Ramiro Sanchiz, un escritor en el multiverso

El autor uruguayo se expande por mil mundos a través de su literatura impregnada de aceleracionismo. “Prefiero estar del lado de los replicantes”, dice.

El escritor uruguayo Ramiro Sanchiz. ARCHIVO
El escritor uruguayo Ramiro Sanchiz. ARCHIVO

El escritor uruguayo Ramiro Sanchiz (Montevideo, 1978) es uno de los nombres clave del género new weird en América del Sur. Y también se ha convertido en uno de los principales responsables de la expansión en lengua española de las ideas aceleracionistas del filósofo Nick Land y de formatos de vanguardia como la teoría-ficción. En definitiva, se trata de uno de los autores más importantes de la literatura latinoamericana de género.

Una literatura de género que sigue denostada, pero no por ello Sanchiz deja de experimentar: el autor ha creado un multiverso propio, el de su alter ego Federico Stahl, que atraviesa casi todas sus novelas y cuentos. En Ahab (2015), Stahl recorre un mundo devastado donde una nave alienígena se ha convertido en vector de contagio. En Las imitaciones (2019), es una leyenda de rock, influenciado por las vidas del primer Bob Dylan, Jim Morrison y David Bowie en su versión Ziggy Stardust. En La expansión del universo (2018), retrocede sobre la violencia de los años ochenta en Uruguay desde su presente instalado en Barcelona. Y en la reciente Un pianista de provincias, que el pasado 2023 Random House incluyó en su colección Mapa de Lenguas, emprende una gira musical como virtuoso en un mundo ya no globalizado, en el que se ha extendido una forma nueva de vida tóxica para los seres humanos. En otras ocasiones, Stahl es un agente renegado de Antropol o un especialista en aviación militar de la Guerra Fría atrapado en una isla de plástico.

A su labor de escritor y traductor —además de a Nick Land, ha llevado al español a filósofos como Mark Fisher, Sadie Plant y Amy Ireland—, suma la de periodista cultural y editor: en plena pandemia, Sanchiz creó con Víctor Raggio el sello Mig 21 Editora, a través del cual publicaron una primera colección de relatos de ciencia ficción titulada Contaminación Futura (2020), digital y de libre descarga, que incluye cuentos de escritores como Maielis González (Cuba), Laura Ponce (Argentina), Tatiana Carson (Uruguay), Hank T. Cohen (Colombia) o Pablo Rumel Espinosa (Chile).

Contacté hace tiempo con Ramiro para hablar sobre la influencia de Lovecraft en la literatura latinoamericana, y poco después volvimos a hablar porque ambos escribimos una obra de psicogeografía: la suya se titulaba Ejercicios de dactilografía (2022), y estaba atravesada por la filosofía transhumanista. Por todo ello, al retomar el contacto sé que será una charla fructífera.

- ¿Cómo compaginas la familia y esa labor literaria tan fructífera?

- Siempre funcioné mejor con rutinas; saber qué tiempo cada día puedo dedicarlo a qué actividades. Entonces me organizo el día de acuerdo a los horarios de la escuela de mi hija mayor y el preescolar de mi hija menor, y después manejo otras actividades —sea escribir, dar clases o cocinar la cena— a la hora en que mi esposa regresa de su trabajo. En cualquier caso, las niñas van primero, y después me las arreglo para escribir. Últimamente he encontrado algo de tiempo para jugar a The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, sacrificando tiempo de ver películas o series. En cuanto a leer, me las arreglo para hacerlo siempre muy temprano en la mañana.

- ¿En qué punto de tu carrera literaria crees que te encuentras?

- No sé en qué punto me encuentro, pero sí sé que desde hace unos cinco o seis años, más o menos, he empezado a dedicarme mucho más que antes a escribir ensayo y teoría-ficción, y que dentro de esa teoría-ficción el interés por la psicogeografía posthumanista y por el materialismo sónico han ido ganando terreno. Entiendo que a su vez esto debe incidir mucho en mi narrativa. Sin ir más lejos, ahora estoy escribiendo una novela que transcurre en una plataforma petrolera abandonada y buena parte de las descripciones tienen que ver con lo sonoro.

- Inteligencias artificiales, zonas de excepción, contagios... ¿hay un antes y un después de traducir a Nick Land?

- Definitivamente. Para traducir a Land tuve que “inventar” un estilo que remedara su intensidad burroughsiana, su vértigo neologizante, su cadencia entre la prosa y la poesía; no creo haberlo logrado, por supuesto, pero sí di con una manera de escribir que ha alimentado algunas zonas de mi escritura. Pero, más allá del estilo, Land me enseñó a pensar en la dirección de un posthumanismo siempre más radical y con menos concesiones.

