Tres décadas de zapatismo

El periodista Diego Enrique Osorno, testigo y tripulante, narra en 'En la montaña' el viaje del EZLN a Europa y la evolución de su lucha desde 1994.

El periodista Diego Enrique Osorno publica 'En la montaña', la crónica sobre el viaje del EZLN a Europa y las transformaciones del movimiento zapatista. CORTESÍA
El periodista Diego Enrique Osorno publica 'En la montaña', la crónica sobre el viaje del EZLN a Europa y las transformaciones del movimiento zapatista. CORTESÍA

Primero hubo un mensaje de texto. Después una llamada telefónica. Pero antes, un comunicado lanzado al mar y al cielo. La fecha 5 de octubre de 2020: el año maldito del siglo XXI; el año de muertes, virus y fronteras cerradas por el aislamiento obligatorio de la pandemia covid-19; el año que fue “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, parafraseando el tono desgarrador y profético de Mark Fisher. Ese año, ese mes, ese día, las montañas del sureste mexicano volvieron a hablar: El Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional publicó un comunicado que agujereó un silencio prolongado. La firma la puso el Subcomandante Insurgente Moisés. El título, literario como todo lo que tocan las palabras y las acciones de la revolución zapatista, decía “Una montaña en alta mar”.

Luego de varios párrafos, con un diagnóstico preciso de una contemporaneidad sin futuro, en el comunicado, cerca del final, se anuncia “Que diversas delegaciones zapatistas, hombres, mujeres y otroas del color de nuestra tierra, saldremos a recorrer el mundo, caminaremos o navegaremos hasta suelos, mares y cielos remotos, buscando no la diferencia, no la superioridad, no la afrenta, mucho menos el perdón y la lástima”. Seguido, plantearon un itinerario posible: Navegarían hacia tierras europeas, precisamente a España, a 500 años de la “deconquista”, durante el mes de abril 2021 con la intención de llegar en agosto, “después de recorrer varios puertos de la Europa de abajo y a la izquierda”.

Cuando el periodista Diego Enrique Osorno, atento a las noticias que lanza el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), leyó el comunicado, no se imaginó que meses después iba a recibir un mensaje enigmático en su teléfono celular vinculado a la nueva odisea zapatista. En un texto breve le pedían que se quedara en un lugar fijo, que pronto iba a recibir una llamada telefónica. Osorno leyó el mensaje mientras su familia lo esperaba adentro de un auto, con el baúl lleno de equipaje veraniego, para pasar unos días en la playa. Respiró hondo y salió a la calle a comunicarle la noticia a su mujer con la mejor cara de “nada va a alterar nuestros planes”. Se sentó a esperar y al rato sonó el teléfono. Una voz zapatista, jocosa, le preguntó qué iba a hacer en los meses de abril, mayo y junio. La pregunta era retórica. Venía acompañada de una propuesta que Osorno no iba a poder resistir a pesar de ponerla en cuestión: lo invitaban a subir al barco para documentar la nueva gesta de los pueblos originarios mayas. Osorno tardó unos segundos en procesar el anuncio. Su cabeza se llenó de imágenes de agua. Antes de dar el “sí, quiero”, aclaró una salvedad: no sabía nadar. El interlocutor le respondió: “Muchos de los enviados zapatistas ni siquiera habían visto el mar”.

Osorno se subió al auto y continuó el viaje familiar hacia la playa. Ese día no se alteraron los planes. Sin embargo, esa misma tarde, en su casa de Hermosillo, en el desierto de Sonora, empezaba a zarpar el barco que lo llevaría a tener una de las experiencias más profundas de su vida, sea por la hermandad con otros, por un lado, como en su trabajo profesional, por el otro. Un viaje que, tal el pedido zapatista, se encargó de registrar en dos piezas artísticas-periodísticas: el documental La montaña y el libro de crónicas, En la montaña, con el que obtuvo el 5° premio Anagrama de Crónica/Fundación Giangiacomo Feltrinelli 2023

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El EZLN se levantó en armas en Chiapas el 1 de enero de 1994. Esa noche, los intérpretes del poder político, económico, y quizá también cultural de México, se disponían a celebrar la llegada del nuevo año. Un cambio de calendario que, en sus aspiraciones, era el punto cero del ingreso de México al llamado “primer mundo”. Desde esa fecha, el sueño americano entraría a su patria: el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos ya había sido acordado. Su firma fue el norte de la gestión presidencial de Carlos Salinas de Gortari desde su asunción -tras acusación de fraude- en 1988 por el PRI, Partido Revolucionario Institucional, el partido hegemónico que gobernó la mayor parte de los años del siglo XX. La entrada de cuerpo y alma al neoliberalismo cegó a los representantes del pueblo del hambre, maltrato, explotación, que padecían hombres, mujeres y niños en las montañas del suroeste mexicano. Allí, organizados por un ya icónico hombre encapuchado, el Subcomandante Insurgente Marcos, se levantó la voz insurrecta “con tres elementos que no existían en el debate político de la nación priista: poesía, humor, verdad”, en palabras de Osorno.

