Diego Zúñiga: “La literatura es rodear lo que uno quiere decir”

El escritor chileno presenta la novela ‘Tierra de campeones’, inspirada en la historia real de un campeón de pesca submarina.

El escritor chileno Diego Zúñiga. LORENA PALAVECINO
El escritor chileno Diego Zúñiga. LORENA PALAVECINO

“Yo siempre prometo no volver a escribir de Iquique cada vez que termino un texto”, dice el periodista, editor y escritor chileno Diego Zúñiga (1987). Iquique, esa ciudad ubicada en el norte grande de Chile, es donde él nació y vivió hasta los 12 años. Y también, un territorio que vuelve a aparecer una y otra vez en sus libros. Ese norte, muy al norte de la capital del país es el telón de fondo y protagonista de su última novela, Tierra de campeones (Random House, 2023), pero también estuvo presente en las anteriores Racimo (2014) y Camanchaca. (2009).

“Es un lugar que para mí está inevitablemente vinculado a la idea de la ficción”, dice Diego en conversación con COOLT. “Yo me fui cuando tenía 12 años, en el año 2000. Y quedó algo cristalizado que tiene que ver con la infancia y, obviamente, con la adolescencia, que son momentos donde te ocurren muchas cosas que te van a configurar como persona. Supongo que, por eso, en términos personales me sigue interesando entrar en ese mundo. Pero también, con los años, la ciudad se me ha vuelto más completa. Creo que no podría escribir del Iquique de ahora. Me costaría mucho, porque es muy distinto al de los noventa. La ciudad se me ha ido volviendo como un espacio que histórica y políticamente ha ido creciendo frente a mí”.

Pero el Iquique que Zúñiga narra en Tierra de campeones es uno en el que no vivió. Es el de fines de los sesenta e inicios de los setenta. “Me interesaba ir a esos años porque siento que ahí hay muchas respuestas o muchos elementos que podrían servirnos para poder responder ciertas preguntas del presente”, dice el autor, que en su novela recupera la descripción que el biólogo Charles Darwin hizo de la ciudad tras su visita en 1835:

Tiene unos 1.000 habitantes, y se levanta sobre una pequeña llanura arenosa, al pie de una gran muralla de roca, de 2.000 pies de altura, que forma aquí la costa. El territorio, en general, está desierto. Un ligero chubasco cae sólo una vez en muchos años, y los barrancos se llenan, como es natural, de detritus, mientras las laderas se cubren de montones de fina arena blanca hasta la altura de 1.000 pies (…). El aspecto del lugar era en extremo sombrío; el pequeño puerto, con sus contados barcos y reducido grupo de pobres casas, parecía abatido y fuera de toda proporción con el resto del paisaje. 

Más allá de características especiales como su condición de ciudad marítima y su vinculación histórica con la industria del salitre, Iquique tiene una particularidad en la que Diego no puede dejar de pensar: “Tiene que ver con que es un puerto que está al lado del desierto. Y para mí, esa geografía planta un ánimo particular en la gente que es de allí”. Por otro lado, Iquique también es una ciudad “cercana a la frontera, aunque no es ciudad fronteriza, igual tiene ese aroma, porque por la Zona Franca también siempre circuló mucha gente de distintos lugares”. En definitiva, dice Diego, “es un espacio curioso de Chile, donde se cristalizan muchas cosas, mucha historia”.

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El chungungo es uno de los animales más bonitos de Chile. Conocido también como gato de mar, vive en las costas del Pacífico y su estado de conservación se encuentra en nivel de peligro. Es el mamífero marino más pequeño del mundo y, además de caracterizarse por su cara graciosísima, es un gran nadador, al igual que el protagonista de Tierra de campeones, que está basado en la historia real de Raúl Choque, campeón del Mundial de Caza Submarina celebrado en Iquique en 1971. En la novela, el personaje inspirado en él se llama Chungungo Martínez.

—A partir de una historia real construyes esta novela. ¿Cuáles son las herramientas que te entrega la ficción que, quizás, el periodismo no?

