Huracán Milei

Con su retórica anarcocapitalista y su gestualidad mesiánica, el candidato ultra ha dado la sorpresa en las primarias argentinas.

El economista Javier Milei, candidato a la presidencia de Argentina. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI
El economista Javier Milei, candidato a la presidencia de Argentina. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI

Será cierto que la rebeldía se volvió de derecha. Eso se desprende de lo ocurrido el domingo pasado luego del inesperado triunfo del ultraliberal Javier Milei en las primarias celebradas en la Argentina.

Como sucede desde hace más de 15 años, las encuestadoras volvieron a fallar: ninguna le otorgaba al excéntrico candidato libertario más de 22% de intención de votos. Sin embargo, este economista porteño de 52 años, dotado de patillas setentistas, cabellera prolijamente arremolinada y una exuberante capacidad de comunicación, se apropió de un 30% del electorado, cifra que lo colocó primero en la carrera hacia las elecciones generales que se celebrarán el 22 de octubre. En segundo lugar finalizó Juntos por el Cambio (JxC), el partido fundado por el expresidente Mauricio Macri, y en tercero quedó el peronismo, actual Gobierno, todos separados por apenas tres puntos de diferencia.

Aun cuando su retórica y su gestualidad mesiánicas provoquen rechazos unánimes en los medios y en círculos intelectuales, es imposible soslayar o desmerecer el hito electoral de Milei, un diputado nacional volcado a la política luego la crisis del 2001, que logró ese caudal de votos casi sin “aparato”, como se le llama en Argentina a la organización partidaria, además de no contar, su espacio La Libertad Avanza, ni con prosapia ni con una extensa trayectoria.

No solo eso: Milei, un fenómeno que parecía descollar solo en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores, ganó el domingo en provincias en donde a priori se lo consideraba un desconocido —y claramente no lo era—, como las de la Patagonia o el Norte argentinos —históricos feudos peronistas— o en otras tradicionalmente conservadoras, como Mendoza o Córdoba, bastiones de JxC. El espacio de Macri, justamente, el domingo dirimió su interna, instancia que determinó que la exministra de Seguridad macrista —con origen peronista— Patricia Bullrich se impusiera al alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, y obtuviera su derecho a representar al partido en octubre. Hasta la irrupción de Milei, se creía que JxC simbolizaba y aglutinaba al votante de derecha en la Argentina. Eso es parte del pasado.

No bien su inevitable presencia comenzó a permear en la opinión pública, la figura de Milei despertó a su alrededor preguntas que encerraban paradojas: ¿puede reivindicarse como liberal un sujeto que milita contra el aborto o contra los derechos de las minorías? ¿Puede ser llamado un heredero de esa tradición alguien que es un negacionista del cambio climático y otras cuestiones verdes? ¿Cómo tomar en serio a un hombre que vive en permanente estado de crispación y tiene un look con el que parece haberse fugado del set de Austin Powers? ¿Es, ya no confiable, sino creíble alguien que dice que permitirá el contrabando de bebés y de órganos, y que no bien asuma va a colocar una bomba en el Banco Central de la Argentina y, con una motosierra, recortará el gasto del Estado?

Al menos para un tercio de la población activa parece ser que sí, que es confiable: sin estructura y apenas con una boleta, la propia, Milei cosechó más de 7 millones de votos, un fenómeno único en la historia de la democracia moderna.

Javier Milei, en su discurso las elecciones primarias de Argentina, 13 de agosto de 2023. EFE/GALA ABRAMOVICH
Javier Milei, en su discurso tras las elecciones primarias de Argentina, el 13 de agosto. EFE/GALA ABRAMOVICH

¿Qué es lo que ocurrió para que este político soltero y sin hijos, que vive con sus cuatro perros clonados a los que le puso nombres de economistas, tomara ventaja en la carrera hacia la Casa Rosada?

