Una imagen que se hizo muy conocida en todo el mundo fue la del Salto Ángel, ubicado al sur de Venezuela en el Escudo Guayanés. En 1949, una expedición de National Geographic demostró que era el salto más alto del mundo con 979 metros de altura (3212 pies). Pero poco se sabe del personaje que lo dio a conocer. Veinte años antes, un aventurero aviador estadounidense había volado, en una aeronave muy precaria, por esos territorios desconocidos que llamaban “el mundo perdido” tras una leyenda que hablaba de “una montaña de oro”. Sorpresivamente, cuando pensaba que ya había visto todos los maravillosos cerros, cortados en la cima en forma de plato llamados tepuyes, únicos en la tierra, un día despejado se topó con esa monumental caída de agua que emanaba de una de esas extrañas montañas y caía sobre una gran laguna.
Se llamaba Jimmie Angel y desde aquellos años a la enorme cascada sobre el Auyantepui se le identificó con su nombre. Su historia y aventuras están plasmadas en el libro El Ángel de Jimmie, escrito por un venezolano, también intrépido aviador y aventurero, Jimmy Marull, quien también sufrió un accidente en uno de sus vuelos acrobáticos, muy similar al que sufriera su admirado personaje 37 años antes y que lo llevó a la muerte luego de 8 meses en coma, decidió contar la historia de su colega explorador a quien había admirado e investigado sobre su vida durante más de dos décadas.
Durante la primera guerra mundial que finalizó en 1918 surgieron los primeros aviones fabricados y utilizados para la guerra con escasa tecnología y seguridad para los pilotos que incursionaron por primera vez en ese sistema de transporte.
Al finalizar el conflicto bélico, comenzaba la era de los grandes inventos. Apenas unos años antes los hermanos Wright habían registrado el primer vuelo sostenido de una aeronave más pesada que el aire. Casi todos aquellos pioneros del vuelo sin trabajo y sin recursos se convirtieron en los primeros exploradores en un mundo que se abría a esa nueva posibilidad de transporte abriendo rutas, explorando con apenas una brújula, un reloj y un mapa hecho a mano sobre la marcha, marcando los lugares propicios para aterrizar y recargar combustible. Entonces se decía que el promedio de vida de esos pilotos era de cinco años. Uno de ellos se llamaba James Crawford Angel Marshall (1899-1956) nacido en Misuri, Estados Unidos.
El autor de El Ángel de Jimmie podría decirse que es también descendiente de aquellos aventureros. Desde los tres años de edad volaba con su padre, también piloto, sobre el desierto de Atacama al norte de Chile. Su familia decidió emigrar a Venezuela. Jimmy Marull se inició como paracaidista deportivo, fue uno de los primeros promotores de las Alas Delta Ícaro, trajo a Venezuela los primeros ultralivianos y fue pionero de los vuelos deportivos.
Sus intrépidas aventuras lo llevaron al Libro Guinness de los récords, el 3 de diciembre de 1987 al volar en un ultraliviano modificado por él mismo para atravesar una estrecha caverna que cruza la cima del tepui, cerro Autana, en el estado Bolívar. Además de la coincidencia del nombre y las aventuras, Jimmie Angel es descendiente de una madre de la nación nativa americana Cherokee y Jimmy Marull es descendiente de la Comunidad Araucana de Chile, también conocida como Los Mapuches. Sus orígenes les ayudaron a comunicarse y a comprender a las comunidades indígenas que resguardaban el mundo mágico de los tepui.
Jimmy Marull no ha abandonado su pasión por el vuelo, y luego de 45 años mirando al país y al continente desde los cielos, sigue activo en variados proyectos, en libros que está por publicar, conferencias e instructor. Hoy en día vuela en globo y como él mismo nos los expresa, “eso es lo más cercano al contacto con Dios. Es dejarse llevar por el viento sin tener un rumbo fijo.
Esa coincidencia de dos aventureros que tu narras en el libro es el punto de partida de la historia que haces a través de Jimmie Angel contando su propia historia. Pero al mismo tiempo se expresa una admiración hacia aquel personaje y su historia. ¿Por qué te acercaste tanto a su vida, a sus descendientes, a sus amigos, y le seguiste sus pasos?
Si, Hay una historia de 26 años hurgando en la vida Jimmie y el mundo aeronáutico del cual soy parte y fundador. ¿Quién sabía de Jimmie Angel? Nadie sabía nada. Yo ya en ese tiempo estaba enamorado de ese territorio llamado Escudo Guayanés. De los tepui, de la tierra más antigua del planeta, del lugar geológico donde comenzó la vida del planeta tierra. Igual que Jimmie, mi tocayo, quien se enamoró de esa tierra y no podía dejarla. Estuvo años volando, supuestamente buscando “la montaña de oro” que nunca encontró, pero encontró la inmortalidad que fue un mejor premio que el oro.
