No es infrecuente que, en algunas regiones, ciertos apellidos “ilustres” dominen sectores de la política y la sociedad en nuestros países del tercer mundo. Que dichos nombres infundan temor y sean motivo de adulación a partes iguales no es un misterio.
En Altasangre (Laguna Libros, 2025), primera novela de Claudia Amador (Barranquilla, 1998), nos encontramos con una familia de esta índole en la costa caribe colombiana, con la diferencia de que sus integrantes son seres que se alimentan de sangre humana.
Amador nos sumerge en la atmósfera previa al inicio del Carnaval de Barranquilla, donde la nueva reina Julieta Vanterroso será coronada para disfrute del público y su familia. Días antes del comienzo del jolgorio y el desenfreno, eventos inquietantes le indican a la joven que su coronación puede entrañar un significado distinto al que ha imaginado.
Mezclando brujería, deidades afrocaribeñas, vampirismo y letras de canciones típicas de esta festividad cuyos orígenes se remontan a celebraciones paganas antiguas, la autora nos muestra parte de la historia de la familia Vanterroso, en donde el hambre insaciable es un rasgo común.
Amador es autora del libro de cuentos Macrored, ganador de la Beca de Publicación de Obra Inédita del Ministerio de Cultura en 2023. Relatos suyos han sido incluidos en las antologías Fisura (2024) y Rituales para una piedra sangrante (2025) de Ediciones Vestigio, y en Las ciclistas: antología fantástica de autoras colombianas (2024) de Mirabilia.
Habiendo crecido usted en Barranquilla, ¿qué tan familiarizada estaba con las religiones afrocaribeñas y sus deidades?, ¿fue necesaria mucha investigación para la novela?
Creciendo en Barranquilla, una siempre escucha historias, hay referencias lejanas a prácticas afrocaribeñas. Pero también es cierto que la sociedad costeña —y colombiana en general— es profundamente católica. Sin embargo, ese cristianismo convive con un sincretismo muy marcado. La brujería, por ejemplo, aunque no se practique abiertamente, está presente: siempre hay alguien que conoce a una bruja o ha oído susurros sobre ciertas prácticas y tratos.
Para Altasangre investigué más a fondo. Quería entender bien esas prácticas, especialmente la religión yoruba, el vudú y rituales como el de las nueve noches, que aún se celebran en pueblos del Caribe. Un libro que fue clave en ese proceso fue Vudú y paganismo afrocaribeño, de Lilith Dorsey. Me ayudó a comprender estas creencias más allá de los clichés y a tratarlas con el respeto que merecen.
¿De dónde surge la idea de mezclar brujería, vampirismo y carnaval?
Creo que surge de mis gustos personales. Siempre me han fascinado los vampiros, pero también entendía que en el Caribe esa figura debía hibridarse con las creencias y la magia local. Me interesaba que estos vampiros no fueran europeos y nobles, sino criaturas con un linaje más místico, ligadas a figuras como la Sukuya, esa vampiresa caribeña que se convierte en fuego y chupa la sangre de los recién nacidos.
Así fue naciendo esta idea de una genealogía propia, una mezcla de vampirismo, brujería y carnaval, donde también se cuelan deidades como Lamashtu, una figura mesopotámica sangrienta, mitad vampira, mitad demonia. Era importante para mí que los vampiros de Altasangre tuvieran otro origen, uno más nuestro.
Altasangre es una de las pocas novelas de vampiros en nuestro idioma. ¿Por qué cree que no es un tema tan popular en América Latina?
Creo que sí hay literatura vampírica en nuestro idioma, aunque sigue siendo de nicho. Están La sed de Marina Yuszczuk, la saga de Carolina Andújar, Malasangre de Michelle Roche Rodríguez y varios más. Los vampiros nos permiten pensar en temas como la eternidad, el deseo, el apetito, la depredación…, preguntas que son universales. Tal vez lo que ha limitado su presencia en Latinoamérica es que muchos creen que el vampiro es una figura exclusivamente europea. Pero hay formas de situarlo aquí, adaptarlo al territorio. De hecho, varias voces ya lo están haciendo. La clave está en saber cómo trabajarlo, cómo dialogar con los arquetipos y transformarlos.
Es inevitable pensar en la escritora Anne Rice cuando se habla de vampiros en la literatura. ¿La ha influenciado de alguna manera, tiene alguna obra favorita de ella?
