Régulo Pérez, los colores de la selva

La jungla profunda ha marcado la carrera del pintor y caricaturista, convertido en un referente del arte contemporáneo venezolano.

Detalle de 'Culebra de ida y vuelta', de Régulo Pérez (2021). DIEGO TORRES PANTIN
Detalle de 'Culebra de ida y vuelta', de Régulo Pérez (2021). DIEGO TORRES PANTIN

En 1986, la Corporación Venezolana de Guayana, compañía estatal encargada del desarrollo minero e industrial de la región guayanesa, invitó al pintor Régulo Pérez a participar en un proyecto muy particular: dejar constancia del operativo de rescate de los animales desplazados por la construcción del embalse del Guri. El artista hizo dibujos de monos, arañas, dantas, tigres... Acompañándolos de textos, los convirtió en caricaturas. En una de ellas, una serpiente aparece con la siguiente leyenda: “A la culebra de agua le llovió sobre mojado”. El trabajo fue expuesto en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, y también, se publicó en forma de libro.

La fauna selvática nunca fue extraña para Régulo Pérez. El pintor nació en 1929 en Caicara del Orinoco, al sur de Venezuela, un territorio dominado por el paisaje amazónico. Durante su infancia, su padre solía sacarlo de paseo para que admirara la naturaleza circundante. Podía ver aves de variados colores que llegaban volando; también caimanes, tapires o venados que rondaban su pueblo. E inmensos árboles y todo tipo de plantas. Al montarse en una curiara, una embarcación creada por grupos indígenas venezolanos, recorría las interminables aguas del gran río de Venezuela. Y con frecuencia se topaba con indígenas e’ñepa, que se presentaban en la calle para hacer sus compras y vender sus artesanías.

En la actualidad, Régulo reside en un apartamento en Caracas con su esposa, la escultora Nidia del Moral. Inevitablemente, el lugar está habitado por obras de arte, mesas de trabajo y herramientas. Es un hogar-taller. Al entrar, la vista se ve hipnotizada por un vitral de variados colores donde resaltan 16 cuadros de tortugas. Régulo hizo los dibujos. Su inspiración provino de un estanque lleno de tortugas que tiene una amiga suya de Caicara del Orinoco.

El artista venezolano Régulo Pérez. DIEGO TORRES PANTIN
El artista venezolano Régulo Pérez, en su casa-taller de Caracas. DIEGO TORRES PANTIN

Pese a que la selva es una constante en su vida, el mundo plástico de Régulo no se limita al color verde. Al contrario: en sus pinturas se encuentran todos los colores de la paleta. Suele usar colores planos, haciendo combinaciones entre diferentes tonos. Sus figuras son esquemáticas, con unas líneas esboza un pescado, una flor, un pájaro, un árbol, una persona o una curiara. Estos personajes se sienten cómodos dentro de sus espacios bidimensionales. Un fondo completamente negro basta para ambientar el cuadro en un escenario nocturno.

Algunas de sus obras más representativas se incluyeron en la exposición Régulo Pérez. Orinoko, Serpiente enrollada, inaugurada el pasado marzo en el Centro Cultural UCAB de Caracas y curada por Humberto Valdivieso. El texto curatorial de la muestra ahonda en la singularidad de un creador que acumula ya más de medio siglo de trayectoria:

“Sus imágenes contienen el movimiento del agua, el ritmo de las estelas dejadas por las canoas, la forma sinuosa de las orillas y la vibración sonora de los rugidos, cantos y graznidos de todos los animales de la selva. Y al pasar de los años, de tanto ir y venir por el paisaje, ese río-serpiente-relato termina enrollado en su alma de tanto contar, describir, recordar, pintar, dibujar, metaforizar e imaginar. La navegación a remo, el dibujo y la escritura dejan entonces de ser un ejercicio y se convierten en una poética de aquel espacio. Es lo que ocurre con el maestro Régulo Pérez”.

'Voladora sobre el Orinoco', de Régulo Pérez (2022). DIEGO TORRES PANTIN
'Voladora sobre el Orinoco' (2022). D. T. P.

Un alumno rebelde

“Todos los niños recrean el mundo a su manera al dibujar, pero, a los que vamos a ser artistas, nos llega el momento de seguir con eso seriamente”, dice Régulo en conversación con COOLT.

El pintor recuerda cómo, cuando era pequeño, dibujaba lo que tenía a su alrededor en las hojas de sus cuadernos. Pero a los 16 años se trasladó a la capital del país, y cambió los árboles colosales por los edificios modernistas, los paseos en curiara por los trayectos en autobús.

Régulo se formó en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas, junto a Alejandro Otero, Pedro León Zapata, Virgilio Trómpiz y Daniel Hurtado. Sus estudios concidieron con una época convulsa. Desde el siglo XIX, el arte venezolano había tenido una tendencia clasicista, la cual permeaba el plan académico de la escuela. En 1945, varios estudiantes —entre ellos, Régulo— se organizaron en contra de esas normativas restrictivas, firmando el denominado “Manifiesto No” y creando el grupo Los Disidentes. Su acción ayudó a ensanchar la visión educativa, y propició la aparición de nuevas iniciativas como el Taller Libre de Arte, que, más que un movimiento, fue un espacio para la reunión, la creación y la discusión.

