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La escritura en llamas de José Carlos Yrigoyen

El autor limeño habla de su última novela, ‘Mejor el fuego’. Sangre, oscuridad y sexo en el Perú de Fujimori.

El escritor peruano José Carlos Yrigoyen, autor de 'Mejor el fuego'. ELENA CANTÓN

José Carlos Yrigoyen (Lima, 1976) rehúye cualquier convención. Da la impresión de que, para el escritor peruano, emascular las palabras es el peor de los crímenes. Eso es, al menos, lo que sugiere la lectura de Mejor el fuego (Literatura Random House, 2021): un libro salvaje, lleno de sudor y saliva, súplicas y gritos. Ningún recoveco queda sin iluminar bajo la pluma —no particularmente luminosa, pero sí rutilante— de Yrigoyen, bajo la cual nos hallamos inmersos en el fuerte laberinto psicológico por el que pasea, turbado, el protagonista: un adolescente que recorre sus pasos a través de la maltrecha memoria de aquel que sufre.

La apatía cruza las páginas del libro al igual que la violencia, con la cotidianeidad que la termina por volver tan irrelevante como peligrosa. Perú huye aquí de su condición de escenario y se torna, en parte, como uno de los disolutos protagonistas de la trama. Yrigoyen, que también comparte la condición de poeta y cronista, habla con COOLT sobre esta tercera novela.

- El protagonista de Mejor el fuego descubre sus apetencias sexuales a través del internet de la década de 1990, una especie de mercado total sin regulación alguna. ¿Es la marca de una generación?

- El libro está basado en los años noventa, claro, y por lo menos en el Perú internet era entonces algo aún muy rudimentario. El protagonista pertenece a una clase media acomodada en la época del fujimorismo, que después de una gran crisis económica vuelve a una suerte de prosperidad falaz —pero prosperidad, al fin—, y descubre un mundo que no conoce. Y es que, tal como sucede en las sociedades latinoamericanas, en Perú los barrios residenciales y los barrios populares pueden estar apenas distanciados por unos kilómetros, pero las barreras son mucho más fuertes que las puramente geográficas. A mí me interesaba mucho que el personaje se internara en esos barrios populares; quería mostrar ese espacio, esos territorios, pero en los años noventa: en un país que después del terrorismo terminó por encontrar la paz de los cementerios, la paz de una dictadura de la que parece que nos cuesta muchísimo liberarnos. Aún hoy seguimos bregando con una tercera derrota del fujimorismo, el cual nunca parece haber aceptado rendirse. Y tengo que decir que justamente esa visión de un adolescente en los noventa sí es muy mía; quería retratar lo que era vivir en una época en la que parecía que todo estaba conciliado y que no había ya mayor motivo de rebeldía en un régimen que había sancionado una paz espuria. Ahí el personaje se rebela mediante la única arma que tiene: su sexualidad.

- El protagonista a veces da la impresión de ser un turista en su propia vida. No parecen importarle ni las clases sociales, ni la diferencia entre barrios, ni el fujimorismo.

- El personaje tiene todas las taras y todos los vicios de su clase social, pero también grandes contradicciones. Es alguien profundamente racista y clasista, como el entorno en que yo crecí y del que he intentado no contaminarme demasiado, aunque no tiene reparos en ser penetrado por un chico de clase popular y ser, digamos, amatoriamente sometido por él. Esas contradicciones eróticas y de clase a mí me llaman mucho la atención, porque son más comunes de lo que uno creyese en la literatura latinoamericana. Quería un personaje que para mí no es nada heroico, alguien con el que difícilmente podrías sentarte a tomar un café. Al final del libro, uno tiene la impresión de que, aunque él haya encontrado una aparente armonía, en realidad siempre está en los márgenes. 

Los hombres, en general, aún tenemos unas fuertes barreras burguesas y de género

- Has llegado a decir que los hombres no suelen ser tan honestos consigo mismos en la literatura como lo son las mujeres. ¿Crees que esa honestidad es parte también del éxito de esta nueva ola literaria femenina?

- A los hombres nos cuesta mucho más hablar de nuestros cuerpos y de lo que hemos hecho con ellos cuando estos no se incluyen de pleno en lo normativo. Por ejemplo, el aspecto de la rudeza sexual que manejamos los hombres tiene una intensidad mucho menor a la que tienen las mujeres. Por lo menos aquellos autores que yo he logrado leer. Los hombres, en general, aún tenemos unas fuertes barreras burguesas y de género. Por eso, para mí la mejor forma de escribir es deponiendo toda vergüenza y todo orgullo.

