Harry Potter está escrito desde una perspectiva blanca. El niño pasa siete libros queriendo ser policía. Me encantaría una versión negra, si me permiten: Blacky Potter, donde el argumento sea que se ganó una beca para jugar Quidditch.
Jueves por la noche. Pleno invierno en la ciudad de Buenos Aires. En la calle llueve a cántaros y hace frío, pero dentro del Taburete Club de Comedia, ubicado en el barrio hipster de Palermo, la temperatura es otra. La estación es otra. Podría ser por la calefacción, o la cantidad inexacta de personas que parecemos sardinas dentro de un espacio más largo que ancho.
Bajan las luces y aparece en escena un hombre negro, no tan alto ni tan bajo, con una remera de Iron Maiden, un afro dispar, una sonrisa enorme y lentes. Podría ser cualquiera de los personajes de The Big Bang Theory si alguno hubiera nacido en la costa norte de América del Sur. Pero no. Su nombre es César Aramís Contreras, aunque por la distancia de un padre ausente, se presenta simplemente como César.
Acto seguido, pregunta cuántos de los presentes estamos dentro del espectro de lo ansioso. Se escuchan risas, entre ellas la mía. No sé si fue una risa incómoda o genuina, pero fue una risa.
Se me olvida que hay otro espectro que hizo mejor lobby (...) Aplaudan quienes están en el espectro ansioso. Sí, ese es un aplauso de persona ansiosa. Te quiero mucho.
En menos de cinco minutos de show, siento conocer más a César de lo que debería. Sé que ese nerd tropical visiblemente incómodo es un inmigrante venezolano, con problemas de salud mental y, quizás, daddy issues. Y nosotros, no somos su público. Nosotros, las sardinas, somos un grupo de autoayuda de ansiosos anónimos.
Lo que viene después es puro cringe: chistes sobre rupturas familiares que se trasladan a su madre, al racismo, a la adultez —o lo que se supone que es la adultez—, a la salud mental, a las migraciones, a su vida en pareja y a su gato; un ser también mentalmente inestable. Todo da cringe y risa, porque creo que todos los presentes hemos lidiado con alguno de esos dramas.
César se convierte en el amigo sarcástico que toma un par de desdichas de tu día a día para que te rías un poco de tu propia existencia.
A mí me encanta esto de hacer comedia, de hacer stand up, pero eso no quita que me genere ansiedad. Entonces, lo que hago a veces antes de subirme al escenario es subir un video a redes sociales. Porque si hay algo que me genera más angustia que actuar en vivo, son las redes sociales. Superar la ansiedad es muy 2013; lo nuevo, lo trending, es crear capas de ansiedad, una sobre otra.
César es graduado en Psicología. Nos pide que no hagamos caso a este consejo.
La pregunta es: ¿cómo llegó este psicólogo, escritor, Potterhead y exmetalero a ser quien es?
De Caracas a Buenos Aires
César Aramís (1992) nació y se crió en Caracas, Venezuela, en un apartamento ubicado en la avenida San Martín. En tres habitaciones dormían sus abuelos, su tía con sus dos hijos, él y su mamá. Todos los adultos de su familia —cuenta— eran lectores ávidos. Su madre, incluso, le enseñó a leer con tan solo tres años. “Los libros son mis mejores amigos”, siempre cuenta en su show. Más nerd… imposible.
En 2009, César fue aceptado en la Escuela de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello, adonde iban a parar gente de mucha plata. No era su caso. Ahí se especializó en investigación de mercado.
No le interesaba la psicología clínica y un día descubrió que había empresas que investigaban para manipular personas. Decidió que ese era su camino. Y así fue, hasta 2017, uno de los años más agudos de la crisis en Venezuela. César tenía 25 años y estaba —en sus propias palabras— “podridísimo”.
“Ese año, por primera vez, me pregunté: ¿mañana cómo me alimento?”, cuenta.
El secuestro de su novia Maira, al año siguiente, fue la gota que derramó el vaso. La encerraron en su casa y le robaron todo. La pareja tomó la decisión de irse. Aplicaron a maestrías, sobre todo en España. César fue aceptado en una cátedra de Psicología Social en Barcelona, pero no habían contemplado algo muy importante: la plata, la guita, el biyuyo. Necesitaban dinero para irse y subsistir en el país de acogida. Europa era una opción cara y distante. América Latina, era más viable. De todos los países y todas las ciudades, Buenos Aires siempre les había llamado la atención.
De Argentina, César seguía el fútbol (Messi, por supuesto), la literatura y también la comedia. Sobre todo, Les Luthiers. Aquellos cinco hombres canosos en esmoquin que mezclaban la música y el humor, eran —y son— su monte Olimpo.
“El día que Maira y yo dijimos 'vamos a Buenos Aires' yo dije 'voy a hacer comedia'. Era un nuevo inicio”, explica.
