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La escritura luminosa de Tomás González

El autor colombiano es un referente en Latinoamérica. Ahora publica en España ‘La luz difícil’, una novela con “dimensión autobiográfica”.

Barcelona
El escritor colombiano Tomás González. CAMILO ROZO

El perfil del escritor colombiano Tomás González (Medellín, 1950) es conocido para muchos lectores en Latinoamérica, y especialmente en los círculos literarios de su país. A sus 73 años y con más de veinte libros publicados, el autor llega ahora a España con una nueva edición de La luz difícil (Sexto Piso, 2023), novela publicada originalmente en 2011.

González plasma en esta obra el duelo y los sentimientos más profundos del ser humano ante la pérdida de un ser querido, y cómo el paso del tiempo transforma el curso de la vida. La novela está narrada en primera persona por el personaje de David, un hombre que se enfrenta a la pérdida inminente de su hijo Jacobo y, simultáneamente, en un juego temporal, a la pérdida de la vista. Esto también representa la pérdida del deseo por la pintura y la escritura, ejes de contención del personaje a lo largo del relato.

En una entrevista a distancia que revela su poco deseo de lidiar con los focos, entre correos electrónicos que van y vienen, el novelista y poeta nos habla sobre el disfrute de la madurez de la vida, su confianza en que los libros se venden por sí solos y cómo la experiencia de los otros y la suya propia influyen en la escritura.

- Pareciera que La luz difícil habla sobre el duelo, pero va más allá de eso: es sobre la aceptación de todas las experiencias que nos atraviesan en la vida, desde la felicidad al horror. ¿Cómo te acercaste a todo lo que narras en esta novela, en especial al dolor, las secuelas de un accidente o la enfermedad y la muerte del hijo?

- Se produjo una confluencia. Yo siempre había querido escribir sobre la muerte de mi primo Ramiro González, hijo de mi tío Fernando, filósofo y escritor. Ramiro murió de leucemia cuando cursaba el último año de Medicina, y para Fernando el golpe fue tan brutal que dejó de escribir. Se encerró desde entonces en una especie de socavón oscuro, en un duelo largo del que logró salir más de 10 años después, cuando volvió a escribir. Lo hizo con mucha alegría y profundidad, como un iluminado. De modo que yo tenía aquello de Ramiro y Fernando por un lado. Después, ya en Nueva York, traduje para una serie de televisión el reportaje del hermano de un futbolista que, con su ayuda, recurrió a la eutanasia para escapar de los dolores insoportables que le habían quedado de una lesión que además lo dejó parapléjico. El viaje a Portland de la novela es tomado del que hicieron los dos muchachos en su cita con la muerte. Y tenía eso del futbolista por otro lado. Todo parecía juntarse.

En 1998, a Dora, mi esposa, le diagnosticaron esclerosis múltiple progresiva, lo cual fue una fuente de aflicción intensa para los dos, por supuesto, y además abría para nosotros la agobiante posibilidad de la eutanasia. Fue un tiempo muy oscuro. La aflicción del protagonista de la novela es extrapolada de la mía propia, de la nuestra. Apareció de repente el título, como de la nada, y con él el tono general del relato y la dimensión de búsqueda artística del protagonista que, en cierta forma, es parecida a la mía. Todos los elementos para la escritura de la novela se habían alineado y ahora lo único que debía hacer era escribirla.

- En España la eutanasia es legal desde 2021. Desde entonces es un tema que se ha politizado. La experiencia en el libro es liberadora, ¿cómo te enfrentaste a esta posibilidad en la ficción?

- Para mí era claro que no quería escribir una novela politizada. Nada de debate. Los hechos y sólo eso. Al fin y al cabo, para la persona que ya ha decidido recurrir a la eutanasia, el debate político-moral sobre el tema se hace irrelevante. El eje de la novela no es, pues, la eutanasia, sino la aflicción del padre, que va a apoyar a su hijo en aquello que al fin decida hacer. El tema es, entre otros, esa asombrosa capacidad del ser humano para alcanzar los límites del dolor y la aflicción y para recobrar, aumentado incluso, el gusto por la vida.

- Luego de escribir esta novela ¿crees que debemos tener la libertad de elegir nuestra propia muerte sin limitantes?

