La pasión y la gloria de Dibu Martínez

Erigido en héroe popular en su país, el arquero argentino es la muestra de que una sola persona puede marcar una diferencia gigante.

Dibu Martínez, con Argentina, en el estadio de La Bombonera, el pasado 16 de noviembre. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI
Dibu Martínez, con Argentina, en el estadio de La Bombonera, el pasado 16 de noviembre. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI

Hay noches en las que a Dibu Martínez le cuesta dormir. “¿Sabés lo que más pienso?”, le dijo hace unos meses al noticiero de ESPN. “Pienso en el silencio que hubo cuando la pelota estaba picando y quedamos uno contra uno”. Se refiere, claro, a su icónica atajada en la final del Mundial de Qatar 2022, mano a mano contra el francés Kolo Muani en el último minuto del partido. La misma atajada que hoy está pintada en murales de plazas alrededor de Argentina y tatuada en la piel de miles de futboleros agradecidos. La estás viendo: Dibu de frente al rival, agachado y desplegado hacia su izquierda como un acordeón verde. Un país entero eligió creer en el destino cuando el arquero sacó esa pelota.

Medio segundo antes, sin embargo, la situación era delicada. Kylian Mbappé venía de forzar un alargue al igualar en 10 minutos un partido que ya se daba por liquidado —en el que Argentina jugó a un nivel extraordinario, pocas veces visto en una instancia definitoria—, y después, en ese alargue, lo había vuelto a empatar luego de que Lionel Messi hiciera el gol que casi todo el planeta quiso interpretar como definitivo. Era la última chance que el mejor de todos los tiempos tenía de ganar un Mundial, y se le estaba escapando… de nuevo.

Por eso, cuando la pelota picó en el borde del área, pasó algo raro. Los hinchas argentinos —que ocupaban el 80% del estadio— ni se dieron cuenta, pero, durante un instante, contuvieron el aliento. Fantasmas por todos conocidos hicieron su aparición en Lusail. Silencio. “A veces”, dijo Dibu en ESPN, “me voy a dormir y todavía lo escucho”.

En la práctica de la meditación, escuchar el silencio es una de las maneras más sencillas y eficientes de anclarse en el presente, de ponerle freno a la deriva mental que lleva a las personas a sufrir por el pasado y a preocuparse por el futuro, ambas manifestaciones de la imaginación. Siempre es ahora. No hay nada que suceda en otro momento. Y si bien nuestra mente humana es incapaz de comprender la realidad por afuera de la ilusión del tiempo, sí podemos sentir ese presente perpetuo. ¿Cómo? Prestándole atención al silencio.

“Fueron uno o dos segundos en los que se paró el partido y no se escuchaba nada”, dijo Dibu sobre ese instante decisivo. “Es algo muy difícil de explicar, no sé si me entendés”.

Nadie lo va a entender porque nadie más que él lo vivió en carne propia, pero no importa. Lo relevante es que nuestro arquero se iluminó en el momento indicado. Mientras el resto de los argentinos sentíamos cómo un impulso eléctrico nos retorcía el sistema nervioso en un pico de tensión mayor al de todos los anteriores en este torneo traicionero (¿en esta vida?), Dibu estaba… muy, muy tranquilo. “Me quedé donde me tenía que quedar”, dijo. “Lo que más rescato es esa calma”.

Aunque también podría haber rescatado un montón de otras cosas. Primero, la ubicación: un paso afuera del área chica, listo para salir a cortar, como intuyendo no sólo que Francia va a tirar un pelotazo sino que Otamendi va a fallar en el rechazo. Quedan 25 segundos para el final del partido y Dibu no lo da por terminado. Reacciona rapidísimo. Apenas la pelota pica, “le muestra” el primer palo a Muani y a la vez “lo aguanta” hasta el momento exacto del remate (ni antes ni después: ahora), y de esa manera induce al delantero francés a patear ahí. ¿Y el gesto técnico? La “escuela alemana” de arqueros que formó a figuras como Manuel Neuer y Marc-André ter Stegen le debe su fama exactamente a este tipo de atajada, habitualmente llamada “de handball” o “de futsal”. El cuerpo se despliega al máximo de su posibilidad en busca de cubrir el mayor espacio posible. Brazo y pierna salen al mismo tiempo, como un resorte. No es que la pelota le rebota, sino que Dibu activamente la intercepta con su pantorrilla izquierda, en donde hoy, dicho sea de paso, tiene tatuada la Copa del Mundo.

De esa atajada, la más importante de su vida y de las nuestras, lo que Dibu rescata es la calma.

“No me pesó para nada la final”, dijo en TyC Sports en relación a la tranquilidad inusual con la que afrontó el desafío máximo del futbolista profesional. “Pensé: ‘Voy a jugar como jugaba en la plaza, en el barrio El Jardín de Mar del Plata, y eso fue lo más lindo’”. Curiosamente, 25 años atrás, cuando todavía era un niño en esa plaza a ocho cuadras de su hogar, lo que más le costaba a Dibu era tirarse para la izquierda.

Dibu Martínez desvía el remate de Randal Kolo Muani en el Argentina-Francia del Mundial de Qatar 2022. EFE/GEORGI LICOVSK
Dibu Martínez ataja el remate de Kolo Muani en la final del Mundial de Qatar 2022. EFE/GEORGI LICOVSK

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Damián Emiliano Martínez nació el 2 de septiembre de 1992 en Mar del Plata, la ciudad costera argentina por excelencia, 400 kilómetros al sur de Buenos Aires. A los cuatro años ya le gustaba atajar. Podría decirse que a esa edad temprana incluso entrenaba. Alberto, su papá, se dio cuenta de que Emi —que en ese momento todavía no era “Dibu”— se tiraba bien hacia la derecha pero no podía hacerlo hacia el otro lado, así que le ponía un colchón del lado izquierdo y le decía: “Tirate 20 veces”. Después Alejandro, su hermano dos años mayor, le pateaba pelotas en el jardín de la casa, usando el alambrado que dividía el terreno a modo de arco.

