“De chiquita llevé a mi hija a danza clásica, pero ella quería jugar al fútbol”, cuenta Carina. “Yo insistí con gimnasia artística, hasta que me dijo: ‘Basta, quiero jugar a la pelota’. Así que la llevé a un equipo femenino y ella me aclaró: ‘Mamá, quiero jugar con varones’”.
Carina corta la frase cuando la invade la emoción. Su hija, María Victoria Maradey, está preparándose para ir a entrenar. Tiene 14 años recién cumplidos y ya sabe lo que es ponerse la camiseta de la selección, entrenar con la primera y defender el arco argentino.
Pero ese camino que eligió siendo tan niña y hoy transita con orgullo, defendiendo los colores de Banfield y la “albiceleste”, no fue el que primero se le apareció. Es que, aunque no se pueda creer, hubo una época en la que a la mitad de los chicos les negaban el más lindo de los juegos solo por haber nacido nene o nena.

Un lugar entre varones
Los movimientos culturales nunca son absolutos. No se dan de un momento para el otro, sino que son procesos, con marchas y contramarchas, con subidas y bajadas. Quizá por eso hoy hablamos más de una evolución que de una revolución. Pero el hecho de que intentamos contar es que, en la última década, en Argentina, las niñas de entre 6 y 12 años se sumaron masivamente a las ligas de fútbol infantil, no solo creando sus propios torneos, sino también incorporándose a los que ya existían para transformarlos en mixtos.
Las ligas infantiles, que dieron jugadores como Messi, Agüero o Tévez, y que explotaron en Argentina a partir de mediados de la década del 80 —principalmente con las urbanizaciones y la desaparición de los “campitos” o “potreros” donde se jugaba sin restricciones—, eran ligas puramente de varones. No tanto por estatuto o palabra escrita, sino por costumbre y por imposiciones de mandatos no dichos.
El fútbol femenino no empezó ahí, claro está (al contrario, tiene más de un siglo desde su primer partido oficial), pero el camino de las chicas en este deporte se daba bastante lejos de esos comienzos barriales en los que los varones tenían exclusividad. Aunque las ligas femeninas infantiles existen desde hace muchas décadas, no era fácil encontrarlas, y mucho menos imaginarlas mixtas.
Esa costumbre cambió radicalmente en los últimos años. Hoy se calcula —a través de consultas con responsables de torneos, ante la ausencia de cifras oficiales— que las ligas de fútbol Sub-12 tienen un promedio del 10 % de jugadoras, además de los torneos específicos de chicas.
La profesionalización del fútbol femenino (o su camino hacia ella) en 2019 —después de casi cien años, ya que el primer partido registrado en Argentina fue en 1923—, los últimos grandes resultados de la selección y la consolidación de futbolistas argentinas en el exterior parecen haber impulsado esta explosión.

Los datos del cambio
Un relevamiento hecho en 2022 por el Observatorio Social del Deporte en Argentina marca al fútbol como el deporte más popular entre los niños de 6 a 12 años en el país (no parecería ser una aseveración tan novedosa, y mucho menos motivo suficiente para una nota), pero algo cambió en el último tiempo.
Si lo dividimos por género, el fútbol es el deporte más practicado por los varones, con un 50,9 %, mientras que entre las chicas ocupa el segundo lugar (después de andar en bicicleta), con un 13,1 %.
Los clubes siguen siendo el lugar preferido para practicarlo, más allá de si se trata de hombres o mujeres, con casi el 50 % de los encuestados, dejando en segunda y tercera posición los espacios recreativos como plazas, parques y colegios.
Además, clubes afiliados directamente a la AFA, como River Plate y San Telmo, cuentan con equipos mixtos que se suman a sus planteles masculinos y femeninos. Mientras tanto, en los centros y periferias del país, las pibas se incorporan en masa a las ligas propias y mixtas, ya sea de fútbol 11, fútbol 5 o futsal.
Tras los pasos de Tagliafico
Pero volvamos a la historia de Victoria a través de los ojos de su mamá, Carina. A los seis años veía a su hermano defender los colores del Club Calzada —club que formó al campeón mundial Nicolás Tagliafico y a la exestrella del Real Madrid Fernando Redondo— y soñaba con estar ahí. Sus ojos de niña se llenaban de emoción por ser parte de ese juego que unía a familias y barrio cada sábado, y ella parecía quedar afuera solo por no ser varón.
“De a poco se quedaba en todas las prácticas y quería participar. El técnico se dio cuenta y empezaba a integrarla, dándole la pelota o regalándole la camiseta, hasta que era una más de su categoría”, recuerda.
Fue delantera hasta los nueve años, cuando le pidió al técnico ser arquera. En ese momento, su mamá evoca: “Al principio sufrí un montón, porque el puesto de arquero es muy ingrato. Cuando salvás una, sos la mejor; pero cuando te hacen un gol, te sentís más culpable. Yo tengo muchas cábalas y rezos antes de los partidos. Me pongo muy nerviosa”.
Cuando Carina piensa en esos primeros años jugando con varones, habla de la necesidad de “romper estereotipos”, pero a la vez reconoce que, al principio, “tenía miedo a la patada o a la agresividad que muchas veces se ve más afuera que dentro de la cancha”. Aunque hoy se siente “la mamá más orgullosa del mundo, que la acompaña hasta donde sea”.
El llamado de la selección
Carina relata el día en que se enteró de que su hija iba a participar en selecciones juveniles y a entrenar en las mismas instalaciones que Messi, Dibu Martínez y Julián Álvarez. “Yo iba al predio de Banfield después de trabajar. Los coordinadores me esperaron a que llegara para contarle. Eran tres chicas citadas del club y todos lloramos de emoción; fue algo inolvidable”.
Victoria —que hasta ahora estuvo callada— escucha a su mamá y recuerda que sus excompañeros de Calzada la felicitaron cuando llegó a la selección. “Me pidieron que no me agrande”, revela.
Sobre competir en torneos mixtos, cuenta: “Siempre disfruté jugar con varones. Cuando era delantera, al principio siento que se cuidaban, aunque después ya no. De igual manera, creo que jugar con ellos me hizo crecer y me ayudó en mi carrera cuando pasé a cancha de once”.

