Artes

Visiones de un surrealista amazónico

Con un imaginario místico que trasciende fronteras, el pintor de la etnia uitoto Rember Yahuarcani da voz a los pueblos indígenas del Perú.

'Retorno a casa', una de las pinturas de Rember Yahuarcani, el artista amazónico de la etnia uitoto. CORTESÍA

Una línea se dibuja sobre la noche como una serpiente. Blanca. Ondulada. Luminosa. La misma línea cae sobre el agua y se convierte en arcilla. De ella brotan hombres que danzan con espectros iridiscentes. Los colores bailan con ellos. También los árboles. Los guacamayos. El jaguar. Otra línea atraviesa la oscuridad y se sumerge bajo el río. De ella surgen peces tornasolados, inquietos e ingrávidos. Humo blanco: poderoso aliento de dioses cósmicos que nos observan.

Si André Bretón estuviera aquí, seguramente aplaudiría este cuadro que cuelga en una de las paredes del Centro Cultural Peruano Británico en Miraflores, uno de los barrios acomodados de Lima, jungla-capital del Perú. Su creador es Rember Yahuarcani (Pevas, 1985), un joven artista amazónico de la etnia uitoto, miembro del último clan áimenu que sobrevive en el país, y quien se ha convertido en voz propia del arte indígena peruano, exhibiendo sus obras alrededor del mundo, publicando libros y artículos, participando en documentales etnográficos y conferencias académicas, recibiendo con entusiasmo a estudiantes que visitan su reciente exhibición o denunciando los abusos e injusticias contra su pueblo y contra los artistas indígenas.

1. El génesis uitoto

En el principio fue el agua, el frío y el fuego. La noche era el verbo y en medio de ella una exhalación hizo aparecer a Moo Buinaima, el dios creador del mundo uitoto, un dios surrealista que mientras sueña crea a los seres que poblaron esta dimensión. Así aparecieron los primeros hombres y mujeres, luego de que Buinaima escupiera al agua y su saliva se convirtiera en la arcilla primordial de humanos, plantas y animales. Un dios generoso que no dudó en llamar a otras divinidades para completar su creación en función de las necesidades de los humanos: cuando estos necesitaron luz, Jitoma, el dios sol, repartió el fuego a cada pueblo amazónico; cuando necesitaron pescar de noche, otro dios les regaló la Luna. 

“Los sueños son muy importantes en el mundo uitoto, es como una dimensión que está unida a la vida en este mundo”, dice el joven artista en la galería donde se exhibe la muestra que recorre su trayectoria artística desde 2003 a la actualidad.

El pintor uitoto Rember Yahuarcani, uno de los grandes nombres del arte indígena peruano. PIERRE RÍOS

Aunque llega apresurado a la cita con COOLT, Rember luce calmado, como si acabara de cruzar el portal de otra dimensión, igual que los seres que dibuja en sus pinturas, aunque en esta versión lleva el cabello largo, gafas de sol, camisa gris y jeans oscuros. Si no fuera por el collar de dientes de añuje que cuelga de su cuello, podría parecer un turista oriental. De hecho lo es. Cuando Rember llegó a Lima 2003, tenía 18 años. Había salido de Pevas, un pequeño pueblo ubicado a orillas del río Ampiyacu, en el oriente de la región Loreto, en el corazón de la majestuosa Amazonía. Su padre, el reconocido pintor y escultor uitoto Santiago Yahuarcani, había recibido una invitación para participar en una muestra colectiva de arte amazónico en la capital, sin embargo, decidió enviar a su primogénito en su lugar.

En lengua uitoto-munuka, Rember se escribe Ribetuau, que es el nombre que recibe aquel pequeño grupo de plumas que impulsan el vuelo de las aves. Aquel 2003, Santiago envió a volar a su vástago, aunque este no lo quisiera ni tampoco lo soñara. Con esa distancia mental y anímica arribó al valle desértico de Lima, donde el bosque es de concreto y las montañas de arena y pobreza. Ese año presentó sus trabajos en la muestra La serpiente de agua, la cual le abriría las puertas del selecto y endogámico circuito artístico limeño. “Yo no vine a buscar nada entonces yo no le pido nada a esta ciudad y eso me da fuerza, eso me sirvió desde mi primera muestra individual en 2004 en la Biblioteca Nacional”, le confiesa Rember a la antropóloga Luisa Elvira Belaúnde en un documental etnográfico que ella dirigió por esos años.