Entrevisté a personas que habían volado con Jimmie Angel y me recordaban hasta cómo era su tono de voz, cómo eran sus gestos al volar, cómo eran sus manías y sus cigarrillos favoritos. Y todos esos datos hacen que yo tenga un retrato físico del personaje. Me llamó la atención no encontrar información de ese pionero de los años 20, así que busqué en los archivos del Smithsonian Institute en Washington, ubiqué al último hermano vivo de Jimmie Angel y a una sobrina, hija de su hermano menor, Karen White Angel, quien vino a Venezuela a reunir información para su proyecto, El Museo Jimmie Angel en Los Ángeles.
Luego de trabajar en múltiples actividades vinculadas a ese nuevo oficio de volar, que lo llevaron a viajar a muchas partes del mundo, como instructor, transportista o abriendo rutas y acercando a los pueblos en tiempos en que sus vidas podían terminar en el medio del mar o en la cabina de un avión, hay un episodio muy dramático en tu relato que es la primera incursión a ese territorio desconocido con un acompañante, quien es el que lo lleva a conocer la tierra de los tepui.
Acá se cruza la historia y la leyenda. No sabemos cuanto es historia real y cuanto es leyenda. En 1928, haciendo una escala en Panamá, una noche Jimmie se encontraba en un bar cerca de su hotel y su destino encarnó en un corpulento hombre, barbudo con extraño acento. Colocó una bolsa con nuggets de oro sobre la mesa y le dijo que estaba buscando un súper piloto que pudiera aterrizar en un sitio imposible con un pago de 5 mil dólares. Su nombre era McCraken. Sellaron el acuerdo con una botella de whisky y acordaron salir a la mañana siguiente.
Lo que decía Jimmie Angel es que McCraken tenía muy claro dónde había encontrado esa cantidad de oro en estado natural al alcance de la mano. McCraken guió a Jimmie con el avión por en varios rumbos para que Jimmie no recordara con exactitud cómo regresar allí. El hecho es que, en un momento dado, al volar sobre la cima de uno de los 133 tepui que son los únicos en la tierra. le dijo que aterrizara allí. Lo hicieron con mucha dificultad. Era un viejo avión Bristol, sobrantes de la primera guerra mundial, tenían motores Roll Royce, grandes tanques de combustible para muchas horas y una capacidad de aguantar golpes. Jimmie espera en el avión mientras el minero se bajó y regresó con gran cantidad de oro. Era más peso de lo que podía llevar el avión. Jimmie le advirtió que si quería que despegasen y salir de allí no cargara más oro.
El hombre no atendió la advertencia y siguió recogiendo oro y en eso una tormenta comenzó a aproximarse y en esas montañas, las tormentas son hasta de quince días. El viento iba a destruir el avión y lanzarlo por el borde vertical del tepui y ellos iban a quedarse. Allí no hay alimentos, hay una vegetación endémica aislada del resto del mundo. Así que Jimmie obligó al minero a subir y encendió el motor. El avión no tenía suficiente espacio para despegar y se lanzó por la pared de piedra. A pesar de un duro golpe en la cola contra la pared vertical, logró elevarse.
Llegaron a Ciudad Bolívar con apenas cinco litros de gasolina. En la noche, ya recuperados del susto, compartieron un whisky y regresaron a Panamá con el oro y los 5 mil dólares. Se dice que McCraken despareció con su oro haciéndole jurar a Jimmie que no intentaría regresar a ese lugar.
Ese fue el comienzo de su romance con esa región. Jimmie paso más de la mitad de su vida buscando la montaña de oro. Nunca la encontró. Once años después se encontraría con el salto de agua más alto del mundo.
Cuenta la leyenda que Jimmie recibió un telegrama del minero McCraken en 1931 en el cual le decía que se estaba muriendo, autorizándolo a regresar a la montaña de oro.
La aventura y el descubrimiento
Como narra Marull en su libro, las historias del oro en Venezuela ya circulaban entre los pilotos de la época. Una nueva versión de la existencia de El Dorado. Ese mismo año, 1931, una compañía minera de California comenzó a hacer exploraciones en Venezuela y Jimmie convenció a la empresa lo importante que sería tener un piloto y un avión propio. Se establecieron en Ciudad Bolívar y de allí viajaron hacia el sur donde instalaron un campamento en el río, a orillas del río Paviche, en la zona sur de la región. A punta de machete construyeron una pista para el avión y Jimmie comenzó a transportar gente al campamento, pertrechos por lo cual tuvo la oportunidad de volar por toda esa región guiándose por los ríos y estableciendo nuevas rutas.