La respuesta, como la vida, nunca es lineal, sino múltiple y polisémica. En primer lugar, hay un enorme componente de época en el voto a él. Como ocurrió en buena parte de las sociedades de Occidente, cada una con sus matices e idiosincrasias, los partidos de derecha colonizaron las conciencias de una porción del electorado desencantado, sobre todo joven, a caballo de sus propuestas antisistema, su rebeldía, su llamado a resistir, por un lado, a la aristocracia de la política y, por otro, a la avanzada del nuevo statu quo social que encarna, en todo el hemisferio, la agenda progresista. Si hay algo que tienen en común todas esas nuevas derechas (Trump, Bolsonaro, Kast, Vox, Orbán, largo etc.) es su furibundo desprecio por esa nueva conciencia y por lo que hoy se considera como “lo políticamente correcto”, corriente que en Argentina representan el feminismo y, en buena medida, el peronismo y los sectores vinculados con las minorías.

Pero hay más.

En su arrebatada cabalgata hacia la cima del electorado, Milei tiene un comportamiento que por momentos roza el escarnio y la sinrazón, con apariciones en sets de TV donde su cólera se desata a los segundos de comenzar a hablar, o en actos en los que, intoxicado de odio y con ojos despiadadamente abiertos, llama a votarlo, a los gritos, para sacar a los “chorros de la casta política, los mismos que nos sumieron en esta crisis que lleva 100 años”. Esa teatralización de la oratoria –“Yo, antes de subir un impuesto, me corto un brazo”, enfatiza mirando fijo a cámara— y ese honestismo exaltado lo emparentan con otros grandes comunicadores de la historia y permite que su discurso penetre entre las clases plebeyas, que también lo votaron en masa. “Parte de ese voto se explica en la inflación. Pero es más profundo que eso. Milei hoy encarna el voto de los trabajadores de Argentina”, resume Juan Luis González, autor de la biografía de Milei El loco (Planeta, 2023).

El domingo a la medianoche, cuando subió al estrado de su búnker para celebrar el triunfo, el aspirante a presidente volvió a hablar de esa “atrocidad que dice que donde hay una necesidad, hay un derecho. (...) Esa aberración llamada ‘justicia social’, que es injusta porque implica un trato desigual frente a la ley y está precedida de robo”.

Debajo suyo, una grey de enfervorizados acólitos demostraba que el apoyo hacia su figura trasciende el crush ideológico y se asemeja a una especie de fanatismo hormonal, como el que se enarbola ante un predicador o ante una estrella del pop, imagen, la del “joven” audaz que no se amilana ante los poderes establecidos, que Milei se encarga de reforzar. En los actos viste de negro, con pantalón ceñido y una campera (cazadora) de cuero al tono siempre cerrada, que en un punto protege o disuelve su figura y que lleva puesta sin importar el calor o el frío.

Eso es lo llamativo de su narrativa: a pesar de que su feligresía es joven y de que él intenta constituir un anclaje estético con ellos, no hay un solo componente nuevo en su menú ideológico, sino una suerte de primitivismo liberal en el que el mercado, tierra prometida, resolverá todos los problemas si se lo abraza como se debe y se elimina, o se reduce a la mínima expresión, al Estado paternalista. Una receta que impulsaron los economistas del siglo XIX y que, según Milei, nunca se cumplió en la Argentina, salvo un período muy corto de tiempo: durante el Gobierno de Carlos Menem en la década del noventa, aquella panacea dorada en donde, al calor de las privatizaciones y la paridad cambiaria, la clase media argentina conoció el mundo.

A diferencia de lo que hizo el menemismo, que por ley ató el peso al dólar, Milei propone ir más allá y dolarizar la economía local, como hizo Ecuador a comienzos de siglo, decisión a la que él considera como un caso modelo. “Los ecuatorianos —aseguró el candidato al diario El País— están muchísimo mejor que los argentinos. Los números de Ecuador son impresionantes. Se multiplicó por diez el ingreso y se pulverizó la inflación”. Más que el proyecto en sí, es la palabra “dólar” la que funciona como una suerte de bálsamo esperanzador dentro de las mentes globalizadas de las audiencias, que más que en la verdad creen en la ilusión.

La inflación, justamente, ha sido el histórico azote argentino, pero en los últimos tiempos se ha desbocado, alcanzando cifras superiores al 120% anual y sumiendo en el nerviosismo a toda la sociedad. Con una economía que baila un minué diario con la cotización del dólar, la devaluación del peso argentino decretada por el Gobierno el pasado lunes, horas después de la derrota electoral, hundió más en el desconcierto a sus votantes y no hizo más que asegurar, por su efecto a corto plazo, que el costo de vida de las próximas semanas se dispare.

