Gioconda Belli, dama y rugido de Nicaragua

La escritora, referente de la literatura feminista latinoamericana, alza su voz desde el exilio contra el régimen de Daniel Ortega: “Es intolerable”.

La escritora nicaragüense Gioconda Belli. CASA DE AMÉRICA
La escritora nicaragüense Gioconda Belli. CASA DE AMÉRICA

En los ojos de Gioconda Belli (Managua, 1948) se enredan el dolor y la esperanza. Ya en su voz, las palabras suenan fuertes y precisas para poner nombre propio a la crueldad de la dictadura en que está sumida su patria, para “versalizar” el desconsuelo de estar lejos de Nicaragua. Ya le tocó exiliarse en 1975 en Costa Rica y México, antes del triunfo de la revolución sandinista en la que tomó parte activa. Pero la escritora, femenina y feminista, celebradora del cuerpo y la sexualidad de las mujeres en su obra, también se ofrece a la esperanza. Ahora, en España, donde ha puesto su nueva casa, se aplica en la escritura de la segunda parte de su obra cumbre (o una de ellas), La mujer habitada. “Yo tengo una frase que dice: la solidaridad es la ternura de los pueblos. Y siento que la ternura me ha sido entregada con mucho amor aquí, en España”, celebra Belli, que recibe a COOLT en el marco de unas jornadas dedicadas a su figura en la Casa de América de Madrid.

- ¿Te animas a definir tu momento vital con un verso ya escrito o totalmente improvisado?

- “No tengo dónde vivir. Escogí las palabras. Hablar por los que callan. Queda mi ropa yerta en el ropero. Mis paisajes, mis perros, mis plantas…”. Ese es más o menos mi momento vital, de profundo desconcierto, pero también un reto. Tengo la suerte de ser optimista, pienso que la vida nos pone en determinados momentos y situaciones que nos retan a reinventarnos, y que estoy en uno que me reta a eso. Y, además, pienso que es importante para Nicaragua que haya voces que sean escuchadas y que puedan contar lo que está pasando ahí.

- Otra vez desde el exilio. ¿Qué es lo más duro de la separación de la tierra de una?

- Desenraizarse, porque realmente uno tiene raíces profundas, y no solo son con las cosas más grandes, hay también muchísimas cosas pequeñas de la vida, como la gente que uno conoce, las amistades, la tienda donde vas a comprar tu comida, la relación con la que te hace el pelo o con las personas con las que trabajas. Por ejemplo, yo estaba manejando el centro PEN en Nicaragua, mi junta directiva es gente bellísima que me hace mucha falta. También despertarme en la mañana y ver el paisaje extraordinario —tengo esa suerte— desde mi casa. Ver a mis perros, desayunar en mi mesa… La vida cotidiana te cambia totalmente y es duro.

- Desde tu juventud hasta tu actual madurez, el activismo y la escritura han formado parte de ti. ¿A partes iguales? ¿Hasta el punto de que la activista que llevas dentro define a la escritora, y viceversa?

- Hay una interacción entre las dos. Al principio, sí, la activista pesaba más en mi vida que la escritora. Yo decía que escribía poesía con la mano izquierda, porque pasaba todo el día tan ocupada. Con el tiempo, he ido comprometiéndome mucho más con la escritura, en parte, porque coincidió con la vida pasando a un nivel más tranquilo cuando tomamos el poder y, después, cuando se produjeron estos años en que hubo un poco de democracia en Nicaragua. Realmente, ahora me siento más comprometida con la capacidad de contribuir de mi literatura. Estoy más comprometida con la palabra como instrumento de cambio. 

La escritora nicaragüense Gioconda Belli. CASA DE AMÉRICA
La poeta y novelista nicaragüense Gioconda Belli, en Madrid. CASA DE AMÉRICA

- Tu literatura está habitada por temas como la identidad femenina, el cuerpo, la patria o la utopía. ¿Ser mujer y ser nicaragüense son las dos realidades de las que, a la hora de crear, parte el principio de todo?

- Ser mujer, sí. Ser nicaragüense, en parte, porque siento que el mundo me interesa muchísimo. Lo que está pasando en Ucrania ahora, los movimientos sociales, lo que pasó con Trump en EE UU, Chile… No me siento solo ciudadana de un país, sino también del mundo. Soy una persona a la que le interesa mucho la vida de la sociedad. Para dónde vamos los seres humanos, qué estamos construyendo, cómo podemos elevar nuestra capacidad de belleza, que tenemos, y tratar de minimizar el ser destructivo que también llevamos dentro. Esas son las cosas que me interesan.

- Llegaste para aportar tu mirada al significado de ser mujer. Sobre la grama, tu primer libro de poemas, escandalizó a un país entero en 1972. ¿Te sientes referente de la literatura feminista latinoamericana?

- No es mi lugar decir eso, pero sí creo que abrí una puerta. Sin darme cuenta, porque realmente no lo hice con premeditación, pero sí siento que hubo un momento en que, al yo pronunciarme y tener la libertad para celebrar mi cuerpo y hablar, no como objeto sexual, sino como sujeto, de mi propia sexualidad, algo cambió, se abrió un camino distinto.

