Artes

Ciudad Juárez, hoy igual que ayer

'Señorita extraviada', el documental pionero de Lourdes Portillo sobre las desaparecidas de Ciudad Juárez, cumple 20 años. Poco ha cambiado desde entonces.

Barcelona
Fotogramas del documental 'Señorita extraviada' (2001), de la directora mexicana Lourdes Portillo. WAY TO BLUE/ELENA CANTÓN

Lourdes Portillo (Chihuahua, 1944) no sabe si Señorita extraviada (2001) —un clásico recuperado por la última edición del festival Documenta Madrid— fue el primer documental sobre los cientos de mujeres secuestradas, violadas, torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez, pero sí que fue “el que más lucía”. Obtuvo premios como el Ariel, y se convirtió en una bandera para cambiar las cosas, dice la cineasta, porque “era la primera vez que la gente del sur de México escuchaba lo que estaba pasando en la frontera”.

En el transcurso de una conversación telefónica tan accidentada que periodista y entrevistada bromean sobre que “a lo mejor nos escucha la CIA” —“Yo creo que sí que puede que nos esté escuchando”, se ríe ella, al otro lado de la línea, desde su casa en California—, la legendaria cineasta mexicana también reconoce, apesadumbrada, que la siniestra realidad que reflejaba Señorita extraviada no ha cambiado. En efecto, a lo largo de los cuatro primeros meses de 2021, hasta 57 mujeres fueron asesinadas en Ciudad Juárez. Los más cínicos podrán decir que se trata de una ciudad de 2,5 millones de habitantes en la que mueren más varones a causa de las guerras entre bandas y cárteles, pero sigue siendo la urbe con mayor número de feminicidios de todo el país. Un auténtico femigenocidio. 

Familiares de una desaparecida de Ciudad Juárez, en 'Señorita extraviada', de Lourdes Portillo. WAY TO BLUE

No se sabe cuántas mujeres jóvenes, a veces incluso niñas, a menudo salidas de las numerosas maquiladoras —fábricas de marcas a menudo extranjeras, que emplean mano de obra barata— han sido asesinadas, porque no siempre aparecen los cadáveres maniatados en el desierto y porque muchas de las desaparecidas son tan pobres que nadie las reclama. Portillo tampoco lo sabe, aunque asegura que, en todo este tiempo, “lo único que ha cambiado son las asociaciones de mujeres”, que ya aparecen en Señorita extraviada: “Cuando estuve ahí, era algo muy pequeño y precario, muy distinto a las Madres de la Plaza de Mayo, que eran como tanques de guerra. En Ciudad Juárez no tenían medios, no tenían protección, pero hoy en día se han multiplicado y tienen el apoyo de las feministas por todo el país. Es el único movimiento de protesta real, y gracias a Dios es algo que sigue creciendo”.

La referencia argentina viene dada porque, en 1985, Portillo fue nominada al Oscar, junto a la también realizadora Susana Blaustein Muñoz, por Las madres de la Plaza de Mayo, un documental sobre las protestas organizadas por las madres de los desaparecidos durante la no menos siniestra dictadura que se prolongó de 1976 a 1983. “La rodamos justo después de la dictadura, poco después de la llegada al poder de Raúl Alfonsín, porque antes hubiera sido imposible, y ya pasamos bastante miedo. En aquel entonces rodábamos con celuloide, y llevábamos un baúl lleno de latas que teníamos en el hotel, cerrado con una cadena. Un día llegamos, y estaba abierto y todo revuelto. Nos querían mandar un mensaje. Pero luego, en la Plaza de Mayo, cuando filmábamos a las madres que ya se iban, apareció un tipo que empezó a hacernos fotos. Una de las madres agarró el bolso y empezó a liarse a bolsazos. Ahí perdimos el miedo” (risas).

La directora mexicana Lourdes Portillo. WAY TO BLUE

“Lo de Ciudad Juárez también es como una dictadura, pero más misteriosa”, dice Portillo. Y ahí también pasó miedo. Señorita extraviada dibuja una realidad en la que el narcotráfico y el crimen organizado estarían por encima de políticos y policías corruptos. “Eso tampoco ha cambiado”, asegura. “Mientras estaba filmando una reunión de las asociaciones de mujeres con las autoridades, se me acercó un señor y me dijo que quería hablar conmigo. Salimos al corredor, y me dijo que sabía donde vivía. Y dije, qué bien, qué bonito, pero me entró un miedo terrible. Al final, se me quitaron las ganas de volver a Ciudad Juárez, porque quedé un poco traumada por todo lo que vi y oí ahí. Me pregunté si tenía que seguir con mi carrera como cineasta o dedicarme a los derechos humanos, y pensé que lo que tenía que hacer era seguir viviendo”.

Desde el otro lado del charco, los asesinatos igual no son fáciles de entender, porque no son la suma de casos de violencia de género perpetrados por tal o tal otro enajenado, sino algo mucho más sistemático.  “Ciudad Juárez es una ciudad industrial a la que llegan jóvenes de todas las partes del país para encontrar un trabajito en las maquiladoras. Llegan sin un lugar donde quedarse, es todo muy precario. Y luego está que es un lugar fronterizo, entre dos grandes países, donde todo lo corrupto y feo va a dar ahí”, explica Portillo.