César salió muy peleado con su país. Un país que, según él, no lo dejó vivir como quería. Un país que había sido motivo de separaciones anteriores, de dejar amigos y familia. El psicólogo salió en disputa con su propia venezolanidad y creyendo que iba a ser un ente exótico caminando por las calles de Buenos Aires. Le tocó llegar para poder entender la magnitud de la ola migratoria que desde hace años impacta a su país. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), cerca de 7,9 millones de personas han salido de Venezuela. Argentina es el octavo país del mundo con más población venezolana con 220 mil ciudadanos documentados, de acuerdo con el Ministerio del Interior.
“Ah, mierda, estamos todos aquí”, dijo.
El caraqueño llegó a Argentina en mayo de 2018 pero no se subiría a un escenario hasta febrero de 2019. Su proceso de reconstrucción —como el de cualquier migrante— estuvo marcado por la precariedad. El psicólogo de formación trabajó en deliverys, kioscos, recursos humanos; todo aquello que le permitiera pagar el alquiler y, en paralelo, impulsar una carrera en el mundo de la comedia. Nunca más volvió a trabajar en investigación de mercado.
Su primer stand up fue en un micrófono abierto en La Silla Comedy Club (ex Silla Eléctrica), en el barrio de Recoleta. Un amigo venezolano, también comediante, le había hablado del espacio. No fue su primer show en Argentina: fue su primer show en la vida. Jamás había hecho stand up en Venezuela: no tenía vida nocturna, era peligroso y no tenía auto. Ese día había siete personas en el público. Seis, si no contamos a su novia. Cinco, si no contamos a la amiga de la novia. César y cinco desconocidos se rieron juntos.
¿Estaba nervioso? Sí. ¿Se acuerda mucho de aquella noche? No. Lo único que puede decir con exactitud es que ese día se dio cuenta de que no era lo mismo ver especiales de comedia en Netflix que agarrar un micrófono.
“Es otro deporte”, me dice entre risas. “Los shows en streaming son como la pornografía: están todos cortados”.
Había hecho algo similar en un show de talentos anual de la universidad. Un show creado por estudiantes, donde César participó primero con su banda de metal: Holocausto. Eran los metaleros más inofensivos de la historia. Su primo en la batería, él en la guitarra y otros tres personajes más. No eran malos, pero —según él— les faltó constancia. Cuando llegó a cuarto año, le propusieron organizar el espectáculo. Todos sabían que él iba a presentar los actos. Era “el gracioso del grupo”. Se lo tomó en serio y recurrió a los libros —sus mejores amigos— para aprender el arte de hacer reír. La misma táctica que usó para aprender a tener sexo.
Lo diferente, lo nuevo, del stand up fue la soledad. En aquel escenario de Recoleta en 2019 no había instrumentos, ni compañeros de banda, ni siquiera primos en la batería. Era él, un micrófono y un público extraño con un acento diferente.
Toda la escena era incómoda. Pero César, de por sí, es un ser incómodo. Igual que su material. No hay temas light en su repertorio. Ni siquiera aquellos los relacionados con su gato.
Cuando él y Maira decidieron adoptar un gato, fueron a un refugio donde les dijeron que tenían el animal perfecto para él. “Sospechoso”, pensó. Lo sacaron de la caja y agradeció que no fuera negro, pero le faltaba un diente, tenía una pata quebrada, un pedazo de oreja menos, tosía —no sabía que los felinos podían toser— y sufría de ansiedad. Su novia se enamoró del animal. Se lo llevaron a casa.
¿Será que lo triste puede ser gracioso?
Nunca tuve una relación sana con mi padre y eso hizo que creciera con amargura respecto al Día del Padre. Domingo, 9 de la mañana, abro Instagram y la primera foto que veo es de un amigo que había tenido a su primer bebé hace seis meses. Y en la foto aparece con el bebé y una taza que dice “Mejor papá del mundo”. Y yo pienso: ¿no es un poco temprano para saber si es el mejor papá del mundo? No digo que no sea un prospecto, pero… calma.
A César no le da miedo exponerse. Está en el lado nerd del espectro. No lo oculta.
“No tengo otra opción”, me dice. “Soy un nerd intenso. No puedo hacerte un chiste sobre el café si no te digo cuál es mi emoción con respecto al café. Necesito que te vayas diciendo: lo conozco, lo entiendo. No escribo sobre algo si no tiene una relación directa conmigo. Por eso no tengo chistes de nacionalidades que no sean la venezolana”.
No sabe de mujeres, por eso no escribe sobre mujeres tampoco.
Cuando piensa en su infancia, recuerda las enciclopedias que había en su casa. Para él, los libros eran como el Santo Grial del conocimiento. Por eso, durante un tiempo intentó ser escritor. A los 19 años se lo tomó en serio: concursos, talleres de literatura.
“Pensé que iba a ser Gabriel García Márquez. Quinientos años de soledad”, se ríe.