- ¿Cómo de responsable te sientes de la expansión de las ideas aceleracionistas?

- No creo haber contribuido gran cosa a esa expansión (las expansiones y todas las configuraciones por supuesto emergen, no las agencian los sujetos); o, dicho de otro modo, más que “expandir” esas ideas —o de resignificarlas— siento que simplemente las he compartido con un pequeño número de personas interesadas en dar con nuevos territorios para el pensamiento. Y el resto es ponernos a pensar juntos.

- ¿Han calado las ideas aceleracionistas en otros autores o académicos de Uruguay y el resto de Latinoamérica?

- En Uruguay, además de los artículos y libros que he publicado por ahí —de hecho, muy pocos en Uruguay—, sé apenas de dos libros que han tocado, de manera más bien moderada, estos temas. Pero poco a poco el aceleracionismo o, en un contexto más amplio, las diversas formas de posthumanismo van ganando territorio, particularmente en la obra de artistas conceptuales y músicos. No tanto en Uruguay como en Argentina —donde hay al menos dos grupos muy activos en el pensamiento aceleracionista/posthumanista/weird, Arqueologías del Futuro y Futuros Especulativos— o Colombia. La mayoría de los escritores, sin embargo, y otros tantos artistas visuales, parecen determinados a permanecer del lado sith de la vida. Esto se notó especialmente en el debate sobre Chat GPT y otras formas de IA. Yo prefiero, siempre, estar del lado de los replicantes.

- He leído que fuiste compositor. ¿Cuál es tu relación ordinaria con la música?

- Mi relación con la música es simple: cambiaría el universo por ella si no tuviera más remedio.

Portada del libro Un pianista de provincias de Ramiro Sanchiz RANDOM HOUSE

- ¿En qué momento y condiciones decidiste trabajar como lo haces en el proyecto Federico Stahl?

- La fecha: 6 de noviembre de 2004, mi cumpleaños número 26. Yo había quedado con una chica en vernos en un lugar icónico de Montevideo, la plaza Independencia, y allí la fui a esperar. Los uruguayos somos congénitamente impuntuales, así que una demora de media hora igual es considerada “normal”; en este caso, sin embargo, pasó una hora y luego pasaron dos, y yo seguí sentado en un banco de la plaza, ya no esperándola —estaba claro que no vendría, y además no respondía mis mensajes a su móvil— sino escribiendo en mi cabeza. Se me había ocurrido la idea de un escritor que escribe su autobiografía —y que yo escribiría a su vez: la autobiografía de un autor ficticio— dejándose llevar por el impulso de hablar de sí, de su vida y opiniones. Pensé en llevar a cabo esa tarea a lo largo de varios libros, casi una enciclopedia del mundo según este autor, que pronto coaguló en el nombre “Federico Stahl”. Lo de “Stahl” fue porque yo en ese momento estaba muy entusiasmado con la lectura de El arrebato de Lol V. Stein, de Marguerite Duras, y de Stein pasé a Stahl.

La enciclopedia pronto incluyó parodias de novelas famosas que este Federico escribía para narrar su vida bajo las formas de clásicos de la literatura, y llegué a escribir una parodia muy escolar y rigurosa de El retrato del artista adolescente, de Joyce, felizmente inédita. Pero de las parodias pasé a las ucronías, y así el proyecto cobró la forma que tiene ahora: las n+1001 vidas de Federico Stahl, por decirlo de alguna manera.

- El escritor Brian Keene presumía de haber creado un multiverso 40 años atrás, pero lamentaba que ahora, con el cine de superhéroes, fuera una cosa tan popular. Me gustaría saber tu impresión al respecto.

- Bueno, si el multiverso se convirtió en un cliché, lo que se me ocurre hacer al respecto es integrarlo al tipo de escritura (me gusta llamarla hiperpulp) que opera mediante la acumulación, aceleración y resignificación de clichés de géneros narrativos( multiversos, ucronías, space opera, ciberpunk, splatterpunk, bizarro, weird, etc). Todo género acelerado deviene vanguardia.

- ¿Por qué te interesan las ucronías?

- La ucronía me ofreció un armazón o andamiaje para mi proyecto en sus momentos iniciales; ahora la doy por sentado: cada cuento o novela que escribo es una ucronía en relación al anterior y los anteriores. Esto de alguna manera vuelve más difuso el concepto de ucronía, como también vuelve más difuso el concepto de “protagonista” (Federico Stahl, en definitiva, tiende a no ser otra cosa que un nombre).