Cuando los hermanos Martínez crecieron un poco y empezaron a practicar futsal en las Infantiles de clubes de Mar del Plata como Urquiza, Talleres y San Isidro, Emi jugaba de delantero. Ya era altísimo en comparación a los chicos de su edad (los rivales de turno le pedían que mostrara el documento de identidad para corroborar que efectivamente tenía la edad que decía), así que simplemente se quedaba cerca del arco contrario y cabeceaba todo lo que le tiraban. Después de su partido, se sumaba a la categoría de su hermano para volver a jugar, y ahí sí se daba el gusto de atajar. No pasó demasiado tiempo hasta que alguien se dio cuenta de que podía dedicarse al fútbol de verdad.

Esa persona fue Roberto “Cacho” Gonzalo, un exjugador marplatense que hizo carrera como director técnico en equipos del norte de Argentina (en donde descubrió, por ejemplo, a Ariel “el Burrito” Ortega), y que estaba de vuelta en la ciudad desde hacía unos años entrenando juveniles. Las prácticas del Club San Isidro se hacían en la Plaza Sicilia, pegadita al barrio El Jardín en el que vivían los Martínez, en donde hoy, como no podía ser de otra manera, hay un mural de Dibu. En aquella época, en cambio, no había nada. La cancha no tenía arcos (los improvisaban con dos bolsos) ni iluminación, así que, cuando se hacía de noche, los padres de los chicos que tenían auto prendían las luces. El club aportaba tres pelotas.

Cacho convenció a Emiliano de ir a probarse a Buenos Aires y le armó un plan para visitar tres clubes en la misma semana. Primero fueron a River y les dijeron que volvieran al mes siguiente. Después fueron a Boca, pero, como no había lugar en la pensión para que se quedara a vivir, les pidieron que intentaran de nuevo a fin del verano. Por último fueron a Independiente, el equipo del que son hinchas los Martínez, y ahí lo vio Pepé Santoro, una leyenda del arco argentino: nadie formó más arqueros de la selección que él. “Si trajiste el bolso”, le dijo Pepé, “ya te podés quedar acá”. Y Emiliano, que tenía 12 años y el sueño de atajar para su país, se quedó en Buenos Aires.

Pero… ¿qué le vio Santoro a ese chico? “Me llamó la atención su físico, y que era muy rápido de reacción”, le dijo al diario Clarín. “Eso me motivó a ficharlo”. Al mismo tiempo, como nunca había entrenado de manera profesional, todavía era torpe y estaba mal físicamente. No tenía fuerza. Era un diamante en bruto, lo cual, lejos de ser un problema, era una bendición. Si algo le gusta a Emiliano hasta el día de hoy es pulirse una y otra vez hasta brillar.

Emiliano Dibu Martínez, en los juveniles de Independiente. JUAN CRUZ ANSELMI
Dibu Martínez, en los juveniles de Independiente. JUAN CRUZ ANSELMI

En la pensión de Independiente pudo aplicar por primera vez en carne propia la cultura del trabajo que había aprendido de sus padres. Durante toda su infancia había visto a Alberto manejar un camión de distribución de pescado en el puerto de Mar del Plata y a Susana salir de su casa a las siete de la mañana y volver a las ocho de la noche después de una larga jornada de limpieza de edificios. Quizás por eso, durante sus años de formación, cuando sus compañeros abandonaban la pensión en busca de aventuras, él se quedaba en la habitación, mirando dibujos animados (de ahí su apodo), listo para irse a dormir temprano y así arrancar fresco el siguiente día de entrenamiento.

Además de su determinación y de la experiencia de Pepé, Dibu tenía otra ventaja: en Independiente había una camada espectacular de arqueros que podía usar de espejo, entre ellos Óscar Ustari, titular en la selección mayor. Así, aprendió rápido. En 2007 fue convocado a la selección sub-15 y dos años más tarde jugó el Sudamericano sub-17 en Chile, donde lo vieron los scouts del Arsenal de Inglaterra. Le ofrecieron ir a probarse a Londres. “Si me acompaña Pepé, voy”, dijo.

La prueba duró 10 días y el arquero argentino respondió bárbaro. Arsene Wegner, emblemático entrenador francés que estuvo al frente del Arsenal durante más de 20 años, le dio el visto bueno. Entonces llegó la oferta formal a Independiente: un millón y medio de dólares por ese pibe de 16 años. A Dibu le ganó el vértigo. “No quería irse a un país del que no sabía el idioma”, contó Pepé. “Yo le decía: ‘Emi, si tenés algún problema te traés a tu mamá, y cuando tu mamá se cansa, traés a tu papá, y si él se cansa, viene tu hermano, y así te vas amoldando’”.

Pero una cosa era vivir a 400 kilómetros de su familia y otra muy distinta vivir a 11.000 kilómetros. Alejandro lloraba y le pedía a su hermano que no se fuera. Al mismo tiempo, la economía de los Martínez estaba en crisis: Alberto había tenido que vender su camión y Dibu lo había visto llorar de impotencia porque estaba cerca de perder la casa. Eso fue lo que terminó de inclinar la balanza. El contrato con el Arsenal decía que a Dibu le correspondía un bono de 10.000 libras que se acreditaba en su cuenta cuatro o cinco días después de la firma. “Lo quiero en dos días”, dijo. El acuerdo se hizo. Cuando lo despidió en el aeropuerto, Alejandro, resignado a ver partir a su hermano, le dio un abrazo y le dijo: “Que la pasión te lleve a la gloria”. Pero la gloria iba a tener que esperar un poco.

