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No hay nada sagrado para Ana Llurba

La escritora argentina satiriza la mística femenina y el mundo del arte contemporáneo en su novela ‘Hemoderivadas’.

La escritora argentina Ana Llurba, autora de la novela ‘Hemoderivadas’. ISRAEL TERRÓN HOTZEIMER

Escritora anfibia y migrante originaria de un país “apocalíptico” como Argentina, Ana Llurba no pare (novelas) con dolor, aunque tampoco es la Inmaculada Concepción. “La magia me encuentra frente al caldero titilante de mi ordenador, leyendo y escribiendo en un intento de dedicar mi vida a la escritura y no al revés”, dice. Tras haber ganado el premio Celsius el pasado año por su libro de relatos Constelaciones Familiares (Aristas Martínez, 2020), la incombustible marciana de las letras, que tiene en Ángela Carter a su ancestra elegida —un modelo de tesón, de ir a su bola a años luz y galaxias del establishment editorial— acaba de publicar la novela Hemoderivadas.

Un libro ovalado y brillante como un huevo de obsidiana metido en el ioni de su protagonista, Pandora, una artista egocéntrica, esnob y a dos velas que va camino de una retrospectiva de su obra en Zúrich  y a través de la que Llurba satiriza el “esencialismo” de lo sagrado femenino —una pamema— y la falta de visibilidad de las mujeres artistas, a las que también homenajea en su libro.

Desde su retiro en El Paso, Texas, entre Wal-Marts y cruces plantadas en el desierto, a tan solo tres horas en coche de donde se encontró el marciano de Roswell, charlamos con esta autora cordobesa que ha hecho del weird su buque insignia. O mejor aún, su nave espacial.

- El movimiento de la Energía Menstrual universal, al que pertenece la protagonista de Hemoderivadas, se parece a la comunidad Moon Mother casi como un huevo de obsidiana a otro. ¿Alguna vez has participado en un círculo de Moon Mothers? ¿Qué es lo Divino Femenino según tú, y en qué medida menstruar o no nos define como mujeres?

- No, no he estado en ningún círculo. No creo que exista lo divino femenino, aunque sí existió (y hay pruebas documentales y arqueológicas) un matriarcado jurídico y religioso en el Alto Paleolítico, en la actual región central de Europa. Muchos cultos new age se inspiran en eso, pero a mí me interesa lo histórico que subyace en lo místico-espiritual. Creo que menstruar y tener útero es solo una funcionalidad como especie, que “lo” mujer es algo que se ha definido desde sus orígenes de una manera cultural que cambió con las épocas. Mi novela es una sátira de ese esencialismo, de atribuir una esencia a lo femenino, además de una sátira-homenaje a las artistas de la segunda ola como la gran Judy Chicago.

Menstruar y tener útero es solo una funcionalidad como especie

- La sangre menstrual ha sido vista históricamente como algo impuro e incluso vinculado a lo “paranormal”. Stella Maris, otra de las protagonistas del libro, tiene ciertos poderes que le da el ser un útero alfa que sangra como un animal herido. Si un útero es visto como un caldero, ¿cómo podemos impedir que otros y no nosotras sigan metiendo la cuchara?

- Es una pregunta interesante, pero no tengo respuestas. La ficción formula preguntas pero no da respuestas. Como escritora, me interesa explorar qué pasa con todas esas supersticiones absurdas y llevarlas al extremo, coqueteando con “qué pasaría si…” lo sobrenatural atribuido a la sangre menstrual afectara la vida real. En ese sentido, Stella Maris, Estelita, en mi novela, es un epígono de Carrie de Stephen King.

- Hace un tiempo conocí a una artista que tras haberle realizado una histerectomía tenía planeado viajar con su útero por todo el mundo como si y literalmente así ocurrió lo hubiera dado a luz. ¿Es el arte un arma contranarrativa? ¿Podemos “parirnos” a nosotras mismas y remendar nuestras heridas a través del arte?

- Me encanta esa metáfora del arte, la ficción como nacimiento, porque siempre lo vemos más como sufrimiento, sacrificio, el “parirás (tu novela) con dolor” taaan cristiano… Creo que en Hemoderivadas hubo mucho de catarsis sobre ciertas polémicas transfóbicas.