—Tiene que ver con ciertos procedimientos. En esta novela era muy importante para mí pensar quién iba a ser el narrador. Y eso me lo iba a permitir la ficción de una manera muy concreta: la ficción te permite elegir bien quién va a contar la historia y los mecanismos con los que se va a contar, qué es lo que va a ocurrir en términos de lenguaje. Yo sentía que este narrador tenía que tener la plasticidad para permitirme atravesar épocas por una parte, porque la novela abarca más de 20 años; y, a su vez, tenía que poder plantear sus propias obsesiones, que son las de alguien que está escribiendo sobre un amigo y que cuenta una historia de oídas en el fondo, porque no la vivió. Lo otro que me parecía interesante también era que me iba a permitir transitar por cierta forma de la narración, como, por ejemplo, ese lenguaje de periodismo deportivo que aparece en medio.

Diego agrega que la ficción es “un espacio donde suceden cosas que a lo mejor no tenía tan claro el momento de comenzar a escribir”. Es decir: “Si yo hubiese abordado la historia desde una mirada mucho más periodística, una de las grandes preguntas que hubiesen surgido, pensando en la historia real de Raúl Choque, tendría que ver con qué le pasó realmente a Raúl Choque ¿no? Y yo me di cuenta, mientras escribía, que esa pregunta a mí no me interesaba tanto en esta historia. Al principio sí, pero después, cuando empiezan a aparecer la caleta de pescadores y una serie de otros elementos, esa pregunta se me va diluyendo”.

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Chile tiene 4.270 km de largo, y a lo largo del territorio, las formas de vida y de cultura varían muchísimo. Las rutinas son diferentes, también las leyendas, el lenguaje. Las distancias entre norte y sur poco ayudan a que sus habitantes conecten en sintonías comunes de forma cotidiana y, debido a la centralización, la riqueza cultural muchas veces es borrada. Todo pasa por Santiago, y todo cambia, como si fuese una fábrica de sentidos en serie. En Tierra de campeones, Diego narra desde la provincia, y desde esa perspectiva no puedo evitar preguntarle ¿qué cree que nos estamos perdiendo al no poder llegar a toda esa diferencia? ¿Pensamos que es muy diferente solo por desconocimiento?

“No me interesa ser un chovinista del norte o de la provincia, porque además dejé de vivir ahí hace muchos años”, responde Diego, “pero sí es verdad que, al no tener una conexión entre provincias porque todo pasa por Santiago, hay una pérdida que tiene que ver con el lenguaje. No solo tiene que ver con que existan palabras que se utilizan de manera diferente en un lugar u otro en el mismo país, sino que hay tonalidades y ritmos que para el mundo del arte me parecen súper convocantes”.

Diego también se fija en los paisajes, que permiten “entender desde otro lugar quiénes somos, que es una pregunta que atraviesa el trabajo de alguien que crea algo”. Y añade: “En la medida en que no salgamos de ese centro que es Santiago, para el arte chileno en general, se vuelve todo muy endogámico y terminamos escribiendo siempre lo mismo, de los mismos lugares y espacios. Ahora, también sabemos que no hay un Santiago solamente. Son muchos. Y eso ha ido apareciendo en los últimos años en diferentes expresiones artísticas. Pero lo de la provincia es loco, porque hay una suerte de idealización de ella y es un espacio difícil, porque vivir aislado es muy injusto; me produce rabia pensar en ese aislamiento”.

Portada del libro Tierra de campeones de Diego Zúñiga. RANDOM HOUSE

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Es posible que leyendo Tierra de campeones alguien pueda reconocer un hilo invisible con algunas formas del canon de la literatura chilena del siglo XX. Manuel Rojas o Carlos Droguett, por ejemplo. Diego dice que esa tradición se le aparece como lector y como escritor, y que el vínculo con ella ha ido creciendo con el tiempo. “Si bien en la escuela te hacen leer algo de literatura chilena, yo tenía una fascinación por la gringa, por ejemplo, cuando tenía 17 o 18 años. Después me pasé a la latinoamericana y luego pasé a la chilena”.

