Mi librería favorita es…

Cinco escritoras y un escritor hablan de sus tiendas de libros preferidas. No aparecen en las guías turísticas, pero son parada obligada de cualquier lector.

La librería +Bernat de Barcelona, la favorita de la escritora Xita Rubert. E. C.
La librería +Bernat de Barcelona, la favorita de la escritora Xita Rubert. E. C.

En los relatos de iniciación de escritoras y escritores suelen aparecer en primera fila las bibliotecas familiares o, en memoriosos, algún libro que un hermano mayor o un tío errante dejó en la mesa de luz. Dos entradas a la literatura del orden de lo íntimo y lo privado. Las bibliotecas —las familiares, no las públicas— están en el interior de las casas, son parte del paisaje cotidiano, de las paredes que nos rodean; desde chicos, cuando apenas rozamos el lenguaje, nos tropezamos con sus estantes, sea por la curiosidad que nos genera una portada como por ir a buscar la pelota que rodó hasta su base. En cambio, las librerías pertenecen al afuera, a la calle y, sobre todo, a la esfera de la mercantilización del libro. A las librerías se entra con plata, propia o ajena. Para quienes somos lectores desde pequeños, en ocasiones, las librerías eran el talón de pago —o de trueque— por algún trabajo hecho en casa, como lavar el auto o cortar el pasto del fondo. En todo caso, las librerías fueron —y son— ese lugar donde empezamos a independizarnos como lectores: leemos lo que nos seduce, lo que nos queremos llevar al cuarto propio, no solo lo que hay a disposición. El primer libro que compramos —o robamos— es el paso inicial para alejarnos de la casa de nuestras familias.

Las librerías son fundamentales en la vida de un escritor y, claro, en el aire y la memoria y los deseos de una ciudad. Hace poco más de una década, en 2013, Jorge Carrión publicó el ensayo Librerías, uno de esos libros que parecían escritos antes de sumar un primer carácter. Un atlas, un viaje, un recorrido selectivo por librerías distribuidas a lo ancho y largo del planeta; por los mundos que fueron armando a través del tiempo, por los ojos ilustres y anónimos que las habitamos. Como si fuesen embajadas de esa patria díscola que es el oficio de escribir, los escritores estamos en casa cada vez que entramos a una librería. Todos tenemos nuestras favoritas. Pero la preferencia no demanda exclusividad. Desde COOLT, coincidiendo con el Día del Libro, le preguntamos a cinco escritoras y un escritor de Hispanoamérica por sus librerías favoritas. Con sus palabras, como no podía ser de otro modo, nos abrieron las puertas.

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La escritora argentina Mariana Sández cuenta que ya pasaron más de cuatro años desde que se mudó desde Buenos Aires a Madrid, pero, aclara, apenas van unos meses de la mudanza de sus libros. “Ahora sí estamos aquí: el alma reencuentra su estuche. La llegada de los libros, por raro que suene, sella el traslado”, dice. “Al sacarlos de las cajas, revivo la maravilla de poder leer en ellos no solo un texto, sino mi propia historia de la lectura. Sé en qué lugar compré cada volumen, con qué propósito, si fue un regalo, cuándo, cuánto y de qué modo lo exploré. Es una de las sensaciones más íntimas y peculiares que conozco; demuestra que un libro no es un objeto, es un cronotopos viviente: registra, como un imán prodigioso, las coordenadas del instante puntual en que ese volumen se enredó con tu existencia”.

A las librerías se entra con el cuerpo y con la mente, advierte Sández. También que, aún en la distancia, cuesta salir. “De mis barrios en Buenos Aires tengo un almacén de memorias”, dice y enumera librerías que añora: “Fetiche Libros, Falena, Dain, Libros del Pasaje, Eterna Cadencia, Céspedes, Libros del Virrey, Tiempos Modernos… Puedo listar lo que compré en cada una, cada ejemplar es indisociable de su cuna. Y así como alojar un nuevo libro equivale a eternizar un momento, entrar en una librería es detener el tiempo, con uno mismo encerrado adentro. Volver a mi ciudad significa, en buena medida, regresar a sus librerías, donde no solo hay libros por adquirir, sino también quedarse con alguna impresión que luego me devolverá a un espiral siempre presente de mí”.

