Por las gradas del estadio Bello Horizonte de Villavicencio resuena una voz inconfundible. No hay micrófono ni megáfono, solo una garganta curtida por los años y el amor inquebrantable por un equipo que, por momentos, pareció condenado al olvido. Esa voz es la de Camilo Rincón, mejor conocido como El Abuelo, y es el eco de una pasión que ni el tiempo ni la indiferencia han logrado silenciar.
Durante más de tres décadas, Villavicencio ha sido testigo del paso fugaz de equipos de fútbol profesional que nacen, se estrellan contra la realidad económica y desaparecen sin dejar más que camisetas empolvadas y escudos en las paredes. Sin embargo, en medio de ese vaivén de frustraciones, algo se ha mantenido firme: La Banda Indomable.

Nacida en los años 90 para alentar al desaparecido Centauros FC, la barra vivió sus años de esplendor entre tambores, bengalas y arengas. Pero cuando el equipo fue desmantelado y trasladado, como si se tratara de un mueble incómodo, muchos pensaron que ese capítulo había llegado a su fin. No fue así. Para El Abuelo y un puñado de hinchas, el fútbol no es solo noventa minutos de espectáculo: es una forma de resistencia.
Durante años, Camilo asistió solo al estadio, entonando cánticos viejos, golpeando su tambor como un corazón que se niega a dejar de latir. Las tribunas vacías eran su escenario. El silencio, su interlocutor. “Nunca me fui”, dice con una sonrisa cansada, pero firme. “El equipo se fue, pero la pasión se quedó aquí”.

La historia cambió cuando nació Llaneros FC. No fue un regreso glorioso ni una gran fiesta de bienvenida, pero fue suficiente para que La Banda Indomable despertara de su letargo. Al principio eran pocos. Camilo, como siempre, y uno que otro curioso atraído por los ecos de su voz. Luego, lentamente, comenzaron a sumarse jóvenes de diferentes municipios: Acacías, Granada, San Martín. Algunos nunca vieron jugar al Centauros, pero encontraron en la barra una forma de pertenecer, de ser parte de algo que los conectaba con su territorio.
Con el regreso del fútbol en Villavicencio volvieron a tener ritual: camisetas, bombos, banderas y cerveza compartida antes del partido. Las canciones de la barra hablan de orgullo, de aguante. Son la fiel representación de una tierra que ha sido olvidada por los grandes centros del país pero que no deja de soñar. Y en cada partido, no importa si hay diez o mil en las tribunas, La Banda Indomable canta como si estuviera en una final.

Para Deisy, la Indomable es parte esencial de su vida, de su ser, de sus días. Para ella, el barrismo no es solo fútbol: es política, es memoria, es construir comunidad. La fotografía del estadio con la barra al fondo se parece poco a las imágenes de los grandes equipos del país. No hay pancartas gigantes ni coreografías impresionantes. Pero hay algo más poderoso: convicción. Cada cántico, cada aplauso, es una declaración de presencia. Un “aquí estamos” que se opone a la lógica del espectáculo y del consumo rápido.

El punto de inflexión llegó el 14 de diciembre de 2024. Ese día, Llaneros FC consiguió el ascenso a la primera división del fútbol colombiano. No hubo fuegos artificiales ni cobertura nacional. Pero La Banda Indomable estuvo allí. No como testigo, sino como protagonista silenciosa de una historia que parecía improbable. Camilo, con lágrimas en los ojos, afirma que “nos llamaban locos. Decían que para qué veníamos si no había equipo, si no había hinchada. Pero hoy estamos aquí. Y vamos a seguir estando”. A su alrededor, jóvenes lo abrazaban como si abrazaran al fútbol mismo, ese que sobrevive a pesar de todo.

En Villavicencio, La Banda Indomable no solo le canta a un equipo: le canta a una ciudad que ha aprendido a resistir. Sus voces retumban entre las montañas del piedemonte llanero, recordándole al país que el fútbol también se juega en los márgenes, donde las luces no llegan, pero donde el corazón late con más fuerza.
La historia de esta barra no es una historia de títulos ni de fama. Es una historia de constancia, de afecto, de identidad. Y, sobre todo, es una historia de amor. Un amor sin condiciones, sin contratos, sin marketing. Un amor que canta, incluso cuando nadie escucha.
