Villavicencio ardió con una energía distinta entre el 28 de octubre y el 2 de noviembre. No fue el calor del sol que reverbera sobre el piedemonte, sino otro tipo de llama: la que encendió ÍGNEO, Encuentro Fotográfico de los Llanos Orientales, una apuesta que transformó por unos días la rutina de la ciudad en un hervidero de ideas, imágenes y miradas.
Organizado por la Asociación de Fotógrafos y Productores Audiovisuales del Meta (AFOMET), ÍGNEO reunió a fotógrafos, artistas visuales, comunicadores y curiosos de la imagen en torno a una misma pregunta: ¿cómo se narra este territorio desde lo que se ve, se siente y se imagina? La respuesta tomó forma en conversatorios, exposiciones, tertulias, talleres y recorridos que llenaron distintos espacios de Villavicencio con la fuerza del fuego creador.
Desde su inauguración, el encuentro se sintió como una bocanada de aire fresco en el panorama cultural del Llano. No se trató de un evento más, sino de un espacio disruptivo que se atrevió a imaginar un movimiento fotográfico regional con voz propia. La programación fue tan diversa como las miradas que la habitaron: desde los diálogos sobre identidad visual hasta la experimentación con nuevas narrativas, pasando por muestras fotográficas que conectaron lo ancestral, lo urbano y lo onírico.

Un fuego que se expande
La jornada inaugural marcó el tono: la fotografía no era solo técnica o composición, sino una herramienta para pensar el territorio. El público —jóvenes, fotógrafos emergentes, artistas consolidados y transeúntes curiosos— encontró un evento abierto, sin solemnidades, donde cada actividad invitaba a la conversación y al descubrimiento.
Los conversatorios “Dominar el lenguaje visual: cómo conectar con un mundo visual”, “Mirar lo invisible: el arte de agudizar las formas de ver el entorno” y “Tejiendo identidad: AFOMET por la fotografía en la región” fueron tres puntos altos del encuentro. En ellos, docentes, comunicadores, artistas y fotógrafos de distintas generaciones exploraron cómo las imágenes pueden ser puentes entre comunidades, memorias y formas de entender el mundo. Más que debates, fueron ejercicios de pensamiento colectivo: una suerte de fogata compartida donde cada palabra chispeaba con la intención de construir una narrativa visual más honesta y comprometida con el territorio.
Paralelamente, los talleres prácticos convocaron a quienes querían aprender haciendo. Hubo espacios dedicados a las bases narrativas del documental, al uso de la fotografía como lenguaje expresivo y a la exploración de la luz como materia prima del relato. Las dinámicas, guiadas por fotógrafos locales y nacionales, dejaron aprendizajes técnicos, pero sobre todo un impulso: la certeza de que desde el Llano también se puede producir obra con profundidad estética y sentido crítico.

La ciudad como galería
Uno de los aciertos más celebrados de ÍGNEO fue su decisión de sacar la fotografía de los salones cerrados y llevarla a los espacios públicos. Las muestras distribuidas en distintos puntos de Villavicencio convirtieron la ciudad en una galería viva.
La exposición “Bestiarium”, instalada en el Parque Fundadores, fue una de las más comentadas. Veinte obras impresas en tela habitaron el mirador como una constelación de seres míticos y humanos, un homenaje a la mitología del piedemonte y a las migraciones internas que lo han poblado. Las imágenes, suspendidas entre el viento y el horizonte, hicieron dialogar la espiritualidad del paisaje con la memoria de quienes lo habitan.
Otra de las muestras que más impacto generó fue la de “Reino Vivo” una serie de varios fotógrafos de fauna en un sendero ecológico del Centro Comercial Primavera Urbana. Cada exposición fue un pequeño ritual de encuentro: la fotografía como excusa para mirarse a los ojos, compartir visiones y reconocerse en la diversidad.

Un recibimiento que superó las expectativas
El público respondió con entusiasmo. Las actividades contaron con una asistencia constante y diversa. Jóvenes estudiantes, aficionados, artistas visuales y periodistas locales hicieron presencia en los auditorios, salones y estudios donde se desarrollaron las actividades del encuentro. Si bien estas apuestas son retadoras, para AFOMET, la recepción del público fue una señal clara de que hacía falta un espacio así. En una región donde la fotografía ha sido más oficio que arte, ÍGNEO abrió un nuevo capítulo: el de la fotografía como forma de pensamiento, como puente entre el arte y la realidad, como ejercicio colectivo de memoria.

Una apuesta naciente con futuro
ÍGNEO marcó un precedente. Su espíritu autogestionado, apoyado por la DACMI, algunas empresas privadas y la revista catalana COOLT Magazine, demostró que desde el trabajo colaborativo pueden surgir plataformas culturales de alto impacto. No hubo pretensiones institucionales ni discursos grandilocuentes: solo la convicción de que la imagen puede encender procesos de transformación.
El encuentro sembró una semilla. La intención de AFOMET es convertir ÍGNEO en un evento anual que crezca con la comunidad y se expanda hacia los departamentos vecinos, consolidando un circuito fotográfico llanero que dialogue con otras regiones del país. Las conversaciones ya apuntan hacia la creación de una red de fotógrafos del oriente colombiano y a la formación de nuevos públicos sensibles a la imagen.
Más allá de los resultados inmediatos, ÍGNEO dejó una sensación de pertenencia. Quienes asistieron salieron con la impresión de haber sido parte de algo que apenas empieza, de un movimiento en gestación. Porque si algo quedó claro, es que la fotografía en el Llano está viva: late entre los cerros, en los barrios, en los cuerpos que resisten y en las manos que cuentan historias con luz.

Al cierre, los organizadores resumieron lo vivido en una frase sencilla: “Esto no fue solo un evento, fue una declaración de existencia”. Y tenían razón. ÍGNEO no se limitó a mostrar fotografías; las encendió. Transformó la ciudad por unos días, hizo que la gente hablara de imágenes, de identidad, de territorio, y dejó encendida una llama que promete seguir creciendo.
Villavicencio, tierra de contrastes y horizontes amplios, encontró en este encuentro un espejo y un impulso. Lo que comenzó como un experimento se convirtió en una celebración de la mirada. Y si algo demostró ÍGNEO, es que cuando la fotografía se cruza con el territorio y la comunidad, puede arder sin quemar: iluminar.
