Los venezolanos han vivido con el culto a Simón Bolívar desde la escuela, los medios de comunicación y la política. Sin embargo, no tiene precedentes que ese uso de Bolívar y la historia haya sido tan determinante como durante la llamada Revolución Bolivariana.
Todo ese proceso, que sigue vigente en el actual régimen de Nicolás Maduro, ha generado al mismo tiempo una reacción de escritores, periodistas y especialmente de historiadores que han dedicado gran parte de su trabajo, sus investigaciones y su producción literaria a debatir, difundir, analizar y explicar toda esa masiva producción de contenidos que tergiversan la historia y que tienen su origen en el discurso político y el afianzamiento de un proyecto hegemónico.
Uno de estos investigadores es la historiadora venezolana Inés Quintero, quien tiene una gran variedad de obras publicadas en estos últimos años y se ha dedicado a investigar cómo el chavismo ha sido el régimen que más ha hecho ese uso político de la historia; a su juicio mucho más profundo y diferente al resto de gobernantes desde la Independencia. Dada la importancia que el tema tiene -no solo para Venezuela- hablamos con Quintero sobre sus investigaciones y su visión sobre lo que está ocurriendo con ese tipo de imposiciones.
¿Cómo ha sido y cuál es la necesidad de hacer uso de la historia por parte de los regímenes autoritarios, algo que en los tiempos actuales se ha manifestado con la llamada Revolución Bolivariana, con más de 25 años en el poder?
La historia y la política están muy vinculadas. Lo de Venezuela no es un hecho reciente o inédito. El uso de la historia con fines políticos forma parte de esa relación compleja que relaciona la historia con la política. Eso se ve con mayor nitidez e impacto en los regímenes totalitarios, porque la historia se convierte en un instrumento de control político y adoctrinamiento; pero no ocurre solamente en los regímenes autoritarios, es una dinámica para hacer valer la historia oficial.
En el caso particular de Venezuela ha estado muy signada por varios elementos. Uno de ellos está asociado, indefectiblemente, a la figura de Simón Bolívar, porque el proceso de construcción de conocimiento nace con la Independencia, desde el ímpetu político del pasado para hacer valer un proyecto.
Durante el proceso posterior a la Independencia hay una necesidad muy grande de crear una cohesión que aglutine aquella disgregación que fue la violencia que representó la guerra. El culto oficial de Bolívar se inicia con la repatriación de sus restos en 1842 que trajo José Antonio Páez. Desde entonces convivimos con el culto a Bolívar como proceso de construcción de la nación.
¿Cuál es la diferencia de lo que ocurre con Bolívar en el proceso de implantación de la Revolución Bolivariana?.
Hay una exacerbación indiscutible, porque en ese uso político con su figura había el culto a Bolívar como el soporte de los regímenes políticos utilizado como la continuación de su legado. Con el chavismo esa identificación se va a profundizar generando una mayor polarización política que va a tener su soporte en la estigmatización del pasado, va a estar muy presente con mucha beligerancia en el discurso de Hugo Chávez que se va a sostener sobre la condena a la etapa anterior de democracia a lo que el llamó el puntofijismo, que fue el pacto entre las distintas tendencias que hizo posible un acuerdo político para la convivencia en democracia que se conoció como la IV República. Para Chávez fue una manera de hacer valer una etapa histórica necesaria, que es el elemento central de su discurso político sostenido sobre la manipulación del pasado. Fue una ruptura necesaria para deslastrar un pasado que calificó como “ignominioso” y “oligárquico” y que, de acuerdo a las circunstancias, comienza en 1958 con el puntofijismo y la negación de lo que sería una “democracia verdadera” para establecer el nuevo proyecto revolucionario.
El uso político de la figura de Bolívar implicó grandes cambios sobre lo que conocíamos de su historia, hasta que fue convertido en un revolucionario antiimperialista.
Ya no es solamente el Padre de la Patria, sino que pasa a ser el padre del socialismo y del marxismo-leninismo; es decir, de todo lo que permitiría construir un Bolívar revolucionario, que también —habría que decir— sería un revolucionario para toda América Latina y fundador del antiimperialismo. Esa lectura, presente desde hace décadas en sectores de la izquierda y en los partidos comunistas de la región, es retomada por Chávez y dotada de un signo particular asociado a la Revolución Bolivariana y al llamado socialismo del siglo XXI.
Ese nuevo culto deja un poco de lado su rol como Padre de la Independencia para inspirar la política actual.