Fue en 2005 que conocí su obra y figura por primera vez. Yo trabajaba en el Museo de Arte del Centro Cultural de San Marcos y Rember había sido convocado para una exhibición colectiva organizada por otro artista amazónico: Christian Bendayán, pintor, curador (aunque sería más propio decir curandero), productor cultural y principal responsable de que el arte peruano del Amazonas se haya posicionado dentro y fuera del territorio nacional. En poco tiempo, Christian se convirtió en el André Bretón del colectivo amazónico, en el propulsor de acciones que intentan devolver la voz al artista indígena para contar su historia en su propio lenguaje. A este fin ayudó que el biotipo racial de Bendayán encajara con los estándares sociales de la élite limeña, aquella que controla el mercado del arte local desde la época de la conquista. Pero, ¿cómo comprender la voz de los que nunca tuvieron voz? Durante el cóctel de inauguración de la muestra colectiva La soga de los muertos, un famoso periodista radial se acercó a Rember y, con actitud paternalista, le preguntó cuánto valía su obra. Antes de que el artista pudiera responder, le ofreció una cantidad que, luego comprendí, era irrisoria para la calidad de dichas pinturas. 

'Peces', de Rember Yahuarcani. CORTESÍA

2. El corazón de las tinieblas

La humanidad entera debe haber pronunciado más de una vez la palabra Amazonía. Sin embargo, solo una ínfima fracción conoce su historia. Y esta profunda distancia intelectual y geográfica ha favorecido abyectas formas de desprecio como la indolencia, el abuso y el paternalismo.

Recordemos.

Ya en tiempos precolombinos, las comunidades indígenas de la Amazonía peruana sufrieron la invasión de etnias andinas como los chavín o los incas. En el siglo XVI, fueron sometidas por rifles españoles y reeducadas por jesuitas y franciscanos. Hacia fines del siglo XIX, diversas etnias asentadas entre los ríos Amazonas y Putumayo fueron esclavizadas, exterminadas y, en muchos casos, extinguidas durante el bum de la fiebre del caucho (genocidio que se cobró la vida de más de 40.000 indígenas). En 1943, el Estado peruano conmemoró el cuarto centenario del descubrimiento del río Amazonas con una gran exposición amazónica que no incluyó a ningún artista amazónico. A inicios de los noventa, el grupo terrorista Sendero Luminoso se atribuyó el genocidio de la etnia asháninka, cuyos resultados fueron 6.000 indígenas muertos, 5.000 desaparecidos y 10.000 desplazados. A mediados de 2009, el Gobierno de Alan García ordenó el desalojo de aproximadamente 5.000 nativos aguarunas, huambisas y otros grupos étnicos amazónicos a quienes calificó de “ciudadanos de segunda clase” por oponerse a éste y otros abusos: unos días después se produjo la masacre de Bagua que dejó 33 muertos y 200 heridos. En la última década, la explotación de petróleo y el tráfico ilegal de oro, madera y cocaína han provocado el asesinato de líderes indígenas y el desplazamiento de comunidades de sus ancestrales territorios.

¿Por qué será que nos parece menos importante un nativo amazónico que un vaquero estadounidense? En el juego del realismo capitalista, la imagen es también una forma de opresión. Dice Bendayán en uno de los videos del proyecto AMA (Amazonas: zona de mitos y visiones) que “tras la llegada de los españoles, diversas expediciones extranjeras se adentraron en esta región con el afán de conquistar, colonizar y evangelizar a los pobladores. Con la llegada de la fotografía en 1860, se comprueba la presencia de dichos exploradores como el prefecto de Cusco, Baltazar la Torre, en la selva de Madre de Dios, reforzando la imagen de salvajes de los indígenas, negando la posibilidad de que otra civilización distinta a la occidental pueda existir. A principios del siglo XX, circulaban por la capital tarjetas postales con fotografías de indígenas amazónicos acompañadas de frases satíricas o denigrantes, visión que sirvió para ser asumidos como tal dentro de la joven república del Perú. La intención, una vez más, era mostrar la necesidad de domesticar la selva y sus habitantes”.

