En el jardín de Cristian Alarcón

El periodista chileno debuta en la ficción con ‘El tercer paraíso’, una “realidad inspirada en hechos reales” merecedora del Premio Alfaguara.

El periodista y escritor chileno Cristian Alarcón, autor de la novela 'El tercer paraíso'. ALEJANDRA LÓPEZ
El periodista y escritor chileno Cristian Alarcón, autor de la novela 'El tercer paraíso'. ALEJANDRA LÓPEZ

Cristian Alarcón (La Unión, Chile, 1970) no creía que su libro fuera a ganar el Premio Alfaguara de Narrativa 2022. El día en el que se hizo público el resultado, con la diferencia horaria Buenos Aires-Madrid, tuvieron que llamarlo hasta 10 veces para comunicarle que el suyo, de entre los 2.428 manuscritos presentados, había ganado. Una novela sin una estructura clásica, más parecida a una autobiografía escrita desde el yo más visceral, que, sin embargo, inventa a sus antepasados más que describirlos a través de sus monstruos ya pasados. El tercer paraíso es la primera ficción de Alarcón, su salto desde el periodismo a la pura literatura. Un cambio que, asegura, le da más libertad creativa que sus trabajos que desde años han sentado cátedra en el género de la crónica narrativa. Un homenaje a la botánica de Gilles Clément, y una voluntad de reinterpretar lo político a través de lo natural.

En su debut literario, Alarcón relata una constante búsqueda de la felicidad alrededor de conceptos como la familia y las neofamilias, las relaciones y el exilio, siempre ligadas al paisaje, ya sea político, emocional o natural. Desde su jardín en la Patagonia, el escritor chileno —que reside en Argentina desde hace más de 40 años— repasa ideas de su vida a través de su abuela y su madre, dos mujeres a las que el lector imagina reales, pero a las que el autor ficciona más de lo que parece. Sumidas en una libertad política truncada por el golpe de Estado chileno y la dictadura, la suya es una búsqueda de la felicidad compartida, o del menor grado de tristeza posible. 

Para esta historia, Alarcón no investigó como en sus crónicas periodísticas, si bien el texto parece una transcripción fidedigna de los hechos transcurridos en su familia. “Aquello que no escuché, lo inventé. Por eso, de verdad es una realidad inspirada en hechos reales”, dice el escritor. Este juego tan difuso entre verdad y ficción lo lleva a poder relatar momentos de su vida muy intensos que, en crónica, nunca se hubiera atrevido a contar. Un libro inesperado para una figura periodística quizás encasillada por sus lectores en el periodismo narrativo. Fundador de las revistas Anfibia y Cosecha Roja y codirector de la Maestría en Periodismo Narrativo de la UNSAM, Alarcón define su novela como “feminista, queer y botánica”.

Un proyecto vital que, gracias a un viaje de hongos, pudo terminar.

- Has ganado el Premio Alfaguara de Narrativa con esta novela sin una estructura clásica y confeccionada a partir de muchos hechos reales. ¿Te lo esperabas?

- No, estaba convencido de que el libro era para una editorial independiente o para una colección de libros mucho más experimentales. No tiene la forma, la estructura ni el tono de una novela decimonónica clásica latinoamericana. No tenía ningún tipo de indicio respecto a que pudiera ganar. Tanto fue así que olvidé completamente el tema. Fue una sorpresa enorme. Fernando Aramburu [miembro del jurado del premio] me contó que había sido por unanimidad. Cada uno fue mostrando sus cartas y todos tenían la misma: mi novela era la elegida por todos.

- ¿Sentías que necesitabas cubrir estos temas tan personales desde la ficción?

- Yo lo intuía porque, por algún motivo, nunca había entrado en la crónica de la primerísima persona. La primera persona de Cuando me muera, quiero que me toquen cumbia (Aguilar, 2012) es tímida. Al comienzo hubo versiones en las que estaba mucho más presente, pero el cronista solo aparece en la trama cuando es un personaje. En Si me querés, quereme transa (Aguilar, 2012), el cronista aparece negándose a ser el padrino del hijo de la protagonista, que es una narcotraficante. Las apariciones en primera persona de Cristian Alarcón cronista en sus historias siempre estuvieron muy reguladas y limitadas. Debe ser que requería dar el salto a otro género. En el trabajo con los materiales de la intimidad, no sé si yo podría tener la crudeza que he tenido para narrar a esos otros a los que he escuchado e investigado. De modo que la libertad que da la ficción hace que la reinvención de todo el material originario sea saludable para mí, soportable para los demás y más divertido para el lector.