- Creo que no tenemos ninguna obligación de esperar como corderos o gallinas a que Dios o como se le quiera nombrar decida acabar con nosotros. Cuando la persona está ya hecha y derecha, adulta, su vida le pertenece enteramente, y debería estar en libertad de terminarla en cualquier momento y por la razón que sea. En alguna parte leí de un inglés que se colgó porque estaba cansado de vestirse todos los días. Eso dijo en la carta de despedida. El motivo es medio cómico pero es de peso, a mi modo de ver, y es real. Es la fatiga de ser. Estaba cansado de vivir, de vestirse, de defecar, de lavarse los dientes, y ejerció su derecho a morir dignamente. Podría haber limitantes y a los legisladores correspondería establecerlos. Alguien demasiado joven que aún no entiende lo irremediable de la muerte podría querer matarse para hacer sufrir a la novia que le dejó por otro, por ejemplo. Por vanidad.

- ¿La literatura puede lograr describir y trasmitir el dolor físico?

- Los dolientes mismos son muy elocuentes y alcanzan bastante calidad literaria al describir sus males: “Es como si me enterraran una aguja al rojo vivo por aquí, doctor, y me la revolvieran por dentro”, o “es como si una mano gigante me apretara el corazón y ya no quisiera soltarlo”. Para describir el dolor, lo único que tendría que hacer el escritor sería transcribir lo que dicen los pacientes y, cuando es demasiado intenso, de aquellos que llevan al desmayo, la palabra que mejor lo describe es precisamente “indescriptible”. Una amiga me dijo un día que ningún hombre podía ni medio imaginarse lo que son los dolores del parto. Indescriptibles. Se puede, pues, describir el dolor, pero no transmitirlo. La descripción podría ser tan eficaz que el lector casi lo sienta, pero no podría realmente sentirlo, imposible.

- En la Luz difícil una familia migra de Colombia a Estados Unidos y vive muchos años en Nueva York. ¿Por qué era importante para la historia reflejar ese viaje?

- La novela tiene una dimensión autobiográfica que utilicé para la estructura y las locaciones del relato. El recorrido de David y familia es casi idéntico al nuestro: Bogotá, Miami, Nueva York, Chía, La Mesa de Juan Díaz. Y el apartamento de la Segunda con la Segunda, en Nueva York, con ventanas al Marble Cemetery, donde viven ellos, fue donde vivimos Lucas, Dora y yo muchos años. Los tres hijos son variantes de Lucas, que, dicho sea de paso, es alto, corpulento, de mucha fortaleza moral e intelectual, amable y con muy bonitos tatuajes de flores y reptiles. Sara tiene su parecido con Dora; y yo, aunque mucho menos sereno y sabio, en algo me parezco a David.

- Existen varias anécdotas en torno al amor. Una me llamó la atención y es la afirmación de David, el narrador, de que el amor en personas de origen campesino dura dos años y luego es irrelevante. ¿Mantienes esa idea?

- Esa afirmación es de David, como bien dices, no mía, pero tal vez él tenga razón. Lo cierto es que los campesinos no tienen tiempo para decir a cada rato “te amo” como se hace tanto ahora, influenciados como estamos por los programas estadounidenses de televisión. Hay que madrugar para ordeñar y encender la estufa, que en muchos sitios sigue siendo de leña o carbón. Hay que salir a echar azadón después del desayuno, él, y cambiar pañales, ella. Así que los arrumacos del noviazgo duran muy poco luego del matrimonio. Los dos años que menciona David quizás sean muchos.

- Uno de los personajes secundarios tiene mala ortografía y David se lo hace saber, ¿crees que le damos demasiada importancia a las reglas del lenguaje a pesar de que nos entendemos sin ellas?

- Es cierto que la misma leche da la vaca que la baca, como dice David, pero no creo que nos vaya a gustar mucho ver El romansero gitano en la vitrina de una librería o El coronel no tiene quién le escriva o El lasarillo de Tormes. Las convenciones alcanzan a ser tan sólidas y duraderas como las piedras.

- El personaje de Sara es el de la madre cuidadora, mientras que el de David es el de un padre que se siente incapaz de cuidar. ¿Los hombres pueden llegar a ser cuidadores o es algo que va con el sexo?

