Seis semanas que agitaron La Habana

La visita de Obama a Cuba en 2016 trajo promesas de cambio. Cinco años después, la isla afronta graves problemas económicos y sociales.

Raúl Castro y Barack Obama, en el Palacio de la Revolución de La Habana, el 21 de marzo de 2016. ALEJANDRO ERNESTO
Raúl Castro y Barack Obama, en el Palacio de la Revolución de La Habana, el 21 de marzo de 2016. ALEJANDRO ERNESTO

“¿Qué bolá Cuba?”. Con esa cubanísima expresión en su cuenta oficial de Twitter, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aterrizaba en La Habana la lluviosa tarde del 20 de marzo de 2016, hace poco más de cinco años. Fue el primer mandatario estadounidense en activo que pisaba la isla en 88 años y el único hasta ahora que llegaba a la Cuba revolucionaria. Lo hacía para sellar un deshielo diplomático que él y Raúl Castro habían iniciado quince meses antes para apagar el último rescoldo de la Guerra Fría.

Ese acercamiento histórico, anunciado sorpresivamente en diciembre de 2014, se urdió entre bambalinas meses antes, en un momento en el que Cuba, bajo la batuta de Raúl Castro, había emprendido un proceso de reformas económicas y sociales, que pasaban por facilitar los viajes de los cubanos al exterior, autorizar la compra-venta de casas, ampliar la iniciativa privada o “cuentapropismo” y flexibilizar la inversión extranjera. Ese ambiente aperturista en la isla —que nunca implicaría un cambio de sistema político— y la llegada de Obama a la Casa Blanca, con una renovada disposición al diálogo, allanó el camino de la reconciliación entre dos naciones vecinas enemistadas durante medio siglo.

“Había una atmósfera de expectación y respeto, aunque sin gran efusividad. Creo que había cierta incredulidad entre los cubanos. Casi sesenta años escuchando que EEUU era el enemigo y esos días su presidente era recibido con honores por el Gobierno cubano”, recuerda el cineasta y periodista Rolando Almirante, que esos días tuvo la oportunidad de seguir la visita del mandatario en primera línea por motivos laborales.

Para Almirante, de 54 años, la llegada de Obama a la isla supuso un “cambio de paradigma”: “Para muchos cubanos que crecimos en pleno diferendo con EEUU y que sufrimos décadas de agresiones e injerencias, fue un cambio muy relevante que pasáramos a conversar de igual a igual, para aprender a convivir con respecto y en paz con un vecino tan poderoso. La visita de Obama nos hizo ver que eso era posible”.

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Palabras y símbolos

El plato fuerte de los tres días de visita oficial fue el discurso que Obama ofreció a los cubanos desde el Teatro Alicia Alonso de La Habana y que casi toda Cuba siguió en directo pegada al televisor como años antes seguían los del Fidel Castro. Obama apeló al diálogo y la reconciliación, no solo de Cuba y EEUU, sino también de los cubanos de dentro y fuera de la isla. “Esa reconciliación del pueblo cubano, de los hijos y nietos de la Revolución con los hijos y nietos de los exiliados, es fundamental para el futuro de Cuba”, clamó Obama, que dedicó gran parte de su valiente intervención al exilio, los emprendedores, los jóvenes y la sociedad civil en general.

Aunque el presidente estadounidense también se dirigió directamente a Raúl Castro: "Usted no debe temer una nueva amenaza de EEUU y, por su compromiso con la soberanía y la autodeterminación, tampoco debe temer las voces diferentes del pueblo cubano”, dijo a su contraparte en un claro guiño a la disidencia.

“Se dio demasiado bombo y platillo a la visita, pero a la hora de la verdad no cambió nada”, lamenta Orietta Díez, que en 2014 emigró con su marido y dos hijos a Miami y vivió el deshielo “desde el otro lado”. “Irme fue la mejor decisión que he tomado en mi vida, aquí mis hijos crecen con menos limitaciones”; asegura esta oftalmóloga cubana de 42 años, convencida de que Cuba necesitaba hace cinco años y todavía hoy “cambios profundos y urgentes” que deben venir desde adentro.