Diego recalca un punto que marca, quizás, el vínculo con esta tradición en su escritura de la novela: “No puedo dejar de pensar en que la escribí en años en los que han pasado muchas cosas políticamente en Chile y que, siendo más o menos joven, también para mí han significado preguntas con respecto a qué somos cómo país, cómo hemos llegado hasta acá. Y eso también me hizo mirar hacia esa narrativa, Manuel Rojas, Droguett... Para mí Marta Brunet, por ejemplo, es una figura súper importante. O también, justo cuando estaba trabajando en el manuscrito, me pidieron antologar unos cuentos de Coloane, un escritor con el que yo no tenía ningún vínculo particular y que cuando lo leí se me aparecieron cosas que me parecieron muy interesantes. La novela se fue contagiando de eso, de ese ánimo de pensar esa tradición, algo que echo de menos en la literatura que se está escribiendo hoy. Mi generación, o incluso los más jóvenes, no sé si están leyendo esa literatura chilena. Podrían no estar haciéndolo y también está todo bien, cada uno arma como quiere su árbol genealógico. Pero me parece loco desaprovechar una tradición que tiene libros tan deslumbrantes, libros que permiten pensar el presente o entenderlo de alguna manera”.

Y cita el trabajo que ha hecho Alvaro Bisama en libros como Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha y La rabia y el augurio, un ensayo biográfico sobre Carlos Droguett. “O los libros de Zambra. Creo que su generación dialoga mucho con la tradición chilena”, dice.

En Chile, justamente en los años en que transcurre Tierra de campeones, la literatura ocupaba un espacio en la vida de las personas muy diferente al de ahora. Eso estaba expuesto en el lenguaje cotidiano, pero también en, por ejemplo, el periodismo deportivo, un elemento importante dentro de la novela, y que en aquella época empleaba un registro “muy florido y muy distinto a lo de ahora”, según Diego. Un ejemplo de ese lugar especial que ocupaba la literatura en la sociedad fue la creación de la Editora Nacional Quimantú en 1971, que propuso la democratización del libro con una política de producción y distribución masivas, que acercara la lectura a la clase trabajadora y las infancias. A través de sus diferentes colecciones, Quimantú publicó 250 títulos, de los que imprimió unos 10 millones de ejemplares entre noviembre de 1971 y agosto de 1973. En 1972, llegó a editar más de 500.000 ejemplares al mes.

“De alguna forma, la literatura en esos tiempos era todavía, más o menos dueña de lo que uno pensaba que era la ficción o más bien una historia”, dice Diego. “Obviamente, con los años eso agarró mucha más fuerza con el cine, y la radio en su momento también disputaba esa hegemonía. Pero es verdad, la literatura estaba ahí muy cercana, y la novela lo agarra”.

“Porque todo lo que se pierde va a dar al mar”, dice uno de los epígrafes de Tierra de campeones. La frase es de la poeta Bárbara Délano, que murió a los 34 años de edad, en 1996, en un accidente de avión. Le comento a Diego que últimamente he pensado mucho en ella a propósito de la reedición de Entre la lluvia y el arcoiris, una antología que preparó la crítica y escritora Soledad Bianchi en 1983, reuniendo a jóvenes poetas chilenos. Dentro de la novela de Zúñiga, este no es el único guiño a la poesía chilena.

—¿De qué forma te constituye a ti la poesía chilena como lector y escritor?

—Es un lugar al que siempre vuelvo como lector. Para cerrar la novela fue súper importante: estaba terminando de editarla el año pasado cuando estuve en Madrid, pero logré hacerlo realmente cuando volví a Chile y me encontré con mis libros de poesía chilena. Había algo que tenía que ver con la idea de que se generara una suerte de verosimilitud de la lengua con respecto a la época, y para mí la poesía es la que siempre ha tenido el oído más fino con respecto a ese lenguaje, porque es un lenguaje conflictivo, y ese conflicto se puede ver en Gabriela Mistral y Nicanor Parra, en las distintas etapas de Neruda y también en gente más contemporánea, claro. Por otro lado, la poesía chilena es la que ha retratado de forma más particular lo que es la historia de Chile. Si yo quiero entrar en el mundo de la Unidad Popular, la poesía de José Ángel Cuevas es una de las formas más singulares de entrar ahí, porque logra capturar algo que ni siquiera los textos de historia más exhaustivos logran. La poesía consigue hacer cosas, y en Chile tenemos la suerte de tener acceso a ella, de indagar en esa tradición que, además, es muy diversa. Estoy seguro que siempre voy a encontrar algo en esa poesía chilena.

