Cuando Ignacio Peyró despertó, Julio Iglesias estaba ahí.
Sus canciones no fueron la música de cuna que lo dormía en su casa madrileña ni la banda de sonido de sus primeros besos. Tampoco lo que sonaba en el coche de sus padres camino a la escuela, al menos voluntariamente. Quizá la voz de Julio aparecía al mover la perilla del dial en la radio, con su dicción cremosa, cantando “Bamboleo, bambolea / porque mi vida yo prefiero vivirla así”. Pero Ignacio Peyró, periodista y escritor, nacido en 1980, “cuando Julio estaba a punto de comprarse el primer avión”, no recuerda un altar a la sonrisa blanca del cantante flameando en el living familiar como una franja más de la bandera española.
—No había nada en contra, pero no se escuchaba —dice desde Roma, donde dirige el Instituto Cervantes tras encargarse durante cinco años del homónimo de Londres—. Tampoco había hostilidad contra él. Sí sonaba cuando ya era inevitable, por ejemplo en los 90, con el disco Raíces. Sonaba en radio a todas horas, y se metía en mi infancia. Sabía que Julio Iglesias existía y estaba allí.
Ignacio Peyró no imaginó de niño que pasadas varias décadas iba a escribir un libro llamado El español que enamoró al mundo, sobre la vida de Julio Iglesias. Una “crónica vital”, como la llama en sus palabras, que va por la cuarta edición. Un retrato de la vida del cantante desde sus comienzos tardíos a los 22 años hasta su retiro octogenario frente al mar (no hay Julio sin mar), pasando por la conquista del mundo con la mano derecha girando alrededor del ombligo, adentro o fuera del traje oscuro de solapa ancha, como si estuviera buscando la clave de una caja fuerte.

—Le tenía una mezcla de antipatía e indiferencia hasta que el hermano de un amigo mío, un tipo muy cool, que admiraba, de pronto lo escuchaba —dice Peyró haciendo transferencia de testosterona—. A mi Julio Iglesias me sedujo como sedujo a todo el mundo, con la imagen de cierta despreocupación, ligereza, hedonismo y demás.
Las 336 páginas de El español que enamoró al mundo funcionan como la clave de seguridad que abre esa bóveda llamada Julio Iglesias. Indaga en su misterio a cielo abierto, en el hombre que, como escribe Ignacio Peyró en la primera página del libro, “ha parado un penalti a Di Stéfano, ha sido amigo de los Reagan y los Clinton, ha actuado para Mitterrand e intimado con Sarkozy, ha cantado con Parton o Sinatra y —entre otros honores más o menos verosímiles— cuenta con un día oficial en Miami, una estrella en Hollywood y hasta la ciudadanía de honor de Benidorm.” Y la lista sigue. Una lista larga que Peyró, con un tono socarrón pero nunca burlón, se encarga de retratar en pasos breves, oscilantes, con el susurro de Julio en el oído, una hipnosis que no deseamos pero tampoco intentamos escapar.
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¿Por qué Julio Iglesias? Esa es la pregunta que más veces ha escuchado Ignacio Peyró desde que empezó el proyecto de investigación y escritura del libro. La insistencia ha sido tan repetitiva que desde el inicio, a modo de prólogo y de abre paraguas quizás, ensaya una respuesta.
—A mí me sorprende un poco tener que dar más explicaciones por un libro de Julio Iglesias que si hubiese escrito uno sobre Stalin o sobre Franco —dice—. Escribir este libro era una cronicón, una de las vidas más divertidas, no más ejemplares, del siglo XX. No te tiene que gustar algo para que tu le reconozcas un cierto impacto al menos.
El impacto de Julio Iglesias, sobre todo, es en cifras: en millones y millones de discos vendidos a lo largo y ancho de todo el mundo, que se tradujeron en millones y millones y millones de divisas. Sumados a los conciertos, publicidades (en el eslabón publicitario de Coca-Cola fue la continuidad de Papá Noel) y merchandising (un perfume o un vino llamado Julio Iglesias solo puede considerarse merchandising), su fortuna podría alcanzar para darle un préstamo internacional a un país ahorcado financieramente, donde seguro escuchan su canciones.
—Puede no gustarte Julio Iglesias, pero es un tipo que vendió cientos de millones de discos —dice Peyró—. El no ha querido ser más que lo que ha sido. No ha querido ser Leonard Cohen. Es lo que ha sido. Y eso fue suficiente para gustarle a casi todo el mundo.
Esta referencia económica es una síntesis de la variedad de su popularidad. Su presencia pudo abarrotar tanto aeropuertos en Tokio como convocar en un mismo concierto a Ana Botella y al juez Baltasar Garzón. Tal como afirma Payró, Julio Iglesias “fue el español más conocido del siglo XX tras Dalí y Picasso”.
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Ignacio Peyró venía de escribir libros sobre la cultura inglesa, como Pompa y circunstancia (2014), diarios sobre el oficio o la cocina o las penurias del periodismo, como Ya sentaras cabeza. Cuando fuimos periodistas (2020). También fue el autor de Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida (2018). Un libro de placeres visibles, a diferencia de los “placeres culpables”, como identifica a la escucha de las canciones de Julio Iglesias.