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Al principio todo iba bien. El idioma no fue un problema por mucho tiempo. El club le puso una profesora y le dijo que, si aprobaba un examen de inglés en la Universidad de Cambridge durante el primer año de contrato, le daba 20.000 libras. Dibu se ganó ese dinero en buena ley. Hoy habla con un acento británico perfecto, lo cual para los argentinos es muy gracioso: nadie habla inglés así en Argentina. 

Por otro lado, en el plantel del Arsenal había un par de españoles (Manuel Almunia, Cesc Fábregas) que lo integraron al grupo. Lo llevaban a comer a Nelitos, un restaurante italiano regentado por un portugués, de cuya hija Dibu se enamoró en el acto… aunque le costó un poco decirlo. Cuando Mandinha lo miraba, él bajaba la vista. “¿Qué le pasa?”, le preguntó ella a un amigo en común. Entonces Dibu tomó coraje y le mandó un mensaje: “Me da vergüenza, pero si querés un día de estos nos tomamos un café”. Hoy están casados y tienen dos hijos.

En lo deportivo, seguía creciendo. Nadie se acuerda de esto, pero su primera citación a la selección mayor le llegó en 2011, ¡diez años antes! de su debut como titular en la Copa América de Brasil. Resulta que Argentina jugaba un amistoso contra Nigeria en suelo africano y Óscar Ustari, a quien Dibu conocía bien, se rompió los ligamentos un día antes del partido. El suplente era Adrián Gabarini, también de Independiente, pero ahora hacía falta un suplente del suplente. A Nigeria solo se podía entrar con visa. Dibu tenía esa visa, porque había jugado el Mundial sub-17 en ese país, así que Sergio “Checho” Batista, el entrenador, lo convocó de urgencia cuando Dibu estaba de vacaciones en Mar del Plata. En el aeropuerto de Lagos lo esperaban con un cartel con su nombre: nadie le conocía la cara. De hecho, en las noticias de la época se refieren a él como “Damián Martínez”. Del aeropuerto fue directo al estadio. Por supuesto que no jugó, pero el sueño parecía estar cerca de cumplirse.

Al mes siguiente de ese hecho un tanto fortuito fue al Mundial sub-20 de Colombia. Al año siguiente, debutó en la primera del Arsenal. “Sé que, si juego en la Premier League, algún día Sabella me va a mirar”, le dijo al diario Olé, en referencia al DT de la selección en ese momento. Un año más tarde, cuando Sabella se fue y asumió el “Tata” Martino, Dibu seguía mandando el mismo mensaje cada vez que lo entrevistaban. “Vengo trabajando hace años para estar en la selección”, dijo en Infobae. “Yo quiero jugar y que el Tata me pueda ver”. El problema era, justamente, que jugaba cada vez menos.

Dibu Martínez, en una sesión de fotos para el Arsenal, en 2011. ARSENAL FC/DAVID PRICE
Dibu Martínez, en una sesión de fotos para el Arsenal, en 2011. ARSENAL FC/DAVID PRICE

Durante los 10 años que estuvo en el Arsenal, Dibu fue cedido a préstamo a cinco equipos de la segunda división inglesa y un equipo menor de la primera de España. En el Oxford jugó un solo partido. En el Sheffield, 15: dentro de todo, bastante bien. Eso le permitió regresar al Arsenal para debutar y disputar un puñado de encuentros, pero enseguida se volvió a ir, esta vez al Rotherham: apenas seis partidos. De ahí derecho al Wolverhampton, donde se lesionó el cuádriceps. Algo para rescatar de este periplo es que Dibu nunca bajó los brazos. Cada vez que volvía a su club, trataba de sacarle provecho. Un día vio que había unas clases opcionales de yoga y pilates y fue a probar de qué se trataba. Se dio cuenta de que le servía. Hace ochos años que va dos veces por semana y no se pierde una sola sesión. Nunca se volvió a lesionar.

El siguiente destino fue el Getafe, en Madrid, donde jugó nada más que cinco partidos. Era 2018 y Dibu y Mandinha esperaban a Santi, su primer hijo. “Yo sentía que tenía todo: el tamaño, la velocidad, la flexibilidad, entrenaba mucho”; le dijo el año pasado al ex arquero y actual youtuber inglés Ben Foster en una entrevista para Amazon Prime. “Entonces decía: ‘¿por qué no juego?’”. Incluso pensó en volver a Argentina para relanzar su carrera. Pero había algo más profundo que la inactividad. Una noche, le dijo a su mujer: “En realidad no estoy tan preocupado por no jugar, sino porque no me gusta más el fútbol”. Después de tantas idas y vueltas, se había mareado. No sabía cómo seguir. Así que tocó la puerta del Departamento de Psicología del Arsenal, y ahí conoció a David Priestley.

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Antes de ser “el psicólogo de Dibu”, David Priestley estuvo varios años intentando convencer a dirigentes del ámbito deportivo inglés de que valía la pena darle importancia a las emociones de los jugadores (mientras tanto, trabajaba en el puerto de Chelsea cargando maletas). Dicen que en 2009 recorrió 14 clubes de rugby para presentar su proyecto de trabajo. Se lo rechazaron en 13. Finalmente recaló en los Saracens, un club de Londres, donde le dieron la responsabilidad de crear el Departamento de Psicología y Desarrollo Personal.