- Novelas como La mujer habitada y El infinito en la palma de la mano. Obras poéticas como El país bajo mi piel y El pez rojo que nada en el pecho. ¿Qué género te ha dado mayores placeres?

- Yo siento que uno es como un músico que escoge su instrumento. A veces, toca el violín; otras, la guitarra. Las dos me dan gran gozo, pero son procesos distintos. Con la novela, tengo un trabajo más estructurado, más organizado y me siento que tengo un empleo. La poesía es muy espontánea para mí. Escribir un poema me gusta, me produce una gran alegría y felicidad. La novela es un trabajo cotidiano mucho más difícil, más retador, más colectivo, pero también me gusta que sea eso: el reflejo de una colectividad frente a la individualidad, como es el caso de la poesía.

- De hecho, aunque te iniciaste en la poesía, necesitaste también construir desde ese otro lugar…

- Sí, porque había vivido una historia muy rica con mucha gente y quería incorporarla.

No pensé que iba a ver en mi vida una crueldad como la que he visto desarrollarse desde 2018 en Nicaragua

- Son muchos los premios internacionales que han reconocido tu obra literaria, como el título de Caballero de las Artes y las Letras de Francia o el Premio Hermann Kesten de Alemania. ¿Qué representan para ti?

- Un reconocimiento. Los premios son importantes, y en la vida de los escritores tienen dos funciones. Algunos te permiten seguir escribiendo, porque son monetariamente importantes. Siempre, uno de los retos del escritor es cómo te ganas la vida cuando lo que hacés no siempre es valorado económicamente. Por un lado, eso es lindo. Por otro, está el reconocimiento de que has hecho algo bien, que hay algo que la gente considera que se merece un premio. Eso te da cierta retroalimentación de tus pares.

- Hablemos de política. Fuiste militante sandinista en la década de los setenta y diste tu vida por una revolución que derrocó la dictadura de Somoza en 1979 para, a día de hoy, acabar viviendo en otra dictadura “como no se veía en América Latina en décadas”, según tus propias palabras. De todo lo que pasa, ¿qué te rompe más por dentro?

- La crueldad. No pensé que iba a ver en mi vida una crueldad como la que he visto desarrollarse desde 2018 en Nicaragua. Esa rebelión fue una rebelión perfectamente aceptable en cualquier otro país, una reforma del seguro social que se convirtió, en pocos días, en una expresión de rechazo al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo porque hubo asesinatos. La gente reaccionó contra los asesinatos, contra las palizas que les pegaron a los estudiantes y a los que protestaron. Que los hayan aplastado a sangre y fuego sin ningún asco, matando a gente desarmada, a muchachos jovencitos, que los vimos morir en cámara porque ahora con los teléfonos celulares todo lo vemos… Eso fue terrible. Y, de ese momento en adelante, creo que esta pareja perdió su sentido de seguridad y se ha dedicado a asegurarse su poder a cualquier precio. Actualmente, tenemos a 40 personas que están siendo maltratadas de una forma terrible y hay 177 presos en total. Estos 40, que son todos líderes importantes de Nicaragua, están siendo destruidos moralmente, físicamente, y eso es intolerable para mí. Realmente, lo que más me duele de lo que está pasando es el destino de estas personas a las que yo quiero y aprecio.

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. EFE/ESTEBAN BIBA
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. EFE/ESTEBAN BIBA

- [Silencio]

- Mira, Daniel Ortega y Rosario Murillo sabían, por su actuación en 2018, que iban a perder las elecciones, y para evitar que así fuera echaron presos a todos los candidatos electorales. ¡Hasta al más insignificante! A todas las personas que tenían opinión pública, a la dirigencia del partido que más les preocupaba, porque era un partido que se formó a partir de una división del Frente Sandinista, bien pequeño, pero bien organizado. Destruyeron y arrasaron con todo para ganar unas elecciones que, obviamente, ganaron con su propio consejo electoral, con su propia gente que contó los votos. Hubo una abstención enorme, mintieron en los resultados.

- ¿Cómo es tu Nicaragua soñada?

- En primer lugar, una que no tenga ni a Daniel Ortega ni a Rosario Murillo en un cargo. Sueño con una Nicaragua que pueda rehacerse, que no tenga que recurrir otra vez a la violencia para ser un país acogedor, que se preocupe por el bienestar de su gente, por producir, porque estamos explotando todos nuestros recursos naturales, empobreciendo nuestro país para sobrevivir sin pensar en las generaciones futuras. Quisiera ver un país con gente mejor educada, para mí la educación es fundamental. Yo veo el modelo de los países asiáticos, que le dieron importancia y gastaron en educación, en salud… Esa es la semilla, el germen de que pudieron evolucionar. Eso quisiera yo en Nicaragua.

Sueño con una Nicaragua que pueda rehacerse, que no tenga que recurrir otra vez a la violencia

- Hace unos días, estuviste presente en la investidura del nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric. ¿Cómo viviste ese momento histórico?