'El territorio de los abuelos', de Rember Yahuarcani. CORTESÍA

En este contexto, la obra de Rember Yahuarcani surge como una clarividencia, como una ensoñación que codifica mensajes milenarios y los traduce en una visión, distinta, aunque insólitamente cercana a través de la naturaleza, la nuestra y la del mundo que nos rodea. Somos la única especie animal que se construyó un bosque de acero y cemento para satisfacer nuestro instinto predatorio. En ese sentido, para intentar generar un cambio (o mejor dicho, un retorno) a otras formas de comprender el universo es necesario hablar el idioma del predador, del conquistador, del curador, del dueño de la galería, del visitante de museo. Parafraseando al teórico británico Mark Fisher, Rember tuvo que perder su voz para poder hablar: su idioma principal es el español —aunque entiende y habla un poco de uitoto—, su obra pasó de la viñeta costumbrista a la sofisticación pictórica, el soporte de sus cuadros transmutó de la yanchama autóctona (una corteza que se extrae de un árbol) al lienzo de lino, los tintes naturales fueron reemplazados por el acrílico, la ambientación de sus personajes pasó del día racional a la noche onírica, los hombres y mujeres realizando faenas cotidianas dieron paso a los espíritus zoomorfos que caminan bajo el agua.

Con una voz firme y serena, Rember explica: “Lo que me motivó a cambiar mi registro pictórico fue que no quería que mi obra fuese una pieza etnográfica, que no fuera un objeto de estudio antropológico sino un objeto de arte. Tampoco quería seguir explicando mis obras como arte indígena, que tal escena era un baile, que tal otra eran uitotos cazando o mambeando, etc. Simplemente quería colgar mi obra y que, como cualquier otro artista contemporáneo, sea esta la que posea los elementos y características necesarios para hablar por sí sola”. Y es con esta profunda convicción que, en poco tiempo, la obra de Rember comenzó a girar por el mundo. De Argentina a Polonia, de Dinamarca a México, de Ecuador a China. También ganó premios como el Primer Concurso Nacional de Literatura Infantil y Juvenil “Carlota Carvallo de Núñez” (2010) o la Segunda Bienal Intercontinental de Arte Indígena, Ancestral o Milenario (2008). Pero esto es lo menos importante, la verdadera misión de Rember es transmitir los saberes de sus ancestros y denunciar los sistemáticos crímenes y abusos contra el mundo amazónico. En tal sentido, la obra de este artista autodidacta posee una intención documental, ecológica y política. 

Mientras conversamos sentados a un lado de las salas de exhibición, unas aves turistas trinan como queriendo involucrarse en nuestro diálogo. Rember enfatiza: “El idioma es fundamental para conocer una cultura. Esta pandemia se ha llevado a varios abuelos y eso es una pérdida muy lamentable para el mundo indígena. Los abuelos son personas muy valiosas para nuestra cultura porque poseen un conocimiento amplio y diverso que va desde contar chistes, elaborar antídotos, construir casas, incluso caminar por el monte donde es muy fácil perderse. En vez de que el Ministerio de Cultura reconozca a estos abuelos como personas meritorias, lo cual no conlleva ningún beneficio concreto, lo que debería existir es un programa integral que mejore la calidad de vida de estas personas”.

'Noche en el río Ampiyacú', de Rember Yahuarcani. CORTESÍA

3. El clan de la Garza Blanca

Cada comunidad indígena amazónica tiene su propia concepción del universo. Para el pueblo uitoto áimenu todo comenzó hace miles de años, en el lugar donde se arremolina el río Putumayo, donde un día el dios Juma (dios garza) dejó su túnica para ir a bucear y capturar peces. Al volver observó que unos niños se la habían robado. Juma fue tras ellos, pero lo que encontró fue una maloca (casa circular) donde un grupo de animales jugaban y reían con su túnica porque no le quedaba a nadie. Enojado, el dios garza hizo llover torrencialmente hasta que un trueno cayó tan fuerte que hizo un hoyo en el suelo, y la maloca y sus integrantes se hundieron convertidos en piedra.

Tras el genocidio indígena perpetrado, a principios de siglo XX, por adinerados caucheros peruanos, la familia Yahuarcani, descendientes de Juma, decidió migrar desde el río Putumayo (actual Colombia) hasta el río Ampiyacu, siendo la última familia del clan áimenu que vive en el Perú.