Portada del libro 'El tercer paraíso', de Cristian Alarcón. ALFAGUARA

- Esta historia la explicas desde la perspectiva femenina, a través de las mujeres de tu familia. ¿Por qué eliges estos personajes?

- He estado con mujeres desde muy pequeño por la ausencia de los varones. En mi construcción de una masculinidad un tanto femenina, me he llevado mejor con ellas que con ellos. Recién en los últimos tiempos he hecho algunos amigos varones en Buenos Aires, pero también de masculinidades distintas. Solo tengo amigos hiperheteros y chongos en otras ciudades, por ejemplo, acá en Barcelona. En lo que podríamos llamar mi construcción, no solo se trata de resignificar mi relación con las mujeres, con mis propias parejas sexoafectivas, con mi hijo, sino también la de revisitar mi relación con esos varones. Eso significa mi padre, que no está tanto en esta novela, y mi hermano heterosexual, que tampoco lo está tanto. Aún son un misterio para mí.

- ¿Cómo fue la investigación de todo tu pasado familiar? 

- No investigué absolutamente nada. Me resistí hasta la tentación de entrevistar a mi madre: no fue entrevistada, ni tampoco mi tía. Solo tuve dos diálogos con dos tíos para esclarecer algunas cuestiones vinculadas a las escenas del golpe de Estado, unos detalles que no podía inventar. Hice un enorme esfuerzo de no entrar en la lógica de la crónica de la investigación. No quiero hacer entrevistas nunca más. Es algo que hice tanto que mi más profundo deseo es no tener que volver a hacerlo. Si no está dentro mío, no será escrito. Esta novela está hecha en base a materiales sensibles que creo haber escuchado alguna vez. Y aquello que no escuché, lo inventé. Por eso, de verdad es una realidad inspirada en hechos reales. Me encanta tu pregunta porque me hace decir por primera vez algo que seguramente todos deben imaginar: que yo investigué para escribir esta novela. No investigué absolutamente nada porque estaba habitado por todos esos monstruos y los había matado.

- Aunque todos esos monstruos fueron el motor del libro, llegó la pandemia y estuviste muy malo durante un mes por covid. ¿Ese fue también lo que te hizo acabar la novela?

- Lo que hubo fue un viaje de hongos. Cuando me termino de curar, estoy solo en el campo y mi cuerpo se restablece después de un mes de padecimientos. Mi amiga DJ me dice que es su cumpleaños y está sola, todo el mundo estaba aislado. Le dije que viniera, me acababa de curar y no me iba a contagiar. Me dijo que tenía unos hongos psilocibes. La dosis completa produce un estado muy claro: primero, la hilaridad y tranquilidad; luego, la conexión con la naturaleza; y, finalmente, un momento de extraordinaria lucidez en el cual vos podés preguntar algo a la Pachamama o vincularte profundamente con un deseo tuyo y alguna inquietud que no tengas resuelta. Mi pregunta fue cómo termino la novela. La respuesta fue: solo la vas a terminar si vas a tu pueblo y escribes allá. Se terminó el viaje, lloré y escribí a mi tío. Le dije que necesitaba viajar, pero que la frontera estaba cerrada. Si me llevan hasta la frontera, ¿me vas a buscar? Me dijo que sí, inicié los trámites con el cónsul de Bariloche (Patagonia argentina) y logré convencerlo. Me nombraron evacuado chileno y me sacaron. Me llevó un amigo hasta la frontera y del otro lado me esperaba mi tío. Así crucé y así terminé el libro.

- Una parte importante de tu libro es la neofamilia: los vínculos con tus amigos que han pasado a ser tu nueva familia y, así, agrandas el concepto de lo familiar.