Más allá de esto, durante buena parte de mi historia como lector encontré en las ucronías mi subgénero favorito. Ahora las pensaría en relación a la idea fisheriana de hauntología, a la hiperstición de la CCRU y a la noción ballardiana de futuros “sin concesiones”: si todo futuro que narramos es en definitiva el futuro de una ucronía, entonces el futuro “real” o “nuestro” sólo puede ser weird —y por tanto ya no es para ningún “nosotros” concebible—.

- ¿Cuál ha sido la evolución de tu editorial, Mig21?

- Mig21 empezó como un proyecto pandémico que ideamos junto a mi socio, amigo y compañero de tantas guerras culturales Víctor Raggio, con quien venimos trabajando juntos desde 1995, cuando militábamos en un grupo contracultural y underground de ciencia ficción. Entonces, en 2020, cuando tantas editoriales nuevas o pequeñas o independientes chocaban contra las librerías cerradas por las medidas de distanciamiento social, pensamos en ya no solo hacer que los lectores llegaran a los libros desde sus casas —en formato electrónico, es decir— sino que los libros fueran gratuitos. Comenzamos una serie de antologías periódicas que ofreciera relatos de ciencia ficción, fantasía, horror y todos los géneros y subgéneros que nos interesan. Tuvimos mucho éxito de lectores, y surgió la idea de incorporar la posibilidad de que esos lectores comprasen versiones en papel de los libros que íbamos editando, lo cual hicimos primero apelando a la librería online Lulu.com, y luego imprimiendo y reimprimiendo tiradas muy pequeñas para ofrecer en ferias y eventos locales.

Decidimos mantener ese perfil alternativo: no distribuimos, no mandamos a librerías ni a prensa. Quienes quieran nuestros libros en Montevideo nos escriben y nosotros se los llevamos personalmente. Quienes vienen del resto del mundo pueden comprarlos en Lulu.com y/o descargarlos gratis en PDF.

- Yo desde que soy editor escribo la mitad o menos. ¿Cómo compaginas la labor editorial con todo lo demás?

- Con Víctor —que es uno de los más importantes médicos genetistas de Uruguay— decidimos que nuestras ocupaciones principales y nuestras familias siempre irían primero, así que no tenemos conflictos. Cuando encuentro un rato disponible me pongo a maquetar o a hacer las portadas (siempre con IA) y de la difusión en redes; Víctor, de gestionar la impresión local y llevar las cuentas; ambos, de elegir cuentos y autores e intervenciones conceptuales e incluso performances.

- ¿Cuál es el panorama de la ciencia ficción en Latinoamérica?

- Creo que hace unos 10 años todavía no había recursos para empezar a responder la pregunta por la ciencia ficción latinoamericana; podíamos pensar, sí, en la ciencia ficción escrita en los países de Latinoamérica, pero no en una pauta emergente propia de una ciencia ficción latinoamericana. Sin embargo, a medida que empezaron a configurarse nuevas redes de circulación de textos —como editoriales que operan en conjunto lanzando libros en distintos territorios o reeditando textos publicados en otros países—, empezó a emerger un perfil más definido: una ciencia ficción influida por el weird, que tiene en la escena colombiana —con su núcleo en la editorial Vestigio y autores como Luis Carlos Barragán, Stephany Méndez, Hank T. Cohen y Karen Reyes— una suerte de epicentro, más recientemente replicado y modulado —hacia una forma de ciberpunk hauntológico— por escritores argentinos como Flor Canosa, Juan Mattio, Pablo Farrés y Agustín Conde De Boeck.

- ¿Y cómo relacionas tu obra ensayística con ser autor de new weird?

- Para empezar, yo no me considero autor de new weird. Es decir: pienso en ese término como manera de referir a la obra de autores como China Miéville, Jeff VanderMeer o Paul Di Filippo, e incluso te diría que buena parte de la gente, cuando piensa en new weird, en realidad está pensando en China Miéville, quien para mí está más cerca del fantasy constructor de mundos detallados que de cualquier otra cosa. Y a mí no me interesa tanto China Miéville, por más que sí haya disfrutado de algunos libros suyos, como La ciudad y la ciudad.

Entonces empezaría por pensar que lo que yo quiero escribir es old weird. O, mejor dicho, una versión “nueva” de ese old weird, arrojada a la máquina de La mosca junto a mucha ciencia ficción latinoamericana contemporánea, mucha escritura extraña en un sentido más amplio (que incorpore un territorio más digamos “experimental”, como lo que hacen en español mis maestros Germán Sierra y Francisco Jota-Pérez, o en inglés Amy Ireland, Mike Corrao, Joyelle McSweeney, David Roden, Jason Bahbak Mohaghegh, Louis Armand, Ansgar Allen, Evan Isoline y Blake Butler, o la escritura asémica de Kenji Siratori) y mucha teoría-ficción, como la del grupo AUDINT en Ghostcode.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).

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