- ¿Estás de acuerdo con el escritor y guionista de cómics Alan Moore en que la forma primitiva de la magia es el arte? ¿Entiendes tú la literatura también como una suerte de acto mágico?

- Me encanta Alan Moore y me interesa explorar la mística, aunque yo soy un poco distante. Me suelo ir por la sátira o el absurdo. Creo que creo que sí, que algo más que magia, una voluntad de “desubicación” tenemos lxs escritorxs, como diría Betina Gonzalez en La obligación de ser genial. No me gusta tanto pensar en mística o talento, porque es un poco como romantizar un oficio. Yo creo mucho en el trabajo, la rutina, la disciplina y la magia me encuentra ahí, frente al caldero titilante de mi ordenador, leyendo y escribiendo… en el intento de dedicar una vida a la escritura y no al revés.

- Las “vírgenes malas”, divinidades fluorescentes o deidades hindúes furiosas que cortan cabezas y a las que se rinde tributo, son parte importante de este libro en tanto que iconos religiosos pero también modelos de lo femenino beligerante. ¿De qué forma estas vírgenes crueles nos empoderan y liberan como mujeres? Pienso, por ejemplo, en Matangi, la diosa hindú de la contaminación, Durga o la destructiva Kali…

- Esas deidades aparecen en mis cuentos de Constelaciones familiares y también en esta novela pero, como dije antes, en clave satírica, humorística … Me interesa la crueldad pero en lo literario, como una operación simbólica. No creo que lo literario empodere en sí mismo, pero sí que abre puertas a imaginar un mundo diferente.

- Hemoderivadas es también o mejor dicho, sobre todo una sátira del mundo del arte. Pandora, la artista, es muy mística pero muy esnob, y al mismo tiempo está sin un duro. ¿Qué hay de fachada y de ilusionismo en los lemas, performances, óleos menstruales y manifiestos de las artistas? ¿Es posible entrar en la industria sin acabar mercantilizándote o levantando el meñique hasta cuando te bebes una Budweiser?

- Creo que, a pesar de su esnobismo y egocentrismo, Pandora ha generado algo de empatía en algunas lectoras amigas, como que su crepúsculo y su queja sobre la falta de reconocimiento —y he ahí mi homenaje a las artistas que están mencionadas en el libro— son también una crítica al doble estándar, cada vez más sutil, pero aún presente con el que se juzga el trabajo de las artistas. No puedo opinar sobre la industria literaria porque personalmente estoy a años luz de siquiera participar de ella (risas).

- A Pandora le preocupan las influencias… Sin embargo, es imposible escapar de aquellas “ancestras” escogidas o no de las que bebe el arte de una.  ¿A ti también te preocupa esto? ¿Cuáles son tus ancestras y, por qué no, ancestros literarios?

- Me encanta hablar de genealogías y, en el caso específico de Hemoderivadas, creo que Angela Carter y su espíritu iconoclasta en La pasión de la nueva Eva la sobrevuelan. Es un locurón de novela, que recomiendo mil y que cité en el epígrafe: “La vida imitaba al mito. O se convertía en él”.

No creo que haya nada sagrado. Ni en el feminismo ni en todo lo que rodea mi vida personal y social

- El libro también critica cierta idea de feminidad y de feminismo, enseña sus costuras “divididas” y contradictorias… ¿Queda algo sagrado en el feminismo? ¿Tienes la sensación de que una parte de él se ha convertido en un Ku Klux Klan fucsia?

- No creo que haya nada sagrado. Ni en el feminismo ni en todo lo que rodea mi vida personal y social. Sin embargo, tampoco creo que una parte del feminismo se haya convertido en el Ku Klux Klan, ni que, a pesar de las contradicciones internas, se pueda comparar a un movimiento social por la igualdad con algo tan infame como un movimiento basado en el odio racial. Creo que el libro Ofendiditos de Lucía Lijtmaer analiza muy bien esa criminalización de la protesta social, entre ellas, los feminismos.

- El ioni (útero, vagina… en sánscrito) de las Moon Sister tiene nombre. El de Pandora es algo empachoso, “Mazapán”. ¿Qué nombre le pondrías al tuyo?