Escaparate de la librería Fetiche Libros, en la Ciudad de Buenos Aires. CORTESÍA
Escaparate de Fetiche Libros, en Buenos Aires, una de las librerías preferidas de Mariana Sández. FETICHE LIBROS

La escritora Daniela Demarziani, que el año pasado publicaba Soy Harold en la editorial chilena Overol, también buscó un pedazo de familia conocida en los libros cuando arribó a Madrid desde Buenos Aires. Por deformación profesional (es traductora), lo primero que hizo al llegar fue buscar una librería con libros en inglés. Desperate Literature, de la pareja Terry Craven y Charlotte Delatte, fue la primera que visitó. “Aprendo hoy que el nombre proviene de un extracto de Los detectives salvajes”, dice. “Recuerdo, también, que mi primera impresión fue la de estar adentrándome en un árbol. Una librería dentro de un árbol”.

En la actualidad, el espacio donde está la librería peligra; tiene que encontrar otro gracias a los empujones de Airbnb, ese grandullón con sonrisa amable que va corriendo a los márgenes lo que habitaba el centro. Los dueños del local que Terry y Charlotte alquilan quieren convertir la librería en un edificio de departamentos de lujo. Demarziani intuye que van a resistir, que van a saber realizar su siguiente mutación. Terry es un hombre con “aspecto de personaje mitológico inglés”, dice. Con Charlotte Delattre se conocieron cuando ambos eran libreros en la parisina Shakespeare and Company, “justo antes de emprender la quijotesca aventura de convertir un angosto sucucho madrileño en una de las librerías más íntimas que jamás visité. Y la intimidad en los santuarios de los lectores es siempre una plusvalía”, concluye Demarziani.

En la calle Buenos Aires de Barcelona, en un barrio que todavía resiste a la invasión de alojamientos turísticos, se encuentra la librería +Bernat. Desde 1978 se ha encargado de formar lectores y deformar vidas a partir de los libros que Montse Serrano, su fundadora, ha ido poniendo en las mesas de luz de los clientes. En 2009, como cuentan en su web, el local arañó unos metros cuadrados más tirando al suelo el tabique que lo separaba de la tienda de al lado: un sex shop que después de cinco décadas de actividad había echado el cerrojo. Como suele bromear Serrano, “la primera vez que un negocio cultural desbanca a un negocio del sexo”.

La escritora barcelonesa Xita Rubert es una habitual de la librería. Cada vez que regresa de su estancia en Estados Unidos, donde es investigadora doctoral y docente en Princeton, pasa o intenta recorrer la calle Buenos Aires hasta llegar a su puerta, como quien certifica que ha vuelto a su hogar. Recién llegada a Barcelona, hablando de librerías favoritas, acerca de la suya, nos dice: “La +Bernat es la librería de mi barrio, el punto de encuentro entre el Eixample y Les Corts, la cafetería donde uno se queda trabajando y, si tiene suerte, se encuentra de vez en cuando a Enrique Vila-Matas; es la terraza donde Carles Armengol (que tiene el bar de la librería) te invita a quedarte toda la tarde resolviendo tus asuntos, leyendo o escribiendo; es el lugar fiable para pedir recomendaciones a Fernando Pelayo, el librero, cuando dudas o buscas un libro que todavía no sabes nombrar; es presentaciones, encuentros y casualidades. Es mi casa por muchas razones más que las que pueden explicarse, como ocurre con los hogares (y los libros) verdaderos. No los eliges. Te escogen ellos a ti”.

La librería +Bernat de Barcelona. E.C.
La librería +Bernat de Barcelona, una "casa" para la novelista Xita Rubert. E.C.

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Si uno escucha hablar de la ciudad costera uruguaya Punta del Este, a la cabeza nos vienen imágenes de modelos, de fiestas ostentosas, de veleros patinados con sol y, también, de pantalones de lino blanco que manifiestan una liviandad líquida. El escritor uruguayo Damián González Bertolino, autor de la notable El increíble Springer (Entropía, 2015), se crio entre Maldonado y Punta del Este, dos ciudades turísticas que, entre sus virtudes, tenían un par de librerías desparramadas entre sus calles atestadas de sol en verano y de viento arenoso en invierno.

