Erick Rodríguez y sus seis minutos en un escenario cubano

El bailarín de ballet, recién retirado de la Compañía Nacional de Danza de México, recuerda cómo tardó 20 años en poder actuar de nuevo en su país natal.

El bailarín cubano Erick Rodríguez. PAULO GARCÍA
El bailarín cubano Erick Rodríguez. PAULO GARCÍA

El miércoles 2 de noviembre de 2022, pasadas las 20:30 de la noche, el bailarín cubano Erick Rodríguez salía al escenario del Teatro Sauto, en su natal provincia de Matanzas, para interpretar, junto a Lorena García, la pieza Planimetría del movimiento. La coreografía de la venezolana Irina Marcano duraba poco más de seis minutos, durante los que Rodríguez hizo gala de todo su talento interpretativo. La noche pudo parecer una más para los espectadores del 27 Festival Internacional de Ballet de La Habana, pero para el primer bailarín de la Compañía Nacional de Danza de México significaba volver a actuar, por primera vez en 20 años, en Cuba, el país donde nació y donde se inició en el ballet clásico.

La historia de Erick Rodríguez es la de muchos artistas cubanos emigrados. Cuando pisó de nuevo los escenarios de su tierra, habían pasado 20 años desde que fuera parte del Ballet Nacional de la isla, 20 años desde que fue declarado “desertor” por Alicia Alonso, directora de esa compañía y figura clave de la danza. Al cabo de tanto tiempo, queda claro que la elegancia de Erick, su pasión y su técnica impecable son indiscutiblemente cubanas, por más que casi no haya podido volver a bailar allí, donde empezó todo. Lo cuenta en esta entrevista con COOLT, a un año de aquella noche de regresos a Matanzas y en medio de otro gran acontecimiento en su vida: el 12 de noviembre de 2023, el bailarín se retiró de la Compañía Nacional de Danza de México, después de dos décadas de trayectoria.

Para la despedida, Erick bailó Onegin, una de sus obras favoritas. Y el público y sus colegas no se limitaron a la hora de mostrarle toda su admiración. El Palacio Nacional de Bellas Artes de Ciudad de México lució sus lunetas llenas durante la breve temporada de la pieza del coreógrafo John Cranko, que cuenta la historia de un mal amor entre un aristócrata y una joven. Los largos minutos de aplausos y las flores incontables, las fotos compartidas en redes sociales: todo decía “gracias” a uno de los bailarines más queridos de la Compañía en las últimas décadas. Los medios de comunicación anunciaban “el retiro del bailarín cubano” que, paradójicamente, solo había podido bailar en Cuba un par de veces durante sus años de madurez artística. Pero si irse de Cuba no significó para Erick renunciar al ballet, retirarse de la Compañía ahora tampoco ha significado dejar de bailar.

“Solo fue una despedida. He bailado con la Compañía casi 21 años. Y creí que era un buen momento para cerrar el ciclo. Me siento en buena forma, bailando todavía a buen nivel, y para mí era importante despedirme en una buena manera”, asegura.

- Hubo muchísimo amor en esas últimas funciones de noviembre. También unos días antes bailaste por primera vez para toda tu familia.

- Mi mamá y mi hermana habían estado, por separado, en funciones mías en el Festival de Ballet de La Habana en 20022. Este noviembre, en México, fue la primera vez que estaban al mismo tiempo mi mamá, mi hermana y mi sobrino viendo una función completa, de un ballet completo, Onegin. También fue familia de Estados Unidos, familia que tengo en México. El apoyo familiar estuvo, literalmente, más presente que nunca. Faltó mi papá, que, lamentablemente, no está entre nosotros físicamente.

- Es que vienes precisamente de una familia con mucha tradición en el teatro. Tu padre, Pancho Rodríguez, era actor y director, fundador de El Mirón Cubano, una agrupación con 40 años de trabajo en la provincia de Matanzas. Tu hermana más pequeña, Rocío, es también una excelente directora y actriz teatral. ¿Hay algo de toda esta tradición en tu carrera?