Casi todos los participantes de ese período de revuelta artística terminaron siendo referentes más adelante. Muchos abrazaron la abstracción, sin embargo, Régulo escogió otro camino. “Siempre participé en actividades junto a mis amigos abstractos, en un momento muy clasicista, pero, aun así, yo siempre me mantuve en la realidad”, dice el pintor, un admirador confeso de Picasso. “No rechazo la abstracción, pero me mantengo en otro lugar. Un árbol lo transformo en color, líneas y colores. El grafismo me interesa mucho. Tú ves líneas que sugieren, que te hablan de algo, pero sin reproducirlo con exactitud. Parece abstracción, pero no lo es. Es la naturaleza, la vida, las personas lo que está en mi obra. Es la interpretación a mí manera”.

'La selva magrittiana', de Régulo Pérez (2021). DIEGO TORRES PANTIN
'La selva magrittiana' (2021). D. T. P.

Viajes e irreverencia

En 1952, Régulo viajó a Europa para pasar una temporada. En un inicio residió en Roma, donde conoció al pintor y activista comunista Renato Guttuso, y luego se instaló en París, donde estudió pintura mural y litografía y fue testigo de cómo los cinetistas venezolanos, como Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, se abrían paso en la escena internacional.

En 1958, regresó a Venezuela. En su país, insatisfecho con los gobiernos de turno que se fueron sucediendo en el poder, desarrolló una destacada carrera como caricaturista político en medios como Fantoches, El Morrocoy Azul, El Farol, Tribuna Popular, La Pava Macha o El Sádico Ilustrado.

“Para mí, el humor tiene gran importancia, por eso el surrealismo me parece tan importante, por su irreverencia. Veía las revistas humorísticas y me encantaban”, dice Régulo. “Siempre he criticado la política de los gobernantes. Yo era comunista, pero nunca fui chavista. Soy libre, independiente y democrático. El contenido social está en mi vida, pero ya lo dejé”.

Como caricaturista, el estilo de Régulo no se diferenciaba mucho del que reflejaba en sus pinturas: los trazos y las líneas eran esenciales; el texto aportaba la ironía necesaria para la sátira.

Caricatura de Régulo Pérez, 1968. ARCHIVO
Caricatura de 1968. ARCHIVO

El compromiso social del pintor también se reflejó en su decisión, en 1972, de rechazar el Primer Premio de la Exposición Nacional de Artes Plásticas (y su cuantiosa asignación económica). En una carta que se publicó en la prensa, Régulo, además de criticar la situación de las políticas culturales del momento, incidió en la necesidad de mantenerse independiente a los circuitos oficiales. En esa decisión subyacía su oposición al Gobierno de Rafael Caldera.

La mirada de la selva

A lo largo de los años, Régulo ha compaginado su faceta de caricaturista político con la de pintor de la naturaleza amazónica. Sus viajes por los estados de Delta Amacuro, Bolívar y Amazonas le han permitido admirar paisajes emblemáticos de Venezuela como la cima del Roraima, y nutrirse de ellos para su obra.

'Bagre rayado', de Régulo Pérez (2011). DIEGO TORRES PANTIN
'Bagre rayado' (2011). D. T. P.
'Máscara Yanomami', de Régulo Pérez (2020). DIEGO TORRES PANTIN
'Máscara Yanomami' (2020). D. T. P.

El mundo del pueblo indígena e’ñepa, que conoció de niño en Caicara del Orinoco, está presente en algunas de sus pinturas. Una referencia a la realidad amazónica impregnada de consciencia social: “Tú no puedes reflejar a los indios sufriendo, siendo explotados. No puedes victimizarlos. Los mexicanos hicieron mucho eso: Siqueiros, Rivera. ¿Qué haces tú con pintar así a los indios? ¿Defenderlos?”, se pregunta Régulo, quien ha incorporado a su iconografía los petroglifos creados por este pueblo.

El interés de Régulo por el entorno natural se aprecia también en la elección de materiales. Por ejemplo, algunas de sus pinturas de curiaras son intervenciones sobre trozos de madera, cuya silueta adopta la forma de la barca. “Mi esposa, que es escultora, tiene mucho pino”, dice el pintor. “Tú ves la madera, y cuando la metes dentro del cuadro, ya es el árbol, se transforma con tres pinceladas verdes”.

'Curiara a la deriva', de Régulo Pérez (2021). DIEGO TORRES PANTIN
'Curiara a la deriva' (2021). D. T. P.

El artista ha experimentado con el óleo, las acuarelas, guaches y tempera, así como con grafito sobre papel, acrílico y esmalte. “Cuando se nos hizo difícil comprar pinceles, yo trabajé con pinceles viejos. Tú trabajas con lo que tienes”.

Toda esa adaptabilidad está enfocada a mostrar la naturaleza desde un punto de vista muy personal, alejado de la representación fidedigna. “Veo la naturaleza como punto de partida y no como punto de llegada. Lo mimético no tiene interés para mí. Un hiperrealista te muestra una gran técnica, pero no te dice nada”, dice Régulo. “Quizás no estoy recreando el mundo de los sueños, sino más bien un mundo fantástico. Allá hay cosas parecidas a las de nuestro mundo. Hay animales que ni te imaginas”.

Periodista y fotógrafo. Colaborador de medios como Prodavinci.

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