GALERÍA: Cuba 2016


La visita de Obama estuvo cargada de símbolos que apuntaban a una nueva era en la relación y dejó escenas para la historia: un presidente estadounidense fotografiado en la Plaza de la Revolución con la efigie del Che Guevara a sus espaldas; y en ese escenario de arengas antiimperialistas de Fidel Castro sonó el himno del antiguo enemigo y ondearon las barras y estrellas. También las instantáneas de Obama y un sonriente Raúl Castro disfrutando de un amistoso de béisbol —pasión a los dos lados del estrecho de la Florida— entre la selección cubana y los Tampa Bay Rays en El Latino. En los albores de la Revolución, ese estadio fue el escenario donde el mayor de los Castro anunciara las primeras nacionalizaciones de empresas estadounidenses.

Obama, en la plaza de la Revolución de La Habana, el 21 de marzo de 2016. ALEJANDRO ERNESTO
Obama, en la plaza de la Revolución de La Habana, el 21 de marzo de 2016. ALEJANDRO ERNESTO

Pero el sueño duró poco: el Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) que se celebró un mes después rescató la retórica antiimperialista del pasado y atrincheró al Gobierno en la ortodoxia revolucionaria. A los sectores más duros del partido no gustaron ni el entusiasmo de los cubanos hacia Obama —bromeaban con que fue el mejor alcalde de La Habana porque su visita sirvió para remozar edificios ruinosos y tapar los eternos baches en las calles de la capital—; ni sus mensajes de apoyo a la sociedad civil para alentar un cambio de sistema. No solo se vivió un repliegue ideológico, sino que se frenó la iniciativa privada, se agudizó la represión contra opositores y se persiguió el activismo y periodismo independiente.

“La presencia de Obama profundizó aún más la distancia entre la sociedad civil cubana y el gobierno, que no calculó bien el impacto de la visita. Pensaron que podrían manejarla dentro de la dialéctica interna. Como no funcionó, el poder retornó a sus posturas más radicales y enfrió la relación”, explica Manuel Cuesta Morúa, una de las voces más respetadas de la disidencia cubana y que tuvo la ocasión de reunirse con el mandatario estadounidense durante su visita.

El triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2016, aupado con los votos del exilio cubano más recalcitrante y anticastrista de Miami, hizo el resto. Sus medidas encaminadas a endurecer el embargo y aislar al régimen fueron un giro de 180 grados respecto a las políticas de Obama, el hielo del deshielo. El PCC reculó y Trump “trancó el dominó”, como dicen en Cuba.

Según el líder de la Plataforma Cuba Plural —que apela a reformas democráticas en la isla—, la distancia entre gobierno y pueblo es hoy “un abismo”, ahondado por la crisis y bajo el nuevo mando de Miguel Díaz-Canel, delfín de Raúl Castro desde 2013 y elegido por éste su sucesor, un relevo generacional en dos fases que comenzó en abril de 2018, cuando éste asumió la presidencia de la isla, y que concluyó el 19 de abril de 2021, fecha del fin del “castrismo” en la que el pequeño de los Castro se apeó definitivamente de poder.

Dos meses antes de cumplir 90 años y cumpliendo con el límite de dos mandatos en todos los cargos públicos que él mismo impuso, Raúl Castro cedió a Díaz-Canel, de 61, el testigo como primer secretario del Partido Comunista, el puesto de mayor influencia en el país puesto que el partido es el “organismo rector de la sociedad cubana”, según la Constitución.

“Este nuevo liderazgo no cuenta con la legitimidad de pertenecer a la generación histórica de la Revolución que luchó en la Sierra Maestra”, matiza Cuesta Morúa, Premio Ion Ratiu en 2016 por su labor en favor de la democracia. Para muchos críticos, este rejuvenecimiento del poder el Cuba es un cambio cosmético, una continuidad del castrismo sin un Castro al frente. El propio Díaz-Canel —un hombre discreto y trabajador que ha escalado a lo más alto del partido desde la cantera de jóvenes comunistas— admitió el mismo día que se estrenó como primer secretario del PCC que consultará con Raúl las cuestiones importantes que atañen al futuro del socialismo y de Cuba.

