El espejo roto del mestizaje en Bolivia

El color de piel, el apellido y el origen siguen definiendo privilegios. La historia colonial boliviana dejó cicatrices profundas que todavía moldean la identidad nacional.

La ciudad boliviana de Cochabamba es reconocida por su rica diversidad racial y cultural. STEVEN PECORARIO
La ciudad boliviana de Cochabamba es reconocida por su rica diversidad racial y cultural. STEVEN PECORARIO

México 2021, una sala llena de periodistas veinteañeros en crisis perpetua, pero felices. Con tragos en las manos. Mi amiga colombiana que para entonces había recorrido medio mundo nos contaba sobre su último viaje y lo molestos que eran algunos vendedores ambulantes. 

“Lo bueno es que si sabes algunas palabras en su idioma te dejan de molestar, porque ellos son morenos, como nosotros, y piensan que eres local”, dijo poniendo sus ojos fijos sobre mí. 

Creo que fue la primera vez en mi vida que alguien me decía moreno abiertamente, y sin eufemismos. 

Era la primera vez, pero no la última en el extranjero, que gente me vio extrañada o incluso se me rió en la cara cuando les dije que en Bolivia yo era blanco, y que gran parte de mi vida había pensado que lo era. 

Ahora sé que no, pero tener un papá blanco-mestizo, tener un apellido hispano, no tener un acento que revele una segunda lengua indígena, pero más importante, no ser tan moreno como los demás bolivianos, a ojos de mis connacionales, me hacía blanco.

El periodista boliviano y colaborador de COOLT Álvaro Montoya Ortega. CEDIDA
El periodista boliviano y colaborador de COOLT Álvaro Montoya Ortega. CEDIDA

Anorexia racial

En América Latina ocurre un fenómeno extraño, que el escritor Jeremías Gamboa cataloga como anorexia racial. Cientos de miles de personas que creen que son blancas, pero que cruzando los Andes o el mar dejan de serlo. 

En países como Bolivia, que han conservado una gran cantidad de población indígena, tener la piel un poco más clara, el lugar dónde naciste, o tu posición económica, te hace blanco. 

Y como menciona la investigadora Aidaluz Sánchez, en contextos de mestizaje, ser de tez clara o más clara que otros, permite posibilidades o ventajas. Por lo que todos buscamos ser lo más blancos que podamos. 

En la colonia, el grado de beneficios sociales o privilegios que uno tenía estaba basado en el color de piel, o dónde había nacido. 

Cuando era pequeño, en la escuela nos mostraban a los españoles peninsulares en la cima de una pirámide gigante hecha de tiza, seguidos de los criollos, los mestizos, los indígenas y los esclavos.  

En casa, crecimos compitiendo con mis primos viendo quiénes tenían más rasgos europeos mientras hojeábamos el álbum familiar. 

“Mi cabello es más castaño que el tuyo”, “sí, pero mis ojos son más claros”.  Como si se tratara de un partido de fútbol que había que ganar para ponernos uno encima del otro. 

En el colegio, e incluso después, en medio de fiestas, oía a gente preguntando por los apellidos de mis compañeros, pasando de largo por los hispanos como el mío y soltando un “Mmm ese apellidito” cuando escuchaban alguno indígena, arrugando sus narices como si les hubieran acercado algo pestilente. 

Debo confesar que era un alivio poder decir mi apellido sin miedo, porque era español, aunque yo no lo era. Porque sabía que eso me protegía. Y es algo que le ha pasado a muchos latinos. 

“Durante mucho tiempo, de niña y adolescente, quise sentirme más Wiener que Bravo, porque ya intuía que eso me daría más privilegios o menos sufrimientos”, escribió la periodista Gabriela Wiener en su libro Huaco Retrato

Mujeres del territorio indígena originario campesino de Raqaypampa, en el departamento de Cochabamba. CONAIOC BOLIVIA
Mujeres del territorio indígena originario campesino de Raqaypampa, en el departamento de Cochabamba. CONAIOC BOLIVIA

Ser blanco, una categoría porosa

En Bolivia como en otros países de América Latina se intentó contrarrestar el racismo imponiendo agendas nacionales que buscaban implementar la idea del mestizaje. Es decir, que no había blancos, mestizos ni indígenas, sino que todos éramos bolivianos.  

Pero en realidad la narrativa del mestizaje no buscaba la inclusión de los indígenas, sino su blanqueamiento y mimetización con el Estado. 

“El indio debía desaparecer con el mestizaje, la educación, la migración a los centros urbanos y la parcelación de las comunidades y desaparecer sus vestigios en los museos y documentos culturales de la nueva nación”, escribió Silvia Rivera Cusicanqui en 1984. 

Tuvo que llegar Evo Morales a la presidencia en 2006 y promulgarse una nueva Constitución en 2009 para por fin reconocer que no éramos todos mestizos sino que existían los indígenas. 

Aunque muchos bolivianos seguimos sin reconocernos como tales. Porque en nuestro imaginario colonizado por las cruces y las armas, indigena no solo significa tener piel morena, sino también ser pobre e ignorante. 

El mestizaje y la idea de blanquitud es sumamente conflictiva para nosotros. porque permite que nos discrimine gente más “blanca”, y discriminar a gente “menos blanca”. En una negación sin fin, en una serpiente que se come la cola. 

El ser blanco en Bolivia es una categoría porosa. Incluso por la ciudad en la que naces. Cuando llegué a Cochabamba para estudiar Comunicación muchos de mis compañeros me decían que no parecía potosino. Porque los potosinos éramos pequeños y morenos, quemados por el sol andino que achicharra en la línea del Ecuador. 

Y cada una de las ocasiones en que me lo dijeron me sentí halagado, me sentí protegido por saberme más cercano a Europa y el respeto estolcomiano a los hombres que domaron mis tierras y violaron a mis tatarabuelas. Hasta que aterricé en el mundo y me di cuenta de que yo no era yo. 

 

Periodista. Formó parte del equipo de detección de noticias falsas ChequeaBolivia y ha colaborado en medios como Los Tiempos, El Potosí, Página SieteRevista Rascacielos y Dicen por ahí, entre otros. Integrante de la quinta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas de Distintas Latitudes. Autor de los relatos 200cc (2019) y Aprendiendo (2021). 

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