La invención del narco en México

El periodista Oswaldo Zavala desmonta en ‘La guerra en las palabras’ las narrativas oficiales en torno al crimen organizado.

Un miembro de la Policía Federal de México, durante un operativo contra el narco. FLICKR/JESÚS VILASECA PÉREZ CC BY-NC-SA 2.0
Un miembro de la Policía Federal de México, durante un operativo contra el narco. FLICKR/JESÚS VILASECA PÉREZ CC BY-NC-SA 2.0

Un “periodista bastardo”. Así lo apodan sus amigos y, con un guiño simpático, él mismo dice estar feliz por esta bastardía que le permite ser periodista, y, al mismo tiempo, académico o sociólogo. Eso sí, Oswaldo Zavala reconoce que se siente más cómodo y feliz cuando investiga y escribe como reportero de a pie. Ahora acaba de publicar en la editorial Debate el libro La guerra en las palabras. Una historia intelectual del “narco” en México (1975-2020). Basado en el estudio de archivos oficiales, trabajos periodísticos y académicos, este ensayo se puede leer cruzando múltiples fronteras y en diferentes niveles: como libro histórico, de sociología, hasta de crítica cultural.

Zavala nació en 1975 en Ciudad Juárez, un territorio transfronterizo, lleno de vida y violencia. Una zona liminal en la cual se detonan algunos de los acontecimientos históricos más importantes de la historia contemporánea de México, entre los que sobresale la llamada guerra contra el narcotráfico, el conflicto armado interno en contra de los cárteles de la droga librado por el Gobierno de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa en 2006. Para enfrentarse al crimen organizado, el Estado decide militarizar el territorio, el uso desproporcionado de armas y la puesta en campo del ejército y de la marina.

El primer trabajo de Zavala fue en el Diario de Juárez, corazón de la cobertura de la guerra contra el narco. Desde la redacción del periódico, empieza a pensar la importancia de reconstruir el discurso oficial del Estado, sobre todo en materia de seguridad pública. De aquel entonces, recuerda: “No me sorprende que fueran los reporteros de ese periódico quienes me enseñaron a pensar críticamente. Cuando empieza la famosa guerra contra el narco, si los voceros oficiales del Gobierno se referían a los cárteles de la droga como la causa de todos los males, los periodistas del periódico se preguntaban ¿a cuáles cárteles se refieren?, dado que lo que había ahí era Ejército y policías secuestrando gente. Esa pregunta básica desafía el discurso oficial y fue posible hacerla porque, en un lugar como Juárez, no estaban atados a la hegemonía política de la capital”.

Zavala subraya que su último libro no es sobre los narcos, sino que se centra en el discurso utilizado para hablar del narcotráfico en México, ya que considera que es importante saber descifrar la máquina de narraciones que crea nuevos enemigos para ocultar responsabilidades.

“Mi libro es una historia intelectual sobre el discurso que construye los personajes del narco, sus organizaciones, sus narrativas, la manera en que estas narrativas son consumidas públicamente, creando un consenso hegemónico en la sociedad que apoya guerra y militarización, y cómo ese discurso termina moldeando la política pública antinarcóticos”, explica el autor, que ya exploró un terreno similar en su anterior ensayo Los cárteles no existen (Malpaso, 2018).

El periodista mexicano Oswaldo Zavala, autor de 'La guerra en las palabras'. CORTESÍA
Oswaldo Zavala, autor de 'La guerra en las palabras'. CORTESÍA

- Uno de los aspectos más fascinante de tu libro es la posibilidad de desenmascarar las trampas del lenguaje oficial sobre el narco para justificar políticas securitarias de vigilancia y militarización del territorio. Cuando la gente tiene miedo, acepta que se militarice su ciudad y se difunde la idea de que quienes mueren son solo los traficantes, mientras que la realidad nos cuenta que esta supuesta guerra contra el crimen organizado ha producido miles de víctimas entre la sociedad civil. El mito del narco ¿cómo se construye y cómo se va legitimando?

- Un mito es la suma de lo que se dice sobre alguien, cosas verdaderas o falsas que se repiten en el periodismo, en los medios de producción cultural, en las series de televisión, en la música, en el arte, hasta convertirse en la explicación estandarizada de la violencia en México. Informaciones que se van mezclando y se van confundiendo hasta generar un tipo de personaje.

El mito del narco tiene una larga historia en apariencia, pero en realidad no es tan larga, visto que empieza a circular a partir de los años ochenta. Antes de eso, el narco es un personaje precarizado, provenía de una zona marginal. Gente con escasos recursos que se negaba a incorporarse de una manera normativa a la sociedad y que aspiraba al dinero fácil. En los años noventa, ese relato se transforma totalmente y construye un traficante empoderado, tremendo, capaz de controlar la sociedad, los medios de comunicación, la clase política, el Gobierno; y de desafiar abiertamente a las instituciones de Estado. Décadas antes, la agenda de la seguridad nacional ni siquiera se preocupaba del narcotraficante: se ocupaba del comunista, del guerrillero, del disidente político, etc. Conforme avanza la plataforma nacional de seguridad nacional estadounidense, México ataca movimientos sindicalistas, estudiantiles, guerrilleros, a todo lo que huela a izquierda.