“Mientras viva estaré listo con el pie en el estribo para defender el socialismo”, advirtió Raúl Castro en su despedida, en la que dejó claro que, aunque se jubile, seguirá influyendo detrás del telón en el país, que gobernó durante diez años después de décadas como el eterno número dos de su hermano Fidel.

La banda sonora del deshielo

La presencia de Obama en Cuba también tuvo una banda sonora muy especial. Solo tres días después de que el mandatario abandonara la isla, The Rolling Stones ofrecían por primera vez un concierto en La Habana, otra cita histórica con la que el castrismo saldaba su cuenta pendiente con el rock.

“Sabemos que años atrás era difícil escuchar nuestra música en Cuba, pero aquí estamos al fin tocando para ustedes en su linda tierra. Los tiempos están cambiando”, sentenció Mick Jagger en un claro español al arrancar el concierto, el 25 de marzo de 2016. Se refería a los años sesenta, cuando el rock en inglés estaba mal visto por la ortodoxia revolucionaria y vetado en las radios oficiales por ser un “instrumento de penetración ideológica”.

 
Concierto de los Rolling Stones en La Habana en 2016

Fueron cinco días excepcionales en la habitual atonía de la isla, en la calle se respiraba ilusión, expectación y ciertas dosis de esperanza. Cuba se abría al mundo y el mundo miraba a Cuba. Un magnetismo especial envolvía la nación caribeña y un mes después, las calles de La Habana se convirtieron en el set de rodaje de una superproducción de Hollywood, Fast and Furious 8. En mayo de 2016, al mes siguiente, el bello Paseo del Prado de La Habana fue la pasarela en la que Karl Lagarfeld presentó la colección Crucero 2017 de Chanel. Las desconchadas fachadas de los coloridos edificios modernistas de la avenida ofrecieron el contrapunto perfecto al primer desfile de la firma de lujo en Latinoamérica. 

Desfile de Chanel en el Paseo del Prado de La Habana en 2016

Se recuperó el glamour que Cuba destilaba en los años cuarenta y cincuenta. Rihanna, Katy Perry, las Kardashian, Madonna, Richard Gere, Gisele Bundchen o Vin Diesel pusieron rostro de celebrity al boom del turismo que vivió la isla entre 2015 y 2017. No se resistieron a volcar en Instagram sus fotos recorriendo el Malecón en “almendrones” —los clásicos coches americanos de los cincuenta—, posando por las pintorescas calles de La Habana Vieja o bañándose en las aguas turquesas de Varadero.

Pero no solo famosos fueron a Cuba, destino turístico todavía prohibido para los estadounidenses. Con la distensión, Obama flexibilizó los requisitos para viajar allí, se autorizaron vuelos comerciales directos y cruceros; lo que se tradujo en más de 800.000 visitantes estadounidenses -con sus generosas propinas en dólares- en esos tres años, sin contar los viajes de cubanoamericanos. La moda por Cuba se regó por el mundo y en 2017 la isla alcanzó el récord de 4,7 millones de turistas. El sector se consolidó como una de las principales fuentes de ingresos del país.

La iniciativa privada como motor de cambio

Entre el anuncio del deshielo y su visita, Obama aprobó varias tandas de medidas para aliviar el yugo del embargo que pesa sobre Cuba desde 1962. Se facilitaron los viajes, el envío de remesas y el acceso a materias primas para algunos sectores. Los principales beneficiados fueron los “cuentapropistas”, emprendedores que se abrían paso en la tímida apertura de la iniciativa privada que emprendió Raúl Castro en 2010. El sector privado, impulsado gracias al deshielo, modificó el paisaje económico de la isla, donde brotaron negocios particulares como cafeterías, restaurantes, hostales, salones de belleza o gimnasios, una novedad en una isla anclada en el pasado.

