Horacio Castellanos Moya ha vuelto a escribir una novela sobre la familia Aragón. Es el momento de que nos reunamos los lectores para celebrarlo. Me tumbé a leer las desventuras de Clemente Aragón en El Salvador un viernes por la noche, pensando que el sueño iba a vencerme, y no me detuve hasta terminarlo de madrugada, tras todo un viaje de paranoias, intrigas e incertidumbres como a los que nos tiene acostumbrados: la novela sigue al protagonista exalcohólico, quien se ha acostado con la esposa de un general amigo suyo y teme que los puedan estar siguiendo, después de todos los problemas que le acarreó un padre comunista, en paralelo a las protestas callejeras cuando en 1972 la Asamblea Legislativa nombró presidente de la república al coronel Arturo Armando Molina.
Castellanos Moya es uno de los autores centroamericanos con mayor proyección, quizás no tenga grandes campañas publicitarias, pero seguro que merece el respeto de sus compañeros autores tales como Eduardo Mendoza o, en su momento, Roberto Bolaño. Eso es porque cualquiera que se acerque a una de las ocho entregas de la familia Aragón intuye que hay un gran proyecto allí, ligado a la historia de violencia de Honduras y El Salvador, pero también a un proyecto de estilo.
En anteriores novelas como El hombre amansado o Tirana memoria percibíamos el peso de la paranoia al sentir su protagonista políticamente acorralado y, en otras entregas, como Insensatez leíamos acerca de la obsesión con más o menos humor. En esta última entrega, Cornamenta (Random House, 2025), es la paranoia de la infidelidad la que tortura la mente de un Clemente Aragón, un cincuentón con los desajustes de testosterona de un chiquillo de veinte. Es divertido, ya que el hecho de tener aventuras había salvado a Clemente en momentos anteriores de las desventuras del clan Aragón, pero ahora la presión por guardar el secreto parece a punto de aplastarlo como una bota a un insecto.
Esta es la tercera vez que entrevisto al escritor y periodista hondureño (aquí la primera y la segunda entrevistas), así que desde hace unos días me pregunto cuál habrá sido su motivación en esta ocasión para forzarse a sentarse a escribir, sus planes con la saga Aragón o la importancia del deseo masculino que puede verse en sus novelas igual que en textos autobiográficos, como Envejece un perro tras los cristales.
En el pasado me confesó que no tenía la necesidad de escribir un libro al año, sino que su prosa despertaba con la alerta de algunas de sus motivaciones. Por tanto, ¿cuál ha sido el catalizador de la historia en esta ocasión?
El catalizador fue el hecho de que me había quedado el personaje de Clemen un poco en el aire. Yo lo tenía en las novelas como un referente, de pronto vi que ese personaje tan importante no tenía todo su espacio. No tengo mucha memoria, pero no había tenido la fuerza para meterme en él. No creas que pasó mucho tiempo entre este razonamiento y ponerme manos a la obra, sabía que era esa historia, ese momento, esa coyuntura de El Salvador, algunos de esos elementos ya estaban en otras novelas anteriores, entonces llevo la impresión de que he llevado mucho tiempo esta novela dentro, acercándome a ella, pero sin una voluntad de escribirla, acercándome también al personaje. Así que fue una escritura rápida, en la que no me detuve, la terminé hace dos años, en 2023. Creo que tenía yo una deuda con ese personaje y esa deuda la iba rumiando dentro de mí, meditaba sobre la infidelidad básica que lo mueve, y una vez que lo tuve todo me puse manos a la obra.
¿Cómo eligió la fecha de 1972?
La verdad es que ese momento ya había aparecido en Desmoronamiento, allí la esposa de Clemen, Esther, ya habla de su paso por Alcohólicos Anónimos y que estos están implicados en el golpe de Estado. Era el momento en que toda esa red de conspiraciones, de intensidad política, atrapa a Clemen. Es algo que había ido pensando, Clemen estaba pendiente de desarrollo, llegó en el momento preciso, con el golpe de Estado fracasado. Es entre las elecciones y el golpe que sucede la novela.