El español que enamoró al mundo es su primer libro con una figura popular en el centro. Antes de pensar en el libro que quería hacer, Peyró dejó en claro el libro que no quería hacer: ni un retrato psicológico, ni un ensayo del pop español, ni una investigación académica.
—Yo quería una biografía —dice—. Un libro que fuese como un chupito, que se lea rápido, que sea electrizante, que te tomas después de comer. Quería que fuese para el que conozca a Julio Iglesias y para el que no lo conozca. Y también para quién pueda venir. Salvaguardar la vida de este señor, que diera una idea cabal de quién fue este personaje.
La investigación para el libro fue más bibliográfica que territorial. Cuenta Peyró que tuvo a la revista ¡Hola! como lectura de cabecera, más notas de diarios y, en particular, biografías autorizadas y otras escritas con el cuchillo o la chequera entre los dientes. Peyró no pudo entrevistar a Julio Iglesias a pesar de haberlo intentado. Tampoco profundizó en su entorno, al modo de Gay Talese en su icónico perfil sobre Sinatra. El libro no tiene datos nuevos. Es un ensayo biográfico donde se destaca el tono y la prosa vinculada a la tradición del columnista español, con nombres emblemáticos como Josep Pla, Francisco Umbral o Guillem Martinez.
—En España hay una tradición de periodismo literario sólida, con una cierta trascendencia moral, es una buena herencia del siglo XX. Pla, Baroja, Camba. Hay mucha literatura española que tiene lazos comunicantes con el periodismo. Por momentos hay excesos, pero es una escuela que me gusta mucho.
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Peyró, que supo ser redactor de los discursos de Manuel Rajoy, presidente de España entre 2011 y 2018, lanza una hipótesis atractiva al comienzo de El español que enamoró al mundo. Palabras más palabras menos, dice que Julio Iglesias y el Real Madrid son los “únicos productos universales de la derecha madrileña”.
—Hay un cierto orgullito, una cierta españolidad que comparten. Algo de descaro. Venden mucha españolidad. Hay veces que no voluntariamente. Además, no solo tienen en común el éxito. Sino la capacidad para mantenerse en el tiempo, para lograr ser competitivos muchos años.
Julio Iglesias y el Real Madrid, son tótems blancos (camiseta y dientes) que están en el imaginario universal, que transmitieron valores asociados a la derecha, a una España conservadora y moderna, hegemónica y popular, victoriosa e internacional.
—Julio Iglesias, como español, expresa el valor de la despreocupación y ligereza en un país dado a lo solemne cuando no a lo práctico —dice Peyró—. Creo que tuvo también un momento de suerte, cuando todo el mundo creía que la Transición iba a salir mal y surgió de golpe una España más alegre, más joven. Una nueva generación de gente como Severiano Ballesteros, Plácido Domingo, Montserrat Caballe, el mismo Iglesias, que demuestran que hay una nueva España con muchas ganas de futuro, con mucha ilusión.
Peyró aclara que Julio Iglesias fue un hombre de su época pero diferente a muchos de sus contemporáneos. En los inicios de Julio Iglesias, en los tempranos 60, hay una generación que ve con horror a ese chico de buena familia, hijo de un médico popular y de una ama de casa devota. Una generación comprometida políticamente, que desde el principio no aceptó la propuesta estética ligada a Julio Iglesias. Incluso algunos de sus primeros managers lo veían así. En esa diferencia, disruptiva por lo tradicional, Peyró encuentra una cualidad.
—Hay que tener en cuenta que a Julio Iglesias le debemos que no tuvo la decencia de decirnos qué pensar, al contrario de tantos cantautores que nos han moralizado, que nos han regañado, que nos han hecho creer en la revolución, perseguir quimeras, vender utopías, mientras ellos se llenaban los bolsillos.
En el afán de encontrarle virtudes trascendentes, señala otro aporte en plena disputa por el lugar del idioma español en la presidencia de Donald Trump. Peyró recuerda que Julio Iglesias, hace 40 años, cantó en la Casa Blanca frente a un presidente republicano, Ronald Reagan.
—Julio Iglesias contribuye a normalizar el uso de la lengua española en Estados Unidos. Ayuda a afirmar la presencia de la lengua, de lo latino, en EEUU. Y va a ser el primero de los cantantes populares en entrar al mundo anglosajón, que luego le ha abierto la puerta a otros.
Vale aclarar que El español que enamoró al mundo no es un libro condescendiente con Julio Iglesias; al menos, no en su totalidad. Del mismo modo que marca su ascenso y brillo hasta conquistar el mundo, también Peyró muestra o, mejor, filtra “su grasita”, como recomienda en off una afamada cronista internacional. El libro también repasa su figura de machito vanidoso rodeado de hermosas mujeres, sus paternidades incompletas o ausentes (ahí anda el niño Enrique ofreciendo material para papers freudianos con un dejo pop), sus cicatrices por traiciones cercanas, y su derrota victoriosa e inevitable ante el tiempo que todo lo transforma y lo apaga.
Todo, o quizás convenga decir casi todo, salvo la certeza de que cuando nos vayamos a dormir, Julio Iglesias, el español que enamoró al mundo, seguirá estando ahí.