Al calor del cuentapropismo, que creó empleos con salarios más altos que los de las empresas estatales, germinó una clase media que se dejaba ver por restaurantes y hoteles de pago en divisas, en los que en el pasado solo se veían extranjeros. Esos emprendedores —que en 2016 superaron el medio millón en un país de 11 millones de habitantes— contribuyeron modestamente a reactivar una economía anquilosada por décadas de centralismo comunista. También exacerbó unas desigualdades sociales que, aunque siempre existieron, se tornaron más visibles en la Cuba revolucionaria que persiguió la utopía igualitaria, algo que aún molesta al ala dura del PCC.

Atraído por ese momentum, en agosto de 2014, Almirante abrió en pleno Malecón el restaurante ruso Nazdarovie, junto con dos amigos con los que estudió periodismo en la URSS en los ochenta. “Tuvimos suerte porque enseguida se anunció el deshielo y empezaron a venir estadounidenses. Les encantaba comer comida rusa en medio del Caribe”, cuenta Almirante.

El acercamiento con EEUU y la avalancha de visitantes del país dio aún más alas al cuentapropismo y se multiplicaron los negocios orientados al turismo. Aunque la euforia duró poco y, cinco años después de la visita de Obama, el ambiente en las calles de La Habana es muy diferente: cero turistas —la pandemia ha sido la estocada final—, negocios cerrados, largas colas en los supermercados cada vez más desabastecidos y encarecimiento de la canasta básica. El Nazdarovie tampoco sobrevivió y cerró definitivamente a finales de 2020.

Aunque la economía creció modestamente un 2,6% de media anual en el último decenio (2010-19), Cuba sufre una crisis enquistada con fallas en el sistema productivo y alta dependencia de las importaciones de productos básicos. En el último lustro, el colapso económico de Venezuela —que desde 2003 suministraba a la isla crudo a precios preferenciales a cambio del envió de maestros y médicos— y el recrudecimiento del embargo por parte de la administración Trump asfixiaron la maltrecha economía cubana. Pero la pandemia la ahorcó con un desplome del 11% en 2020.

Llegada de un crucero a La Habana, en 2016. ALEJANDRO ERNESTO
Llegada de un crucero a La Habana, en 2016. ALEJANDRO ERNESTO

La peor crisis del siglo XXI

El fantasma del denominado “Periodo Especial”, el cataclismo económico que sufrió el país en los años noventa tras la caída de la URSS, marcado por penurias, hambre y apagones, ha resucitado en la memoria de los cubanos. Entonces, la economía se hundió un 35 % en tres años y los cubanos perdieron el 70 % de su poder adquisitivo; unos extremos a los que Cuba no caerá en la actualidad, aunque sí atraviesa su peor crisis del siglo XXI.

“La economía cubana está en su peor momento en décadas. Pero cuando se toca fondo, la única opción es salir a flote”, señala el economista Oniel Díaz, fundador de la consultora Auge, que asesora a los nuevos emprendedores de Cuba. Pese a las dificultades, estos trabajadores autónomos ya eran más de 600.000 en 2020, el 13 % de la población activa del país y “una tendencia imparable”.

Conseguir pollo, huevos, café, pasta de dientes o jabón se ha convertido en una odisea diaria con horas de colas para el cubano de a pie, que también sufre la inflación provocada por la largamente demorada unificación monetaria, en vigor desde el 1 de enero de 2021. La doble moneda (peso cubano y peso convertible en divisa, equiparable al dólar) generó graves distorsiones económicas y dos niveles de vida muy dispares, aunque su unificación está provocando una dolarización de la economía al alcance de pocos.

Consciente de la magnitud del problema, el Gobierno ha aprobado en los últimos meses normas que buscan agilizar la economía, liberar el sistema productivo y dar alas al cuentapropismo. Desde febrero de 2021, ya no son 127 las actividades abiertas a la iniciativa privada, sino 124 las ocupaciones vetadas por considerarlas estratégicas. Pero seguirán siendo monopolio del Estado la salud, la educación, la energía, las telecomunicaciones y la prensa; y profesionales cualificados como arquitectos, ingenieros, abogados, contables y científicos seguirán atados a la empresa estatal y cobrando salarios mucho más bajos que un camarero o un taxista.