Y Diego vuelve a Bárbara Délano: “El libro de donde saqué el epígrafe es Playas de fuego, un libro sobre el mar y la muerte. Es muy loco, porque tú lees el libro y luego piensas en cómo murió y es como si hubiese sabido. Es una poeta que a mí me interesa mucho y es muy lindo que ahora, con la reedición de la antología de Sole Bianchi, haya vuelto a aparecer. Es muy fácil que algunos nombres de poetas desaparezcan en medio de tanto y, para mí, ella es alguien a quien me interesa mucho poner de relieve”.

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En el documental Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán, el desierto es ese gran lugar marrón del que se enamoró la comunidad científica para mirar el cielo y estudiar nuestra existencia y lo desconocido. En ese mismo lugar, una mujer dice: “Ojalá los telescopios no miraran solo al cielo, sino que pudieran traspasar la tierra para poderlos ubicar”. Se refiere a las víctimas de la dictadura de Pinochet que fueron enterradas ahí. Y ella es parte de un grupo de mujeres, familiares de detenidos desaparecidos, en su búsqueda.

No es lo mismo hablar de los años setenta en Santiago que de los setenta en el sur del país o en Iquique. En Tierra de campeones no hay personajes militantes, pero tampoco ajenos al contexto. El horror atraviesa lo cotidiano y no pasa por el lado. “Me interesa mucho eso, lo cotidiano”, dice Diego. “Me interesaba que los personajes no tuvieran esa militancia, porque una cosa espantosa de la dictadura fue justamente cómo intervino en todas las vidas, incluso en esas que aparentemente no tenían una participación política pública y notoria. La tragedia cayó sobre muchos, particularmente, en la clase social a la que pertenecen los personajes que viven en la caleta”.

Una gran pregunta para él, durante la escritura, era qué hacer con ese momento en que aparecen los cuerpos: “Mientras escribía y le daba forma, ensayaba y borraba. Son materiales que me producen un profundo respeto, porque el lenguaje a veces no termina de ser suficiente para ingresar en ciertas zonas. También creo que los libros que más he disfrutado y que más despertar político me han planteado son esos donde justamente el lenguaje duda de sí mismo y se resiste a pensar en consignas. Para mí, la estrategia de la literatura es rodear los temas, rodear eso que uno quiere decir. O sea, si lo quisiera decir directamente, probablemente escribiría un ensayo o una columna”.

Diego cree que esa forma de rodear los temas puede llevar a alguien a leer su novela y pensar que es “poco política”. No obstante, él considera que lo político en ella más bien radica en “esa cotidianidad que se quiebra absolutamente” a partir del golpe de Estado. “Vi varias veces La batalla de Chile mientras hacía la novela, pensando en cómo capturar una cierta atmósfera de fines de los sesenta y comienzos del setenta. Yo no puedo dejar de pensar en el destino de las personas que aparecen allí, en cómo sus vidas están atravesadas por todo lo que ocurrió más allá, insisto, de cuán pública o militante era su posición política. Y siento que las consecuencias de eso es algo que todavía estamos viviendo”.

—Bueno, creo que en Tierra de campeones existe esa conciencia del sujeto obrero de forma implícita, que vive en el espíritu de La batalla de Chile.

—Para mí eso era muy importante. Por supuesto, sería otra novela si los protagonistas tuvieran otro oficio o vivieran en la ciudad, en Iquique mismo y no en la caleta. Creo que todavía queda mucho por contar cómo se vivió la dictadura en los lugares alejados de las capitales, o al menos yo no he visto o no he leído mucho.

Diego recuerda algo que le escuchó al poeta argentino Mario Arteca: “Él contaba sobre un lugar en Argentina que tenía cinco mil habitantes. Y cuando comienza la dictadura allá, hacen desaparecer a mil personas en ese pueblo. Y que eso cambió para siempre ese lugar. A escala, son violencias que se plantean de manera distinta a una urbe. Y eso me parece interesante, pensar que la novela en este caso se desarrolla en una provincia, pero la caleta de pescadores está al margen de esa provincia también; la sensación de un lugar donde aparentemente no pasa el tiempo, pero en realidad sí pasa y se siente lo que ocurre con él. Cómo esa violencia política termina repercutiendo, aunque haya sido perpetrada en un lugar alejado de todo”.

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.

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