“Mis abuelos vivieron en varias comunidades del río Yahuasyacu, pero es por insistencia de mi abuela que decidieron separarse de los murui, porque ella no quería que su etnia se perdiera, la mayoría fueron exterminados durante el bum del caucho. Mi bisabuelo y bisabuela fueron apresados por los caucheros y enviados al lado peruano junto con otras etnias uitoto. Entonces nuestro clan de la Garza se ha desarrollado al margen de los murui, porque mi abuela nunca quiso ser absorbida por esa etnia, ella siempre defendió su origen sin importar si éramos la única familia que conformaría el clan”, señala el pintor.  

'Curacas del clan Picaflor' y 'Bajo la lluvia', de Rember Yahuarcani. CORTESÍA

Los padres de Rember son también reconocidos artistas amazónicos: Santiago Yahuarcani y Nereida López. Pero es su fallecida abuela, la matriarca Martha López, de quien Rember siempre habla como si su espíritu habitara cada uno de sus pensamientos y acciones: “Cuando era niño, mi abuela no podía explicar muchas cosas en español porque, a pesar de que había aprendido algo del idioma, le costaba usar palabras como ‘aliento’, porque en uitoto esa palabra conlleva un significado mucho más profundo relacionado con el primer soplo, el aliento que da vida”.

En 2012, Rember y Santiago viajaron hasta la localidad colombiana de La Chorrera junto con la abuela Martha. En este lugar se halla la maloca donde aparecieron sus dioses, donde se reúnen sus líderes y donde asesinaron a miles de indígenas que pertenecían a la Casa Arana, base de operaciones del barón del caucho Julio César Arana, un equivalente de Auschwitz para los uitoto. Allí ambos realizaron un mural sobre la pared de lo que fue el símbolo del genocidio indígena y que ahora reluce con los colores, los mitos y las historias de los hijos de Buinaima. A esta obra, los Yahuarcani la titularon El grito de los hijos de la coca, el tabaco y la yuca dulce.

“Lo que descubrí [en La Chorrera] fue que los uitoto del lado colombiano están mejor organizados, tienen una presencia activa en las universidades, muchos de sus territorios son autónomos... Yo había escuchado hablar de La Chorrera desde que era niño, incluso llegué a pensar que no existía, hasta que estuve allí y pude observar muchos lugares físicos que están asociados al mito, por ejemplo la maloca donde apareció Juma, el dios garza. En ese territorio hay lugares específicos donde uno puede recorrer la historia y el mito, en ese momento el mito pasa del relato ficcional a ser una historia viva. Mi responsabilidad es transmitir lo más genuinamente posible esos mitos a través de los métodos que pueda utilizar”, dice Rember.

4. En la selva no existe el silencio

Perú es un país multicultural donde conviven diversas naciones étnicas cuyo Estado jamás logró unificar y reconocer desde la diversidad. A diferencia del mundo andino colonizado por los españoles, el mundo amazónico fue colonizado por los peruanos. A lo largo de los últimos cien años, el indígena ha sido exotizado y catalogado como salvaje, errante e incivilizado, conceptos bajo los cuales se sigue justificando una serie de crímenes y atropellos. Recién a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, el indígena fue incorporado dentro del Estado y, a partir de allí, comenzaron a llegar los primeros científicos sociales (antropólogos, sociólogos, etnógrafos, etc.), que no hicieron más que convertirlos en piezas de estudio. Varias décadas después, en 2005, esa visión comenzó a cambiar no por iniciativa de los académicos sino porque hubo un reclamo del mundo amazónico a no ser tratados de esa manera. En esta misión, el arte se ha convertido en su principal vehículo de difusión y denuncia.

“Las artes han permitido posicionar la voz de los indígenas en el Perú, la región y el mundo. Pienso que la academia no ha hecho lo suficiente para que el indígena sea considerado como un ciudadano, por eso busqué alejarme de ese entorno, me interesa mucho más ver qué provoca mi obra en un poeta, un escritor o un psicólogo”, sostiene un Rember ideólogo, militante de la justicia, aquel que no duda en señalar los abusos en un entorno de apariencias donde lo conveniente es el silencio: “En febrero (de 2021) hice una denuncia con respecto a la exposición del proyecto Bicentenario y un aspecto que observamos con otros artistas amazónicos es que el indígena es chevere, es buena persona, es alegre y racional hasta el momento en que protesta, que cuestiona, que pide informes, en ese momento el indígena se vuelve un irracional, un igualado, un salvaje. Se continúa viendo al artista indígena desde una visión de sometimiento. Yo no puedo hacer eso, no puedo quedarme callado porque soy un artista que, a diferencia del artista urbano que es más individualista, pertenezco a un colectivo, poseo los valores de mi comunidad, de mis ancestros, esta responsabilidad hace que yo tome posición y realice acciones que pueden incluso ponen en riesgo mi propia carrera. Pienso que todos deberíamos tener esta posición, sean o no indígenas, porque son esas injusticias las que nos mantienen en un país de desigualdades”.   