- Jajajaja. Ese es el nombre del “ioni” de una de mis mejores amigas, mientras escribía esa escena le mandé un mensaje, consultando si lo podía usar. No, mi “ioni” no tiene nombre, aún.. (risas)

- Te hago la misma pregunta que se hizo la historiadora del arte Linda Nochlin en su conocido ensayo ¿Por qué no existen grandes mujeres artistas?. Bien, ¿por qué crees tú?

- Te voy a responder remitiéndote a otro libro que se escribió en 1983 pero que se tradujo al castellano hace poco: Cómo acabar con la escritura de las mujeres, de Joanna Russ. Ahí se explican 11 prácticas, con casos concretos, para minimizar, invisibilizar el trabajo de las artistas/escritoras. Un ejemplo que daría yo es el caso de los Young British Artists. Aunque Damien Hirst, con su estética cadavérica, tenga más popularidad y literalmente se haya forrado, la idea de la intimidad/vulnerabilidad como espectáculo está en la obra de Tracey Emin, que creo ha “envejecido” mejor porque es un tema muy vigente en las estéticas contemporáneas. Pero a Tracey siempre se la juzgó como “narcisista egocéntrica” por hablar de ella misma y por ir borracha a las entrevistas —por cierto, ¿has visto a alguien criticar a la ristra de señoros escritores alcohólicos?—. Algo similar pasó con La amortajada, de la escritora chilena María Luisa Bombal, una referencia imprescindible para entender a Juan Rulfo (él mismo mencionó a Bombal como “inspiración”) y el posterior realismo mágico latinoamericano.

Sin caer en un revisionismo reaccionario, creo que hay mucho del pasado por alumbrar, para mirar el futuro. Para eso están los modelos (artísticos y vitales) y, para mí, Angela Carter, es una escritora muy relevante, que estaba a la sombra, haciendo lo suyo, a su bola, sin importarle mucho qué pasaba, aunque fuera pobre y poco reconocida. Como las brujas, por supuesto que existen las grandes artistas, la cuestión es preguntarse por las prácticas de los sistemas de reconocimiento en el campo literario/artístico que las han invisibilizado. Mi novela no hace foco en eso porque es ficción, no es un ensayo, pero también es un homenaje a las artistas de la segunda ola, que a mí me siguen inspirando y son parte de mi genealogía personal.

Para escribir una tiene que encontrar un centro, un foco, un lumen en los libros que hace

- La escritora ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe dijo recientemente que el ego del escritor resultaba tan problemático que lo ideal sería que en un futuro la gente solo recordase las historias y no el nombre de sus autores, como si fueran leyendas que van de boca en boca. ¿Crees que sería ese el gran triunfo del arte, que las historias superasen a quien las escribe?

- Me encanta la narrativa de Solange, tiene un gran sentido del humor. Sí, creo que la obra supera a la vida, y por eso seguimos en diálogo con autorxs de otras épocas, más allá de las miserias del mundo literario y editorial. Para escribir una tiene que encontrar un centro, un foco, un lumen en los libros que hace, en escribir como verbo, como acción, y no en el tipo de escritor/a que querría ser, o algo que trascienda la acción misma. La experiencia de migrar, viajar, me ha marcado un poco en eso, en que mi centro me lo llevo conmigo y lo que pasa afuera se convierta en ruido de fondo.

- Finalmente, y ya puestas a fantasear: si tuvieras que armar una performance realmente corrosiva con o sin sangre menstrual, ¿qué es lo más enloquecido, terrorista o transgresor que se ocurriría hacer?

- Jajaja, no sé... Creo que lo que más sorpresa provoca en mi entorno es que sea una escritora migrante de una almost clase media de un país apocalíptico como Argentina y que haya decidido dedicarme a algo tan inútil como la literatura y a organizar mi vida en torno a eso. Aunque parezca increíble, esa sensación de “desubicación” constante (citando a Betina González en La obligación de ser genial), no ceder ante la vida y todo lo demás, sigue provocando perplejidad…

Periodista y escritora. Ha colaborado en medios como Vice, The Objective, El ConfidencialEl Español. Es autora de las novelas El silencio de las sirenas (2016), La Tierra hueca (2019) y Los pies fríos (2022).