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Camila Fabbri, la narradora inquieta

La autora argentina, que publica ‘Estamos a salvo’, cuenta por qué escribe historias cortas, qué implica estar en la lista ‘Granta’ y cómo vive de la literatura.

La escritora argentina Camila Fabbri, autora de libros como ‘Estamos a salvo’ y ‘El día que apagaron la luz’. CORTESÍA

A las tres de la mañana, una chica llamada Elisa para un taxi para volver a casa. Su mente está ocupada en repasar la conversación que ha tenido con su hermana sobre qué hacer con una madre de la que pronto van a tener que hacerse cargo. Fastidiada, piensa en que el encuentro se ha dilatado demasiado en el tiempo y no ha servido para mucho. Pero rápido olvida la preocupación por el futuro a medio plazo para centrarse en el desastre inminente que intuye. Así comienza ‘Meteoro’, uno de los relatos recogidos en Estamos a salvo, el último libro de Camila Fabbri, publicado recientemente por Temas de Hoy en España y Seix Barral en Latinoamérica.

Nacida en Buenos Aires en 1989, Fabbri es la única autora argentina de la lista Granta 2021 de los mejores escritores en español menores de 35 años, nombramiento que la ha catapultado al Olimpo de los jóvenes creadores de la actualidad.

Su currículum traza un recorrido por el sector de las letras del mundo de la cultura. Actriz, dramaturga y escritora, ha recitado las palabras de otros y ha elaborado personajes con su propio discurso para que hablen con la voz de actrices y actores. Al mismo tiempo, ha trasladado al papel algunas de las historias cortas que transitan entre la maraña de pensamientos cotidianos de ese cerebro hiperactivo. La suya ha sido una carrera de fondo, porque el interés por la literatura comenzó cuando todavía era una niña.

“Era como una especie de devota de las editoriales infantiles. Iba mucho a las ferias del libro y tenía una pequeña fascinación con ese mundo”, comenta a COOLT por teléfono. Son las diez de la mañana en Argentina, aunque Fabbri responde a un ritmo propio de las tres de la tarde que ya marca el reloj en España. Su día apenas ha comenzado a andar, pero sus palabras ya están despiertas. Explica que sus incursiones en los diferentes géneros en los que ha trabajado han sido decisivas para llegar al estadio creativo en el que está ahora.  

“De algún modo, pienso que todo está muy relacionado. Es como si fuera un solo oficio en un punto. Cuando terminé la educación secundaria empecé a estudiar para ser actriz y pensaba que solo quería dedicarme a eso. Pero también, desde mucho más chica, siempre había escrito mucho”, dice. “Ese universo más infantil y ese gusto por la literatura volvió y se fue mezclando con el teatro. Ahí apareció la dramaturgia. Después venía escribiendo cuentos en un taller literario. Escribía mucho, quizá más que ahora, porque con el tiempo la frecuencia de la escritura va cambiando”.

En 2015, Fabbri estuvo nominada al Premio Cóndor de Plata en la categoría de mejor actriz revelación por su actuación en la película Dos disparos, de Martín Rejtman, pero ese mismo año publicó Los accidentes (Paripé Books), donde reunía algunos de sus cuentos, y la literatura se impuso.

Tras ese primer libro, llegó la novela de no ficción El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2020) sobre un suceso que marcó a la juventud argentina a principios del siglo XXI: en 2004, durante un concierto del grupo Callejeros en la sala Cromañón, una bengala provocó un incendio en el que murieron 194 personas, la mayoría por asfixia. Fabbri vivió la tragedia muy de cerca. Ella había estado la noche anterior en una actuación de la misma banda en el mismo sitio.

Ahora, con Estamos a salvo, la autora vuelve al relato, el formato en el que se siente más cómoda.

- ¿Por qué esa preferencia por contar historias cortas?