Según el informe de gestión que él mismo presentó a fines de 2010, los propios jugadores reconocían los beneficios del programa, que incluía charlas grupales, visitas a ex combatientes o personas sin techo, recomendaciones de lecturas sobre gestión de conflicto, y otras actividades similares en busca de “brindar balance emocional” y “aliviar ansiedades sobre el futuro”.

“Se trata de crear confianza en las relaciones y hacerles notar a los jugadores cómo determinada conducta influye sobre el equipo”, dice en una entrevista de hace nueve años. “A veces está todo bien y podés elogiar la manera en la que están actuando, y a veces simplemente los ponés frente a un espejo y decís: ‘Esto que estás haciendo podría influir de esta manera. La decisión es tuya, pero en este club queremos que seas consciente’”.

Esa filosofía fue la que lo llevó al Arsenal en 2014, no sin polémica. En un libro sobre Arsene Wegner, el autor John Cross escribe: “[Priestley] rápidamente se hizo impopular entre algunos en el campo de entrenamientos. Colocaba carteles que decían: ‘Ganar juntos, la unión hace la fuerza’”. Más adelante, también planteó una votación entre los jugadores para que eligieran al capitán, lo cual llevó a que los medios cuestionaran la autoridad de Unai Emery, el nuevo entrenador.

Pero a Dibu, como siempre, la idea de trabajar en pos de su propio desarrollo lo sedujo. Era el envión que necesitaba, y la llegada de Santi lo terminó de enfocar. “Antes de eso yo era talentoso y profesional, pero inconsistente”, le dijo al streamer argentino Momo. “Nació mi hijo y mi carrera se fue a las nubes”. Con Priestley como guía y consejero, ese fin de año hizo dos promesas. La primera, a sí mismo. “Me dije que iba a aceptar un solo préstamo más, que iba a dejar la vida ahí y después iba a apuntar a que me vendieran para empezar a jugar seguido”, le contó a Goal. La segunda, a su hermano. Desde la tribuna de un estadio de Rusia 2018, con la cara pintada de celeste y blanco durante un partido de la selección al que fue como hincha, Dibu señaló el arco y le dijo a Alejandro: “Te prometo que el próximo Mundial lo atajo yo”.

Emiliano Dibu Martinez con Lucas Torreira, en el banquillo del Arsenal, en 2019. DAVID PRICE
Dibu Martinez con Lucas Torreira, en el banquillo del Arsenal, en 2019. ARSENAL FC/DAVID PRICE

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Lo que nadie en Rusia ni en ningún otro lugar del mundo imaginaba era que el entrenador del próximo Mundial también estaba esa tarde en la cancha, más específicamente en el banco de suplentes de Argentina. Dicen los reportes de la época que, cuando la relación entre los jugadores y el DT Jorge Sampaoli se rompió durante el torneo (lo que llevó a una eliminación temprana en octavos de final a manos de Francia), el encargado de acercar posiciones fue uno de los asistentes: Lionel Scaloni.

Entonces, cuando Sampaoli dejó el puesto vacante y ninguno de los candidatos a reemplazarlo (principalmente Diego Simeone y Marcelo Gallardo) dio señales de querer aceptar un eventual ofrecimiento, Claudio “Chiqui” Tapia, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), le pidió a Scaloni que asumiera de manera interina para afrontar un par de amistosos pautados con anterioridad. Los jugadores lo querían. Había creado esa confianza. Scaloni dirigió dos partidos, y después otros dos y después dos más… y así hasta que un día la confianza había crecido tanto que lo más lógico fue confirmarlo en el cargo.

¿Por qué? Principalmente porque el equipo obtenía resultados, pero también porque Scaloni había puesto en marcha el proceso incómodo del que nadie quería hacerse cargo, que era el de la renovación generacional de la selección argentina. Su primera lista de convocados ya estaba llena de nombres nuevos, algunos de los cuales los hinchas ni siquiera habían escuchado nombrar. Las sorpresas se volvieron una costumbre en cada citación.

La historia de ese proceso es extraordinaria y merece su propia nota aparte, pero hay un nombre que no se puede pasar por alto a la hora de hablar de Dibu: Martín Tocalli, entrenador de arqueros. Al igual que Scaloni, Tocalli era parte del cuerpo técnico de Sampaoli, y había renunciado post Rusia, pero le ofrecieron quedarse. Su perfil encajaba perfecto con la idea de renovación. Hijo de Hugo Tocalli, había vivido desde muy cerca la revolución de las selecciones juveniles que su padre había llevado a cabo junto a Néstor Pekerman en los 90, cuando Argentina ganó, primero, el Mundial sub-20 de Qatar, y luego el de Malasia, con un equipazo muy recordado en el que brillaron Riquelme, Aimar, Samuel, Cambiasso… y Scaloni.

Sin embargo, Tocalli no quería ser solo el entrenador de arqueros. “Era una posición cómoda para mí, pero yo no me sentía cómodo si no les podía transmitir lo que veía a mis colegas”, dijo en una charla online con alumnos de una escuela de directores técnicos durante la pandemia. Lo que tenía en mente era un proyecto de capacitación de formadores para implementar en AFA, con una mirada inclusiva y federal, que sirviera para unificar criterios y definir qué significa ser “un arquero de selección”. Chiqui Tapia lo escuchó y compró. Hoy el Departamento de Arqueros organiza diversas instancias de debate, además de brindarle un montón de herramientas gratuitas a cualquiera que las necesite, como por ejemplo estos videos en los que se detallan los ejercicios que hace Dibu Martínez en cada entrenamiento.

