, al mando de los negocios mafiosos tejiendo una trama con el poder, en especial con Fulgencio Batista, a cambio de sustanciosos sobornos. Es probable que Hemingway se cruzara más de una vez con capos mafiosos en el bar-restaurante El Floridita, el sitio de moda en aquellos alocados años habaneros.

Ernest Hemingway escogió El Floridita desde sus primeras visitas a La Habana y lo convirtió en su lugar favorito. Pronto tuvo su rincón reservado, en la curva al final de la gran barra de caoba, donde escribía en su cuaderno entre daiquiri y daiquiri. Se los preparaba el propietario y maestro coctelero, el catalán Constante Ribalaigua, que había llegado con 14 años desde su Lloret de Mar natal para hacer fortuna en Cuba.  

Ribalaigua había reinventado el daiquiri. La bebida creada por el ingeniero norteamericano Thomas Cox a principios del siglo XX —y a la que dio el nombre de las minas de Daiquiri, cerca de Guantánamo— estaba compuesta de ron, zumo de limón y azúcar. El barman catalán lo dosificó y añadió hielo picado gracias a la llegada de la batidora desde Estados Unidos. También agregó unas gotas de Marrasquino, un licor de cerezas blancas, que amalgamaba las dosis exactas del célebre daiquiri frappé creado por Ribalaigua. Entre otros barmans, y quizás socios iniciales, de El Floridita había otro personaje con raíces familiares en Lloret de Mar, aunque nacido en La Habana, que era Miguel Boadas quien, en aquellos años treinta, decidió viajar a Barcelona y fundar la mítica coctelería Boadas, que aún existe en una esquina casi al principio de las Ramblas.

Constante Ribalaigua, el maestro coctelero de El Floridita, el bar favorito de Hemingway en Cuba. ARCHIVO
Constante Ribalaigua, el maestro coctelero de El Floridita, el bar favorito de Hemingway en Cuba. ARCHIVO

“¿Le gustó?”, dicen que preguntó Constante a Hemingway tras servirle uno de sus daiquiris. “Para mi gusto, no”, dicen que respondió el escritor, que era diabético, apuntando sus preferencias por un cóctel con más ron y sin azúcar, antes de dirigirse al servicio. “Cuando regresó, Constantino le había preparado, en una copa más grande, un daiquiri sin azúcar, con doble de ron y zumo de toronja y le dijo: aquí tiene el daiquiri Papá Doble Hemingway”, me contó el presidente de los Cocteleros de Cuba, el amigo José Rafa Malem, ofreciéndome un Papá Doble Hemingway, sentado al lado de la escultura del Premio Nobel de Literatura, obra del escultor José Villa Soberón, sin duda la más fotografiada por los visitantes a La Habana.

En la pared al lado de la escultura hay un pequeño busto de Hemingway. “Se la hicieron los trabajadores de El Floridita cuando le dieron el Premio Nobel”, me contó Bianchi. “Es demasiado honor”, dicen que les respondió Hemingway cuando vio aquel homenaje, en un momento en que no daba entrevistas, pero continuaba acudiendo a su rincón en la barra del bar. Hay también, al lado del busto, una foto de Hemingway con Fidel Castro.

Escultura de Hemingway en el bar El Floridita de La Habana, Cuba. FLICKR/FRANCK VERVIAL CC BY-NC-ND 2.0
Escultura de Hemingway en el bar El Floridita de La Habana, Cuba. FLICKR/FRANCK VERVIAL CC BY-NC-ND 2.0

“Hemingway nunca se acercó al mundo de la cultura cubana”, me dijo el actor Jorge Perugorría, protagonista, entre otras películas, de Fresa y chocolate. “Solo después del triunfo de la Revolución se hizo aquellas fotos con Fidel, después de un trofeo de pesca en estas aguas”, añade el actor sentado en su jardín frente a las aguas de la Marina Hemingway, en las cercanías de La Habana, cuyo barrio y club náutico fueron bautizados en honor del escritor. “A sus amigos los traía de Hollywood y se los llevaba de fiesta a La Vigía, a El Floridita o de excursión marina hacia los Cayos. Todo era como una película. Y Hemingway era como un Marlon Brandon literario dentro de aquellas películas”.

En Adiós, Hemingway, el escritor Leonardo Padura relató la vida en La Vigía, sobre todo los últimos tiempos, cuando en la trama novelesca aparece un cadáver, quizás de un agente del FBI, y tras una serie de aventuras Hemingway decide abandonar La Habana. El protagonista del libro es un niño que, sorprendido de ver a tan popular personaje en Cojímar, pequeño puerto a unos 20 kilómetros de la capital cubana, le dice adiós con la mano, poco antes de que el escritor abandonase definitivamente la isla. 

Y es que “Papá Hemingway” se hizo querer por los cubanos. Así lo demostraron los humildes pescadores de Cojímar cuando el escritor publicó El viejo y el mar (1952). La obra llegó después del fracaso de su anterior novela, Al otro lado del río y entre los árboles (1950), cuando críticos y público le dieron la espalda. Incluso consideraron que Hemingway había agotado su inspiración. El viejo y el mar tuvo un éxito fulgurante. Ganó el premio Pulitzer en 1953 y, quizás, fue la puntilla para distinguirlo con el Nobel un año después. Su discurso al recibirlo fue de extrema brevedad, unas 20 líneas, para acabar diciendo: “Como escritor he hablado demasiado. Un escritor debe escribir lo que tiene que decir y no decirlo. Nuevamente se lo agradezco”.