 -Me crié y crecí en El Mirón y en los diferente teatros de Matanzas. Hace mucho tiempo que no estoy en Cuba. Solo voy por períodos cortos, vacaciones, pero siempre me toca vivir esa vida cultural matancera. Sin lugar a dudas, las vivencias que tuve de niño en Matanzas, en todas la actividades culturales, teatrales y musicales, han influido en mi carrera y en mi manera de ver el arte.

- Cuéntame un poco más sobre esos regresos a Cuba. No sabía que habías vuelto a bailar allí.

- Exactamente 20 años después de que salí del país. Bailé una vez antes, fue porque pasé mucho tiempo enfermo en Cuba y Lilliam Padrón me montó un pequeño solo con [la Compañía Danza] Espiral. Pero bailando ballet, como miembro de la Compañía Nacional de Danza, en Matanzas y en La Habana, donde tomé clases y formé parte del Ballet Nacional de Cuba, fueron 20 años después de irme.

- ¿Volver a bailar en Cuba fue una función más para Erick Rodríguez?

- No, por supuesto que no. Tuve la oportunidad de conocer el Ballet Nacional de Cuba en Matanzas, precisamente en el Teatro Sauto, que fue el primer teatro donde bailé Planimetría del movimiento. Cuando era niño, en ese mismo teatro fui una de las trompetas del tercer acto de El lago de los cisnes, que recuerdo como mi primer contacto con el ballet clásico profesional. Me recuerdo en bicicleta bajando de mi casa hasta el Sauto y llegando casi al segundo acto… La casa estaba a diez cuadras del teatro y me regañaron por no llegar a tiempo. Regresar al Sauto, ver que todavía hay trabajadores de aquella época, reencontrarme con mi raíces, fue muy especial, nostálgico también. Me hubiese encantado que mi papá hubiese estado en esas funciones.

También cuando fui a La Habana fue muy nostálgico. Me fui del Ballet Nacional de Cuba muy joven, con 20 años. Ahora bailé en el Teatro Nacional, aunque me hubiese gustado que fuera en el Lorca… bueno, ahora Teatro Alicia Alonso… pero estaba cerrado. El Nacional es de los pocos teatros que está abierto, y tener funciones junto al Ballet Nacional de Cuba fue emotivo; fue una manera de decir: “Mira, existo, he hecho una carrera fuera del país, y gracias por esta invitación”. Aunque en realidad no fue una invitación a mí, fue a la Compañía Nacional de Danza. Y se dieron muchas cosas para que yo pudiera ir finalmente en ese viaje.

- ¿Sientes que perdiste algo en tu carrera como bailarín al no tener a Cuba como un escenario?

- No lo siento como una pérdida, simplemente me hubiera gustado poder bailar más en Cuba.

- ¿Es difícil ser “el cubano” en la Compañía Nacional de Danza de México?

- Somos varios y no es difícil, por varias razones. México y Cuba siempre han tenido un vínculo especial. Han sido países muy unidos, independientemente de los sistemas y los gobiernos. Específicamente en el ballet, siempre ha habido una colaboración muy amplia de la Escuela Cubana de Ballet con México. Muchos de los maestros de la Compañía estudiaron en Cuba, conocen perfectamente la Escuela Cubana. Fernando Alonso [fundador del Ballet Nacional de Cuba] fue director de la Compañía Nacional de Danza en México.

- En México suele haber dos posturas muy marcadas hacia Cuba: una de la fascinación absoluta y otra de rechazo. ¿Crees que hay una forma posible de que en México se comprenda la complejidad de lo que es Cuba?

- Iba a decir que sí hay formas de entender la complejidad de lo que es Cuba, pero a veces ni nosotros mismos entendemos esa complejidad. Hay muchas personas que aman y defienden a Cuba con ciega pasión y no ven los grises. Y hay otras personas que son capaces de ser menos extremos en sus opiniones. Diría que todo depende de cada persona.

El bailarín cubano Erick Rodríguez. PAULO GARCÍA
Erick Rodríguez, en una imagen de 'Onegin'. PAULO GARCÍA

- ¿Eres mexicano o cubano?

