Paula Pérez Alonso, la mujer que amaba a los libros y a los perros

En paralelo a su labor editorial, la escritora argentina ha construido una obra literaria exitosa y premiada, que va desde la intimidad a la política.

La escritora y editora argentina Paula Pérez Alonso. JULIÁN ATHOS
La escritora y editora argentina Paula Pérez Alonso. JULIÁN ATHOS

Hay dos momentos, dos escenas inaugurales, protagonizadas por dos hombres distintos que, sin saberlo, interpretan un rol secundario pero imprescindible. Dos escenas con poca diferencia de tiempo entre sí, que en la selección caprichosa, olvidadiza y afectuosa de la memoria componen un continuum. Ambas paralelas se tocan en un vértice, en la protagonista principal: Paula Pérez Alonso (Buenos Aires, 1958), hoy escritora y editora sénior de Planeta Argentina, ayer una niña criada en el barrio de Recoleta, Buenos Aires, quien, desde chica, creció con los ojos fijos en las bibliotecas de su padre y de su hermano mayor.

En la primera escena, Paula Pérez Alonso apoya un manual de Sociología, ancho y de tapa verde, en el pupitre de la escuela. Lo deja al lado de su carpeta, en un borde pegado al pasillo por donde camina la maestra. Paula, la niña Paula, estudiante de sexto grado, espera que su maestra observe el libro, que la crea capaz de leer con 11 años las teorías clásicas de Marx, Weber y Durkheim. Al ver el título, la maestra larga sonidos de aprobación y sorpresa, cuenta Paula, con una sonrisa debajo de lentes negros, en el patio de un bar en el barrio de Colegiales, Buenos Aires. “Yo tocaba el libro y le decía: ‘Me lo regaló papá’”.

En la segunda escena también hay libros. Paula es la menor de tres hermanos. Su hermano, nueve años mayor, fue su gran referencia. “Toda mi adolescencia leía lo que él leía”, dice. El hermano solía andar con un libro bajo el brazo: Sartre, Camus, Saint-Exupéry​, Herman Hesse, Nietzsche. Paula memorizaba obra y autor. Y, cuando se derramaba en sus manos algo del dinero familiar, iba a las librerías de la zona a buscar los mismos títulos. Luego volvía a agarrar los libros de su hermano. Los llevaba al baño y los enfrentaba a ambos como espejos. “Miraba lo que él subrayaba, y subrayaba lo mismo en los libros que había comprado, para ver qué era lo que le pareció importante.”

Paula, como una copista milenaria, como una lectora borgeana, entró a la literatura reelaborando con manos y ojos las lecturas de su padre y de su hermano mayor. La lectura antes que la lectura suceda. Un modo de aprender a leer, de hacerse invisible en los ojos del otro. La empatía y el descubrimiento a través de marcas ajenas, de huellas cercanas que alentaban un camino propio. Un camino que Paula Pérez Alonso, como un perro curioso y perdido, empezó a andar por la sombra, en silencio, al resguardo del sol cuando fulguraba y del cielo gris cuando amenazaba.

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Al terminar la escuela secundaria, Paula quería estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, la carrera estaba intervenida por la dictadura cívico-militar. Los profesores más valiosos estaban exiliados, desaparecidos o, en el mejor de los casos, vedados. La segunda opción fue estudiar Bellas Artes, una inquietud que venía del lado materno de su familia. Duró poco. La posibilidad de irse a Londres a estudiar periodismo fue una línea de fuga que no dudó en seguir. A Inglaterra viajó por dos meses y se quedó dos años, desde el 77 al 79. Estuvo de novia con un inglés, estudiante de medicina. Para sobrevivir, realizó trabajos pasajeros, precarios, de migrantes sin papeles de trabajo ni de residencia. En ese tiempo estudió literatura comparada y realizó cursos de periodismo con la BBC. “Fue una liberación total. Londres fue un antes y un después. Allá me enteré de la dictadura en Argentina. Yo vivía en una especie de cápsula, no tenía amigos ni primos ni familiares que militaran. Allá me entero de todo. Fue muy shockeante. Mi novio me decía: ‘Vos en qué mundo vivís’. Por suerte encontré ese filón, con gente con conciencia política y con información”.