En Tirana memoria exploraba la paranoia del golpista, aquí vemos la paranoia del que pone unos cuernos. ¿Qué interés tiene en explorar el adulterio?
Tenía interés en explorar la infidelidad en sí. La ley convierte la infidelidad en adulterio si hay matrimonio, pero la infidelidad puede seguir existiendo sin la ley. Me parecía que, a través de Clemen, podía lograr expresar esa patología, esa forma de concebir las relaciones humanas que es bastante predominante en Centroamérica. Quizá porque son países tropicales, quizá porque son países donde la vida es inmediata. Se dan muchas situaciones en que la infidelidad es casi una ley en muchos círculos. Quería saber cómo era llevar eso al extremo en el sentido del poder del hombre, acostarse con la esposa del jefe de policía. Entonces esa situación extrema, que es pura ficción, que nunca conocí en persona, me permitía llevar al máximo esa tensión paranoica y esa ilusión sobre sí mismo que tiene Clemen de que puede engañar a los demás. Al final es todo una exploración sobre la mentira, sobre cómo Clemen se miente a sí mismo todo el tiempo. Al mismo tiempo que tiene una moral y caridad en Alcohólicos Anónimos, al mismo tiempo que tiene una fe, vive en la contradicción extrema porque no controla su sexualidad. Para mí esa contradicción, esa fricción, es el detonante de la novela.
¿Hay algún motivo narrativo por el que quisiera incluir a Alcohólicos Anónimos?
Sobre este tema la verdad es que investigué muy poco. Necesitaba nada más lo esencial. Me parecía una manera de expandirse hacia otro mundo, el de la lucha libre, y también el de las élites militares que preparan el golpe de Estado. Eso sí es un hecho muy conocido que muchos militares en Centroamérica son muy borrachos y, luego, cuando van subiendo en el escalafón, se convierten a Alcohólicos Anónimos para tener menos problemas, pues el alcohol da muchos problemas. Entonces, el hecho de que Clemen sea el organizador de estos grupos permite que la trama se expanda.
¿Cuál es el verdadero problema de Clemente?
Clemente tiene tres problemas, aunque no sabe cuál de ellos es el que lo va a matar. Un problema es el adulterio y ponerle los cuernos a un hombre muy poderoso. El segundo problema es hacer proselitismo de Alcohólicos Anónimos en un medio tan complicado como el de los luchadores, en el que hay policías metidos que se lo toman personalmente. Y el tercer problema es quedar en medio de dos facciones militares que se disputan el control del Estado. Esos son sus problemas, va rotando entre ellos, y al final resulta que los tres están relacionados y no son excluyentes.
¿Es la infatuación o el deseo algo trágico?
La infatuación puede tener un sentido trágico: el creerse por encima de las propias condiciones puede llevarlo a uno a la tragedia. Clemen tiene una contradicción permanente, pero resulta que al final hay un cuarto problema que no logra desactivar, que la mujer con la que ha tenido una relación adúltera no solo es adúltera con él, también con otros bastante peligrosos. Clemen alcanza a ver que esa mujer se mete con otro oficial, pero no alcanza a ver el riesgo que implica. No prevé que pueda haber una reacción por parte de la competencia adúltera, ahí le falla el olfato.
Hablemos del final: ¿dónde quería llegar con ese desenlace entreabierto?
No queda claro a propósito, porque en los países donde la justicia no funciona es muy difícil saber el culpable de un crimen. Está claro que quienes lo matan pertenecen a una unidad de policías, porque han aparecido antes, pero ¿quién da la orden? No queda claro. Ese tipo de crímenes queda en el aire en Centroamérica, aunque en el epílogo hay algunas explicaciones.
¿Y esa última y descorazonadora frase «Y sí, el crimen quedó impune»?
Es un broche de realismo histórico, como han quedado impunes tantos crímenes en Centroamérica durante esa época; digamos que ese final está amarrado a la historia.