La oda a la velocidad de Alejandro Vázquez Ortiz

Con sus choques y adrenalina, ‘El corredor o las almas que lleva el diablo’ muestra cómo vamos a la carrera “para acabar en el mismo lugar”.

El escritor mexicano Alejandro Vázquez Ortiz. ELENA CANTÓN/FOTO: OMAR LÓPEZ
El escritor mexicano Alejandro Vázquez Ortiz. ELENA CANTÓN/FOTO: OMAR LÓPEZ

La oda a la velocidad y el metal es tan vieja como los futuristas italianos. Sin embargo, no pocos han tratado de actualizarla: desde películas ochenteras con carreteras salidas del infierno hasta las hermanas Lana y Lilly Wachowski y su fracaso con Speed racer (2008), o el éxito de Julia Ducournau hace dos años con Titane, filme en el que podía verse sexo con máquinas con mayor intensidad que en la célebre Crash (1996) de David Cronenberg. Y si mencionamos a Cronenberg no podíamos olvidarnos de Ballard y sus cuentos. En definitiva, esta es una oda que ha acompañado el crecimiento de multitud de industrias por todo el globo, música de fondo de la competitiva actualidad.

El escritor Alejandro Vázquez Ortiz (Monterrey, 1984) marca su sólida propuesta en dicha oda a la velocidad en territorio mexicano con El corredor o las almas que lleva el diablo (Random House, 2023), obra coral cuyos personajes participan en una carrera ilegal de Monterrey a Saltillo. Violencia estructural, cadáveres en fundiciones, pistones al límite, vidas que no alcanzan a pagar su deuda, deportados y el motor como obra de arte se cruzan en la historia del autor regiomontano:

Es muy fácil: sólo piense en la santísima trinidad. Esto que está aquí —dice golpeando un mazacote cuadrado de hierro colado— es el monoblock y es el cuerpo. Lo que va en el centro amachinado es el cigüeñal, y es el alma. Y estas otras cosas —apunta a las ocho barras que sobresalen del cigüeñal y se hunden en los cilindros— son las bielas con los pistones, y son las manitas y patitas.

Choques y adrenalina, desierto y carretera, velocidad y motores. E igual que la novela se centra en elementos como la chatarra, lo hace también en los marginados, en las vidas marcadas por la pobreza, lo ilegal y la ausencia:

Reciclar. Un círculo imparable sin inicio ni fin. Monterrey lleno de mierda, lleno de acero, de fumarolas perpetuas, de hierro, de flechas persiguiéndose la cola sin ir a ningún lado. Los afanes de sustentabilidad lo asquean. Sostener ¿qué? ¿a quién?, ¿para qué?

Fundador de la editorial An.alfa.beta, antes de este El corredor o las almas que lleva el diablo Vázquez Ortiz publicó la novela El emisario o la lección de los animales (2017) y los libros de cuentos Artefactos (2012), La virtud de la impotencia (2015) y Yonque (2018). Esta última obra fue merecedora del Premio Nuevo León de Literatura, y en ella aparecen personajes de la obra que motiva esta entrevista.

- ¿En qué condiciones escribiste la novela?

- La novela se escribió en varios periodos. Primero hubo uno de exploración, de no saber qué es lo que estaba buscando. Después entré en un taller que hicimos con colegas en Monterrey, aquí al norte de México, donde uno de ellos me sugirió leer Crash de J. G. Ballard, y eso me permitió añadir otras coordenadas. De hecho, también se escribió gracias a una beca para el desarrollo artístico que dan acá, en el Estado de Nuevo León. Eso me dio el impulso final para terminarla.

- ¿De dónde nace esa pasión por el motor?

- Más bien yo diría que es pasión-odio. Es por mi trabajo. Trabajo en un yonque, una palabra muy agringada, lo que utilizarían allá es desguace de motores y autos. Es mi trabajo familiar, así que he tenido mucho contacto con el tema de los motores y los carros. Monterrey es una ciudad que casi casi te obliga a tener un auto; no es como en España, que tienen un transporte público eficiente. Aquí el transporte público es un caos, entonces, es esta relación de amor-odio con el carro. También, cuando empecé a tener algunos libros publicados por ahí que ganaron premios, la gente me preguntaba en qué trabajaba. Yo les respondía que en desguace de motores, y entonces se quedaban asombrados. Pensé que quizás ahí había algo, y así nació la novela.

- ¿Qué querías trabajar en la novela?

- Lo que quería trabajar, y que creo es una de las cosas que está en la forma, era el tema de la velocidad y el movimiento. Quería que todo girara en torno a eso. Básicamente, mi intención era que la novela fuera una especie de negación del movimiento: personajes que van a toda pastilla para llegar al mismo punto, para quedarse en el mismo lugar. Es esta especie de movimiento demencial que tiene el ciclo de las ciudades, del capital, donde estamos moviéndonos a toda velocidad para acabar en el mismo lugar.