- Cada día hay más hombres que trabajan cuidando la casa, cocinando, cambiando pañales, y mujeres que salen a trabajar de ejecutivas, o de arquitectas, o de chefs, y se encargan de traer el cheque mensual. Ya las mujeres no se mantienen en el embarazo perpetuo que durante milenios las obligó a ocuparse del hogar, como ocurrió en el mío. Fue notable ver a Ángela Merkel con los gestos y la ropa del ama de casa ocuparse con total solvencia de los problemas de Estado. Notable y además tranquilizador. “No se preocupen, niños, que la mamá tiene la economía bajo control”. Si el mundo es nuestro hogar, lo natural sería que lo manejaran y lo cuidaran las mujeres. Muchas de las que salen de la casa probablemente van a ejercer sus profesiones con el mismo espíritu eficiente y cariñoso con el que antes administraban el hogar. Todo muy limpio y nada de guerras.

- Se usa mucho la palabra próstata” para hablar de hombres viejos. ¿Qué tan condescendiente somos con el irremediable destino del cuerpo humano? ¿Cómo debe ser una sociedad con sus ancianos para que no estén bañados en soledad y silencio?

- Hay condescendencia, cierto, y tal vez tenga que ver con la disminuida capacidad de producir mercancías, bienes, que es el motor de esta sociedad. El abuelito se equivoca mucho en la línea de producción. Pobrecito. Al abuelito lo archivan entonces y lo quieren mucho y pierde la autonomía antes de tiempo. Pero si el anciano tiene su pensión, su seguro de salud y demás no tiene por qué dejarse archivar por más diminutivos “cariñosos” que le endilguen. No sólo eso. Precisamente a esa edad, por lo que ha vivido, por su experiencia, estaría en capacidad de guiar el destino del grupo, como ocurría con los consejos de ancianos, autoridad máxima en muchas sociedades anteriores a la capitalista. Y aún en la capitalista. Biden no es ningún pipiolo, y tampoco lo fue Carter, ni Reagan, de infausta memoria. A ese último la vejez, la mucha experiencia, le potenció su ya tremenda capacidad de hacer daño. No era un abuelito: era un anciano dañino.

- ¿Le falta luz a la vejez?

- A medida que avanzo en ella me va pareciendo que no. Para mí, hasta ahora ha sido la mejor edad, a pesar de los problemas de encías, las cataratas, el insomnio y los ocasionales dolores de rodilla. No creo que en mi vida haya ahora más luz que antes, tampoco menos, pero la que hay puedo disfrutarla con mayor tranquilidad. Como cada día tengo menos futuro, el presente se va imponiendo con toda su fuerza y toda su luminosa, infinita riqueza.

- Si no tuviéramos concepción del tiempo, ¿sería mucho más fácil entender la muerte como parte de la vida?

- Nuestra concepción del tiempo tal vez sea lo que nos hace creer en un estado de posmuerte donde, aunque despacio, este sigue fluyendo. En nuestra concepción, en nuestra mente, en nuestra imaginación, el tiempo no puede detenerse. En la realidad, sin embargo, no en la mente, el tiempo somos nosotros, el latido de nuestro corazón es el tiempo, y cuando nos morimos todo se acaba, incluido el tiempo. Sigue la vida allí mismo donde la dejamos, pero ya sin nosotros.

- Eres muy conocido en Colombia y en Latinoamérica. “El secreto mejor guardado de la literatura colombiana”, dicen muchos. Yo te conocía por amigos lectores, pero ¿por qué crees que tus libros han tardado en llegar a España?

- No he hecho mucho por promover mis libros, tal vez se trate de eso. Soy de la idea de que los libros se tienen que mover solos y que al autor sólo le corresponde escribirlos lo mejor que pueda. Bueno, no solos, pues están los editores. Quiero decir sin que los empuje el autor, pues llegará irremediablemente el momento en que este se muera y deje de estar detrás de la carretilla de helados —como bien dice un colega y amigo, Antonio García— y entonces se podrían ir calle abajo. Yo prefiero que los míos se vayan calle abajo mientras yo pueda darles vida artificial. Ahora llegó a España La luz difícil, que ha tenido muy buena acogida entre los libreros y los críticos, y llegó con muy poca intervención de mi parte. Los editores de Sexto Piso se pusieron en contacto conmigo y sólo tuve que decir que sí, que, si les interesaba, la publicábamos. Y están haciendo un magnífico trabajo de divulgación y promoción, tal como corresponde a los editores, como te decía, no al autor.

Periodista cultural y especialista en marketing digital. Creadora y editora de la web feminista Culturetas. Jefe de producto de The Objective. Colaboradora de medios como Letras libres, Altaïr MagazineLetra global y Be latina.