- En principio, creo que podría decir que es lo que tengo más al alcance y lo que mejor sé hacer. Dedicarme solo a un personaje o a unos pocos personajes durante muchos caracteres llega un momento en el que me vence. Como si fuera un poco inquieta con mi escritura, necesito empezar un mundo nuevo cada tantas palabras.

- Entre tus dos libros de relatos se cuela esa novela de no ficción. ¿Cómo puede ser una novela de hecho reales? Parecen términos contradictorios.

- Me parecía que era una especie de Frankenstein. No encuadraba con la idea del periodismo narrativo, ya que es un libro que no intenta aportar datos sobre la causa a la que se refiere. De hecho, hay uno de los capítulos del libro que es directamente una ficción, un supuesto de los futuros de todos los personajes que dan testimonio en el libro. Entonces el libro está compuesto un poco de todo, hay no ficción y hay ficción. Me parecía que la mejor manera de definirlo era inventar una especie de género, que no sé si lo inventé, hacer una especie de juego con las palabras.

- Tú viviste muy de cerca el suceso del incendio de Cromañón ¿Por qué decidiste escribir sobre el tema?

- Esta tragedia ocurrió a mis 15 años, yo estuve muy cerca esa noche y tuve muchos amigos que estuvieron ahí. Fue una especie de formación sentimental para mí. Yo iba mucho a ver música en ese momento, era una de las cosas que más me gustaba hacer, y de repente todo terminó. Creo que algo de esa sensación de los finales cercanos, de lo trágico inminente se me quedó un poco como pegada al cuerpo.

Me parecía que una ficción no estaba a la altura de lo que había pasado y, 15 años después, me animé a empezar a conversar con viejos amigos del colegio sobre lo que habíamos compartido en esa época. Al principio fue difícil, porque no sabía si lo que estaba haciendo estaba bien, ni si me iban a rechazar, porque tal vez no son lugares a los que la gente quiere volver. Algunos no entendían para qué remover con todo lo que había costado dejar atrás. Pero yo trataba de explicarles que me parecía que era necesario porque, en un futuro cercano, tener una especie de registro por escrito de lo que ellos sentían podría tener un significado muy grande. No sé si puedo decir que fue algo sanador, pero se parece bastante.

- Esa sensación que comentas de peligro inminente, de que todo puede terminar de pronto, se percibe en tu último libro. Los relatos quizá no encajan exactamente dentro del género de terror, pero sí generan inquietud en el lector.

- Es algo bastante inconsciente, pero cuando todo está escrito sí me doy cuenta de que hay algo que se repite mucho en relación a esa inminencia. No estoy llevando al lector tranquilidad, sino tal vez todo lo contrario. Y, como es ficción, tampoco es que esté dando malas noticias. Trato de despertar, de espabilar al lector.

- Hay un tema recurrente en estos relatos, que es el de las relaciones familiares complicadas ¿Por qué este interés en la materia?

- Algo de esa línea ya había aparecido en Los accidentes. Para mí, la familia es la única institución inquebrantable a lo largo de toda la vida, y da mucho material para escribir. La mayoría de cosas que se puedan pensar están ahí, porque es un espacio permanente que todo el tiempo está destruyéndose y formándose de alguna manera. Da muchas ideas, a mí me entusiasma mucho todo lo que pasa ahí en términos de creación.

- Además, la maternidad también está presente en muchos cuentos, aunque sea como subtrama.

- La maternidad asoma como posible nueva familia. Y también es un tema que me atraviesa mucho, tal vez más en este momento. En Los accidentes la maternidad aparecía como hija y ahora lo hace como una posible madre en potencia. Yo tengo la intuición de que va a aparecer siempre en mi escritura tanto como posible madre, como por madre al fin y como hija. Hay algo de ese lazo que me parece uno de los más potentes, más enfermos y hermosos que hay. Y una buena materia prima para la escritura.

Camila Fabbri. CORTESÍA

- Durante el confinamiento por la covid-19, cursaste un taller online impartido por Leila Guerriero, lo que te obligó a escribir mucho. Ella ha alcanzado casi el estatus de mito, es una de las autoras más reconocidas del momento y una mujer que impone en persona ¿Cómo fue estudiar con ella?