En ese culto ya no se trata exclusivamente de la figura del héroe, sino que se le otorga una connotación ideológica que va más allá de su condición de fundador de la Patria, para convertirlo en un referente de izquierda. Ese uso ya había sido asumido por la izquierda latinoamericana, por ejemplo, cuando el movimiento guerrillero M-19 de Colombia se robó la espada de Bolívar en 1974. Existe todo un historial de recuperación de la figura de Bolívar por parte de la izquierda, entre otras cosas para contrarrestar el peso y la carga que dejó Carlos Marx con su biografía de Bolívar, que dejaba muy mal parados a los marxistas y a la izquierda con ese referente.
¿Junto al Bolívar marxista-socialista han aparecido también otros héroes que se agregan con ese tipo de carga ideológica?
Ese uso político de la historia va más allá, no solo con el Bolívar sino que trasciende para ir a otro grupo de personajes que son recuperados como la estigmatización del pasado colonial. Con el chavismo, esto se incorpora para imponer un discurso, no solo de estigmatización del pasado colonial sino de reivindicación de las comunidades originarias, de los primeros habitantes. Allí se va a convertir en héroes a otras figuras como Guaicaipuro y otros personajes que van a ser contraste con lo que hubiese podido ser ese pasado de la Colonia.
Una de las primeras acciones que va a hacer Chávez es traer los restos simbólicos de Guaicaipuro al Panteón Nacional. Eso forma parte de ese recurso maniqueo del pasado que va a tratar de generar una polarización que está sostenida sobre un discurso político como también se hizo con Pedro Camejo conocido como El Negro Primero, toda esa exacerbación de los sectores populares versus la oligarquía.
Eso va sumando contenidos para construir un discurso histórico útil a la revolución por su carga polarizadora e ideológica. Va construyendo un discurso político de vocería a partir de la figura de Chávez, que se sostiene con el liderazgo carismático. El detalle que hace la diferencia es que esto que es un discurso de movilización y agitación se convierte posteriormente en contenido formal en la enseñanza de la historia en Venezuela.
¿De qué manera todos esos discursos y la agitación política que hizo Chávez y su revolución se transmiten a la población como enseñanza?
Esas ideas van a estar contenidas, por ejemplo, en manuales de enseñanza. Allí vemos que no se quedan exclusivamente en el discurso político, sino que se transfieren a la enseñanza de la historia a través de los libros de la Colección Bicentenaria, un esfuerzo de elaboración de material didáctico de altísima difusión, con millones de ejemplares gratuitos que también se reparten en formato digital y pueden descargarse. Estos textos se utilizan en las escuelas desde el primer grado hasta quinto año de bachillerato. Es un esfuerzo titánico cuyo propósito es trasladar al ámbito educativo lo que había sido el discurso político de Chávez: una sintonía perfecta entre las palabras del líder y el material pedagógico elaborado a partir de ellas. Estos contenidos, además, se incorporan en las laptops conocidas como “Canaimitas”, repartidas en todas las escuelas públicas a las que asiste el 85 % de la población estudiantil.
Desde que se fundó la Academia Nacional de la Historia en 1888, ha habido una práctica oficial según la cual el Estado determina los contenidos de la educación básica por medio de los programas educativos; pero aquí ya no es el Estado el que construye ese conocimiento, sino que está directamente vinculado con el discurso político del Jefe del Estado, que se convierte en el inspirador de lo que será el material educativo. Esto constituyó un mecanismo de intervención del sistema educativo con contenidos claramente orientados a elaborar un relato histórico.
Otro hecho que también está asociado a ese discurso fue la creación del Centro Nacional de Estudios Históricos que, como señalan sus objetivos, es la institución rectora de la política del Estado venezolano en todo lo relativo al conocimiento, investigación, resguardo y difusión de la historia nacional y de la memoria colectiva del pueblo venezolano, con énfasis en la llamada “descolonización de la memoria”.
Al lado de estas acciones y de la creación de instituciones para promover las ideas de la revolución, se tomaron una serie de medidas políticas que los venezolanos hemos vivido desde que Chávez llegó al poder.
Tenemos un proceso con fechas clave. La primera de ellas fue el proceso constituyente de 1999, al comienzo del mandato de Chávez, con el que se funda la V República, lo que significaba romper con el pasado; incluso se cambia el nombre del país, al que se le agrega el calificativo de “Bolivariano”. Seguidamente se toman acciones como la incorporación de nuevas figuras en el Panteón Nacional, entre ellas los restos simbólicos de Guaicaipuro. En 2006 se modifican los símbolos patrios: a la bandera se le añade una octava estrella, como manera de hacer valer una propuesta de Bolívar de 1817 para la incorporación de Guayana. El otro cambio fue el del escudo nacional, porque el caballo de Bolívar miraba a la derecha, lo cual resultaba incómodo y reaccionario para la revolución, y era necesario que cabalgara hacia la izquierda. Esos cambios los solicitó directamente Chávez por televisión a la Asamblea Nacional.