- Yo digo que los dos. Cubano porque mis raíces son cubanas y siempre seré cubano. Es un hecho que nací en Cuba, me crié en Cuba. Pero digo que soy un cubano-mexicano porque estoy muy influenciado por la cultura mexicana. Y agradecido por ello. Me gustan los tacos, la salsa picante, el consomé de pollo, el caldo xóchitl; también la cultura, la música. México es un país muy, muy amable en muchos sentidos y lo ha demostrado a lo largo de su historia con los migrantes y con todas las personas que llegan para iniciar una nueva vida.

- La crisis migratoria que lleva años en las fronteras de México podría contradecir un poco tu comentario. No sé si este es un tema que prefieras evitar...

- Sin ser un especialista en el tema, creo que el contexto ahora mismo es complicado. Es grandísimo el número de personas que llegan a México, pero no a vivir, sino para pasar hacia Estados Unidos. Hay mafias y traficantes de personas que se dedican a mover a esos migrantes, a extorsionarlos. Y México estuvo muy condicionado en su momento por Trump, que hablaba hasta de poner un muro físico, real en la frontera.

Entiendo que especialistas están considerando cambiar el nombre de los grupos que llegan ya no solo de Centroamérica, sino también de África, del Caribe y de Sudamérica, porque no son migrantes en realidad, no llegan a México a hacer una nueva vida, sino que son personas que transitan por el país.

Más allá de todo el contexto político y económico global, México no tiene la infraestructura ni las políticas necesarias para darle una solución a un problema tan grande. Sin embargo, no creo que nada de esto signifique un cambio en el trato a los migrantes. No me refiero a la política particular de un momento, ni a la postura de Andrés Manuel López Obrador hacia la migración. México, como país, no ha cambiado su forma de ser con las personas que llegan para empezar su vida de cero, y estoy hablando de la gente, del pueblo. En el día a día, la apertura de brazos de la gente hacia los migrantes sigue siendo muy amable, cariñosa.

- ¿Tiene el arte un papel en la solución de esta crisis migratoria mundial?

- Por supuesto. El arte, al final, es una forma de interpretar la realidad. Puede desde denunciar, sugerir y arropar hasta, incluso, cuidar a estas personas. Porque también sirve para desconectar y olvidarte un poco de todos los problemas.

- Has dicho que cuando llegaste a México decidiste seguir bailando.

- Ser bailarín.

-¿Cuál es la diferencia entre seguir bailando o ser bailarín?

- Entré a la Escuela de Ballet a los 10 años. A esa edad era muy joven para saber qué iba a hacer el resto de mi vida. Desde los 14 años estuve en La Habana estudiando ballet, pero me llamaban la atención muchas cosas: el teatro, la poesía, la danza contemporánea... Cuando llegué a México, quizás por verme en un país extraño y saber que, de las pocas cosas que sabía hacer era bailar, pensé: “Okey, voy a ser bailarín, de esto es lo que quiero vivir”.

-¿Te levantas una mañana y tomas esa decisión?

-Vine a México de gira con el Ballet Nacional de Cuba y en los últimos días de la gira tomé la decisión de no regresar a mi país. Son cosas que uno hace a los 20 años, sin saber las consecuencias. También fue un proceso de separación de todo lo conocido, incluido de mis padres; una ruptura que, por supuesto, afecta en muchísimos sentidos, por más que no haya sido tan complicado, porque siempre tuve un techo, comida, baño.

En esas primeras semanas audicioné en dos compañías y en las dos tuve la fortuna de que me ofrecieran un contrato. Todo pasó muy rápido y estuve ilegal muy poco tiempo. Un día, en el patio de la casa, estaba con mi compañera de aquel momento diciendo: “Esto es lo que quiero hacer, quiero ser bailarín, y esto es lo que voy a hacer”. ¿Cómo llegué a esa conclusión? No lo recuerdo, pero recuerdo muy bien el día en que lo decidí.

- Llegaste a la escuela de arte en Matanzas para estudiar otra cosa y te seleccionaron para el ballet. Llegaste a México y a dos compañías les interesó contratarte cuando aún no sabías si querías seguir bailando. Es como que si el ballet te eligiese a ti también.

- Nunca lo había visto desde esa perspectiva, pero parece que sí, que él también me va eligiendo a mí.

- Saliste de Cuba a una gira y no volviste a vivir más allí. ¿Cómo empieza una vida en la que se deja todo atrás sin haberlo planeado?