El portero de fútbol Emiliano Dibu Martinez, entrenando con la selección Argentina, en 2020. AFA
Dibu Martinez, entrenando con Argentina, en 2020. AFA

Pero el trabajo de Tocalli va más allá de su voluntad didáctica. El logro central de su gestión es haber elaborado un perfil de arquero argentino de élite y, sobre todo, un método estandarizado para encontrarlo. Todo esto está explicado al detalle por él mismo en la charla que dio en la escuela de entrenadores, y básicamente se trata de analizar los aspectos tácticos, técnicos, físicos y psicológicos de cada jugador, que a su vez están desglosados en diferentes componentes, a los que se les da una valoración del 1 al 5. Por ejemplo, dentro del aspecto psicológico, se evalúan la relación con el grupo, la predisposición al trabajo, el manejo de las emociones dentro y fuera del campo, la reacción al error, la resolución en momentos de presión y la calidad de la toma de decisiones.

“Los alemanes tienen una gran escuela”, dijo Tocalli, “pero todos hacen la misma tapada de futsal. Y yo no quiero que atajen siempre igual, sino que para cada situación tengan la capacidad de resolver de la mejor manera. Ese es el arquero que quiero”.

Los elegidos para poner en práctica este experimento superador en el inicio del ciclo Scaloni fueron Esteban Andrada (de Boca) y Franco Armani (de River). Pero había un jugador al que Tocalli venía siguiendo desde 2011, época en la que había sido parte del cuerpo técnico del Checho Batista, y al que ya había convocado de urgencia para cierto amistoso en Nigeria del que hoy nadie se acuerda. Ocho años más tarde, después de deambular por la segunda división de Inglaterra, Dibu había logrado enfocarse al invertir en su propio desarrollo psicológico, complementando así su talento natural en aspectos tácticos, técnicos y físicos. Un buen día, en el Departamento de Arqueros de la selección apareció una planilla llena de cincos.

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Es difícil dimensionar lo fortuito que resulta que los proyectos de Tocalli y de Priestley fueran tan similares en su voluntad de mejorar lo grupal a través de lo individual, y que Dibu quedara justo en el medio de los dos. Tan fortuito como que Scaloni terminara siendo el entrenador de la selección. Entre la infinidad de multiversos posibles, el único escenario en el que un arquero argentino se convertía en el mejor del mundo era este. No es solo que Dibu haya aprovechado su oportunidad, sino que nadie vio que esa oportunidad se estuviera generando. El impacto, entonces, fue fenomenal.

Fiel a su palabra, en 2019 Dibu se fue a préstamo por última vez, ahora al Reading. Anduvo bien: atajó unos 20 partidos. Cuando volvió al Arsenal ya no era el tercer arquero sino el segundo. Scaloni lo convocó a la selección, aunque todavía iba al banco. “Necesitaba jugar una temporada entera para poder demostrar”, dice Dibu en la entrevista de Amazon Prime. “Hasta ahí nunca había jugado los 38 encuentros de un torneo”. Antes de eso, en otro giro del destino, Bernd Leno, el primer arquero del Arsenal, se lesionó y, finalmente, el argentino pudo ser titular. Jugó 20 partidos más. La rompió. Tuvo una tarde brillante contra el Chelsea por la final de la FA Cup y otra recordada actuación contra el Liverpool en la FA Community Shield. De repente había ganado dos títulos.

Cuando Leno se recuperó de la lesión, llegó el momento de cumplir la primera promesa. El Aston Villa ofreció 20 millones de libras por su pase y Dibu aceptó, convirtiéndose así en el arquero argentino más caro de la historia. Jugó los 38 partidos de esa temporada. En la puerta de su locker, por recomendación de Priestley, pegó una hoja con sus objetivos. Cada mañana llegaba al entrenamiento y veía: “Al menos 12 vallas invictas”. Logró 15, récord del club. El siguiente evento en el calendario era la Copa América en Brasil.

Emiliano Dibu Martínez, tras un partido del Aston Villa contra el Sheffield, en Birmingham, en 2020. ASTON VILLA FC
Dibu Martínez, tras un partido del Aston Villa contra el Sheffield, en 2020. ASTON VILLA FC

Los motivos por los que Dibu le ganó la titularidad a Armani en la previa de ese torneo todavía se debaten en Argentina. Hay una realidad: al inicio de la Copa, que se jugó durante la pandemia, Armani había dado positivo de covid-19. Según le dijo Tocalli a Radio Con Vos, sin embargo, tomaron la decisión de que Dibu empezara a jugar “por mérito propio. Era su momento”. Hoy parece increíble, pero en aquella época la decisión fue muy discutida desde los medios, y se usaba como un argumento más para cuestionar a Scaloni, que era fuertemente resistido por un sector mayoritario del periodismo. Algunos incluso llegaron a deslizar la idea de que preferían que la selección perdiera para que el DT se fuera. Cuánto de esto tenía que ver con la discusión política subyacente entre los dirigentes del fútbol argentino y los dueños de los medios opositores es difícil de cuantificar, pero en Argentina el fútbol y la política nunca corren por carriles paralelos. También es cierto que Dibu se fue de Argentina a los 16 años y por lo tanto en el país no lo conocía nadie… aunque eso estaba a punto de cambiar.