- ¿Para construir un discurso tan penetrante y poderoso, no sirven solo las palabras, sino también las imágenes?

- Sí, claro. Hasta los años ochenta, los traficantes habían estado completamente instrumentalizados por el poder oficial. Los protegían los policías o los militares, y utilizaban su dinero para diferentes cuestiones políticas, incluso clandestinas. Está documentado, por ejemplo, cómo los traficantes apoyaron la geopolítica de la Guerra Fría estadounidense, contribuyendo con armas y dinero para financiar la contrainsurgencia en Nicaragua. Al final de los ochenta, se comienza a hablar del narco como el nuevo enemigo de la seguridad nacional. Eso resulta muy desconcertante para la sociedad, y se requieren espacios discursivos para apoyar este relato.

Una de las primeras instituciones que se crea es el Museo del Enervante, un museo ideado por militares para militares. Se ubica en Ciudad de México y solo es posible visitarlo con un permiso especial de la Secretaría de la Defensa Nacional. Entonces, ¿por qué existe? Porque es parte integrante de la formación de cadetes que van a empuñar un arma en la guerra contra el narco. El museo genera un relato de cómo las drogas son un problema de salud pública y de seguridad ciudadana. Expone todo un arsenal de armas que pertenecían a traficantes, incluyendo la notoria pistola del famoso Chapo Guzmán, que tiene sus iniciales y que fue utilizada en el juicio en su contra en Nueva York. Es un museo-relicario de un mito casi religioso, creado para construir consenso alrededor de la idea del narco como El Gran Enemigo. Un discurso que se construye a partir de una serie de contradicciones: por un lado, el museo presenta al traficante como un campesino empoderado; por el otro, aparece como un paramilitar con muchísimas armas y tecnología. El museo funciona como un tipo de regulador del discurso, una herramienta para dar densidad histórica a todo esto, y no es el único de su clase. La DEA, la entidad federal que se encarga de combatir el tráfico y el consumo de drogas en Estados Unidos, tiene su propio museo en Arlington, un centro abierto al público para crear consenso entre la ciudadanía y legitimar la guerra contra las drogas.

Un miembro del cártel del Golfo, tras ser arrestado por la Policía Federal de México en Matamoros en una operación contra el narco. FLICKR/JESÚS VILASECA PÉREZ CC BY-NC-SA 2.0
Un miembro del cártel del Golfo, tras ser arrestado por la Policía Federal de México en Matamoros. FLICKR/JESÚS VILASECA PÉREZ CC BY-NC-SA 2.0

- Una legitimación y una idealización del discurso que, a veces, crea el efecto contrario, y que tiene un impacto tremendo en los hombres más jóvenes. En los años noventa ser narco se volvió en una meta aspiracional.

- Bueno, ¿y cómo no van a quererlo, si viven una vida precarizada y violenta? El relato les dice que, si se involucran en el crimen organizado, van a ser millonarios, van a tener una mansión y mujeres guapas. Un relato muy masculino y machista, una meta fatal y antiépica porque, finalmente, van a morir asesinados. La mayoría de las víctimas de la guerra contra el narco son jóvenes pobres, de 19 a 25 años, que nacieron y murieron pobres.

- En el libro estableces 1994 como fecha clave, un año que representa la crisis del sistema. 1994 es el año del levantamiento zapatista en Chiapas y del asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a presidente. A partir de 1994, se empieza a hablar de narcoestado y narcopolítica, pero ¿qué trampa se esconde cuando usamos estas palabras? ¿Son conceptos que nos impiden analizar más a fondo lo que está pasando?

- Claro, son metáforas funcionales del propio discurso oficial, incluso cuando empezamos a hablar de la narcopolítica. En 1994, por ejemplo, el narco empieza a parecer como el correlato justificativo de la crisis. Al traficante se le atribuye cualquier cosa, incluso el asesinato de Colosio. Parte de lo que yo argumento es que la aparición del narco como un tipo de actor político es una construcción discursiva que sirve para no dejarnos ver quiénes son los responsables.

Por ejemplo, el traficante al que se le atribuía el mayor poder en los años noventa es Amado Carrillo Reyes, un traficante de Sinaloa que se instaló en Ciudad Juárez y que supuestamente lideró el famoso Cártel de Juárez. Lo que es bien interesante notar es que está muy sobredimensionada su figura. Probablemente este señor fue un traficante que contrabandeó cocaína en una serie de aviones que tenía a su disposición, pero estaba muy lejos de ser El Dueño del monopolio de la cocaína. En cuanto se empieza a hablar mucho de él, lo asesinan. O, más bien, se dice que muere en una operación de cirugía plástica mientras le estaban alterando el rostro para tratar de evadir la justicia. Se habla de un narco “empoderado” que interviene en la política, que podría estar detrás de los crímenes más importantes de la época, pero el único traficante que responde a ese modelo muy poco tiempo después está muerto. El discurso que se estaba construyendo se basaba en un fantasma inverificable de narcopolítica que sirve a dar una justificación a la violencia que el país sufre.