“La que terminó de delinearme como lector fue El Virrey, de Punta del Este”, dice Bertolino. “Con 20 años, llegué hasta su local en la entrada de la ciudad por recomendación de un par de amigos y en procura de una novela que ansiaba leer y que nadie encontraba por ninguna parte: Op Oloop, de Juan Filloy. No solo la tenían, sino que a su compra agregué otra del autor: ¡Estafen! Ese fue el principio de una relación que se mantiene hasta el día de hoy, cuando ya es la propia librería la que cumple dos décadas”.

Estantes con libros de la librería El Virrey en Punta del Este, Uruguay. CORTESÍA
La librería El Virrey en Punta del Este, la favorita de Damián González Bertolino. EL VIRREY

La autora española Violeta Serrano también destaca el valor de las librerías de la periferia de las ciudades centrales. “En la España interior hay lugares excepcionales que luchan contra el olvido. Es el caso de dos librerías en la ciudad de León: Sputnik y Tula Varona”, dice. “Ambas mezclan su actividad tradicional con un riquísimo café. A estos dos espacios la gente no va sólo a dejarse sorprender por las últimas novedades editoriales, sino también a disfrutar de presentaciones de libros, encuentros de clubs de lectura y varios tipos de actividades vinculadas con el mundo de la literatura. Son comunes las visitas de autores y autoras de toda España que se logran atraer con la colaboración de otras organizaciones culturales de la ciudad. Como todos los lugares, lo mejor está en las personas que han puesto en marcha estos negocios con muchísimo esfuerzo y mimo.”

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“En las librerías, como en pocos lugares, se cruzan varios factores que las convierten en nuestras favoritas o no”, dice la escritora y periodista argentina Sonia Budassi. Entre los factores, nombra lo intelectual, lo afectivo, la disposición, lo cómodo y lo lindo del decorado. “En ese cruce elijo entonces a Lamasmédula, de Bahía Blanca. Razones afectivas, sí: está en mi ciudad natal. Pero además tiene un patio escondido y espléndido en el fondo de una galería de compras desangelada donde se hacen recitales y presentaciones, y venden usados que son joyas, además de novedades bien curadas. Quien lleva adelante el negocio es un profesor de literatura y gran lector, Emiliano Vuela; podemos confiar en sus recomendaciones”.

Budassi también menciona a la librería El Jaúl, en Buenos Aires, ciudad que cobija a la autora desde hace varios años. Esta es una librería “pequeña, distinguida con una selección impecable de títulos para lectores refinados, nada de horóscopos de Ludovica (eso hay que buscarlo en otros antros). Dirigida por un argentino-costarricense, Adriano Jerez, que inauguró hace unos meses el espacio, también organiza varias actividades”. Y del otro lado del Atlántico nombra una librería en España que la pone en contradicción con sus principios, tal como refiere. Y agrega: “Me hace ruido la gente que va a otros países y quiere comer, por ejemplo, comida argentina ¿por qué no prueban algo diferente a lo ya conocido? Pero confieso, en Madrid y Barcelona siento la alegría del reencuentro, no exenta de cholulismo o hasta alguna vergonzante sensación aspiracional, con la librería Lata Peinada al ver los títulos de editoriales latinoamericanas y autoras y autores conocidas y en casos queridos. Pero, más allá de eso, me consuelo, son lugares hermosos más allá de mi elección culposa por lo ya dicho”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Las librerías aquí comentadas no aparecen en las guías turísticas ni en listas de más visitadas, como pueden ser El Ateneo Grand Splendid en Buenos Aires o la clásica Lello en Oporto. Son librerías minúsculas, levantadas en pasillos angostos, en locales pequeños, en las hendijas de un urbanismo que va devorando lo artesanal. No se dedican sólo a la venta de libros, aunque de eso viven. También cobijan al lector, difunden el pensamiento, la literatura y, en muchos casos, funcionan como espacio de reunión y arman lazos con la comunidad de la que son parte. Librerías con nombre propio, con libreros que recomiendan con mayor puntería que los algoritmos. Librerías que invitan, que no refunfuñan si uno se va con las manos vacías. Y, como dice Gonzalez Bertolino, abren “la experiencia de leer que descorre el telón del mundo”.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.

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