En uno de esos vuelos, el 16 de noviembre de 1933, obligado por las nubes a atravesar por un estrecho cañón entre los tepuis, divisó por primera vez una caída de agua gigantesca. Volvió a pasar maravillado, la midió con el altímetro del avión y sobrepasaba los 3 mil pies de altura. Supo entonces que estaba frente a una de las maravillas del mundo. A ese peligroso cañón que había que atravesar para acercarse al gran salto de agua, se le conoció posteriormente como “El Cañón del Diablo”
De regreso a Paviche contó a sus compañeros lo que había encontrado pero lo ignoraron, acostumbrados de sus fantásticas historias.
Un tiempo después una joven periodista fue a visitar Paviche, así que un día Jimmie se las arregló para salir, llenó los tanques del avión y llevó a la joven periodista en un vuelo de cortesía. Había planeado llevarla al salto de agua sin decirles a dónde iba. Milagrosamente el Cañón del Diablo estaba despejado y el salto estaba más visible y radiante. Lo que vieron sorprendió a todos los que iban en el vuelo.
La joven periodista y fotógrafa de nombre Ruth Robertson hizo visible ese gran salto escribiendo en detalle todo lo que vivió en esa zona inexplorada. En 1949, acompañó a National Geografic para medir el salto y certificar su existencia. Cuando le preguntaron cómo se llamaba esa maravilla respondió simplemente Angel Falls.
El dios Kanaimé
El Auyantepui tiene un imponente cañón del cual se desprende la cascada más alta del mundo denominada por las comunidades de la región como “Kerepakupai vená”. En el llamado Cañón del Diablo se encuentran restos de unas sesenta aeronaves de todo tipo, cuyos pilotos subestimaron el riesgo de entrar volando en ese estrecho lugar, según lo cuenta en su libro Jimmy Marull. Para la cultura Pemón y Yekuana, ese es el hogar del dios Kanaimé al que temen los indígenas. Lo acompañan espíritus malignos que cuidan el salto de agua. De ese dios ancestral nos quedó el nombre de Canaima, que es hoy patrimonio de la humanidad y uno de los parques naturales más grandes del mundo.
Gran parte de esos exploradores y aventureros que hicieron visible para el mundo todas esas maravillas naturales, como los tepui, el Salto Ángel, las comunidades indígenas y los hermosos bosques, ríos y parques, vinieron de otras tierras y terminaron enamorándose y viviendo el resto de sus vidas en el mundo perdido.
Fue una época de pioneros, de emprendedores con E mayúscula; como Charles Limbert -con su cruce del atlántico, el vuelo solitario de 236 horas para llegar a París desde Nueva York y demostrarle al mundo que era posible cuando nadie creía en eso- o Amelia Earhart, la primera mujer que fue capaz de darle la vuelta al mundo, sola en un avión, pero desapareció en el Pacífico antes de completar su intento. La aviación era estrellarse y morir. Muchos, como Jimmie Angel, fueron pioneros en su tiempo porque se atrevieron a ir más allá de las limitaciones de los aviones que volaban a pesar de su construcción precaria. Yo me paro al lado del avión de Jimmie Angel y me da escalofrío. ¿Cómo ese señor, con aquel monstruo de metal y aquel motor poco confiable, fue capaz de hacer lo que hizo? Todo mi respeto, toda mi admiración. La mayoría ellos murieron volando. Hay un legado. Esas personas se lo jugaron todo para dejar ese legado histórico.
Jimmie continuó volando por esos parajes peligrosos. Su último avión, el Flamingo Río Caroní, estuvo treinta y siete años sometido al sol y a la lluvia en la cima del Auyantepui cuando quedó allí varado sin poder despegar, sus tripulantes, incluyendo su esposa, lograron salir de allí con vida tras varios días descendiendo sin recursos ni comida la gigantesca montaña vertical. En 1964 el avión fue declarado monumento histórico y rescatado mediante un operativo de la Fuerza Aérea Venezolana y llevado al Museo Aeronáutico de Maracay. Actualmente el Flamingo se encuentra en la entrada principal del Aeropuerto del Estado Bolívar. Otra vez sometido al sol, la lluvia y el olvido.
Al igual que su avión, como lo refleja Marull en su historia, el Salto Ángel (Kerepakupai vená) está gravemente amenazado por la búsqueda indiscriminada de oro y diamantes. Esta vez no por exploradores que recogían pepitas de oro con las manos a la orilla de los ríos, sino contingentes de mineros con excavadoras y químicos contaminantes como una plaga destructiva. Allá las comunidades siguen en alerta gran parte de ellas se han organizado para resistir y esperan que el Dios Kamainé intervenga y los haga salir de ese lugar sagrado.