También lo agradecieron los pescadores de Cojímar erigiendo en la plaza del pueblo un busto de Hemingway en bronce fundido procedente de viejas anclas y hélices de barcos, porque no tenían dinero para comprar cobre. El escritor se inspiró para su novela en el viejo pescador solitario Anselmo Hernández y en las técnicas de pesca del patrón del Pilar, su amigo Gregorio Fuentes, que murió a los 104 años de edad. Degustar un pez espada a la parilla en el restaurante La Terraza evoca los tiempos del Hemingway marinero y pescador.

Hemingway y Carlos Gutierrez, a bordo del 'Pilar', en 1934. ERNEST HEMINGWAY COLLECTION/JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM
Hemingway Carlos Gutierrez en el Pilar 1934 ERNEST HEMINGWAY COLLECTION JFK PRESIDENTIAL LIBRARY AND MUSEUM

De El viejo y el mar, otro premio Nobel, William Faulkner, escribió que en esta novela corta Hemingway “había encontrado a Dios”. El periodista cubano Fernando G. Campoamor, uno de los pocos amigos de Hemingway, fue más poliédrico al relatar: “Hemingway sabía de química y de geografía, de numismática y economía, de historia militar y de violines, e inventó el daiquiri especial al igual que inventó el monte Kilimanjaro, el idioma inglés y los costeros”. La cita aparece en el libro Memoria oculta de La Habana, de Ciro Bianchi, donde se recuerda también que los 5.000 dólares que pidió Hemingway para la edición en español de la novela en Cuba los donó al hospital de leprosos de El Rincón.

Tampoco hay que olvidar que, tras recibir el Nobel de Literatura, Hemingway ofrendó su medalla a la Virgen de la Caridad del Cobre, la venerada patrona de la isla. “Este premio pertenece a Cuba, porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva donde tengo mis libros y mi casa”, escribió Hemingway.

Sin embargo, la gran novela de Hemingway ambientada en Cuba estaba por llegar. El escritor dedicó años a escribir su gran novela con trama cubana durante la Segunda Guerra Mundial, pero que no vería la luz hasta casi 10 años después de su muerte, muy retocada y algunos hasta dicen censurada, bajo el título Islas en el Golfo. Curiosamente, cuando el libro se adaptó el cine, la trama se ambientó “en algún lugar del Caribe”, sin referencias explícitas a Cuba. La explicación, quizás, se deba a que Fidel Castro ya llevaba más de una década en el poder y se habían roto las relaciones entre la isla y EE UU. Un Fidel Castro que, por cierto, en más de una ocasión se había referido a Por quién doblan las campanas durante sus tiempos de guerrillero en Sierra Madre, antes de derrotar la dictadura de Batista.

Fidel Castro y Ernest Hemingway, en los años cincuenta, en Cuba. ARCHIVO
Fidel Castro y Ernest Hemingway, en los años cincuenta, en Cuba. ARCHIVO

“Los grandiosos daiquiris que preparaba Constante, que no sabían a alcohol y daban la misma sensación, al beberlos, que la que produce al esquiar barranco abajo por un glaciar cubierto de nieve en polvo, después del sexto u octavo, la sensación de esquiar barranco abajo por un glaciar cuando se corre sin la cuerda”, escribió Hemingway en la mente de Thomas Hudson, el protagonista de Islas en el Golfo, su novela más autobiográfica.

Dicen que Hemingway podía tomarse hasta una decena de daiquiris en sus tardes y noches en El Floridita. “Después se hacía preparar el ‘daiquiri del camino’, en una gran botella envuelta en corcho para que no se calentara camino con su chófer hacia La Vigía”, me contó Ciro Bianchi. Lo cierto es que Hemingway legó su fama tanto a El Floridita como a Constante. Tal era el apego y amistad del escritor con el barman que asistió a su entierro en diciembre de 1952.

“Hemingway también fue el único hombre que fue al entierro de Leopoldina Rodríguez, una prostituta a la que dio el nombre de Liliana la Honesta en su novela póstuma”, me recordó Bianchi, destacando que Hemingway le pagaría los estudios a una de las sobrinas de esa bella mujer cubana. Así era el carácter del escritor. Cercano con los humildes y distante con los poderosos en sus vivencias cubanas. Si desean rendirle homenaje lean, o relean, cualquiera de sus novelas tomándose a su recuerdo unos daiquiris “Papá Doble Hemingway”.

 Pueden acompañarlo con la música de la canción ‘Floridita’, del Trio Taicuba:

Vídeo de la canción 'Floridita', del Trío Tacuiba. YOUTUBE

¡Salud y larga vida a la obra literaria del gran Ernest Hemingway!

Periodista, escritor y documentalista. Fue miembro del equipo fundador de El País y corresponsal en Bruselas, Washington y Tokio. Autor de diversos libros de ensayo periodístico y novelas históricas. Su último documental es Constante y El Floridita de Hemingway (2020).

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