- Lo viví como reedición de otro momento histórico, que fue cuando triunfó la revolución en Nicaragua. Pero fue mejor, porque esta no fue una revolución sino una elección democrática, inesperada. Me hizo sentir también nostalgia, porque pienso que, en Nicaragua, si las protestas de 2018 no hubieran sido aplastadas, de ahí hubiera podido salir un Boric. Nos cortaron esa posibilidad que en Chile no se cortó. Siento que es un gabinete muy joven, con muchas mujeres, además, feministas, que él es un hombre con muchas ganas de iniciar un proceso nuevo. Es una persona de izquierdas, pero que tiene un enorme compromiso con los derechos humanos. Y, de hecho, esa fue la señal que dio cuando nos invitó a Sergio Ramírez y a mí, y lo dijo en su discurso: no le importa que seas de derechas o de izquierdas, él no va a aceptar las violaciones a los derechos humanos.

- ¿Crees que el futuro de la izquierda latinoamericana pasa por Boric?

- Quisiera creer eso, definitivamente. Después de los 90, cuando comenzó la ola que hubo de presidentes latinoamericanos de izquierdas, yo pensé que iba a haber una renovación de la izquierda, una reinvención, porque habíamos visto el fracaso de la Unión Soviética, cómo se rompió todo ese aparataje que costó tanto construir. Pero, paradójicamente, pasó todo lo contrario: los vimos repetir un poco la parte más autoritaria, restrictiva, limitante de la libertad de expresión… Fracasaron. A mí me hace gran ilusión el enfoque que va a tomar Boric, y tiene mucha gente ahí todavía que es bastante dogmática, pero espero que la juventud lo haga cambiar, y también la experiencia que ha visto en otros países.

El presidente de Chile, Gabriel Boric, y la ministra de Interior, Izkia Siches, en Santiago, el 11 de marzo de 2022. EFE/ELVIS GONZÁLEZ
Gabriel Boric y la ministra de Interior chilena, Izkia Siches, en Santiago, el 11 de marzo de 2022. EFE/ELVIS GONZÁLEZ

- Hablemos de nosotras. ¿Cuánto hemos avanzado las mujeres desde que te iniciaras en el feminismo?

- Muchísimo. Hemos logrado colocarnos como un género que ya no puede ser obviado, en primer lugar. La sociedad está consciente, los hombres están conscientes, de que no pueden seguir ninguneando a las mujeres, de que pagan un precio si lo hacen, cosa que no pasaba antes. Creo que estamos avanzando en reclamar nuestros derechos, nuestra visibilidad, y que hemos logrado cosas bastante extraordinarias para como estábamos en los años cincuenta y sesenta.

- ¿Estamos, entonces, cada vez más cerca del Partido de la Izquierda Erótica (PIE) que inventaste para tu novela El país de las mujeres?

- ¡Espero que sí! [risas] Esa novela, que es como divertida, tiene grandes propuestas. Sigo creyendo en ellas. La propuesta, por ejemplo, de la educación de los niños en las escuelas para que aprendan maternidad: es como maternizar a los niños, que aprendan a respetar, por qué es malo pegar… Es la responsabilidad más grande que tenemos y nadie nos educa para ello. Eso es un sueño para mí. Después, tengo la participación, a través de la internet, de la población en la gobernabilidad de un país. Con la tecnología se abre una posibilidad democrática bien grande, que se pudiera usar constructivamente, porque las redes funcionan a lo loco y hay mucha destrucción, rencor, hostilidad… Tener discusiones con la gente en el poder es una propuesta que me parece importante. Como el manejar a los violadores, una de las cosas más controversiales de esa novela: cómo hacer pasar vergüenza a esta gente, porque la cárcel y todo eso ya no son suficientes, porque los crímenes son tan terribles que yo pienso que tendrían que hacerles carne la sociedad entera para que no se sigan repitiendo, y que los hombres también deberían participar más en ello.

No se puede escribir de lo que no se ha vivido

- Sigamos con más propuestas. ¿Qué le dirías a alguien que comienza a escribir?

- Que lea. No existe un escritor que no haya leído. Hay una idea de la facilidad, sobre todo ahora, en los jóvenes, de que cualquiera puede escribir. No es cierto. Eso sí, puedes leer mucho, empaparte de la técnica de la escritura, pero, sobre todo, tienes que vivir. Porque la otra cosa es que no se puede escribir de lo que no se ha vivido, creo yo. No todo te lo puedes sacar de la imaginación. Si querés ser escritor, te tenés que zambullir en la vida, sufrir, gozar… Yo tenía un mentor poeta divino que me decía: “¿Para qué querés ser feliz? Ser feliz no es muy bueno para escribir [risas]”.

- ¿Qué le dirías, entonces, a alguien que comienza a vivir?

- Que viva intensamente, que se atreva, que no tenga miedo.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como Cinemanía, La Vanguardia, Viajes National Geographic y El Confidencial

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