Billetes de dólares y de pesos argentinos en Buenos Aires. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI
Billetes de dólares y de pesos argentinos. EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI

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La apropiación de la transgresión por parte de los sectores más conservadores del arco político es el tema del libro del historiador y periodista Pablo Stefanoni ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo XXI, 2021). Stefanoni inicia su obra analizando la figura del Joker o Guasón, el personaje interpretado por Joaquin Phoenix, un psicópata y paria social que combate el statu quo luego de haber sido sometido al ridículo y de haber sufrido la hostilidad de sus pares. El Guasón, según Stefanoni, es el líder inesperado de una rebelión que no se sabe si ocurrió en la realidad o solo se fraguó en su mente oscura, pero la película invita al espectador a llenar un significante, a crear un colectivo que se identifique con el personaje, con su rol de víctima. Ese nosotros posible, asegura Stefanoni, “es el que tratan de construir y movilizar las llamadas derechas alternativas, constelaciones de fronteras difusas pero que se proponen capturar el inconformismo social en favor de distintas salidas antriprogresistas”. 

“El voto a Milei —asegura el politólogo y periodista José Natanson— es un grito, es un voto bronca, pero también es un deseo de shock, de reseteo, de punto de quiebre. No importa que el que lo encarne sea un loco, o mejor aún si lo es, hay muchos que lo votan que no están de acuerdo con su posición antiaborto, por ejemplo, pero lo que encuentran en él es una intuición. Encuentran en Milei un vehículo. Lo podían haber encontrado en la izquierda o en Juan Grabois, pero lo encuentran en él”.

Milei se consolida en el margen derecho de una sociedad fragmentada que es testigo de cómo la clase política tradicional se dispersa en luchas fratricidas: en ese sentido, la interna de candidatos de JxC fue una batalla feroz mientras que, desde el comienzo del Gobierno de Alberto Fernández, las peleas internas en el peronismo le fueron en zaga. En ese ecosistema hay un colectivo de jóvenes precarizados y digitalizados que pasaron la pandemia imaginando porvenires autopercibidos como merecidos e idílicos, a través de TikTok o Instagram, que observan a Milei como un self made man huracanado que, al igual que Atila, por donde pisa no vuelve a crecer el césped. Es mucho más fuerte esa imagen del vengador del futuro anarcopunk que cualquier pliegue oscuro —ser antiderechos u homofóbico— que se le pueda endilgar.

En un artículo publicado en la revista The Nation titulado ‘Covid 19, la crisis que los radicales tradicionalistas estaban esperando’, el ensayista Benjamín Teintelbaum conjeturaba, en abril de 2020, acerca de quiénes usufructuarían la “nueva” naturaleza de las audiencias emergentes de la cuarentena. “Se nos dice que el liberalismo ganó las batallas del siglo XX. La democracia, el individualismo, la libre circulación de personas, bienes y dinero parecía la mejor forma de sostener la seguridad, la estabilidad y la riqueza. Pero ¿qué pasa con el mundo en el que hemos entrado, un mundo donde la producción doméstica y el aislamiento social son virtudes? ¿Qué ideología está preparada para aprovecharse de esto?”.

La respuesta parece parpadear delante de nuestras narices. En Argentina, eso también se relaciona con lo que Natanson denomina el “voto Pedidos Ya”, el típico empleo de reparto al que los jóvenes se aferraron como un madero, o con lo que podríamos llamar el “voto criptomoneda”, ese tren expreso que promete cruzar el túnel del enriquecimiento a velocidad de rayo. Ese background cultural, por llamarlo de algún modo, es lo que viene moldeando las conciencias de las generaciones que asisten a la irrupción del fenómeno Milei con la esperanza de que su empobrecida calidad de vida alcance a ser, al menos, como la que tuvieron, ya no sus padres, sino sus hermanos mayores hace 15 años.