- Al principio reconozco que le tenía un poco de miedo [ríe]. Me daba un poco de pudor desplegar mis ideas o quién podía llegar a ser yo, porque además siempre fui muy tímida. Pero con el tiempo se empezó a generar como un vínculo de cariño y posible amistad, digamos. Es una persona muy maravillosa, que todo el tiempo tiene ideas sobre todo lo que la rodea y sobre todos los temas que te tocan. Y tiene mucho humor. Un humor muy ácido, que para mí es una de las maneras más efectivas de sobrevivir a todo lo que pase. Es bueno estar cerca de Leila.

- ¿Cuáles han sido sus enseñanzas más valiosas?

- Me gusta su manera de escuchar los textos ajenos y de hacer correcciones de editora. Tienen que ver con la estructura del texto, la sonoridad, con tener cierta conciencia de la importancia de la primera oración con la que empieza un texto que tiene que despuntar, lo mismo que la última. Es una conciencia casi musical. No sé si yo la tenía antes de hacer el taller con ella, y ahora la aplico mucho a mi trabajo.

- En 2021, apareciste en la famosísima lista de la revista Granta de los narradores en español menores de 35 años ¿Cómo reaccionaste ante la noticia?

- Fue todo en el encierro y en un pico de la covid-19 acá. Y tampoco entendía bien qué iba a pasar, si la vida iba a ser siempre en el Zoom. Así que fue como una alegría confusa, la fui asimilando con el tiempo.

El jurado estaba en España cuando lo anunciaron y después hicieron una especie de acto de premiación con los barbijos puestos, me acuerdo mucho de ese momento. Yo no tenía mucha idea de cuál era el alcance de esto, así que me sorprendió mucho cuando me empezaron a llamar todos los medios de Buenos Aires y salimos los tres, Martín Felipe Castagnet, Michel Nieva y yo.

- ¿Qué ha significado para tu carrera?

- En ese momento yo ya tenía un contrato con la editorial Planeta, así que en ese sentido no ha variado nada. Todavía no he visto los efectos en cuanto al trabajo. Sí que Estamos a salvo salió con esa especie de sello Granta, y me hace sentir más segura de alguna manera. Pero todavía está por ver si se consiguen más participaciones en ferias del libro, viajes o traducciones.

- Hasta llegar aquí has tenido muchos trabajos diferentes fuera del mundo de la cultura ¿cómo ha sido esa trayectoria?

- Yo trabajé desde muy chica de cualquier cosa, tenía que disponer de un apoyo económico personal porque no conté tanto con mi familia. Siento que eso me ayudó mucho también a la hora de escribir. Estuve en librerías, en teatros como acomodadora, atendí al público, trabajé de niñera… Eso fue formando mi carácter, y estoy muy agradecida.

Hoy en día trabajo en la subsecretaría de Cultura de San Isidro, que es un barrio del norte de Buenos Aires. Ahí coordino el área de literatura y después trabajo desde mi casa dando tutorías de proyectos tanto de novela como de cuento. Me parece que vivir de la escritura se parece bastante a lo que hago.

- ¿No se puede vivir de ser escritor o escritora sin hacer nada más?

- Al menos en Argentina, que somos tercer mundo, no creo que sea posible vivir solo de publicar libros. Cuento con los dedos los escritores y escritoras que lo pueden hacer acá. Y a la vez no sé si sería tan interesante. Me parece importante salir al mundo, ir a una oficina, cruzarse con gente, hacer cosas que no tengan nada que ver con escribir. Porque que la literatura se vuelva algo mercantil, y estar hablando solo de eso, solo leyendo y escribiendo, en algún momento se agota uno y ya no tiene más ganas de escribir.

Periodista. Especializada en información cultural, colabora en medios como elDiario.es, El Periódico de España y SModa.