Si bien el hito que inició la conversión definitiva de Dibu en ídolo argentino es el partido de la semifinal contra Colombia —aquel del “Mirá que te como” en los penales—, hay un evento anterior del ámbito privado que fue quizás incluso más importante: el nacimiento de su hija Ava, el día previo al partido de cuartos de final contra Ecuador. Recordemos, una vez más, que era época de covid. Mandinha estaba en una sala de parto en Londres, acompañada únicamente de una enfermera. Su familia no podía pasar por cuestiones de protocolo sanitario. El parto anterior, el de Santi, había sido muy complicado, así que la situación estaba lejos de ser la ideal. Como si fuera poco, su marido estaba del otro lado del Atlántico, en una habitación del predio de AFA (el equipo viajaba a Brasil un día antes de cada partido y luego volvía, sin romper la burbuja), siguiendo los acontecimientos a través de un iPad gracias a la buena voluntad de la enfermera, que ahora además era camarógrafa. En Argentina eran las 4 de la mañana.  A las 5, cuando Ava ya estaba en brazos de su madre, Dibu se dio cuenta de que para él iba a ser imposible dormir, así que se fue a hacer un café a la cocina. A las pocas horas viajó a Brasil para jugar contra Ecuador.

Meses después, cuando Argentina ya era campeón de América, circuló un video de la arenga de Messi a sus compañeros en la previa de la final, en la que, entre otras cosas, decía: “45 días sin ver a nuestras familias, muchachos. ¡45 días! ¡El Dibu fue papá! Fue papá y no pudo ver a la hija, todavía. ¡No le pudo hacer upa!”. Más allá de esa última frase que quedó en la historia por la manera en que exhibía un costado emocional pocas veces visto del capitán argentino, el nacimiento de Ava tuvo en Dibu un efecto similar al que había tenido el de Santi. Ecuador, Colombia y Brasil, los tres partidos inmediatamente posteriores, fueron los mejores de su corta carrera en la selección hasta ese momento. “Yo siempre busco una excusa, nunca hago las cosas por mí”, le dijo a Momo. “Al principio era por mis viejos, por mi hermano, y ahora que tengo hijos lo hago todo por ellos”.

Dibu Martínez para penalti de Edwin Cardona en el Argentina Colombia de la Copa América 2021. AFA/HEULER ANDREY
Dibu Martínez para el penalti de Edwin Cardona en el Argentina-Colombia de la Copa América 2021. AFA/HEULER ANDREY

Contra Ecuador clausuró el arco: fue un 3 a 0 cómodo. Contra Colombia concedió un gol pero, visto a la distancia, casi parece que hubiera sido a propósito para consagrarse posteriormente en la tanda de penales, en la que desvió ¡tres! disparos (otro récord). Ese día Argentina enloqueció por él. La cuenta de Instagram de Dibu saltó de 700.000 seguidores a dos millones y medio en un par de horas. El juego psicológico demoledor al que había sometido a sus rivales —desafiándolos con gritos agresivos que, al no haber público, se escuchaban con total claridad—, lo volvió un fenómeno viral instantáneo. Sus bailecitos distractivos todavía hoy son imitados por miles de niños en las plazas. Después de atajar el último penal, cuando los jugadores argentinos se le fueron encima para celebrar, Messi lo abrazó con fuerza y le dijo al oído: “Te merecés todo lo que te pasa” (Dibu tiene una foto de ese momento enmarcada en su casa de Birmingham). El arquero llegó al vestuario llorando, no podía parar. Sus redes sociales hervían. Entonces volvió al presente. “Todavía no gané nada”, pensó. “Me tengo que relajar”. Agarró el teléfono y marcó el número de Priestley. Hablaron un rato. Recién después de esa charla entró a la ducha. En los tres días que siguieron hablaron dos veces más.

Vale aclarar que, unos meses antes de que Dibu se fuera del Arsenal, Priestley también había tomado la decisión de dejar el club para dedicarse a brindar sus servicios de manera independiente, y que, apenas se enteró de la decisión, el argentino le confirmó que quería seguir con él. Sobre el resto de los clientes de Priestley hay poquísima información. De hecho, una de las cosas que el psicólogo pondera de él mismo en su sitio web es la discreción. También dice: “Mi función es ayudarte a superar las cosas que sientes que inhiben tu capacidad para rendir al máximo en los momentos importantes, y también a liberar tu potencial contenido. Te ayudaré a aumentar tu capacidad para lidiar con tus emociones cuanto más alto llegues, estés donde estés, con quien estés y hagas lo que hagas”. A juzgar por el desempeño de Dibu en la consagración contra Brasil en el Maracaná —valla invicta en un estadio en el que Argentina no ganaba hacía más de 55 años, por un título internacional que se venía escapando hacía 28—, su método funciona.

Los jugadores de Argentina, celebrando su victoria en la final de la Copa América, en Maracaná, el 10 de julio de 2021 EFE/SEBASTIAO MOREIRA
La selección argentina, celebrando su victoria en la Copa América, en Maracaná. EFE/SEBASTIAO MOREIRA

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Hasta el martes 22 de noviembre de 2022 en Qatar, cuando salió a la cancha para jugar contra Arabia y cumplir su segunda promesa, Dibu nunca había perdido un partido en la selección… ni se imaginaba que el primero iba a ser justo ese. Fue sin dudas la derrota más dura de su carrera. “Lo que más recuerdo”, dijo en la Televisión Pública, “es el silencio después del partido en el vestuario: dos minutos en los que solo se escuchaban las canilleras y los botines”. El silencio, siempre el silencio. Dibu no quería pensar en nada. En el micro de regreso a la concentración cerró los ojos y se quedó dormido. Esa noche, después de la cena, compartía la sobremesa con Germán Pezzella, Marcos Acuña, Guido Rodríguez, Gerónimo Rulli y Juan Foyth —sus amigos más cercanos— y les hizo dos promesas más. “Si clasificamos primeros del grupo, me tiño el pelo”, dijo. “Y si salimos campeones nos tatuamos la Copa del Mundo”. 