“Los referentes de éxito de esta nueva etapa”, asegura Natanson, “no son líderes que construyen grandes organizaciones o gestas colectivas, sino individuos: una sociedad de ídolos sueltos, de millonarios gracias a la especulación con criptomonedas, influencers que facturan vía YouTube y referentes del trap y del hip hop que ya no apuestan al trabajo común de la banda (de cumbia, de rock) sino al talento individual de un artista que lo único que necesita para triunfar es un teléfono. Se trata, en todos los casos, de iniciativas individuales —a lo sumo familiares o de grupos muy pequeños— sostenidas en las ideas de libertad, pequeña propiedad, flexibilidad horaria, creatividad y emprendedorismo. El paradigma meritocrático del esfuerzo individual, la autosuperación y el riesgo”.

Javier Milei, disfrazado de General Ancap, cantando 'La regla fiscal', en 2019. YOUTUBE

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Hay una secuencia, esporádica pero repetitiva, que atraviesa la historia argentina y es el hecho de que, puestos a reflexionar, han sido un puñado de observadores extranjeros, in situ, quienes por su propia naturaleza han logrado acertar su diagnóstico sobre el carácter o hasta sobre ciertas peripecias culturales del país. La literatura ensayística e incluso las ciencias sociales suelen recalar en las miradas que han tenido pensadores como José Ortega y Gasset o Witold Gombrowicz sobre los vaivenes políticos y emocionales de nuestra ciudadanía. Cuando en mayo de 2023, de visita por la Feria del Libro, el novelista y periodista peruano Jaime Bayly afirmó, sin dudarlo, que “en las primarias, la estrella va a ser Javier Milei”, algunos creyeron que se trataba de una nueva provocación del autor de Los Genios, un liberal libertario que parecía decir eso arrobado por el magnetismo de Milei. Sin embargo, Bayly no hizo más que palpar, con su antena de comunicador intuitivo, aquello que centelleaba en el ambiente. “Milei es alguien que parece entender que el Estado es un pésimo administrador. Alguien que entiende mejor que nadie de economía en este momento”, agregó el peruano.

Como sea, al día siguiente de su victoria, Milei, que tres semanas previas a las elecciones primarias había interrumpido sus raids mediáticos por temor a tropezar con el vacío de sus imprecisiones o con los fulgores de sus estallidos, volvió a fatigar los estudios de televisión para reiterar su dogma liberal y enfatizar su voluntad de empequeñecer el Estado, la gangrena, según él, por la que sangra la economía argentina. En una aparición en un canal de TV ante un periodista que no suele destacarse por su formación ni su capacidad de repregunta, Milei se ufanó de que cerraría varios ministerios y organismos estatales, entre ellos el prestigioso Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Lo curioso de Milei, que suele decir de sí mismo: “Soy una máquina de generar zócalos televisivos”, no fue que señalara a esa meca de la ciencia en su marcha afiebrada de recortes, sino su desconocimiento absoluto de su tarea. Entre otros hitos, en 2022 sus científicos desarrollaron y produjeron una vacuna 100% argentina contra la covid-19 y descubrieron el dinosaurio Maip en la provincia de Santa Cruz, además de haber abierto laboratorios en la Antártida, desarrollado la supercomputadora y la primera fábrica de baterías de litio de Sudamérica.

Es probable que muchos de sus votantes no se sientan orgullosos o incluso representados con todas sus propuestas, sino que lo abrazan con sus contradicciones, porque Milei pasó a ser una especie de tótem pop que lucha, como un quijote, contra lo establecido, contra aquello que los mantiene estancados, contra ese progreso que Instagram todos los días les promete pero que la cotidianidad, con cada amanecer, se niega a hacer efectivo.

“Como suele ocurrir con otras derechas radicales de la actualidad —escribieron Mariano Schuster y Pablo Stefanoni—, Milei terminó funcionando como el nombre de una rebelión. De hecho, muchos de sus votantes no quieren abolir el Estado, comprar o vender órganos o niños, dinamitar el Banco Central ni acabar con la educación o la salud públicas. Pero, como se vio en las encuestas callejeras del canal sensacionalista Crónica TV, decir ‘Milei’, en boca de jóvenes y trabajadores precarizados, al igual que trabajadores de plataformas, terminó siendo una especie de ‘significante vacío’ de un momento de policrisis nacional”.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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