Al volver, Paula tenía la certeza que su vida iba a ir por la lectura y por la escritura. Lectora de Hemingway y de sus máximas, pensó que el periodismo era el mejor modo para entrenar la mano. Era 1979, las carreras de humanidades seguían intervenidas en Argentina. Paula se metió a estudiar periodismo en un lugar que se llamaba Centro de Estudios de Buenos Aires (CEBA), con profesores de tendencia peronista: Raul Barreiro, José P. Feinmann, Fernando Devoto, entre otros. “Yo venía de una familia re gorila”, dice. Ahí Paula no encontró las herramientas de escritura que buscaba, pero sí otro modo de ver el mundo, no para sumergirse por entero, sino para seguir ampliando las posibilidades de existencia. 

Lo que no encontró en CEBA estaba en un taller de escritura. “Yo escribía desde chica, desde adolescente. Tenía varias novelas, pero malas. El taller al que fui, me ayudó a deconstruir ciertos mandatos de la literatura, como que tenía que decir algo fuerte o escribir como un varón. El taller me ayudó a meterme en lo lúdico de la escritura, a soltar la mano.” El taller lo daban Silvia Cohan y Ariel Rivadeneira, una pareja de argentinos que en la actualidad vive en Barcelona. Ella, novelista; él, poeta. “Dos genios. Muy distintos; él, ultra parco; ella, muy expansiva. Lo que hacían era desbaratar los conceptos que uno traía como lector adolescente”. Con ellos Paula publicó su primer cuento en 1983, en una antología que llamaron Hecho en taller.

En democracia, Paula se dio el gusto de entrar a la carrera de Letras en la UBA, en la época dorada donde los grandes docentes volvían a las aulas. Viñas, Pezzoni, Sarlo, Panessi, Lavandera, Ludmer, era el dream team que planteaba otra forma de leer. “En esa época hice laboratorios de escritura con Piglia. Éramos 15 nomás. Y raleaba. Era un lujo total. Nos incitaba a escribir y él nos leía. Nos citaba en el bar La Ópera y nos decía: ‘No empieces con un diálogo’. Piglia era muy generoso, te alentaba mucho. No hipercrítico. Era un lujo, tenía al más grande lector de la Argentina. Después, cuando me tocó editarlo, me temblaba la mano. Le edité El último lector, que lo iba a publicar por Seix Barral y después salió por Anagrama. Y la reedición de los primeros libros de cuentos. Un tipo increíble, humilde, yo me animaba a sugerirle cosas y él las tomaba. Me incitaba mucho a que escribiera. Yo había publicado mi primera novela. Era un tipo que tenía tiempo para otros. Hay escritores que lo tienen y escritores que no. Piglia sí lo tenía”.

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La primera novela que publicó Paula Pérez Alonso fue un éxito total, impensado, incómodo para una mujer a fines del siglo XX que escribía en silencio y en libertad, los fines de semana, a espaldas de los escritores hombres que leía y editaba para Planeta. La obra, que editó Tusquets en 1995, tiene el sugestivo título No sé si casarme o comprarme un perro. Otro acierto fue la tapa: una braco de Weimar sentada sobre una silla de director de cine, con las piernas estiradas, sensuales, desafiando a la cámara y al lector o lectora que se atreviera a levantar el libro. Otro acierto, el más importante: una historia local con fibras universales, que tocaba el aquí y ahora de una generación sin muros ni banderas.

Se vendió en librerías, supermercados, puestos de diarios. En diferentes países de América Latina y de España estuvo en la cima de las listas. Lo que se denomina un best seller. “Nunca imaginé que iba a vender lo que vendió, una historia chiquita, muy argentina. Cuando empezó a vender no lo podía creer. Mis amigas me decían, todo bien, pero qué es esto. En esa época éramos nosotras acompañando a los escritores varones y de golpe yo era una de ellos. Fue tal sorpresa que nunca me lo creí. Esto fue una cuestión azarosa. Algo genial que pasó, inesperado”.

La historia chiquita era la historia de todos, o de muchos. Como dice Liliana Viola en el prólogo a su reedición: “La historia de la muchacha que pone un aviso en el diario buscando un hombre capaz de competir con todas las bondades de un perro labrador... ¡y ganarle! admitía ser decodificada como una provocación, un grito de alerta y sobre todo, un enigma. El título proponía a quemarropa una duda existencial y absolutamente femenina”. Una de esas historias universales que se narran desde la intimidad, desde los muros de un departamento o un PH destruido. Los protagonistas: mujeres y sobre todo hombres que no encajaban con las formas del amor de un siglo que se apagaba, globalizados pero en soledad, buscando a alguien a quien querer, un cuerpo al que abrazar, humano o perruno, daba igual.