Dibu buscaba darles confianza a sus compañeros. El resultado adverso en el debut hizo que Argentina llegara al cruce ante México con posibilidades ciertas de quedar afuera del Mundial, y de hecho más de un jugador, incluido él mismo, confesó en los meses siguientes que ese día sintió más presión que en la final. Aquella fue una victoria sufrida pero fundamental. Después de irse al entretiempo con un 0 a 0 que parecía muy difícil de quebrar, Scaloni juntó por primera vez en cancha a Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y Julián Álvarez, tres habituales suplentes que terminaron siendo fundamentales para ganar el torneo.

“Sufrí mucho estos días”, le dijo Dibu al histórico cronista Tití Fernández en la entrevista posterior al partido. “Estuve hablando con mi psicólogo, porque que me pateen dos veces y me metan dos goles contra Arabia fue difícil de tragar”. Era la primera vez que el arquero mencionaba su trabajo junto a Priestley en un medio argentino, lo cual le sumaba una nueva capa de complejidad a un personaje que hasta ese momento era percibido como un macho alfa un poco cavernícola.

Hay un buen ejemplo de cómo cambió la mirada que Argentina tenía sobre su nuevo ídolo en esta entrevista para Budweiser, en la que Dibu y la popstar Oriana Sabatini hablan con el exfutbolista inglés Ian Wright. “Yo te amo”, dice Oriana, “porque sos uno de los pocos futbolistas que dicen que hacer terapia está bueno”. “Sí”, contesta Dibu, “es algo que dije durante el Mundial para mostrar que todos podemos hacerlo. No importa que seas un hombre de dos metros, igual te va ayudar”. “No vas a ser menos hombre por ser sensible”, dice Oriana. Y Dibu: “Claro, ni por llorar”.

Messi y Dibu Martínez se abrazan en el Argentina Países Bajos del Mundial de Qatar, 9 de diciembre 2022. EFE/RODRIGO JIMÉNEZ
Messi y Dibu se abrazan en el Mundial de Qatar 2022. EFE/RODRIGO JIMÉNEZ

Después de ganarles a México y a Polonia por 2 a 0, Argentina clasificó primera en su grupo y Dibu salió a jugar el partido de octavos de final contra Australia con una mini banderita celeste y blanca pintada en el pelo. Más allá de haber mantenido la valla invicta en los dos partidos anteriores, la verdad es que había tenido poco trabajo: apenas un tiro libre mexicano que atenazó bien. Tocalli le decía que se quedara tranquilo, que su momento ya iba a llegar. Dibu contestaba que no había ningún problema. Que, mientras el equipo ganara, a él le daba lo mismo tocar la pelota.

Pero su momento efectivamente llegó. Primero fue contra Australia, cuando quedó frente al delantero Garang Kuol en el último minuto y le tapó un remate muy similar al de Kolo Muani en la final, como si hubiera querido demostrar de antemano que nada es casualidad. Y después contra Países Bajos, en un partido durísimo, de esos que suelen calificarse como “una guerra”.

En la previa de ese cruce, Louis Van Gaal, el técnico holandés, había dicho un par de cosas. Por ejemplo, que Messi no colabora con la marca a la hora de defender, y que por lo tanto ahí su equipo encontraría oportunidades de lastimar. Veinte años antes, cuando Van Gaal era técnico del Barcelona y el club catalán había comprado a Juan Román Riquelme, el entrenador le había dicho exactamente lo mismo al ídolo de Boca: “Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota pero, cuando no la tiene, jugamos con uno menos”. También había mantenido una relación problemática con Di María en el Manchester United, motivo por el cual, en Argentina, a Van Gaal no lo quiere nadie. El festejo de gol de Messi, de pie frente al banco holandés con las manos en sus oídos, emulando el histórico “Topo Gigio” de Riquelme, desafiante y sobrador, fue casi tan disfrutable como la Copa en sí misma.

Pero, al igual que pasaría unos días más tarde contra Francia, ese partido que parecía ganado se complicó cerca del final y hubo que ir a los penales. Sobre ese tema, Van Gaal también había hablado de más. “Si tenemos que llegar a los penales”, dijo, “creo que estamos en ventaja”. Dibu no solo había leído esa declaración sino que había hecho una captura de pantalla y se las había mandado a Tocalli y a Priestley para discutir el asunto. Después de su performance contra Colombia en la Copa América anterior, el comportamiento agresivo del arquero argentino había sido cuestionado por algunos sectores de la prensa internacional. Según le contó Dibu a Ian Wright, Priestley le dijo: “Hacelo igual. Eso desconcentra al rival. Si tenés que saltar, saltá. Celebrá cada atajada como un gol. Hacelo, porque eso les genera ansiedad”. Una vez más, el método funcionó, y Argentina avanzó en el torneo con suficiente confianza como para borrar de la cancha primero a Croacia en la semifinal, y luego a Francia durante casi 80 minutos de la final, en la que probablemente haya sido la actuación más descollante de un equipo en esa instancia.

Detrás de esa actitud arrolladora, sin embargo, Dibu era muy autocrítico, quizás como estrategia para conservar la calma. “Contra Holanda me decían: ‘Fuiste la figura’”, le dijo a Christian Martín. “Pero yo pensaba: ‘Me patearon dos veces y me hicieron dos goles, ¿cómo voy a ser la figura yo?’”. Así es el arquero argentino: quiere ser mejor todos los días. No solo entrena, sino que estudia… y aprende. Un día, por ejemplo, Tocalli le mostró que, en general, después de que un arquero ataja un penal, el arquero rival elige tirarse contra alguno de los dos palos en lugar de quedarse en el medio. La lógica detrás de esto es que, con la presión encima, nadie quiere ser señalado por adoptar una actitud pasiva. Por eso, cada vez que atajaba un penal, Dibu le decía al siguiente pateador argentino: “Pegale al medio”. Se lo dijo a Enzo Fernández contra Países Bajos, pero Enzo no le hizo caso… y falló. Paula Dybala, en cambio, en la final contra Francia, obedeció al pie de la letra: la acomodó suave y de rastrón, exactamente en el centro del arco, mientras Hugo Lloris volaba hacia su izquierda.