Otro hecho muy llamativo ocurrió el 24 de julio de 2012, cuando en un acto encabezado por el presidente Hugo Chávez se presentó una reconstrucción digital del rostro de Simón Bolívar, elaborada a partir de la exhumación de sus restos ordenada por el propio Chávez. La nueva imagen mostraba una connotación más popular, muy diferente de las representaciones pictóricas que se habían conocido. Todo ello fue creando un espectro muy amplio de lecturas e interpretaciones que se convirtieron en soporte y fundamento del relato histórico de la Revolución Bolivariana. Eso tuvo una impronta, una presencia y un peso muy grande en el período chavista.
Después de la enfermedad de Chávez y de su muerte “oficial” en 2013, y tras la designación de Nicolás Maduro como sucesor, se hicieron esfuerzos por mantener vivo su legado y los símbolos edificados: intentaron embalsamarlo y sus restos quedaron expuestos en el “Cuartel de la Montaña”. ¿Podría decirse que su imagen pasó a ser un símbolo al mismo nivel que la de Bolívar?
Lo esencial del período con Maduro en el poder, más allá de mantener estas prácticas, fue recurrir al legado de Chávez. El soporte ya no es necesariamente Simón Bolívar, sino Hugo Chávez. “El comandante eterno” es uno de los títulos que acompañan su figura. Ahora Chávez está en todas las oficinas públicas, en las vallas, en los edificios, con la imagen de sus ojos como presencia vigilante en todo el país.
Con sus investigaciones desarrolladas, ¿considera que todo ese esfuerzo por imponer el discurso y convertirlo en historia ha cumplido su cometido y ha penetrado en el pueblo venezolano?
Todo eso ha ido perdiendo beligerancia e impacto en los últimos años, a pesar de que permanezcan allí todas las cosas que se hicieron, como el cambio de nombre de Venezuela o los símbolos patrios. Ha habido un ejercicio de construcción de un contenido de corte ideológico que sirve de soporte a la justificación de la revolución. Pero eso, al mismo tiempo, ha generado un intenso debate historiográfico que ha dado lugar a una profusión de análisis y textos críticos sobre lo que ha sido ese ejercicio. Lo trabajaron historiadores como Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Elías Pino Iturrieta, Tomás Straka y Graciela Soriano; y en el ámbito de la enseñanza de la historia hay una gran cantidad de trabajos que buscan hacer valer lo que ha sido la tergiversación del pasado en los manuales de enseñanza, como los aportes de Migdalia Lezama y José Alberto Olivar.
Esto ha generado un análisis crítico y un debate que se ha suscitado como consecuencia de lo que ha sido ese discurso, y desde mi punto de vista esa imposición no ha tenido un impacto en la construcción de la memoria de la sociedad. Creo que se ha hecho un esfuerzo de tergiversación que no ha tenido como resultado un impacto decisivo en la memoria colectiva. Eso significa que la gente todavía identifica: “¡Ese es el Bolívar de Chávez!”. La gente no asume que ese es el Bolívar de los venezolanos y, del mismo modo, existe mucha reticencia y aprehensión a que te cambien la historia.
Creo que esa imposición, lejos de haber cumplido el propósito de consolidar ese curso ideológico para construir una conciencia histórica que reproduzca un discurso maniqueo, ha generado una especie de antivirus en la sociedad, que ha conducido a una preocupación por conocer su historia y por tener una visión crítica. Eso ha permitido que la historiografía profesional crítica tenga lectores y que la gente se interese por conocer el pasado.
Un elemento que se ha expresado en la popularización del debate en torno a la historia es que hay varios historiadores que tienen presencia en los medios, en las redes sociales. Hay interés por estar al tanto de esos debates. Eso ha sido como el corolario de ese proyecto adoctrinador: Lejos de cumplir su cometido, lo que ha hecho es abrir un compás de preocupación, curiosidad e interés por la historia, que es lo que creo que ocurre en la sociedad venezolana. Siempre ha habido interés por la historia, pero como resultado de este ejercicio tan pugnaz, tan abrasivo, se han generado esa especie de anticuerpos en la sociedad para evitar que eso se imponga y que, al final, tenga éxito este proceso tergiversador, esta ideología transformadora.