- ¿Podríamos hablar de masculinidad tóxica?

- Sí, no hay nada más ponzoñoso que ciertas masculinidades, aunque no todas, desde luego. Y es en ese sentido en el que los personajes que pululan por el libro ven cómo cunde el desamor, cómo cunde el deseo violento y la falta de culpabilidad ante los hechos cometidos hacia otros cuerpos. El protagonista comienza descubriendo la sexualidad mediante una violación. A ese respecto hubo una crítica que me hizo alguien que decía que el libro reforzaba el prejuicio de que los homosexuales se vuelven homosexuales porque son violados, ¡lo cual, por supuesto, es una mirada más prejuiciosa que la que aparentemente yo tengo! Una de las cosas que me ha enseñado el hecho de publicar este libro son las trabas, los estereotipos sobre la sexualidad que tienen algunos de los críticos. Algo que, por cierto, también sirve para evaluar esos síntomas, ¿no?

- ¿A veces una reseña dice más sobre el crítico que la escribe que sobre la obra o el autor del que habla?

- ¡Sin duda! Y creo que todavía hay una tendencia muy presente de asociar las ideas del personaje con las del autor. Este libro es una prueba en ese sentido. Muchas veces me han dicho: este personaje arrastra prejuicios racistas que me han molestado mucho. ¡Bueno, pues es que para eso están! Desde luego, no están ahí para rendir cuentas morales al autor por escribirlas.

- ¿Consideras que esto tiene algo que ver con lo que muchos califican como corrección política?

- Sí, una de las cuestiones que más daño hacen a la literatura hoy es la corrección política: condiciona a tocar ciertos temas de determinadas maneras y a dejar muy en claro quiénes son los malos y quiénes son los buenos. Esto para mí inaceptable a la hora de plantear una ficción. La corrección es una de las corrientes más castradoras para la literatura desde el realismo socialista, que también obligaba a sus cultores a diferenciar los buenos de los malos de manera inequívoca; a dejar muy claro cuando uno de los personajes hace algo deleznable. Esto también lleva a condenar a ciertos autores sin evaluar los contextos en que escribieron sus libros. O a leerlos bajo un prisma absolutamente moralista. La corrección política, además, provoca algo más allá de la censura, que es la autocensura: que el autor tenga temor por incidir sobre ciertas cuestiones porque teme las consecuencias que ello puede acarrear, como le ocurrió a un amigo mío que yo conozco muy bien, Hernán Migoya, que tiene un relato con un violador en primera persona. ¡Le pusieron muchísimos problemas! En este aspecto, me parece que este libro ha sido escrito sin pensar en ese tipo de cuestiones. Luego también hay algo que decía García Márquez, que es que cuando un libro es demasiado consciente de su cara subversiva, éste tiende a ser malo. En mi caso, no estaba deseoso de darle una gran carga subversiva, ni tampoco de transar con cierta corrección política. En realidad, Mejor el fuego es un libro que quería escribir mucho antes de que existieran estas lógicas. Quería escribir un libro con el que mostrar una época que, para mí, no ha estado del todo bien abordada. Recién ahora, en los últimos años, autores como Jeremías Gamboa han comenzado también a dedicarle miradas a estos años; muy distintas a las mías, sí, pero no por eso menos válidas.

La corrección es una de las corrientes más castradoras para la literatura

- En la obra hay un fuerte lenguaje poético. ¿Es un contrapeso a la oscuridad presente en el libro o un deje de tus trabajos previos como poeta?

- Empecé escribiendo poesía y hay algo de ese comienzo de lo que no puedo escapar. Pero no solo con el lenguaje; a mí no me interesa escribir novelas como se supone que uno tiene que escribirlas. Busco un lector que, más que entretenerse con una historia, goce con las rugosidades, con las aristas, con las imágenes que sobrevuelan esa historia y que le dan una atmósfera distinta. Mi personaje es un homosexual irredento que, en realidad, no sale nunca del armario. Está metido en ese clóset en que se ahoga, un lugar irrespirable; es ahí donde se construye su sexualidad. Y se acerca a ciertos espacios y ciertos lugares en los que intenta saciar sus apetencias. En ese choque aparecen nuevos matices, nuevas pugnas que, creo, alimentan al personaje y lo van construyendo. Ese es el tipo de libro que me interesa, el que no sigue ningún patrón predeterminado. De hecho, yo ni siquiera llamaría a mi libro una novela, sino más bien una ficción. Creo que no encaja dentro de lo que se suele percibir en la primera categoría.