El éxito inesperado la llevó a recorrer pasillos de televisión, de radios, de diarios. Cuenta Paula que una de esas tardes se cruzó con el escritor Dalmiro Sáenz en un mismo estudio de televisión. Dalmiro se acercó y le dijo: “Paula, te tengo que instruir. Nunca digas un argumento en televisión. Vos tenés que decir: ‘Esta es la novela del no amor’, eso tenés que decir, y listo”.

Portada del libro No sé si casarme o comprarme un perro de Paula Pérez Alonso. TUSQUETS

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Paula empezó No sé si casarme o comprarme un perro antes de trabajar como editora de Planeta y lo terminó cuando por sus manos y ojos pasaban los libros de la Biblioteca del Sur, que marcaron un quiebre en la literatura argentina e hispánica. Paula se convirtió en editora gracias al editor y escritor Juan Forn. Ella venía de organizar con un amigo, Alejandro Manara, un congreso de editors, de editores que trabajan con los textos. Lo habían preparado desde el Consejo Argentino de Relaciones Internacionales. “Habíamos invitado a editores de buenas editoriales yanquis e ingleses que habían publicado a argentinos, a discutir el rol del editor, traducciones, etcétera. Estaban los editores de Puig, los de Pantheon que habían publicado a Tomás Eloy Martínez. Y Juan participó. Fue rutilante su participación.  Y ahí me dijo: ‘¿No querés venir a laburar conmigo a Planeta?’”.

A principios de la década de los noventa, en la industria del libro argentina, los libros iban de la máquina del escritor a la imprenta. No había un editor en el medio. Juan Forn había empezado a hacerlo para Emecé, a agarrar su “lapicito Forn”, como era conocido en el ambiente. “‘Voy a empezar un proyecto interesante’, me dijo. Biblioteca del Sur, una colección de argentinos. Yo fui sin ninguna experiencia más allá de ser lectora, y Juan tenía una confianza absoluta en mí. ‘Que lo leas vos es como que lo lea yo’, me decía. Me daba escritores grosísimos para que yo tuviera la última palabra”.

Desde entonces, Paula acompañó en la lectura y edición de libros clave, como Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, Larga distancia de Martín Caparrós, Prontuario de David Viñas. Y más acá en el tiempo, mientras abraza la taza de café con leche con las dos manos, nombra Sagrada familia de Luis Frontera, Yo nunca te prometí la eternidad de Tununa Mercado, Mi papá alemán de Mónica Muller, El salto de papá de Martín Sivak y el reciente La aventura sobrenatural de Betina González y Esther Cross. Y la lista y el trabajo continúan. “Como editora también me hace feliz haber publicado Falsa calma de María Cristoff y Un maestro y Cámara Gesell de Saccomanno. Además de Conocer a Perón, las memorias lúcidas y apasionantes de Juan Manuel Abal Medina; La verdad los hará libres, la primera autocrítica de la Iglesia católica a su participación durante la dictadura militar 1976-1983”.

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“Mi trabajo de editora fue full time, si hubiese trabajado menos quizás hubiera publicado más libros”, dice debajo de las ramas de un plátano.

La obra de Paula Pérez Alonso está compuesta por cinco novelas. Leídas en su totalidad se puede observar un juego, un doble movimiento céntrico y centrípeto que va desde la intimidad a la política y viceversa. Si en No sé si casarme... parte desde la intimidad de unos jóvenes para vislumbrar coordenadas políticas y epocales, en su segunda novela, El agua en el agua (Seix Barral, 2001), el camino es inverso: el origen de partida es un conflicto bélico, la guerra en los Balcanes, el cual da pie a preguntas íntimas, existenciales e identitarias en dos jóvenes bosnios, Vlado y Hanifa.  