Emiliano Dibu Martínez para un chut en el Argentina-Países Bajos del Mundial de Qatar, 9 diciembre 2022. EFE
Parada de Dibu en el Argentina-Países Bajos del Mundial de Qatar. EFE

Otro ejemplo de la capacidad de Dibu para procesar información es la manera en la que recuerda exactamente todo lo que pasó en los dos segundos de su enfrentamiento contra Kolo Muani en el último minuto de partido. “Muani queda un poco en diagonal”, reconstruyó en TyCSports, “y yo digo: ‘Bueno, le achico el espacio’. No me apresuré, porque, si me apresuro, me la pica por arriba. Le tuve que dejar un ángulo para que su última visión fuera el primer palo, y después me la jugué con mi mano y con mi pie, rezando: ‘Por favor, pegame’. Yo quería que la pelota me pegue en la cara, no me importaba dónde. Si me ves, no giro. Cierro los ojos, me pongo todo duro y digo: ‘Pegame, es lo único que te pido’. Estoy tan tenso y tan duro que rebota la pelota para adelante”.

Muani, por su parte, también se la acuerda bastante bien. “La conozco de memoria”, dijo. “Intenté el remate al primer palo, pero el arquero hizo una gran atajada. Perdí ese duelo. Creo que podría haber buscado otras opciones, como picarla o asistir a Mbappé, que tenía un buen ángulo, pero en el momento no las vi. Es algo que me va a quedar atragantado toda la vida”. O sea: en el momento más determinante del partido, el delantero francés hizo lo que quería el arquero argentino, ni más ni menos.

A esta altura no son tantos los que recuerdan que, inmediatamente después de ese duelo histórico, en el contraataque argentino posterior, con apenas segundos por jugar, Lautaro Martínez estuvo a punto de convertir. “Yo me quedé de rodillas cuando Lautaro se pierde la última”, le dijo Dibu a Goal. “Porque era ganar el partido, y a mí me importa ganar el partido”. La verdad es que no le gusta ir a penales. Sin embargo, una vez que está ahí, cambia el chip y se transforma. “En ese momento, pienso: ‘Mi equipo hizo el esfuerzo durante 120 minutos’”, le dijo a Ian Wright. “‘Ahora me toca a mí’”.

* * * *

“Ahora me toca a mí”. En esa frase sencilla parece estar resumido el pensamiento de Dibu Martínez, especialmente si tenemos en cuenta que, por más resistencia que uno quiera oponer, siempre es “ahora”. Quizás hayan visto su ritual previo a cada partido: los ojos cerrados, el cuerpo quieto, la respiración lenta. Una meditación breve para anclarse en el presente. Dibu reza, pero no pide el triunfo, sino que él y sus compañeros terminen bien el encuentro. “Que sea lo que Dios quiera”, piensa. También recuerda lo que le costó llegar al lugar que ocupa, y finalmente “visualiza” posibles jugadas del partido, para que, cuando esas jugadas ocurran, le sea más sencillo resolverlas. En definitiva, lo que hace es traer el pasado y el futuro a este momento preciso.

Dibu opera desde el ahora. Su relación particular con los niños se explica en esos términos. Hoy es imposible caminar por una plaza de Argentina sin ver un nene con la camiseta del arquero de la selección. En las escuelitas de fútbol están sorprendidos: de repente, todos quieren atajar. Le imitan hasta los gestos. Y él disfruta de ese fenómeno de verdad: ya publicó un libro de historietas basado en su vida y un perfume para chicos, a la vez que está trabajando en una serie animada.

Es evidente que no lo hace por plata: gana más de siete millones de dólares al año en Aston Villa. En el sitio de la agencia que le maneja los derechos de imagen aparecen todas sus acciones con marcas como Budweiser y Castrol, y ninguna de las que hace para los chicos. Esas las hace porque las quiere hacer. Porque pasó una infancia dura y sabe lo que significa tener una ilusión. “Cuando uno gana, lo más grande que gana es lo que deja”, dijo en Urbana Play. Dibu quiere dejar algo más que un par de campeonatos. Cierra los ojos en una visualización de largo plazo y ve a esos chicos dentro de unos años, y después abre los ojos y les dice lo mismo que su hermano Alejandro le dijo a él el día que lo despidió en el aeropuerto. “Que la pasión te lleve a la gloria”. Es un consejo indeleble; por algo se lo tatuó en la pantorrilla, debajo de la Copa del Mundo. Por supuesto que nadie alcanza la gloria solo, y su historia así lo confirma. Pero también es cierto que una sola persona puede marcar una diferencia gigante, y que no hay una actividad mejor para darse cuenta de eso que custodiar los tres palos durante 90 minutos, o 120, o lo que dure una tanda de penales, llegado el caso.

Mural dedicado al arquero Dibu Martínez en el club Urquiza, Mar del Plata, Argentina, 7 de noviembre de 2023. EFE/VICENTE ROBLES
Mural dedicado a Dibu Martínez en el club Urquiza de Mar del Plata, el pasado 7 de noviembre. EFE/VICENTE ROBLES

Periodista. Ha trabajado como editor en las revistas argentinas Rolling Stone y Los Inrockuptibles. Colabora en medios como elDiarioAr.

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