“Es un cambio extraordinario porque el cuentapropismo siempre estuvo ligado a actividades muy concretas que creaban poco valor añadido. Ahora se da cobertura legal a muchas actividades que se desarrollaban de manera alegal”, indica Díaz, quien opina que se está preparando el terreno para la ansiada autorización de la pequeña y mediana empresa en la isla comunista, medida aprobada por la Asamblea Nacional en 2016. Algo se ha destrabado de puertas para adentro; ahora el sector confía en que el compromiso de Joe Biden de retomar las políticas de Obama dinamice los negocios privados.

Sin embargo, para Cuesta Morúa estas reformas implican que “el Estado se ha visto obligado a liberase de sus propias cargas y delegar en la iniciativa privada al no ser capaz de proveer a la ciudadanía de lo más imprescindible”. “Ya podemos hablar en Cuba de un Estado económicamente fallido”, sentencia el opositor.

Mural en una calle de La Habana. ALEJANDRO ERNESTO
Mural en una calle de La Habana. ALEJANDRO ERNESTO

Malestar social y despertar de la sociedad civil

Las serias dificultades económicas han avivado un clima de malestar social sin precedentes en Cuba desde el Maleconazo de 1994, con inusuales protestas contra el Gobierno. La mecha se encendió el 27 de noviembre de 2020, cuando cientos de cubanos se concentraron frente a la sede del Ministerio de Cultura en La Habana. La noche anterior, la policía había desmantelado por la fuerza una concentración de un colectivo de artistas en huelga de hambre, conocido como Movimiento San Isidro, para demandar la liberación del rapero Denis Solís, detenido días antes por desacato.

Artistas, activistas y periodistas independientes se unieron a esa protesta espontánea para exigir el fin de la censura y la represión, y defender la libertad de pensamiento político y el derecho a disentir. “Quiero hacer arte libre, sin tener a la seguridad del Estado en la esquina”, clamó esa noche Luis Manuel Otero Alcántara, el artista performance que lideró la huelga de hambre y figura más visible del movimiento.

Tanto los operativos policiales como las manifestaciones fueron retransmitidos en directo en las redes sociales, abriendo el camino en Cuba a un nuevo tipo de activismo y protesta social, alentado por la expansión de internet. La isla ha pasado de ser uno de los lugares con peor tasa de conectividad del mundo hace un lustro a que siete millones de cubanos cuenten con algún tipo de acceso a internet, un cambio notable espoleado por el deshielo. Cuando Obama visitó el país, los cubanos tenían que conectarse en áreas wifi públicas habilitadas solo un año antes, el acceso en los hogares estaba restringido y el 3G era una tecnología inexistente, que no llegó hasta diciembre de 2018.

“La sociedad cubana está perdiendo el miedo a hablar. Con el mejor acceso a la información que nos ha brindado internet, hemos conocido cosas que nos desencantan y que no estamos dispuestos a tolerar por el bien social”, apunta Beatriz Batista, de 23 años y activista del movimiento animalista. Los colectivos en defensa de los animales también se han lanzado a las calles en los últimos meses para demandar una ley de protección animal, objetivo conseguido, lo que significa que “el activismo es ahora una vía para conseguir cambios en Cuba”.

“El papel de los jóvenes está siendo fundamental para exigir derechos y libertades. Somos la generación que nació sin nada, no tenemos un buen trabajo ni un buen salario. No tenemos nada que perder. En los sesenta la gente que estaba a favor de la Revolución se quedó convencida y los que estaban en contra, se marcharon. Somos la generación que aboga por la coexistencia de esas dos mentalidades, la generación del diálogo”, dice Batista.

Son los nacidos después de la crisis del Periodo Especial los que más han conectado con las demandas políticas del Movimiento San Isidro. Todavía está por ver si servirá de catalizador para un mayor despertar de la sociedad civil y si el Gobierno está dispuesto a ir más allá de las reformas económicas para calmar los ánimos y recuperar el entusiasmo de esos cinco días que estremecieron La Habana.

Corresponsal de la Agencia EFE. Ha cubierto la información de países como Filipinas, Cuba, Inglaterra y Suiza. Reconocida en 2020 con la mención especial del Premio Manuel Alcántara de Periodismo Internacional.

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