La voz de Marcos y, sobre todo, el grito de la insurrección zapatista de los noventa marcó a una generación de mexicanos que, tras la caída del Muro en Berlín, veía aplacadas las esperanzas de equidad, a nivel mundial, y, en lo más cercano, encontraba a su país detrás de una nebulosa de violencia y muerte. Diego Enrique Osorno, nacido en 1980, pertenece a esa generación. Su primer acercamiento al zapatismo fue a los 23 años. Llegó al suroeste mexicano como reportero, una madrugada de lluvia, o con el rumor de la lluvia, según escribe En la montaña. En esas horas, durante esa experiencia, crece su deseo de ser zapatista, un tripulante de ese sueño rebelde. En particular al escuchar a Marcos decir: “Lucharemos hasta que hablen los silencios de los callados. Moriremos hasta que vivan los muertos”, o cuando anuncia: “No somos ya más los innombrables. Nosotros también tenemos nombre; nosotros, los olvidados. Nuestra bandera puede cobijar ya, sin esconderse, a nuestros muertos y la historia nuestra”. Palabras que quedan en su cabeza, que son parte de sus pensamientos, que lo tocan. Desde entonces, Osorno continuó ligado al zapatismo. Sin pasamontaña, sin domicilio fijo en alguno de los doce Caracoles, sino como reportero, haciendo su parte, “la parte que le toca”, en palabras de Javier Sicilia, poeta y referente del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.

Dos décadas después, Osorno alcanzó ser un tripulante de la nave insurrecta. En ese tiempo fue testigo de las transformaciones del zapatismo: de sus rupturas con el sistema partidario, de la creación de las Juntas de Gobierno Autónomo, de la muerte del Subcomandante Marcos, del nacimiento del Subcomandante Galeano, de las distintas declaraciones de la Selva Lacandona, de las acciones de La Otra Campaña, de los discursos del Delegado Cero, de la Marcha del Silencio, entre tantos hitos que pusieron en movimiento la historia del zapatismo.

El año 2021 le tocó ser parte importante de un nuevo acontecimiento zapatista: acompañar al escuadrón 4 2 1, a las siete personas, siete zapatistas, que formaron la fracción marítima de la delegación que visitó Europa. Cuatro mujeres, dos varones y un otroa arriba del Stahlratte, rata de acero en alemán; un viejo barco comandado por Ludwin Hoffman (que resiste que lo llamen capitán) y cuatro integrantes más de la tripulación oficial, que colaboraron a que una montaña zapatista atraviese el mar. Un barco rebautizado por los zapatistas como La Montaña.

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Portada de En la montaña (Anagrama), el libro de Diego Enrique Osorno.

Portada de En la montaña, el libro en el que el periodista Diego Enrique Osorno relata la travesía marítima del EZLN. ANAGRAMA

El libro En la montaña parte de una hipótesis temible. Los últimos treinta años de democracia mexicana cuentan con más muertes que las dictaduras sangrientas que hubo a lo largo y a lo ancho de Latinoamérica durante el siglo pasado. Como hizo en la serie documental 1994, Osorno pone como punto de inflexión en la historia reciente el año homónimo. Con destreza narrativa y lucidez de observador todoterreno, va enhebrando en textos breves las partes sueltas de un territorio arrasado. En la primera parte del libro cuenta con diferentes voces -mejor dicho, con diferentes voces propias- el levantamiento zapatista, su acercamiento personal al movimiento y, también, las consecuencias de violencia narco y la declaración suicida por parte del gobierno de Enrique Peña Nieto de la llamada “guerra contra los narcos”.

Como si fuese una gota de sangre que cae sobre una hoja hasta abarcar todo el blanco del texto, Osorno, con el lenguaje y el cuerpo de la crónica, introduce en el libro la voz de Ismael Zambada, “el jefe más antiguo de la mafia en México que sigue operando desde la clandestinidad”. Osorno narra la visita super vigilada en una precisa segunda persona, donde -sin narcisismo periodístico- se percibe el honor y el coraje profesional de dialogar con el capo narco en algunas montañas del norte mexicano. Osorno logra perfilar a Zambada desde su costado humano sin humanizarlo. No le da voz. Le abre el micrófono. Deja que lo escuchemos, para hacernos llegar una información y unos sentires que no vemos en las primeras planas de los diarios. Como buen cronista, nos narra lo que hay detrás de los hechos. Y, a la vez, en contraposición a la apuesta por la vida de la insurrección zapatista, devela el lado oscuro de las armas en México.

El resto del libro, desde diferentes enfoques, se centra en la montaña que navega en altamar y, en particular, en las transformaciones que hubo al interior del zapatismo. Recupera las voces de Marcos, Galeano, Moisés, entre otros referentes revolucionarios que le dieron aire y vuelo al movimiento altermundista  que crece a los márgenes del capitalismo que todo lo devora. A la vez, los tripulantes del Stahlratte también aportan sus voces en bitácoras colectivas. Cuentan su formación en el zapatismo, sus fantasías en el océano, sus miedos por fuera del territorio zapatista, su cercanía con la madre tierra y “la madre agua”, como llaman al mar; voces, ideas, acciones, pistas para un futuro posible ante la tragedia ambiental que se encargan de anunciar.

En la montaña entran todas las voces. Osorno cruza géneros para narrar una experiencia inabarcable. Por momentos se apoya en el diario, otros en la bitácora, otros en relatos vanguardistas, otros en manifiestos, otros en versos, otros en expedientes, otros, claro, en el guión documental. Un registro calidoscopio de un viaje utópico. “Periodismo infrarrealista", lo llama en homenaje a Bolaño. Un periodismo que “más que reflejar una idea política,/ quiere sentir el ánimo del mundo/ y encenderlo de nuevo/ con una insurrección de la mirada,/ de las miradas./ Para luego rehacerlo todo de nuevo”.

Como cronista infrarrealista, Diego Osorno fue testigo a bordo de un viaje a lo desconocido. Tripulante de una aventura que exploró la necesidad de crear nuevas políticas, otras formas de existencia, que plantea imaginarios de otras vidas posibles como una actitud ante la muerte.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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