- Si yo había considerado en algún momento no regresar a Cuba de alguna gira, había considerado quedarme en México o España, porque eran lugares donde tenía familia. Otra cosa que influyó en mi decisión fue escuchar a muchos compañeros del Ballet Nacional diciendo: “Yo me tenía que haber quedado en aquella gira, yo tenía que haber hecho esto en aquel momento”. Eso me hizo consciente de que había oportunidades que se presentaban y tenías que aprovecharlas.

Muchos amigos de mi generación se quedaron en España, otros se iban a quedar en México, y pensé que, si todas esas personas se estaban quedado en otros países, ¿a qué iba a regresar a Cuba? Hablé con mi familia en México sobre la posibilidad de quedarme y me dijeron que me apoyaban. Recuerdo escribir una carta a mis padres diciéndoles que no iba a regresar, fue un momento muy duro. Después, eso se convirtió en un día a día para mi familia, porque de los casi 20 primos que somos, hoy vivimos fuera 17, pero yo fui de los primeros en hacerlo.

- ¿Qué movilizaba esa idea compartida de los bailarines cubanos de no regresar a Cuba?

- Cada quien tenía un motivo diferente: personas que querían bailar en otros estilos, otras formas de danza; personas llevadas por la cuestión económica; otras, por cuestiones familiares; otras, por cuestiones políticas. De todos los compañeros que nos quedamos en aquella gira, que fuimos como 14 —de las veces que más personas se han quedado—, muy pocos continuamos bailando. Entonces, no era solo un cambio de país y un cambio de vida; también se corría el riesgo de no volver a bailar y a hacer lo que sabías hacer. Te la jugabas, como se la juega todo migrante cuando decide empezar de cero.

En Cuba pasa una cosa: llegas al Ballet Nacional y ya, ese es el tope. Como bailarín clásico, no puedes seguir desarrollándote. Hay personas que sienten la necesidad de experimentar otro tipo de movimiento, otras formas de bailar, otras influencias. En mi caso, ni siquiera sabía si quería seguir bailando. Pero también sabía que, si quería experimentar, no podía ser en el Ballet Nacional.

- ¿Por qué no pudiste volver a bailar en Cuba?

- Por lo general, las personas que se quedaban en una gira, regresaban a Cuba, hacían un convenio con el Ministerio de Cultura, seguían vinculadas al país y no pasaba absolutamente nada. Lo que pasó diferente con nosotros fue que Alicia [Alonso, directora del Ballet Nacional,] nos declaró desertores. A partir de ese momento, pusieron una serie de restricciones o penalidades por irte del país. Volver no era tan sencillo como antes… ni como ahora.

Desde la distancia, veo que, lamentablemente, se siguen yendo muchos bailarines y talentos. Ahora están las redes sociales, que nosotros no teníamos. Las personas suben sus videos bailando, consiguen contratos en otras compañías y se van de Cuba con un contrato, ya sea a República Checa o al país que encuentren. Sigue exisiendo una fuga de talentos muy grande.

- Y ahora, ¿qué sigue para ti?

- Seguir bailando un poco más. También estudié una licenciatura en Gestión Cultural por la Universidad de Guadalajara, así que quiero desarrollar proyectos relacionados con la danza. Quiero ayudar a difundirla, a apoyar su desarrollo de alguna manera.

No estoy negado a enseñar y a transmitir lo poco o lo mucho de lo que sé. Estoy en esto desde que tengo 10 años y, mal que bien, es lo que mejor sé hacer. He tenido buenas y otras no tan buenas enseñanzas de muchos maestros, y el ballet sigue siendo un arte que se va pasando de boca en boca. Entonces, si dejamos de transmitirlo de unos a otros, se corta el hilo.

Escritora, periodista e investigadora literaria. Autora de los libros de cuentos Las noventa Habanas (2019) y Retratos de la orilla (2022) y del ensayo El estruendo de Ciclón (2021). Ha colaborado en medios como Cuadernos Americanos, Hemisférica y Decimonónica, Revista Horizontum y La Gaceta de Cuba. En 2021 la revista Granta la incluyó en su número dedicado a Los mejores narradores jóvenes en español.

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