León Ferrari, el juguete rabioso del arte argentino

Creó obras que muerden a quien las mira, críticas con el poder y el dogmatismo. El Museo de Bellas Artes de Buenos Aires celebra ahora su figura.

El Cristo crucificado en un avión de León Ferrari, en la exposición 'Recurrencias', en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires. MNBA
El Cristo crucificado en un avión de León Ferrari, en la exposición 'Recurrencias', en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires. MNBA

Un hombre de 80 años recorre las góndolas de una juguetería en Buenos Aires, Argentina. Mira buques de guerra, aviones militares, motos de policía. Los levanta con las manos, calcula su peso, calibra su forma con los ojos que observan detrás de anteojos de marco negro y grueso. No está eligiendo regalos para sus nietos, que los tiene. Tampoco busca sumar una cucharada fetichista a una colección propia que cultiva desde la infancia. El hombre, que tiene el pelo blanco, largo hasta los hombros, avanza con una sonrisa entre los pasillos cargados de superhéroes, princesas y osos de colores. Cuando llega al final retoma el siguiente, como si estuviera en un laberinto del que prefiere no dar con la salida.

De golpe, el hombre se detiene. En una esquina, un horno blanco del mismo tamaño que el de su cocina, brilla por las luces encendidas. De pie, con una chaqueta azul sobre el cuerpo flaco y vital, lo observa un rato largo. Luego llama al chico de la tienda, le dice que se lo lleva. “¿Lo envuelvo para regalo?”, pregunta el vendedor. “No, es para mí”, responde León Ferrari (Buenos Aires, 1920-2013), uno de los artistas argentinos más importantes de la historia reciente, con exhibiciones en el MoMA de Nueva York, el Centro Pompidou de París, el Reina Sofia de Madrid y reconocimientos en la Documenta de Kassel, la Bienal de São Paulo y la Bienal de Venecia.

La escena, real o no, pero verosímil, pudo haber sucedido en una juguetería de la calle Pichincha, en San Cristóbal, donde Ferrari tuvo su último taller. También, con variaciones, pudo haberse replicado en una santería o en un sexshop de la zona, sea con vírgenes de yeso o con vibradores rojos en lugar de juguetes para niños. Lucila Mazzacaro, la guía que acompaña en el recorrido por la casa-taller de Ferrari, frente a una pared repleta de estantes, con cajas llenas de cruces, avioncitos, muñecos, santos y penes, cuenta que el artista trabajaba con materiales que compraba en tiendas del barrio. En sus manos, el plástico, el yeso, los alambres, las mamaderas, los preservativos y revistas, como si fuese un alquimista, se convertían en manifiestos, belleza, angustia, sarcasmo e ironía. En otras palabras, mutaban en obras de arte, en juguetes rabiosos que contienen y expanden las pasiones tristes y alegres del mundo.

Visita virtual a la casa-taller de Leo Ferrari en Buenos Aires. YOUTUBE

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El taller de la calle Pichincha fue el último en el que trabajó León Ferrari, desde 2006 hasta su muerte en 2013. A partir de 2018, la Fundación Augusto y León Ferrari Arte y Acervo (FALFAA) lo abrió al público. Es una casa grande, de dos plantas, con un jardín en un costado del patio ensombrecido: un agujero verde y selvático en uno de los barrios más grises de la ciudad de Buenos Aires. Desde el hall de entrada hasta el jardín hay material acumulado. Una curaduría barroca, que mezcla obra, objetos y recuerdos domésticos. Del techo cuelgan nubes de alambres, hongos nucleares, cuadros con excremento de palomas, y cucarachas militarizadas que caminan sobre mapas del hemisferio sur.

Lucila Mazzacaro, vestida con un suéter rosa chicle, habla con los ojos celestes encendidos, llenos de asombro a pesar de hacer el mismo recorrido todos los sábados, en tres turnos diferentes. Se detiene en el umbral de cada una de las habitaciones para narrar la historia, las características, las búsquedas de León Ferrari en cada pieza. Luego, habilitando la ceremonia del espectador y el artista, deja que el visitante, en silencio, elabore su propia experiencia frente a la obra. La curaduría, siempre en movimiento, incluye un espacio que homenajea a la masturbación, otro que beatifica al preservativo; collages con escritura en braille; botellas con alusiones icónicas a la conquista española; otra sala copada por una banda de músicos de tamaño real hechos con poliuretano expandido.