- Mejor el fuego se antoja al principio como un libro de aprendizaje, especialmente en torno a lo sexual. Posteriormente, sin embargo, esto se vuelve casi secundario. ¿Querías explorar más bien la naturaleza humana del protagonista, y no su sexualidad?

- ¡Así es! En ese sentido, el libro intenta ser una metáfora de la misma época en la que transcurre: años de una violencia soterrada, de oscuridad social. También de ciertos factores que identifican al Perú, pero no de la manera más positiva. Hablo de cosas como el hombre fuerte, de la mano dura. Ese libro bebe de ello, y por eso la sexualidad debería considerarse desde un punto de vista más simbólico, alegórico. Las últimas páginas narran la caída del régimen, pero es claro que aún con el régimen derrotado y la dictadura desbaratada, todo aquello que forjó no se volatiliza, no se diluye; no se va del personaje. Y como decía antes, creo que los últimos hechos políticos me han dado la razón. 

- Sí, porque en Perú el conservadurismo en cierto modo es transversal, ¿no? El presidente Pedro Castillo, por ejemplo, no destaca por un carácter progresista respecto a las minorías LGTBI.

- Creo que este libro solamente se puede entender hoy en países como este, donde lo que pasa a mi personaje sigue ocurriendo, de la misma manera, a muchos jóvenes peruanos. Y esto se da tanto en los barrios donde vive el protagonista del libro como en otros que no son los suyos. En las últimas elecciones peruanas, Rafael López Aliaga, uno de los candidatos presidenciales, propuso que las niñas violadas fueran alojadas en un hotel de 5 estrellas para que pensasen bien si querían abortar o no, lo cual nos retrotrae, pues, a un siglo atrás. Y si bien Castillo no es abiertamente homofóbico, sí lo es uno de sus jerarcas, Vladimir Cerrón, que está en desacuerdo con cualquier medida que signifique equiparar a las minorías en derechos sexuales dentro de la legalidad.

La violencia y la sexualidad muchas veces caminan de la mano de forma natural

- Partiendo de la novela, ¿el sexo corrompe, en cierto modo?

- La violencia y la sexualidad muchas veces caminan de la mano de forma natural. Negar la propia naturaleza humana, nuestra propia condición, es no solo estéril, sino contraproducente: impide un debate que vaya más allá de las cosas que deben ser, las cosas que deben ser correctas. Hay una cara violenta, fetichista, que recorre este libro y que es parte de las de las sexualidades. Y no por ello es una sexualidad negativa ni corrupta. Es simplemente una forma de vivir la propia sexualidad. Yo tengo una posición que, creo, es la del sentido común: mientras uno disfrute de su sexualidad, sin hacerle daño directo o indirecto a nadie... ¡pues adelante! Este libro, por cierto, tiene muchos referentes literarios, pero también extraliterarios, como la pornografía. Todo tema es literaturizable, y la pornografía, el fetichismo e incluso la misma conciencia de la oscuridad erótica pueden ser plasmados mediante ciertos recursos.

- Dices que todo lo que has escrito hasta ahora ha sido para llegar a este libro. ¿Crees que influyó en su concepción la agresión sexual que sufriste cuando tenías 15 años?

- Hay un elemento autobiográfico que he transformado radicalmente en el libro, pero que de hecho parte de ese descubrimiento de la sexualidad violenta. A veces nosotros queremos negar que la violencia puede despertar nuestra sexualidad, que ésta ha de ser descubierta mediante sentimientos más nobles... ¡y esto es falso! No solo la violencia la despierta, sino que a veces la define. Cuando uno tiene esas experiencias surge una mirada muy distinta y muy dolorosa. Muchas veces incluso nos pone en confrontación con nosotros mismos. Este libro puede haber sido elaborado a partir de ese episodio, pero tengo la impresión, leyendo mi poesía, que también de una manera inconsciente esos poemas estaban generados por aquello.

- ¿La literatura purga el dolor?

- A veces, cuando uno escribe un libro sobre un tema particular, el tema me deja de interesar con la curiosidad con que me golpeaba antes. No quiere decir que me haya redimido, ni mucho menos, sino que me ayuda a poder comprenderlos y procesarlos mejor. Con este libro ha pasado lo mismo. Siento que las motivaciones que tenía hace muchos años para escribirlo se han transformado, estabilizado... ¡se han convertido en algo! La literatura no sirve para solucionar nuestros problemas o nuestros temores, pero sí sirve para convertirlos en algo distinto.

Periodista. Colabora en Ethic Magazine y Ruta 66 y ha escrito para medios como Vice, ICON y El Espectador, entre otros.