A los ciudadanos de Macondo les dedicó su cuento La loca Domitila: “Decían que Domitila Jiménez se había vuelto loca tras haber matado a su hermano, pero eso eran cuentos de pueblo”. Así empieza.
En 2017 ganó el primer Concurso Nacional de Libros de Cuentos del diario Notitarde con su libro Formas de partir, firmado con su nombre completo: César Aramís Contreras Parra. El libro nunca se publicó. Hasta hoy, sospecha que el concurso era una fachada para lavar dinero. Compuesto por diecisiete relatos, Formas de partir habla de la muerte en idioma del realismo mágico. No era mentira lo de los quinientos años. También escribió otro libro de cuentos: Cicatrices.
Su carrera literaria no despegó, pero volcó esa energía nerd de la escritura en su otra pasión: hacer reír desde la incomodidad más sincera. La magia del stand up: hilar ideas. Es una práctica que se ha ido perfeccionando.
El amigo incómodo
Después de una hora de show, me fui de El Taburete conociendo más a César de lo que pensé o intencioné cuando compré las entradas. Les puedo decir —por su propio material— que su madre es una mujer excéntrica con aires de artista. “Mi mamá está loca, es muy divertida”, dice César.
Pero sobre todo, el show cuenta su experiencia como hombre migrante negro en Argentina. Un país donde las clases dominantes decidieron eliminar casi por completo a su población negra y donde, en lo cultural, se borran sistemáticamente sus raíces afro.
“Obviamente, voy a hablar de mi experiencia de hombre negro, porque soy un hombre negro todos los días”, afirma.
La palabra “negro” hace ruido, y César lo sabe. Y al ser una persona introvertida, sin herramientas para el conflicto, el caraqueño encuentra en el escenario un espacio para hablar de lo que duele. Un chiste le permite analizar cómo se siente cuando alguien se cambia de vereda al cruzarse con él o cuando le preguntan si es senegalés, brasileño … cualquier cosa menos venezolano.
“A veces me preguntan si me gustan los chistes racistas y no entiendo la urgencia. Me genera sospecha. Lo que sí me molesta es que, además de racista, sea un chiste malo. Al menos ganame con una risa. Hónrame con un buen chiste”, me cuenta.
Lo incómodo o lo doloroso lo transforma en materia prima para futuros espectáculos, pero asegura no ser activista. Sabe que el activismo implica un desgaste físico y mental frente a un mundo que da miedo. Pero, por suerte, se le da bien eso de organizar ideas y compartirlas con un público dispuesto a recibirlas entre risas. Esto también viene de casa: donde, a través del humor, su familia lo fue preparando para una realidad donde el color de piel pesa. Veinte años después, lo entiende.
2018 fue un mal año para ser negro porque se estrenó Balck Panther. Bueno… cualquier año puede ser un mal año para ser negro. Todo ese año, la gente se me acercaba y decía: “César, ¿sabías que te pareces al de Black Panther?” ¿A cuál? Porque la última vez que revisé eran todos negros en esa película. Así que si ese es tu criterio, necesito un poco más de información para seguirte en tu sesgo racial.
Hablar de su ansiedad en escena no fue fácil. En los últimos dos o tres años, cuando decidió dedicarse de lleno a la comedia, volvió a terapia. Había una angustia latente, aunque toda su vida fue un ser ansioso. Recuerda la ansiedad del día de su bautismo. Tenía cuatro años y le preocupaba no entender “el tema del agua”.
Pero la comedia le ha ayudado a sanar muchas cosas. Le ha permitido elaborar sus problemas en voz alta. Si puede hacer chistes sobre eso, significa que al menos llegó a un punto —no superado— donde puede ver el lado gracioso de determinadas situaciones. Aunque ya no ejerce la psicología, el psicólogo dentro de César sigue presente.
La comedia también le permitió reconciliarse con su venezolanidad. Se fue de Caracas queriendo reinventarse por completo —o como pudiera—, pero los chistes lo obligaron a abrazar la realidad de quien se ve forzado a migrar: la búsqueda constante de trabajo, la sensación de que nadie presta atención.
“Ahora, me paro frente a un escenario y digo: soy de Caracas, Venezuela. Y la verdad… Me gustaría hacer un show ahí, algún día”, confiesa.
El material de César es una apuesta, no siempre popular: ser íntimo y lo vulnerable en un mundo tan machista y heteronormativo como la comedia. Su stand up es un punto medio entre la escritura, la psicología y el entretenimiento. Un espacio donde se siente inteligente y creativo. Dedicarse por años a una disciplina le moldeó la mirada. César ve traumas en todas partes y eso le ha quitado el miedo a escarbar.
El resultado final está en las risas del público: todos los que estamos ahí también estamos reparando algo. ¿No?
“El metal es más sensible de lo que la gente cree”, agrega.