—Hay más de 10.000 obras —dice Lucila—, es imposible de catalogar. De a poco la estamos rastreando. Pero es muy difícil. Venía un amigo a visitarlo al taller, León agarraba una mamadera, la firmaba y se la regalaba.

El artista argentino León Ferrari. MNBA
El artista argentino León Ferrari. MNBA

El resto del recorrido por la casa-taller incluye una sala permanente donde se exhibe obra de Augusto Ferrari, el padre renacentista de León. Además de construir y decorar iglesias, el arquitecto Augusto hacía fotos y pinturas; su hijo se empecinó en rescatar el material de la telaraña de la inmigración italiana y el olvido. La visita finaliza en su taller, en la habitación pegada a la puerta de entrada. Congelada en el tiempo, aún mantiene elementos de trabajo —pinzas, tijeras, crayones, óleos—, junto a un atril donde cuelga un bastón y cerca de un cuadro con el afiche de la película El artista, que lo tuvo entre el elenco. Además, al lado de su silla de trabajo, como un tótem, sobresale un mueble vidriado con imágenes y objetos de su hijo Ariel, militante de la organización Montoneros, detenido y desaparecido en 1977, un año después de que su familia se exiliara en São Paulo, Brasil.

Gran parte de la obra que suele encontrarse en la casa-taller se exhibe en la muestra antológica que se mantiene hasta el 12 de agosto en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Recurrencias, tal su nombre, estaba programada para el centenario del nacimiento de Ferrari, en 2020, pero la pandemia metió su cuña y tuvo que postergarse. Sin embargo, el azar del calendario hizo justicia terrenal: las puertas al cielo e infierno de Ferrari se abrieron el mismo año que se cumplieron 40 años de democracia en Argentina. En palabras de Andrés Duprat, director del museo y curador de la muestra junto a Cecilia Rabossi, “este hecho resulta significativo, ya que muchas de las obras elegidas construyen una suerte de relato de los oscuros tiempos de la última dictadura militar. Esta exposición se vuelve, entonces, un llamado a reflexionar en torno a la construcción de una sociedad sin violencia y autoritarismo, más equitativa y solidaria”.

La exposición 'León Ferrari. Recurrencias', en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. MNBA
La exposición 'León Ferrari. Recurrencias', en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires. MNBA

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El MNBA es una mole rosa, ubicada en el barrio de Recoleta. Se lo considera uno de los museos más importantes de Latinoamérica, tanto por la colección permanente de arte argentino —Berni, Xul Solar, Pueyrredón, entre otros clásicos— como por la colección de popes internacionales —Cezanne, El Greco, Chagall, por nombrar los más visitados—. Hasta el momento, la obra Ferrari nunca se había exhibido de manera individual. Recurrencias reúne cerca de 250 obras, entre las que se incluyen dibujos, video, textos, tintas, esculturas, collages, grabados, objetos, heliografías, planos y cerámicas del período 1960-2011. Las piezas proceden de los fondos del propio MNBA y de las colecciones de la familia Ferrari y de la FALFAA.

Ferrari, con su formación autodidacta, experimentó con diversos lenguajes artísticos para transmitir aquello que “quería hacer ver”: desde la madera y las varillas de acero en sus inicios en los sesenta hasta las fotocopias, pasando por el literario, como la carta que le escribió al Papa Juan Pablo II para que anule el Juicio Final y el infierno, encabezando el colectivo de firmas CIHABAPAI (Club de Impíos Herejes Apóstatas Blasfemos Ateos Paganos Agnósticos e Infieles). Las distintas etapas de su obra se pueden contemplar en los cuatro núcleos, en los cuatro continentes, en las cuatro islas que el visitante atraviesa como si fuese un viaje burlesco por los círculos dantescos.

Sin título, de la serie 'Nunca más', de León Ferrari (1995). COLECCIÓN FAMILIA FERRARI
Sin título, de la serie 'Nunca más', de León Ferrari (1995). COLECCIÓN FAMILIA FERRARI
'Ideas para infiernos', de León Ferrari (2008). COLECCIÓN FAMILIA FERRARI
'Ideas para infiernos', de León Ferrari (2008). COLECCIÓN FAMILIA FERRARI
'Homens', León Ferrari (1982). COLECCIÓN FAMILIA FERRARI
'Homens', León Ferrari (1982). COLECCIÓN FAMILIA FERRARI