Totalmente. Anne Rice nos mostró que los vampiros también pueden tener alma, melancolía y contradicciones. Ya no eran solo depredadores: eran seres que cargaban con preguntas existenciales. Esa dimensión más íntima del vampiro cambió el rumbo de cómo los leíamos y percibíamos. Los románticos tomaban al vampiro como el tormento humano, Anne Rice transgredió eso atormentando a los vampiros. Mis libros favoritos suyos son Entrevista con el vampiro y La reina de los condenados.
En la costa existe una élite que domina la política y los reinados. ¿Cómo llegó a vincular esto con el vampirismo?
Más que una crítica directa, lo veo como un espejo. En Barranquilla las élites son evidentes, y eso encajaba perfectamente con la figura del vampiro como depredador. Me interesaba hablar del apetito, no solo físico sino simbólico: el hambre de poder, de belleza, de juventud, de estatus. Pero también quise mostrar los matices de ese poder: el poder viejo que se aferra, el poder joven que desea todo sin experiencia. El carnaval, además, permite que ese poder se tambalee, se disfrace y se descontrole.
En la novela, parece que los vampiros no le temen al sol. ¿Es así?
Sí, fue una decisión consciente. No tenía sentido que mis vampiros no pudieran habitar el territorio donde viven, un lugar cálido, soleado. Los vampiros europeos que visitan el Caribe sí se esconden del sol, pero los purasangre que viven allí desde hace siglos se han adaptado. La única cosa que no se adapta es el hambre. Esa fue la idea central: el apetito como fuerza constante, inmutable.
El vampirismo en Altasangre no se oculta: es símbolo de estatus. ¿Cómo se construyó ese cambio de paradigma?
En la novela, el vampirismo es visible y está institucionalizado. Hay una jerarquía clara: los purasangre, los mixtos, los humanos. Los vampiros son la élite, y muchos humanos desean ser mordidos para ascender socialmente. No buscan destruirlos porque sueñan con convertirse en ellos, como quien sueña con una visa, con salir del país, con que le ofrezcan una “mejor vida”. Es una sociedad híbrida, donde el vampirismo se integra a los ritos, la fiesta, el carnaval. Como pasa en muchos aspectos de la vida latinoamericana.
¿Cuáles son sus novelas o cuentos favoritos sobre vampiros?
Carmilla de Sheridan Le Fanu, La muerta enamorada y La novia de Corinto de Goethe, Drácula, por supuesto. También Lenore de Gottfried August Bürger y Leonora de Poe. La sed de Marina Yuszczuk, la saga de Anne Rice. En poesía, La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik, basada en el libro de Valentine Penrose, es fundamental para mí. Y no puedo dejar de mencionar El almohadón de plumas con ese bicho vampírico latinoamericano que se inventó Quiroga.
¿Quién le enseñó a quitar una mancha de sangre de una prenda blanca?
Yo misma. Las mujeres sabemos de sangre. Aprendemos a lavar para no perder ropa. Ver cómo se diluye una mancha en el agua, cómo el rojo cambia de tono, fue una imagen muy potente que me ayudó a cerrar la novela. Pensé mucho en un cuento de Mónica Ojeda, “Sangre coagulada”, donde describe los distintos tonos del rojo. Esa idea de que la mancha nunca se borra del todo, que queda como un fantasma, me marcó.
¿Qué autoras o autores han influido más en su narrativa?
Muchísimos. Edgar Allan Poe, Lovecraft, Anne Rice, Virginia Woolf, Sheridan Le Fanu, Vernon Lee (gran escritora que usó un seudónimo masculino), Pizarnik, Cortázar, García Márquez, Marvel Moreno —quien mejor ha narrado la sociedad barranquillera y lo monstruoso femenino—. Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Samantha Schweblin, Elaine Vilar Madruga, Irene Solá… La lista es larga, pero todos estos nombres han sido imprescindibles.
¿Qué viene ahora para Claudia Amador?
Por ahora, quiero que Altasangre siga su curso, que llegue a lectores, a ferias, a clubes. Y mientras tanto, seguir escribiendo, como siempre. Ya estoy trabajando en otro proyecto que aún está en proceso, pero me gusta pensar en los libros como procesos largos que maduran con el tiempo. Seguir leyendo, investigando y escribiendo: eso es lo que viene.