Portada del libro El corredor de Alejandro Vázquez Ortiz. RANDOM HOUSE

- ¿Cómo es distinto este libro al resto de cosas que has escrito?

- Hubo un trabajo anterior llamado Yonque, un libro de cuentos que es como hijo de esta novela. Lo que me pasó es que la novela tiene de por sí esta cuestión moral, con tantos personajes, y cuando la empecé a trabajar quise meter más cosas que me di cuenta que no cabían ahí. Entonces pausé la producción de la novela y escribí ese libro de cuentos, como para sacar todo lo que sabía de mi lugar de trabajo. Así podía volver a la novela sin dispersarme tanto. Aparte de ese libro, todo lo demás que he escrito está ubicado en el norte de México, suelo jugar con la textualidad. Estudié unos años de Filosofía en Madrid, por eso esa cuestión de la negación del movimiento. Para mí se trata de una novelización de la paradoja de Zenón de Elea, como la carrera de Aquiles y la tortuga para negar el movimiento.

- ¿Cómo nacen personajes como La Muerta?

- Ese personaje está basado en cosas que yo he escuchado; casi todos están basados en eso. Antiguamente había mucha comunicación con el norte de la frontera y Monterrey, que es un lugar de paso para muchos migrantes de camino a Estados Unidos; aquí se detienen un rato y reposan. Quería un personaje que estuviera en esa especie de limbo de no estar en ninguna parte. Esa especie de historias rotas es lo que une a los personajes. Cada uno tiene su tragedia o desgracia.

- Los capítulos incluyen versos del grupo británico de heavy metal Judas Priest. ¿Qué importancia tiene la música?

- Escuchaba mucho a Judas Priest en los trayectos largos aquí. Vi que la estética encajaba en la novela por varios motivos. En una entrevista, Rob Halford, el vocalista de la banda, decía que ellos eran de Birmingham, en Reino Unido, que vivían muy cerca de una fundición y que el escuchar el martilleo fue acompañándolos para crear el sonido del metal. La fundición forma parte importante de la novela. Monterrey crece exponencialmente a principios del siglo XX para alimentar la maquinaria de acero de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Aquí teníamos una fundidora muy grande que era el centro de la ciudad. Ahora se cerró y es un parque de recreo. Otro motivo es que hay un personaje que me gustó mucho crear, Archibaldo, que cree en el poshumanismo y está esperando una especie de mesías, y que también se conectaba con la estética de cómic de Judas Priest. Esa cuestión de lo turbo le iba muy bien a la novela.

- ¿De dónde nace la idea de la carrera letal?

- Yo siempre había pensado en una novela sobre una carrera basada en una canción, ‘Galway races’. Es una canción folclórica irlandesa, y básicamente cuenta todo lo que hay alrededor de una carrera, se siente el ambiente festivo. Pensaba que estaría padre escribir sobre lo que acontece a los lados de una carrera. Intentaba imitar en el texto la cadencia de la canción irlandesa, me gustaba que se sintiera un ritmo que va acelerándose.

- ¿Y qué te interesaba tratar de la violencia?

- Hay una violencia que está en las calles a la que todos estamos expuestos, pero no se visibiliza, se actúa como si fuera natural. Ya sabrás que el norte de México es un lugar muy violento en cuestión de narcotráfico, trata de blancas, tráfico de personas que cruzan la frontera… A pesar de ello, donde he visto más muerte es en las carreteras. Desde pequeños estamos expuestos a los accidentes y lo asumimos como algo natural. Esos accidentes suceden porque la gente necesita tener automóviles, el carro se vuelve una imposición política. Me decían en las entrevistas que mi novela es violenta, pero es una violencia sistemática.

- ¿Cómo te sientes con la inclusión del libro en la colección Mapa de las Lenguas?

- Muy contento, porque evidentemente es la oportunidad de llegar a más lectores, más allá de las fronteras de México. Sé que es una novela poco común. Cuando la estuve haciendo, investigué quién había escrito sobre carros, y no es tan habitual. Espero que encuentre más lectores.

- Desde que soy editor, soy muy poco escritor. ¿Cómo compaginas la labor de tu carrera literaria con la editorial?

- Ambos mundos son muy absorbentes, es como tener que ir eligiendo una cosa o la otra. Intento mantener un equilibrio. Tenemos una editorial pequeña que es An.alfa.beta, con unos 30 títulos en unos 10 años. Tampoco es una gran empresa, pero ahí he aprendido muchas cosas: a ser puntual, a ser profesional, a trabajar con autores… Es un reto compaginarlo, más si trabajas en un reto añadido como el motor, pero se trata de seguir hacia delante, como el corredor.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).

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