El primer ámbito de la muestra, Abstracciones, expone obras que Ferrari consideraba abstractas, donde la línea, sea en un papel o en un grabado, va construyendo un universo indeterminado alrededor de su trazo. En el segundo núcleo ya reconocemos al Ferrari más combativo. Su nombre es el mismo de la icónica obra realizada en 1965 para el prestigioso Premio Di Tella: La civilización occidental y cristiana. Movilizado por la guerra de Vietnam, Ferrari montó un Cristo crucificado en un avión militar, ensamblando en una sola pieza el destino belicoso de la religión como escudo y bandera imperialista (el director del Di Tella, Romero Brest, entonces pidió que la retiraran por presiones políticas). El tercer eje, Infiernos y otras cuestiones devotas, se ocupa de la obra que Ferrari elabora a partir de los ochenta, interviniendo textos sagrados e iconografía cristiana. Por último, alterando un orden cronológico, la muestra se cierra con el núcleo Ciudades y arquitecturas de la locura, obras que Ferrari realizó durante su exilio en São Paulo. A partir de planos y de bocetos de urbanizaciones, pone en evidencia la irracionalidad de la racionalidad moderna que modeló el mundo que habitamos.

La obra de Ferrari es un juguete rabioso. Muerde a quien la mira, lo llena de furia viva, le inocula dudas, genera picazón donde había calma celeste, cambia el modo de mirar lo visto mil veces. El principal blanco de su arte, desde sus inicios, fue la matriz cultural occidental y cristiana. En palabras de Duprat y Rabossi, “buscaba despertar conciencias; planteaba el arte como un ‘altavoz’, un instrumento para transmitir y amplificar ideas, y reivindicaba su valor cuestionador”.

La exposición 'León Ferrari. Recurrencias', en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires. MNBA
Visitante en una de las salas de la exposición 'León Ferrari. Recurrencias'. MNBA

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A pocas cuadras del Museo de Bellas Artes está el Centro Cultural Recoleta, otro de los polos emblemáticos del arte argentino. Para llegar hay que cruzar un puente que se eleva sobre la avenida Libertador y, luego, caminar una centena de metros por la plaza Francia. Es una de las zonas más exclusivas de Buenos Aires, rodeada de embajadas y de fortunas aristocráticas que gotean de generación en generación. En 2004, en la sala principal del Centro Cultural se exhibía una retrospectiva por los 50 años de la obra de Ferrari. Los días previos, varios grupos religiosos habían organizado una vigilia, con velas y rezos, frente a la puerta. No eran feligreses sueltos. Jorge Bergoglio, cardenal de Buenos Aires durante esos años, manifestó su “dolor” por lo que consideraba “una blasfemia”. Las palabras llevaron a la acción. Primero, uno de los fieles tiró al piso un frasco que contenía preservativos y la imagen del Papa Juan Pablo II. Otros, a su alrededor, empezaron a arrojar al aire panfletos con la leyenda “¡Basta de Blasfemia!”. En total rompieron 10 obras.

Los panfletos, plastificados, están en unas de las habitaciones de la casa-taller. Pasan de mano en mano entre los visitantes, que los leen arrugando la frente. También, en un rincón, hay una obra averiada: una escultura de vidrio partido, con una corona de flores que cuelga y se enrosca entre los pedazos rotos semejante a una serpiente. Ferrari la conservó en estado de destrucción, como si la variación fuera parte del proceso artístico. Solo le cambió el nombre. La llamó Gracias Bergoglio, en agradecimiento a la difusión que le hizo a su trabajo.

Cerca de cumplirse dos décadas del acontecimiento, Bergoglio pasó a llamarse Francisco y a residir en el Vaticano. Ferrari, uno de los cinco artistas plásticos más importantes del mundo según The New York Times, también cambió la piel desde entonces. O, mejor dicho, mutó su voz, sus manos, su mirada, su olor y afecto en varios miles de obras artísticas. Obras que se pueden ver en museos de todo el mundo y, además, donde fueron elaboradas: en su taller de la calle Pichincha. Obras de distintos tamaños y materiales, catalogadas o no, distribuidas en bóvedas y estantes, expuestas en galerías o en colecciones personales. Obras blasfemas, rabiosas, irreverentes, sexuales, amorosas, que atraviesan cielos e infiernos, el sol y la tierra, idiomas y religiones, cuerpos e ideologías y, como decía el crítico Iñaki Echavarne, continúan su viaje irremediable hacia la inmensidad.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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