Las mellis de la ’97 de Olimpia
Brenda Molinas es hoy la arquera de la Primera División de Banfield. Titular indiscutida, con pasado en selecciones juveniles (Sub-17 y Sub-20), es una de las referentes del equipo femenino. Lleva en sus retinas y en su corazón el recuerdo de sus primeros años jugando a la pelota junto a su hermana, cuando eran “las Mellis” de la ‘97 del Club Olimpia (Lomas de Zamora, Buenos Aires), donde aprendieron a competir de igual a igual con los varones.
“Tenía siete u ocho años. Mis hermanos más grandes jugaban ahí y nosotras queríamos ir. Así que un día preparamos la ropa y fuimos sin preguntarle a nadie. Cuando llegamos, había unos chicos de la categoría que nos preguntaban qué hacíamos ahí y nos decían que no podíamos jugar. Después terminaron siendo suplentes nuestros”, recuerda la deportista de 28 años.
Olimpia es un club de barrio, uno de los más antiguos del sur de la provincia de Buenos Aires. Sus categorías siempre fueron fuertes, y Brenda y Bárbara se destacaron de inmediato como defensoras. “Había partidos bravos: contra Villa Rita o 11 de Agosto. Incluso había un equipo, General Paz, que tenía otra chica. Éramos las únicas tres. Después jugamos juntas en cancha de once y en la selección”, comenta.
Brenda dice que aquellos años fueron “hermosos” y añora con nostalgia “el ambiente del club y cómo tanto las madres como los padres nos hicieron sentir siempre parte”.
“La pasábamos muy bien —comenta—: teníamos nuestro espacio y el club era un lugar donde nos sentíamos importantes, pero no por ser mujeres, sino por ser parte. Obvio que nos cambiábamos antes que los chicos y había cuidados, pero siempre nos trataron de igual a igual. De todas maneras, como somos nosotras, no íbamos a permitir otro trato.”
Molinas cuenta que, al principio, no había diferencias en cuanto a fuerza: “Es más, los primeros años éramos más grandotas que varios”. Pero eso después fue cambiando, aunque explica que “con maña y experiencia” fueron “emparejando esas diferencias”.