“Estuvimos por ejemplo muchas horas en una casa en la que podías inyectarte heroína o morfina, lo que quisieras, porque había de todo”, continúa. “Llegaban muchos hombres de Estados Unidos, hasta un cura de El Paso en busca de drogas, y me dije que con las chicas debía ser así también. Es como una tienda, forman parte de una amplia oferta. Mucha gente va ahí porque saben que pueden abusar de una chica y acabar matándola a cambio de dinero, impunemente. Pueden hacer lo que se les ocurra con ellas. Es como el infierno, cualquier mal que existe en el mundo ahí lo puedes encontrar”. La descripción de lo que muy probablemente sucede en Ciudad Juárez no puede ser más escalofriante. En Señorita extraviada, se denuncia que incluso les hacen fotos a las chicas, posando, en las mismas maquiladoras, para luego venir a buscarlas, como asesinatos a la carta.

Tráiler del documental 'Señorita extraviada', de Lourdes Portillo. YOUTUBE

En Señorita extraviada, también aparecen los cabezas de turco, como el egipcio Abdul Latif Sharif, detenidos por las corruptas autoridades para intentar salvar, muy toscamente, las apariencias mientras las muertes continúan. Y también hablan políticos, que prácticamente le echan las culpas a las chicas, por andar por ahí, fuera de horas y en malas compañías, acaso vestidas provocativamente. Aunque lo más ensordecedor es el silencio: “Conocí a una chica que había estado cautiva, pero obviamente no quería hablar”. En todos estos años no ha salido ningún arrepentido para contar lo que sucede ahí. No hay pruebas, solo mujeres muertas, cientos de ellas. La ley del silencio viene impuesta por el imperio del terror, pero también por el machismo, telón de fondo de esta cosificación extrema: “Se está viviendo un despertar, pero México es un país muy machista y eso va a costar todavía unas cuantas generaciones para que cambie realmente. La corrupción y el machismo forman un conjunto terrible”.

En esencia, para resumir lo que sucede en Ciudad Juárez, diremos que es una ciudad sin ley, por lo menos para los más desfavorecidos, y un polo de atracción para mano de obra barata esencialmente femenina, en la que una cultura de la violencia —alimentada por las pandillas, el crimen organizado y los grandes cárteles de la droga— han convertido el feminicidio en una costumbre local, que atrae a los turistas. Y no se ve el final. En algún momento, Estados Unidos envió a agentes del FBI; incluso estuvo el mítico Robert K. Ressler, famoso por sus retratos de asesinos en serie (ficcionalizados en la serie Mindhunter), que avaló la tesis del “asesinato recreativo”. Pero, para Lourdes Portillo, “eso difícilmente va a formar parte de la solución, porque México no es Estados Unidos, y también están los sentimientos de los mexicanos hacia los norteamericanos, que no son muy bonitos”.

Cruces en el desierto de Ciudad Juárez, en 'Señorita extraviada', de Lourdes Portillo. WAY TO BLUE

Mientras tanto, las cada vez más numerosas asociaciones de mujeres multiplican las cruces rosas clavadas en el desierto, o pegadas en las farolas de la ciudad, para recordar a las asesinadas. Es casi un gesto de justicia poética en un lugar donde quizás el problema fundamental es que no se le da ningún valor a la vida de una trabajadora precaria, y luego ya está todo lo demás, realidades dominadas por el crimen y la corrupción que parecen inamovibles como ese cerro que domina la ciudad, y en el que puede leerse en letras descomunales: LA BIBLIA ES LA VERDAD, LEELA.

El femigenocidio de Ciudad Juárez ha dado para mucho. Han habido infinidad de documentales y reportajes —de Bajo Juárez: La ciudad devorando a sus hijas (José Antonio Cordero y Alejandra Sánchez, 2006) al recientemente estrenado en Netflix Las tres muertes de Marisela Escobedo (Carlos Perez Osorio, 2020)—, ficciones incluso —el famoso capítulo 'La parte de los crímenes', de 2666, de Roberto Bolaño (Anagrama)—, y hasta un popular pódcast —Olvidadas las muertas de Juárez, en español desde marzo pasado—, pero Señorita extraviada sigue ocupando un lugar central. También, obviamente, la tragedia ha sido carne del peor sensacionalismo, aunque de eso, como dice Portillo, “no vamos a hablar”.

“Yo creo que, si haces la película con tu corazón, y lo haces por las víctimas el resultado es diferente que si lo haces por hacer o por dinero”, afirma la directora. “Que haya una mujer detrás de la cámara también influye, porque hay más empatía, más experiencia, más deseo de cambiar las cosas. Sigo pensando que el cine inspira cambio, sobre todo cuando se ve en una sala de cine, con mucha gente, porque el impacto es colectivo y la gente empieza entonces a hablar y cavilar sobre cómo arreglar las cosas”. 

Periodista cultural especializado en cine y literatura. Fue redactor de la revista Fotogramas durante 17 años. Ahora colabora regularmente con medios como La Vanguardia, El Mundo, Cinemanía o Sofilm, entre otros. Ha comisariado la exposición Suburbia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.