Portada del libro 'La guerra en las palabras. Una historia intelectual del “narco” en México', de Oswaldo Zavala. DEBATE

- Tu libro nos da herramientas para descifrar no solo la realidad en México, sino que nos habla, más globalmente, de un aparato estatal que usa determinados tipos de lenguaje para encubrir crímenes de Estado, o para simular que todavía existe un Estado de derecho.

- Creo que parte de lo que mueve el eje central del libro es una crítica a la seguridad nacional. ¿Cómo se construye discursivamente una política securitaria del Estado? ¿Cómo funciona la ley de seguridad nacional? ¿Qué instituciones tuvieron que ver con eso? Desde los años setenta, México empieza a pensar en una guerra contra el narco porque Estados Unidos nos lleva en esa dirección. Lo que es cierto es que esa agenda de seguridad no se reduce al tema narco. En realidad es un tipo de significante vacío, o sea, un tipo de estructura que no tiene conceptos fijos y que sirve para pasar de un enemigo al otro, según la necesidad del momento. El narcoterrorismo es otro concepto que se ha intentado construir a partir de este discurso, hasta criminalizar otros fenómenos, como la migración. Lo que me parece fascinante, y terrible a la vez, es que mientras un presidente como AMLO (Andrés Manuel López Obrador) ha criticado la militarización antidrogas, al mismo tiempo ha permitido que el Ejército militarice las fronteras y considere la migración una amenaza a la seguridad nacional. También Estados Unidos construye este lenguaje.

Por ejemplo, la DEA habla de cómo los supuestos cárteles se han diversificado porque no solo se dedican al tráfico de drogas, sino también el tráfico de aguacate, la trata humana, el robo de combustible, la extorsión, etc. Estas organizaciones se convierten así en un tipo de comodín que es múltiple, que puede tener muchas funciones y justificar cualquier cosa. Para salir de esta ficción es importante no quedarse solo con el tema narco para explicar la violencia. Si mañana se legalizara la droga, como algunos activistas quisieran, y algo que yo también apoyo, no terminaría necesariamente la violencia, porque los traficantes no son los únicos actores que reproducen la violencia. Estamos en una máquina de narraciones que está creando constantemente nuevos enemigos domésticos.

Si se legalizara la droga, no terminaría necesariamente la violencia, porque los traficantes no son los únicos que reproducen la violencia

- México no es el único actor que crea esas máquinas de narraciones convincentes y seductoras. También está Estados Unidos.

- Cuando el presidente Calderón utilizó ese discurso [de la guerra contra el narco] fue, entre otras cosas, para legitimar su presidencia políticamente dañada, porque ganó las elecciones de 2006 gracias a un fraude electoral. A esta guerra contra el narco, le da una caracterización casi de guerra épica, de guerra justa. Un relato que termina regresándole como una suerte de soberanía sobre el territorio. Lo que es bien interesante notar es que, paralelamente, Estados Unidos, que financia esta guerra, avanza sus intereses geoestratégicos, políticos y empresariales en México.

- En la última parte del libro, parece que adviertes a tus lectores y les dices: cuidado, Calderón instala todo eso de la guerra contra el narco, pero este discurso llega para quedarse. Hablas de una noción que me gustó mucho: la militarización por desposesión. ¿El actual Gobierno de izquierda cambia esta narración o sigue el mismo mecanismo?

- Es algo que todavía está por verse. Creo que el presidente López Obrador genuinamente está preocupado por la pacificación del país. Él tenía muy claro que la militarización era uno de los principales factores en la escalada de la violencia en México, entonces llegó ordenando supuestamente el fin de la guerra contra el narco. Dentro del Gobierno de AMLO hay disidencia, desencuentros. Cada vez está más claro que los principales interesados en continuar la guerra son las fuerzas armadas, y hay una tensión entre diferentes actores. Mientras el presidente habla de detener, suspender los operativos antinarcóticos, ordena la militarización de la frontera sur, de la frontera norte, de las aduanas, de las grandes obras, de la vacuna contra la covid-19. O sea, el ejército está entrando en todas las zonas del Gobierno federal y eso es muy preocupante porque lo hace con muchísima opacidad y muchísima impunidad.

- El último capítulo del libro se titula ‘La tentación de la guerra’. Ahí señalas que el presidente está debatiéndose si debe continuar o no con esta guerra contra el narco. Seguir con la guerra es una tentación seductora, porque genera consenso.

- Sí, pero hay un reclamo social contra la guerra en México, y datos suficientes que demuestran que la militarización equivale a más violencia. La militarización es una herramienta del despojo territorial. Un presidente que articula una dura crítica al neoliberalismo es inconcebible que no pueda pensar que la militarización del territorio es parte del problema.

Investigadora y periodista especializada en feminismo. Colaboró con el Senado italiano para tipificar el delito de feminicidio y actualmente forma parte del comité multidisciplinario e interinstitucional de seguimiento de la alerta de género para la Ciudad de México. Es autora de diversos ensayos y estudios sociopolíticos sobre  el aborto, la violencia feminicida y los derechos sexuales, entre otros temas.

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