Llenar la botella desde arriba
Fernanda Bonell es periodista y relatora en Argentina, especializada en fútbol femenino. En su entrevista habla de “un boom de chicas que se acercaron a practicar fútbol en diferentes clubes de barrio en el último tiempo”.
Pero ¿cuáles serían las razones? En ese sentido, Fernanda explica: “Lo que desató esta tendencia es haberle dado un nuevo lugar a la mujer en el fútbol, que igualmente sigue siendo un ambiente muy machista”. Y amplía: “A partir de una supuesta profesionalización, que en realidad es una pantalla, las pibas se empezaron a acercar a los clubes de manera más masiva. Ese disfraz de profesionalización está muy lejos de ser concreto, pero al menos despertó la posibilidad de que las nenas empiecen a jugar más y en más lugares”.
En esa línea, Fernanda habla de “un proceso que se hizo a la inversa”. Al respecto, detalla: “En un momento, los organismos internacionales empezaron a exigirles a los clubes una proyección en el fútbol femenino, entonces se empezó a cumplir con esa exigencia, pero sin formación en juveniles y sin darles el lugar que merecían. Fue como llenar una botella de arriba para abajo. Se hicieron las cosas al revés”. Y sintetiza: “Para que el fútbol femenino y la formación de las pibas sean reales y tengan continuidad, todavía va a faltar un montón”.
“Fue algo más para la tribuna, para quedar bien, más que por convicción. Eso hace que todavía estemos lejos de un progreso, pero sirvió para que las pibas busquen su lugar y sueñen con ser esas ídolas que empezaban a conocer”, suma.
¿Se viene una Argentina potencia?
Juan “Memo” Piaggio también es periodista, director de la liga EFILZa —histórico torneo de fútbol infantil de Buenos Aires— y, además, fue técnico de la reserva femenina de Lanús a nivel AFA. “Hoy por hoy, la mayoría de las chicas que están en Primera División crecieron jugando con varones, porque las ligas femeninas casi no tenían difusión. Pero ahora ellas buscan su propio espacio”, explica en su turno.
En esta línea, el entrenador cuenta que “las pibas cada vez tienden más a jugar con las pibas”, ya que, según desmenuza, “los torneos de fútbol femenino tienen otra lógica, otro manejo de la presión y de la competitividad. Incluso, las entrenadoras son todas mujeres y se manejan distinto a los hombres”. Y ejemplifica: “De hecho, el último torneo, que finalizó ahora en agosto y comenzó en marzo, no tuvo expulsiones de jugadoras”.
Desde EFILZa —sus siglas significan Entidades de Fútbol Infantil de Lomas de Zamora— ya crearon su propia liga femenina, que para su segunda edición (que comienza en los próximos días) pasará de 200 a casi 600 chicas. Memo asegura que EFILZa fue “una de las primeras ligas en aceptar el torneo mixto” y que, según cuenta, “este marcado incremento de las chicas compitiendo con varones dará como resultado una Argentina potencia en el fútbol femenino dentro de poco tiempo”.
En este punto, la arquera de la Primera División banfileña no coincide: “No creo que la selección mejore gracias a que competimos con varones algunas, sino que es mérito de las chicas, de su esfuerzo y su talento”.
En esa línea, su colega Victoria refuerza que, si bien en su caso personal siente que “jugar con varones la hizo crecer”, el progreso del femenino le hace pensar que jugar con varones “no sea un determinante para aumentar el nivel”.

La primera Liga mixta de Sudamérica
Jorge Vera es de Berisso, distrito vecino a La Plata, capital provincial, y se define como “el precursor del fútbol mixto en la ciudad de La Plata y la región”. Hace 20 años, cuando era secretario de la liga de fútbol infantil LAFIR (Liga Asociación de Fútbol Infantil de la Rivera), impulsó un cambio que marcaría un antes y un después: “En esos años, una institución que hace un gran trabajo social en la zona —el Centro Recreativo Villa Argüello— me planteó la posibilidad de agregar chicas a sus planteles. Ante esa duda, recurrí al estatuto y me di cuenta de que en ningún lugar se especificaba que era para chicos o chicas. Solo se hablaba de jugadores, nunca decía niños o niñas, así que no había por qué negarle la posibilidad a nadie”.
“En un momento éramos la primera liga de fútbol mixto de Sudamérica”, recuerda Vera. Y rememora: “Lo recuerdo perfecto: empezamos con cinco niñas de cinco y seis años, y hoy se calcula que LAFIR cuenta con un 15 % de chicas”.
“No sé si fuimos visionarios. Sí, convencidos de que no había por qué no permitir a las chicas disfrutar del juego en igualdad. Hoy no soy más parte de la Asociación, pero, de algún modo, marcamos la historia de la región”, asegura.
En Argentina nací, tierra de Banini y Lionel
Estamos en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires. La mañana del sábado está a punto de abrirse con un partido picante en el que se enfrentan equipos de Temperley y Burzaco. A pesar de tener apenas diez años, los jugadores manejan sus nervios con repiqueos y arengas. El aire se satura de ansiedad, tanto que solo se escucha el silencio.
El árbitro, parado en la mitad de la cancha, mira a los lados: “Listo, arquero”, dice mirando a la derecha, e inmediatamente recibe un pulgar en alto del guardameta. “Listo, arquero”, repite, sin mirar al lado izquierdo. Pero una voz, que también levanta el pulgar, aclara: “Arquera”. La joven se golpea los guantes con fuerza y espera el comienzo del partido, atenta. Hay partidos que se ganan, y otros que, con mucho esfuerzo, ya se están ganando.