'Sin título', de Rember Yahuarcani. CORTESÍA

Mientras dialogamos sobre estos temas nos interrumpen dos mujeres adultas, elocuentes representantes de la clase alta limeña, cuya tarjeta de presentación consiste en mencionar que son amigas de una curadora peruana de apellido alemán. Luego preguntan a Rember si tiene alguna obra en venta con la misma impostación vocal que usan cuando le preguntan a una verdulera por la fruta orgánica de temporada. Me piden que les tome una foto junto al artista, no sin antes advertirse en voz alta si tocar su teléfono podría ponerlas en riesgo de contagio. Finalmente, le ordenan a Rember que se quite la mascarilla. En ningún momento pronunciaron la palabra “por favor”.

Durante la Feria del Libro de 2009, donde Rember ganó el concurso de cuentos, el artista manifestó: “La Amazonía no es un espacio para todo el mundo, la Amazonía es un espacio para la gente que quiere un desarrollo sostenible, un desarrollo digno, gente que no solo ve árboles, agua o un pedazo de tierra, la Amazonía es un espacio donde hay gente que piensa, que siente, que tiene creencias, por eso necesito la ayuda de ustedes, de personas inteligentes, de personas que puedan ver más allá de la pared, que tengan una visión más allá de la burbuja que es Lima, que nos vean como personas, no como salvajes”. Y este reclamo no es gratuito. En las últimas décadas, la mayor reserva de recursos naturales biológicos de la tierra ha sido arrasada, explotada y destruida a niveles que no se había registrado en la historia de la humanidad. Asistimos juntos y en tiempo real a un ecocidio que se acerca cada vez más al punto de no retorno: “El cambio climático nos ha afectado muchísimo, yo recuerdo que a fines de agosto llegaban vientos huracanados y frío, toda la comunidad ya sabía y se preparaba para eso. Ahora ya no ocurre y eso ha alterado mucho la vida de los indígenas, sus tiempos de siembra o de cosecha por ejemplo, antes el verano duraba un mes, ahora dura tres meses y las lluvias inundan zonas que antes nunca se inundaban, todo eso afecta no solo a los hombres sino también a las plantas, a los animales acuáticos y esto es solo el comienzo”.

5. El sueño de los ancestros

En el mundo amazónico, cada elemento, visible o invisible, forma parte de los individuos. Allí reside el equilibrio natural del cosmos. Por eso Fidoma, el dios boa, es el dios de los colores, el que se introdujo en la selva para buscar las coloraciones comiendo hojas, semillas o cortezas, por ello es considerado el primer pintor de los uitoto. Pero, ¿cómo se construye una obra en este contexto? 

“Yo creo que con responsabilidad, lo que hago no solo me pertenece a mí, le pertenece a todos los ancestros que han estado antes. Cuando termino una obra siempre me pregunto si esa obra habla de mis ancestros o si mis ancestros estarían de acuerdo con mi obra o si cuestionarían lo que yo intento cuestionar con mis cuadros. Yo pinto para ellos, no para un grupo de personas específico”, afirma Rember, a quien pregunto sobre su concepto de belleza. “Una vez le pregunté a mi abuela qué era la felicidad y ella me dijo que la felicidad era tener comida en la mesa y ver a todos comiendo felices. Para mí, luego de esta pandemia, es poder ayudar a la mayor cantidad de abuelos indígenas que están muriendo y preservar la memoria de los que ya se fueron”. 

Con estas palabras y un abrazo me despido del príncipe garza, el mensajero del universo uitoto, de su sabiduría ancestral, de sus mitos, de sus pájaros, peces, árboles y espíritus. Otro mundo es posible.

Periodista, productor cultural y gestor en industria musical. Ha trabajado en el diario El Comercio y ha colaborado en medios como Rolling Stone Argentina, DMAG, Zona de ObrasSenhor F, Dedo Medio y Buen Salvaje, entre otros. Miembro de la Asociación de Managers de Latinoamérica y de la Red de Periodistas Musicales de Latinoamérica, dirige agencia de gestión musical Movimiento Music.