- La construcción de neofamilias se configura en el destierro. Los migrantes somos los primeros que hemos experimentado con esto, pero aún los no migrantes están en una reconfiguración de las redes afectivas por imperio de nuevos valores como el cuidado. No nos alcanza solo con que nos quieran: por eso hay relaciones que se apagan y otras que se revalorizan. Y en el entramado de un padre soltero, la presencia de los tíos y las tías que no son de sangre es fundamental. Como la presencia de esa familia que el hijo también se está forjando. Con algunos pueden ser más amigos y con otros, menos; pero la afectividad y el cuidado son fundamentales. Y esto ha estado en manos de las mujeres desde siempre. Se les ha asignado como la mayor de sus responsabilidades y por eso han estado condenadas a trabajar el doble. En este experimentar con la formación de neofamilias, creo que los varones nos vemos impulsados a procesar cuidados, a veces con los más cercanos —el hijo, la pareja, el mejor amigo—, pero otras veces con redes un poco más distantes.

Es muy saludable un mundo que se desprende de la condición familiar como única salida a una perspectiva de cuidado futuro. Una frase que repito es “el fin del mundo es el fin de los vínculos”. Podríamos oponerla con una frase que es “el paraíso son los otros”. La novela se va llenando hacia el final de algunos personajes que están allí con una presencia amorosa y que también no deja de ser la misma amorosidad que esas mujeres monstruosas tuvieron igual a lo largo de su vida. No golpearon las 24 horas, ni gritaron ni fueron golpeadas las 24 horas. Hubo celebraciones.

- Contrapones a esa madre que parece golpear siempre al hijo a la escena en la que cuando, ya de adulto, lloráis juntos al tomaros de la mano frente a la vieja casa. ¿Cómo construyes a tu madre en la novela?

- Es un personaje distinto al de la mujer real. La mujer real es de una brillantez única. El personaje de Nadia es una mujer más mesurada. Mi familia entera es infinitamente más intensa, provocadora e irónica. No es la familia de la novela: se parece mucho más la neofamilia que la propia familia que protagoniza la novela.

- En la novela, combinas las vivencias de tu familia, de tu infancia y de tu vida adulta con tu interés por la jardinería. ¿Por qué sentiste que la historia botánica era crucial para apoyar todas las otras partes del libro?

- Necesito entender el contexto. Empiezo a leer y veo que no sé qué es un jardín francés, un jardín inglés, un jardín italiano, un jardín japonés. Comienzo a comprender que, en las etapas de la botánica, hubo un momento que los ingleses se enamoraron de los jardines franceses y orientales y hubo una etapa de hibridez entre los jardines clásicos y la presencia del oriental, que para algunos es bello y para otros es un espanto. Empiezo a estudiar la obra actual de Gilles Clément, que, además, ha sido el director de la Escuela de Jardines de Versalles. Se le ha encargado un grandioso intermedio que ha suscitado mucha polémica, porque un tercer paisaje —por eso el nombre de la novela que lo homenajea— es un jardín que no tiene la belleza estética hegemónica como la que estamos acostumbrados a ver en las pinturas impresionistas. Lo estético se incluye en pos de lo político porque hay una resignación de la belleza hegemónica para resignificar otra belleza, que es la que va a proveer al planeta de un soplo de posible salvación de la extinción. El tercer paisaje es una declaración política en torno a cómo la humanidad pretende seguir construyendo biodiversidad. 

- En cuanto a la dictadura chilena, vuelves a ella sin regodearte, sin estancarte demasiado en lamentarte de lo sucedido. ¿Fue una decisión consciente?

- Fue absolutamente consciente. Una de las tentaciones era irme a la lamentación desde la nostalgia por un pasado mítico y trágico. También es algo que proviene de una experiencia personal y psicoanalítica con el destierro que me ha llevado a considerarme un sujeto en tránsito. Ese tránsito no me molesta; todo lo contrario, me fortalece. La idea de las raíces me parece antigua. No siento que el libro tampoco sea exactamente un homenaje a las raíces, sino que es un homenaje a un modo de habitar el mundo. He dejado de pensar en la idea de volver. El volver es una ficción y puedo volver cuando quiera. Materialmente es increíble porque coincide la escritura de la novela con un momento de un regreso mucho más material a Chile: acabo de abrir una empresa de contenidos que va a llevar a Anfibia a Chile y empiezo a producir pódcasts allí. Por algún motivo, nunca me nacionalicé argentino. Mi argentinidad es absolutamente cultural, no es institucional. Decir que yo debo volver a vivir a Chile es una entelequia. No tiene ningún sentido simplemente porque, si quiero, puedo afirmar que nunca me fui.

Periodista. Especializada en información cultural, ha colaborado en medios como Rockdelux, Mondo Sonoro o Vice

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