“Lo político siempre tiene que estar presente, de alguna manera. Sin ser panfletario. Como algunas líneas de luz. Nudos que arman líneas de luz a lo largo de la novela”, dice. “Cuando empecé a escribir El agua en el agua me decían: ‘¿Por qué vas a escribir sobre eso?’. Juan Forn, Alberto Díaz, todos. Juan después se volvió un gran lector de literatura balcánica, después de 2001, pero antes no. Yo la escribí en los noventa. Como persona me interpeló el conflicto. Una guerra a fines del siglo XX, en Europa, en el patio trasero de Europa, pero Europa al fin. Como si nada se hubiera aprendido de lo que pasó en el siglo XX. Quería entenderlo. Esa necesidad de comprender, te lleva a investigaciones. Y era complicadísimo. La idea fue escribir qué pasa con dos jóvenes que no sienten una guerra como propia. Y que no saben qué hacer, que quieren tener una vida. Me encantó escribirla. Entre la investigación y la escritura estuve cuatro años”.

A El agua en el agua le siguió en 2008 la novela Frágil (Emecé), donde dos jóvenes, Bruno y Celeste, como espejos locales de Valdo y Hanifa, se hacen preguntas similares sobre la identidad y el pasaje a la adultez mientras cartografían las calles de Buenos Aires, de noche y de día. Ocho años después, Paula publicó El gran plan (Tusquets). Un regreso a las coordenadas gruesas de la política, un libro sobre Ezra Pound, también con mucha demanda de investigación. “La pregunta era cómo alguien tan brillante, tan vital, tan conectado a la vida, hubiese pisado el palito de la política, de Mussolini, del fascismo. Sus amigos le decían no te metes, y se metió ahí”.

Y en 2021, en la segunda temporada de la pandemia por covid-19, apareció Kaidú. En la tapa negra de Tusquets, otra vez un perro, y otra vez su nombre, el nombre de Paula Pérez Alonso en las mesas de luz, en las reseñas, en las bocas de lectores y lectoras que se recomiendan el libro como dándose un cariño.

Portada del libro Kaidú de Paula Pérez Alonso. TUSQUETS

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En el ‘Poder del perro’, la carta de despedida que Neil Gaiman le escribe a su perro Cabal, el autor británico dice que la compañía y el horizonte del animal lo ayudaron a redescubrir bosques y claros de los alrededores de su casa, mil veces transitados en soledad antes de encontrarlo. Algo similar le sucede a Aína, la protagonista de Kaidú, con el perro que le da título, movimiento y extrañamiento a la última nouvelle de Paula Pérez Alonso. Promediando el libro, la narradora dice: “Y yo, que apenas he salido del umbral de mi barrio, en poco tiempo estoy revolucionada; mi relación con el mundo ha cambiado. Kaidú abre mi posibilidad a un plano incógnito”.

Kaidú es un perro callejero que Juan, el novio de Aína, recogió en una perrera. Aína los conoce en simultáneo, completando de un flechazo cuasi onírico un triángulo amoroso que desborda los límites del lenguaje y, sobre todo, de las especies. En No sé si casarme o comprarme un perro, Paula dejaba planeando la pregunta sobre cómo vivir juntos en un mundo y una época hecha para vivir de a uno. La bella y recomendable Kaidú no es una respuesta automática al dilema binario planteado, por el contrario, es una salida borgeana, por arriba: arma escenarios para darle lugar a otros modos del amor.

En palabras de la autora: “Es disruptiva. Contra los estereotipos. Desestabiliza los conceptos tradicionales. Contra los dualismos y las dicotomías, borrar límites, fronteras. La naturaleza/ la cultura. Humano/no humano. Mujer /hombre. Sexo/género. Hombre/animal. Un mundo más amplio. Habitar las fronteras, el ‘entre’ deleuziano. Puede sonar pretencioso pero no, es una manera de vivir, de pensar. Habitar lo ambiguo, en contra de lo esencialista y los estereotipos cristalizados. Por una existencia fronteriza que sea liberadora”.

En 2022 Kaidú obtuvo el prestigioso Premio Nacional de Novela Sara Gallardo, que busca reconocer y visibilizar la narrativa actual argentina, premiando a la mejor novela publicada ese año. Para Paula fue una sorpresa la selección. “No me imaginé que lo iba a ganar”, dice, como si los premios fuesen algo que siempre les sucede a otros. En el jurado estuvieron Marías Rosa Lojo, I. Acevedo y Esther Cross. La elección final fue difícil. Entre las preseleccionadas había 10 novelas notables. “María Rosa Lojo me dijo el día del premio que había otra que estaba muy buena. Pero cuando se pusieron a charlar con el jurado, Kaidú se elevó”, dice Paula con una sonrisa, con el sol en la cara, iluminada, como elevándose.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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